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El santo oficio de pasear perros ajenos

Iván Arteaga se gana la vida como acompañante y entrenador perruno en Bogotá. 

Iván logra pasear hasta 18 perros con un arnés que él mismo diseñó.

Iván logra pasear hasta 18 perros con un arnés que él mismo diseñó. Foto: David Rondón

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Óscar Iván Arteaga Cruz nació hace treinta y un años en el barrio Fátima, sur de Bogotá, y de niño recogía cuanto perrito enfermo o abandonado se topaba en la calle para llevarlos a casa.
El pequeño sabía de los tropiezos que, por su espíritu caritativo, enfrentaba con su señora madre, doña Elmira Cruz, quien por su trabajo no podía estar pendiente de los cachorros. Pero él insistía.
-¡Ay, Iván!, ¿otro bendito perro? No, mijo, yo no puedo hacerme cargo-, le reclamaba. Cuando el chico llegaba de estudiar y no los encontraba, el berrinche y la pataleta no se hacían esperar.
Es que doña Elmira, temprana viuda y con dos críos, se quebraba la dorsal todos los días limpiando casas de familia para sostener el hogar. Qué tiempo le iba a quedar a la doña para atender pulgosos descarriados.
Para paliar los embates de la precariedad, Iván y su hermano Fabián se fueron a trabajar a la finca de la abuela, en Ubalá, Cundinamarca. En el campo se hizo más visible y próximo el cariño por los animales, rodeados de vacas, gallinas, conejos, perros y gatos.
Formado muchacho, a su regreso a la capital, terminó bachillerato, y para contribuir en la casa, se le midió a trabajar en lo que saliera. Iván trajinó como voceador de prensa, albañil, auxiliar de supermercado y de un almacén de químicos, vigilante nocturno, hasta que un día se quedó sin empleo.
Un amigo que laboraba en una veterinaria en el sector de Mandalay, le encargó que le sacara a pasear un par de perros de un cliente. Cualquier propina le pasaba por el mandado. De eso hace diez años, y gracias al favor emergente que le hizo su pana, Iván Arteaga reafirmó el amor por los canes que lo sobrecogió en su infancia.

"Los perros me dan para vivir"

Es medio día y bajo un sol abrasador de noviembre, Iván, paso firme, cruza la extensa alameda sembrada de sauces, saucos, ciruelos y pinos en Castilla, suroccidente de Bogotá, con una manga de dieciocho perros de distintos tamaños, pelambres y razas.
La marcha perruna, como para llevar al lienzo, es captada por una señora de pava y sombrilla de verano que lleva de correa un primoroso labrador, y que no se resiste a preguntarle al paseador cuánto cobra por el recorrido de una mascota, y lo que más le intriga, dice, cómo hace para lidiar con tantos perros en manada.
Los perros son los que me dan de comer. Por eso me esmero todos los días en cuidarlos y protegerlos. Es el oficio que amo y me siento orgulloso de hacerlo
Iván, comedido, responde que su tarifa es de $7.000 hora, que se puede extender a hora y media, y para despejar la curiosidad de la dama sobre la cantidad de perros conducidos en una sola tirada, enseña un poderoso arnés de reata, acero y lona, en forma de telaraña, que él diseñó: es su rienda maestra de avance y de freno que opera con sus fornidos brazos.
Así, en ese periplo, y de voz a voz, Iván ha cosechado la clientela que le depara el sustento: "Los perros son los que me dan de comer -manifiesta-. Por eso me esmero todos los días en cuidarlos y protegerlos. Es el oficio que amo y me siento orgulloso de hacerlo".
Iván, en todos estos años, se ha dedicado a recaudar el conocimiento posible sobre entrenamiento de perros, acudiendo a tutoriales de YouTube, al experto canino mexicano César Millán, a los canales especializados, a los libros que adquiere, y a los veterinarios amigos a quienes consulta con frecuencia.
Está enterado de las razas, de la alimentación adecuada, pondera la dieta BARF (carnes crudas de res, pollo y pescado, huevos, verduras, frutas y legumbres) como óptimo y saludable nutriente, y desaconseja el concentrado, argumenta, "por muy fino, extranjero o caro que sea, ya que el exceso de sal y perseverantes con el tiempo perjudica el tracto digestivo de los animales".
"No hay alimento de fábrica que sustituya lo natural, tanto en lo cárnico como en frutas y vegetales. El resultado de esta crianza se ve reflejado en el bello pelaje de los perros, en el funcionamiento ideal de su organismo, en su dentadura y hasta en el aliento", agrega Iván, que hace una parada bajo la sombra de un frondoso cerezo para que su cuadra de amigos descanse y abreve agua de un recipiente plástico que dispone la vigilancia. Y, de paso, para recogerles la caca en bolsas desechables.

Los nuevos "hijos" peludos

El santo oficio del paseador de perros no es para todo el mundo. Hay que contar con la vocación, la paciencia y la experiencia de un Iván Arteaga Cruz, cuya jornada comprende de lunes a sábado (a veces festivos), de diez de la mañana, depende de los encargos, hasta la una, dos o tres de la tarde.
Los dueños de los perros que confían a Iván su cuidado, son por lo general personas trabajadoras, adultos mayores, discapacitados, pensionados, amas de casa, jóvenes solteros o con pareja que tienen claro no traer hijos a un mundo caótico, cada día más temerario y con menos opciones de calidad de vida. Prefieren, como compañía, los fieles y cariñosos "hijos" peludos.
"Ellos nos enseñan el valioso precio del amor y la fidelidad, sin diferenciar entre riqueza y pobreza; en las buenas y en las malas, ahí siempre estarán, con el apego y la lealtad que muchas veces carecemos los humanos", expresa Arteaga, que asido al arnés telaraña reanuda la marcha con sus protegidos.
Sacha, Toby, Bruno, Lucas, Rocky, Jack, Max, Kira, Luna, Jessi, Cuco, Chila, Tuki, Nina y Tabaco, entre otros de la manada, siguen los pasos del cuidador que atraviesa calles, avenidas, puentes peatonales, parques y potreros del suroccidente de Bogotá, en un trayecto promedio de 10 kilómetros diarios.
Dice que entre sus razas preferidas están las de perros grandes como el fila brasileño, el gran danés, el bernés de la montaña, el pastor ovejero, el pastor alemán, el doberman, el dálmata, el Martín napolitano, el border collie, el akita, el rot-weiller, el husky siberiano, el labrador retriever.
De las mencionadas, y de otras razas del fascinante universo perruno, Iván es ducho en fenotipos, rango genético, cruces, temperamento, códigos de linaje básicos para su entrenamiento físico y de sociabilidad.
Si algo le irrita en la vida, desde su condición de entrenador y activista, es cualquier forma de maltrato animal. Reprocha las corridas de toros, las riñas de gallos, el tráfico y cautiverio de especies, las peleas clandestinas de perros que, aunque han mermado, puntualiza, "es uno de los espectáculos más salvajes y sangrientos que ha promovido la desquiciada mente humana".
"Inducir a un perro a la violencia entre sus congéneres, es un proceder infame y condenable. El perro se educa para compartir en sociedad, para el disfrute, el cariño y el cuidado que les ofrecen sus amos. No para enfrentarlo a muerte por el morbo criminal de ambición y dinero. Es que hasta pólvora les echan en la carne dizque para que se vuelvan rabiosos", resalta.
Con su trabajo de paseador y entrenador de perros, Iván Arteaga se pone como independiente un salario promedio de $1.500.000 mensuales, que distribuye en colaborar en la casa, pagar su seguridad social, y darse gustos como el de tener una bicicleta americana de alta gama para su infalible práctica, en las tardes, en las pistas y espacios BMX.
Entrena en el parque Gilma Jiménez, de Bosa, en el de Venecia, en el Tunal. Es su gran afición. Al final de la jornada, regresa a la casa del barrio Escocia, de Bosa, que con muchos esfuerzos levantó doña Elmira, su señora madre, ahora de 60 años, que todas las noches espera amorosa a sus hijos con una cena servida y bendecida en la mesa.
Noche, y parte de la madrugada, Iván se dedica a ver sus programas favoritos de Discovery Chanel y de Animal Planet, a leer sus libros de perros, y a jugar y consentir a Milo, su gato criollo, y a Maila, una Jack Russell, su perrita adorada, con los que concilia un sueño feliz, porque hace años que doña Elmira dejó de recriminarle los perros en casa.
-Bueno, ¿y usted a quién le echa los perros?-, le formulo con sorna a Arteaga.
-(Risas) ¡Huy!, ahí sí me la puso de pa’rriba con esa pregunta. Por ahora estoy quieto. Pero si de darse una compañera de vida, me encantaría una mujer sencilla, trabajadora, de buenos sentimientos, que compagine con el amor que yo tengo por los animales, en especial por los perros.
Iván se despide, porque el reloj marca las dos de la tarde, y se dispone a repartir en domicilios sus encomiendas lanudas. Atraviesa con su manada la alameda de Rincón de Los Ángeles, donde el sábado 30 de noviembre de 2013 fue vilmente asesinada Luisa Fernanda Ovalle, la bella modelo y porrista de Millonarios. Unas últimas fotos antes de que se vaya, y como en el título de la novela del cubano Leonardo Padura, así registramos al hombre que amaba los perros.
RICARDO RONDÓN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO 

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