Opinión

Historias del cosmos: los secretos que han revelado los eclipses lunares

Mucho más que un espectáculo astronómico, los eclipses han moldeado civilizaciones y desafiado creencias.

El satélite adquirirá tonalidades rojizas y violáceas. Foto: Juan Rueda. EL TIEMPO

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Mucho más que un espectáculo astronómico, los eclipses han moldeado civilizaciones y desafiado creencias. Los antiguos veían en los eclipses de luna una señal divina, siendo para los babilonios una oportunidad para perfeccionar su comprensión del cielo. 
Los chinos creían que un dragón celestial devoraba la luna, y sus rituales para ahuyentarlo reflejaban tanto su visión mítica del cosmos como su deseo de comprenderlo. En América, los mayas documentaron eclipses, incorporándolos en sus calendarios astronómicos. Para ellos, estos eventos no eran sólo fenómenos físicos, sino parte de un engranaje mayor que regía el tiempo y el destino.
Al atardecer del 29 de febrero de 1504, Cristóbal Colón, varado en Jamaica y sin provisiones, recurrió al conocimiento de los eclipses para salvar su expedición. Al predecir un eclipse de luna con la ayuda de las tablas astronómicas del matemático y astrónomo alemán conocido como Regiomontano, convenció a los indígenas de que los dioses estaban molestos, asegurándose así su cooperación. Un ejemplo de cómo la astronomía, más allá de la contemplación, ha sido un arma de poder.
Hoy sabemos que los eclipses lunares han sido claves para medir nuestro mundo. Aristóteles, observando la sombra redonda de la Tierra proyectada en la luna durante un eclipse, fue uno de los primeros en deducir la esfericidad de nuestro planeta. Siglos después, mediciones más precisas han permitido calcular variaciones en la rotación de la Tierra y confirmar cambios en su velocidad debido a la fricción de las mareas.
Durante el eclipse lunar del 26 de septiembre de 1950, se llevaron a cabo estudios detallados de la luz emitida por la superficie lunar. Se midió cómo la luz solar filtrada por la atmósfera terrestre iluminaba la superficie lunar. Si la luna tuviera una atmósfera significativa, se habrían detectado alteraciones en la dispersión de la luz, pero no se encontraron, lo cual fue crucial para planear futuras misiones espaciales.

Fases del eclipse. Foto:NASA

Más recientemente, se han utilizado los eclipses lunares para estudiar la atmósfera de nuestro planeta desde el espacio. Al analizar cómo la luz del sol se filtraba a través de la atmósfera terrestre antes de iluminar la luna, pudieron detectar la presencia de ozono y otras moléculas. Este método es similar al que se usa para estudiar las atmósferas de exoplanetas y podría ayudar a detectar signos de vida en otros mundos.
Cada eclipse de luna esconde secretos que siguen siendo llamativos para la ciencia. Durante estos eventos, los astrónomos han detectado por ejemplo destellos en la superficie lunar, provenientes de pequeños impactos de meteoritos que se hacen visibles debido al contraste de la penumbra. Estos impactos han permitido calcular la frecuencia con la que la luna recibe colisiones de micrometeoritos, un dato clave para la seguridad de futuras misiones humanas.
Otro de los secretos que los eclipses de luna han revelado es la composición química de la Tierra. Cuando la luz del sol atraviesa la atmósfera terrestre y se proyecta sobre la luna, actúa como un filtro que transporta información sobre los gases presentes en nuestra atmósfera. 
Esto ha permitido analizar la evolución de la química atmosférica del planeta y estudiar los efectos del cambio climático a gran escala. Además, algunos investigadores han sugerido que los eclipses de luna podrían ser útiles para detectar actividad volcánica en la Tierra. Las partículas de ceniza volcánica suspendidas en la atmósfera pueden alterar la tonalidad del eclipse, tornándolo de un rojo más oscuro o incluso con matices marrones. Esto convierte a los eclipses lunares en un posible indicador de eventos geológicos importantes.
Esta semana, durante las últimas horas del jueves y la madrugada del viernes, el cielo nos volverá a ofrecer el espectáculo de un eclipse lunar, con el satélite natural terrestre tiñéndose del característico tono rojizo que durante tantos años ha maravillado a la humanidad.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional

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