La economía mundial, azotada por la inflación y agobiada por el débil crecimiento, atraviesa por estos días una coyuntura de alta volatilidad y gran incertidumbre. La disparada global de los precios, agravada por las disrupciones en las cadenas de suministro y los efectos de la guerra rusa en Ucrania sobre la energía, determinan cruciales definiciones de política económica en Estados Unidos, la Unión Europea y los países emergentes.
La Reserva Federal norteamericana, la Fed, por ejemplo, elevó sus tasas de interés en 0,75 puntos porcentuales el mes pasado y podría definir un alza similar en este mes. La decisión, similar a las tomadas por numerosos bancos centrales, incluido el Banco de la República, se sustenta en el deseo de controlar las poderosas presiones inflacionarias. En el caso de Estados Unidos, el índice de precios al consumidor alcanzó en mayo pasado el 8,6 por ciento, el nivel más alto en más de 41 años.
Precios de alimentos básicos, combustibles y energéticos continúan impactando fuertemente los bolsillos de los hogares en todo el mundo. Las sanciones sobre las materias primas de origen ruso, las políticas de tolerancia cero al covid-19 del régimen chino, la subida de los costos de insumos agropecuarios, entre otros factores, mantienen una tendencia al alza que no da muestras de ceder en un plazo cercano.
Ha sido precisamente este proceso de normalización monetaria –con alzas de tasas en algunas economías que no se registraban en décadas– el que ha terminado deteriorando las perspectivas sobre el desempeño de la actividad productiva global. Distintos entes multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) han ajustada a la baja sus proyecciones de crecimiento del PIB mundial en este 2022. Es decir, los analistas vienen anticipando tanto un freno drástico en la senda de reactivación económica global como una persistencia mayor de las presiones inflacionarias.
En todo el mundo, los frentes económicos están afrontando en los últimos meses negros nubarrones. La mencionada decisión de la Fed sobre las tasas de interés y el más reciente reporte de precios al consumidor en Estados Unidos desataron temores frente a una eventual recesión en la economía norteamericana.
Según un sondeo del diario ‘The Wall Street Journal’, dos de cada cinco economistas consultados ven una probabilidad 50-50 de contracción económica en el corto plazo. Estos miedos, alimentados por la inflación descontrolada y las tasas de interés, son justificados, ya que la economía estadounidense cayó en el primer trimestre y fuertes señales indican que podría contraerse nuevamente en el segundo, que acaba de terminar. De comprobarse esto último, Estados Unidos entraría técnicamente en recesión.
No es aconsejable descartar los factores políticos que se mitigarían con el envío de señales más concretas del gobierno entrante sobre la sostenibilidad fiscal y la política de exploración petrolera
Estas perspectivas sombrías sobre el desempeño económico en el futuro cercano también agobian al Viejo Continente. La invasión rusa a Ucrania y las sanciones sobre el Kremlin han generado una crisis energética en Europa, en especial en Alemania, por su dependencia del suministro del gas natural de origen ruso. La inflación en la Unión Europea supera el 8,5 por ciento, como efecto del conflicto bélico en su territorio y de las consecuencias sobre los precios de los insumos energéticos. El fantasma de la recesión también recorre las economías de Europa occidental.
Las economías emergentes, incluida Colombia, no se salvan tampoco de las presiones inflacionarias, aunque se han beneficiado por los altos precios del petróleo, ‘commodities’ y materias primas. No obstante, la disparada de los alimentos y otros productos básicos golpea duramente en estos países a los ciudadanos con menos ingresos. De hecho, según el más reciente reporte del Dane, la inflación anual en junio pasado para los hogares pobres en Colombia superó ya los dos dígitos: 11,14 por ciento.
Todo este escenario genera un impacto concreto para economías como la colombiana: la fortaleza del dólar. La semana pasada, la divisa norteamericana rompió sus máximos históricos por cuatro días seguidos. En un período de siete días el peso colombiano se devaluó más de 5 por ciento, desencadenando incertidumbre y ansiedad en el mercado interno.
Indudablemente, los factores que jalonan hoy al alza el precio del dólar son mayoritariamente de naturaleza global y están asociados al apretón de la Fed y la búsqueda de refugio en la moneda estadounidense. Sin embargo, no es aconsejable descartar de tajo los factores políticos locales que se mitigarían con el envío de señales más concretas del gobierno entrante sobre el futuro rumbo no solo de la sostenibilidad fiscal, sino también de la política de exploración petrolera y energética. Poco queda ya del optimismo con el que arrancó este 2022, y el segundo semestre del año ya se perfila con complejos retos y un panorama enrarecido.
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