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Así era el cuidado y la asistencia humanitaria en los tiempos vivos del Hospital San Juan de Dios

La hermana María Soledad Reina Castillo fue enfermera y cuidadora en la institución hospitalaria.

Hoy, a sus 81 años, continúa su misión caritativa con mujeres en situación vulnerable y población de calle.

la hermana María Soledad Reina Castillo, de la Comunidad de las Dominicanas de La Presentación

La hermana María Soledad Reina Castillo es de la comunidad de las Dominicanas de La Presentación. Foto: Ricardo Rondón Chamorro

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"Aquí murió mi abuelita". "En el San Juan de Dios mi mamá hizo sus prácticas de enfermería". "En la parte trasera hubo un manicomio". "En este lote pastaban las mulas del tranvía". "Aquí nació el barrio Policarpa Salavarrieta". "Lástima que hayan dejado morir el hospital". "Toda la vida se han robado la plata de la salud". "Dicen que aquí asustan".
Testimonios de todos los tintes rodean las leyendas del San Juan de Dios, el primer hospital que tuvo Bogotá, inaugurado en 1925 y clausurado en 2001 "por inminente crisis financiera", declarado Monumento Nacional, Patrimonio Arquitectónico y Bien de Interés Cultural.
Hospital San Juan de Dios

Edificio de Mantenimiento del complejo hospitatalario San Juan de Dios Foto:Ministerio de las Culturas

De sus 81 años, la hermana María Soledad Reina Castillo, de la Comunidad de las Dominicanas de La Presentación, ha entregado 60 al servicio espiritual y humanitario como profesional de enfermería y ayuda humanitaria, en distintos lugares e instituciones, entre ellas el Hospital San Juan de Dios.
Amor, servicio y misericordia, se conjugan en el léxico de la hermana Soledad, oriunda de Simijaca, (Cundinamarca), con estudios de la Escuela Normal de Saboyá (Boyacá); Ciencias Religiosas y Educación, en la Universidad de la Salle, licenciada en Pedagogía de Derechos Humanos, de la UPTC, de Chiquinquirá, consagrada en su misión religiosa en la Casa de la Presentación, en Bogotá, en 1962, y delegada en 1965 a prestar servicios en el San Juan de Dios.
Reina Castillo estaba en la flor de su juventud, cuando asumió los votos de castidad, pobreza y obediencia. Hoy, a su considerable edad, pero con vigor irable, continúa su misión caritativa con "mujeres en situación de vulnerabilidad" y habitantes de calle, en los barrios La Favorita, Santa Fe y San Bernardo.
La inspiración y compromiso con el enfermo y el necesitado le sobrevino en su pueblo natal. Tenía 8 años. A su abuela se le rompieron los anteojos y le encargó a su nieta que le leyera el libro de los evangelios, su lectura de costumbre. Para la niña, enterarse de la vida de Jesús, de su sabiduría y misericordia con desvalidos y abandonados, fueron luces de enseñanza y misión en el camino que eligió para siempre.
De la entraña de una familia campesina de doce hijos, Soledad y Beatriz fueron las únicas que tomaron los senderos de la fe cristiana y el servicio humanitario. En el noviciado recibieron capacitación en salud. Beatriz dejó huella como jefe de enfermería del San Juan de Dios. En 2023 falleció de 83 años. 
"Tuvimos una infancia feliz, porque la gran riqueza fue el amor familiar, y la mejor herencia, la educación. Nuestros padres nos incentivaron el interés por el estudio y la lectura, de la que pudimos disfrutar en la biblioteca que nos legó el abuelo", refiere Soledad en una de las salas de recibo del Convento de las Dominicas de la Presentación, ubicado en el sector de San Façon, tres cuadras arriba de la plaza de mercado de Paloquemao.
En la salita con piano de esta monumental edificación, levantada en ladrillo prensado, con 150 años de antigüedad, que integra la imponente capilla de estilo gótico, el colegio y el convento, Soledad está acompañada de la hermana Martha Millán. Las dos son compañeras desde que estudiaban bachillerato en Ubaté. 
Millán es a. Trabajó en el San Juan de Dios. Ha publicado dos libros sobre los orígenes del hospital y de su comunidad, iluminada en la Madre Marie Poussepin, y en la misión humanitaria que, desde 1856, las Dominicas de La Presentación adelantaron en la primera sede del hospital (hoy calle 12, carera Novena), hasta su  trasladado a la Hacienda del Molino La Hortúa, que abrazó el inmenso complejo de salud de Bogotá: el Hospital Materno Infantil, el Instituto Nacional de Cancerología, y el San Juan de Dios, hoy en proceso de reestructuración.
La hermana María Soledad Reina Castillo es de la comunidad de las Dominicanas de La Presentación.

La hermana María Soledad Reina Castillo es de la comunidad de las Dominicanas de La Presentación. Foto:Ricardo Rondón Chamorro.

Enfermera y cuidadora

La hermana Soledad llegó al San Juan de Dios luego de prestar servicios humanitarios en zonas de conflicto armado como Chucurí, Santander; La Primavera, Vichada; Medellín del Ariari, Meta. En Campo Grande, Río de Janeiro, con tres hermanas colombianas, fundó la congregación dominica. Allí trabajó cuatro años. 
Con la mirada compasiva de la religiosa sa Marie Poussepin, cuyo retrato se replica en varias dependencias del convento, le pregunto a Soledad, cómo fue su experiencia en el Hospital San Juan de Dios.
"Éramos sesenta hermanas que cubríamos todo el hospital. A mí me asignaron el área de cirugía, como instrumentadora quirúrgica, en el tercer piso del edificio moderno. Allí compartíamos labores nueve hermanas. Fue un gran aprendizaje porque cubríamos neurocirugía, oftalmología, ginecología, a órdenes de profesionales de la Universidad Nacional.
Tengo como referencia a verdaderos maestros de la Medicina, en criterio, ética y responsabilidad. Como fue un hospital universitario, el San Juan de Dios gozaba de Escuela de Enfermería y fábrica de medicamentos del Instituto Farmacológico, de la Facultad de Química de la Universidad Nacional, con recursos de la Beneficencia de Cundinamarca.
Las enfermeras jóvenes teníamos turnos de doce horas, incluidos los de la noche, en Urgencias, que distribuimos en la atención y el cuidado de los pacientes, y en la asistencia espiritual con el padre Adriano Tarragán (aún vive), a quien seguíamos para ofrecer la sagrada comunión.
Por la noche íbamos a sus lechos a visitarlos. Les transmitíamos optimismo, y orábamos por su recuperación. Cuando les daban de alta, nos quedaba la inquietud de cómo seguiría su evolución".
La hermana María Soledad Reina Castillo es de la comunidad de las Dominicanas de La Presentación.

La hermana María Soledad Reina Castillo es de la comunidad de las Dominicanas de La Presentación. Foto:Ricardo Rondón Chamorro

Armero y el Policarpa

La hermana Soledad guarda episodios emergentes del trasegar hospitalario, derivados de catástrofes naturales y del eterno conflicto de la violencia que ha desangrado por décadas a la nación. Uno de ellos, la tragedia de Armero, del 13 de noviembre de 1985. Así lo relata:
"No dábamos abasto a atender la cantidad de heridos de todas las edades, algunos moribundos que se apilaban en el Pabellón de Urgencias. Lo más complicado fue la escasez de sangre para transfusiones. 
El drama aumentaba con las horas, porque no solo era curar las heridas del cuerpo, sino tratar de menguar las de la mente y el alma, por la fuerte carga psicológica y la desesperación de los familiares que llegaban con las víctimas. Había madres que rogaban: 'Hermanita, lo perdimos todo, por favor, quédese con la niña, se la regalo".
Otro capítulo agotador sucedió el 8 de abril de 1966, justo un Viernes Santo, cuando cientos de desplazados de la violencia bipartidista manifestaron su protesta ante la destrucción, por la policía, de sus precarios cambuches de palos y tela asfáltica, que habían levantado en un lote desierto, contra la pared del hospital.
El enfrentamiento entre pobladores emergentes y fuerza pública, dejó decenas de muertos y heridos, porque de lado y lado, hubo bolillo, plomo, tranca y machete. La solidaridad de médicos y enfermeras no se hizo esperar, pero los uniformados intervinieron para que permanecieran dentro del hospital, con la advertencia de correr riesgos fatales. 
La hermana Soledad rememora conmovida la penosa tragedia -que dio origen al barrio Policarpa Salavarrieta, próximo a cumplir 60 años en 2026-, como una de las tantas sinrazones que engrosan la dolorosa historia nacional: la de los pobres que, azotados por la violencia, huyen de sus parcelas a la gran ciudad, en aras de encontrar resguardo para sus familias, y vuelven a sufrir el despojo y la crueldad. 
"Nuestra misión está enfocada al prójimo por igual, en la enfermedad y la desgracia. Pero son los débiles y menesterosos a quienes nos debemos en el auxilio prioritario, el servicio y la oración. Porque ante los ojos de Dios, todos somos iguales", menciona Soledad. 
Hospital, san juan de dios, salud, público

Hospital San Juan de Dios Foto:Héctor Fabio Zamora

Fe y esperanza 

La nostalgia aflora en un recorrido que hacemos por los alrededores del San Juan de Dios, en fase de recuperación, que evoca la sentida letra de Canción de las simples cosas, donde Mercedes Sosa cita que "uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida". La pregunta de rigor afana:
-Hermana, ¿qué siente regresar a este hospital que fue su casa laboral y espiritual cuando estaba jovencita?
"Siento tristeza de ver estos terrenos desperdiciados durante tantos años. Pero me alientan la fe y la esperanza en Dios, de que el hospital tendrá una segunda oportunidad. El problema en este país, es que todo se demora. El San Juan de Dios es un orgullo de Colombia. Sería una dicha ver revivir sus servicios y que se articulen con la tecnología moderna.
El sistema hospitalario era organizado y competente, porque fue autónomo y riguroso en su institucionalidad, y por el gran aporte científico que le hizo la Universidad Nacional, se distinguió como el más importante, no solo en Colombia sino de Latinoamérica. 
Cuánto aprendimos en el San Juan de Dios, cuánta experiencia abonamos, y cuántas historias guardamos en la memoria, como cuando recibimos las delegaciones pastorales de la visita del papa Pablo VI, en 1968. Me siento feliz de haberle dedicado la vida a Jesús y al servicio humanitario, con humildad y vocación".
-Próxima a cumplir 82 años, de dónde saca energías, hermana, para continuar su misión humanitaria, como lo viene haciendo de hace cinco años con mujeres en situación vulnerable y habitantes sin techo.
La palabra del Señor, su ejemplo y enseñanza, nos inspira y nos da fuerzas. Los sábados repartimos almuerzos para nuestros hermanos de calle, gracias al voluntariado de la Fundación Eudes y la Corporación Minuto de Dios, que hacen posible el alimento en zonas sensibles como La Favorita, San Bernardo, las Cruces y Santa Fe. De igual manera realizamos jornadas de acompañamiento espiritual y motivacional con mujeres vulnerables y con sus hijos. 
Lectora incansable, además de libros de vocación religiosa, la hermana Soledad valora la obra de Gabriel García Márquez y de José Saramago, de la filósofa alemana Edith Stein; de Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz. En la soledad de sus noches, después de la oración, escribe poesía. Y vieran la calidad de versos, por más que ella los prefiera mantener inéditos.
"También me gustan los libros referentes a la Iglesia. La Iglesia santa y pecadora", acota Soledad, presta a tomar un taxi en el cierre de la tarde, bajo la lluvia pertinaz, en la despedida del Hospital San Juan de Dios, donde dicen que asustan. 
-Gracias por todo, que el Señor lo bendiga-, declara la curtida dominica, antes de abordar el vehículo.
-Gracias a usted, querida hermana, por su amable compañía.
"Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida".
Redacción Bogotá
En X: @BogotaET.
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