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Diana Cañón sostiene a su cuarta hija. Fue por primera vez madre cuando tenía 15 años.

Foto:Sergio Acero / EL TIEMPO

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Noticia

La dura historia de una madre de 29 años y sus cuatro hijos

Diana Paola Cañón fue madre por primera vez a los 15 años. Ahora tiene a una bebé en brazos.

Redacción EL TIEMPO
Cuando era una niña, Diana Paola Cañón García soñaba ser azafata para conocer el mundo. También quería ser bailarina. Pero el entorno en el que creció y las dificultades económicas le impidieron cumplir esos deseos. El 30 de diciembre del 2023 cumplirá 30 años y ahora lo único que le preocupa es conseguir el sustento para sus cuatro hijos: el mayor de 15 y la menor, de mes y medio.

(Ingrese al especial: Hambre, un fantasma que acecha al sur de Bogotá)
Diana Paola fue madre a los 15 años. Quedó embarazada a los 14 de un hombre mayor que ella —tendría unos 24 años, calcula— que nunca le ha respondido por su hijo, Esteban, que ya llegó a los 15 y es, según ella, un joven muy estudioso y con un gran talento para el fútbol. Cursaba el grado octavo de bachillerato en un colegio distrital del barrio 20 de julio, en el sur de Bogotá, cuando el hombre, de un barrio vecino, empezó a abordarla. “Era una joven rebelde. Me dejaba influenciar mucho por los demás”, recuerda Paola al evocar esa época en la que tuvo que dejar el estudio para dedicarse a la crianza de su hijo.
En ese entonces, recuerda, vivía con su madre, Margarita, que le ayudaba con el cuidado de Esteban. Una mujer valiente que ha sido su inspiración. De su papá no sabe nada. Y ya no le interesa saber de él, aunque durante su infancia y adolescencia sí se preguntaba quién sería aquel hombre, cómo habría sido su vida con un padre al lado y por qué nunca respondió por ella.
Margarita, recuerda Paola, trabajaba de interna en una fundación social en Tena (Cundinamarca), donde las dejaban vivir a las dos. Tenía 12 años cuando regresaron a Bogotá a vivir al barrio Las Lomas, en el sur de la capital, en la localidad Rafael Uribe Uribe. Margarita había logrado comprar un pequeño apartamento, que ha venido pagando con mucho esfuerzo, trabajando en casas de familia.

El primer hijo

Y en aquella casa vivían Margarita, Diana Paola y el pequeño Esteban, que tenía seis meses de nacido. Y la joven madre empezó a trabajar como mesera en restaurantes, en lo que fuera, para sostener a su hijo. Pasaron los años y conoció a otro hombre con el que sostuvo una relación tranquila y con quien conformó un hogar. Hasta que nació María Alejandra, que ya tiene 12 años.

Varias noches tuve que decirles a mis hijos: durmamos, para que no sintamos hambre

Diana Cañón

Vivieron un año juntos hasta que se dio cuenta de que era una persona agresiva que la maltrataba física y emocionalmente. “Le confié todos mis traumas. Pensaba que iba a ser diferente, porque siempre me había apoyado. Era mi todo. Pero empezó a golpearme. Lo dejé y me pidió una nueva oportunidad. Volvimos y todo se puso peor”, cuenta Diana Paola. Tras la última golpiza, se fue para donde una amiga que vivía en el barrio Tunjuelito, y al otro día le puso un denuncio ante la Fiscalía. “Intentó quitarme la niña, pero no pudo. Y mientras me estaba separando, descubrí que estaba embarazada”, sigue. Así que mientras María Alejandra aprendía a caminar, nació su tercer hijo. Se llama Tian Santiago y tiene 11 años. En esa época logró un cupo en el Sena para estudiar un técnico en asistencia istrativa, pero tuvo que retirarse debido a que el trabajo, más el embarazo, no le dejaban tiempo para estudiar.
Diana Cañón

Diana Cañón

Foto:Sergio Acero. EL TIEMPO

Con mucha dificultad logró validar el bachillerato, mientras se ganaba la vida trabajando como vendedora en locales comerciales, en un call center, en una pescadería del norte de Bogotá. Haciendo lo que fuera. “Trabajaba en un bar hasta las 3 de la mañana y a las 5:00 estaba vendiendo empanadas afuera de una universidad”. Hasta que consiguió trabajo en una cadena de supermercados, que fue una bendición para ella y sus tres hijos, justamente el día en el que se graduó de bachiller. Vivía con sus tres hijos en una casa del barrio Inglés y aunque el sueldo apenas le alcanzaba para los gastos, estaba tranquila. Pero pasados cinco años se vio obligada a renunciar y a sacar las cesantías, con las que planeaba pagar la cuota inicial de una vivienda, debido a que su madre debía más de cuatro millones de pesos de istración en el conjunto donde vivía, y ella tenía la deuda de un teléfono celular. Saldados esos compromisos, volvió a vivir con su madre y con sus tres hijos. Los pocos muebles y enseres que tenía se quedaron en poder de la dueña de la casa, que le advirtió que solo se los devolvería cuando le pague el arriendo que le quedó debiendo: 2 millones de pesos.

Un cuarto embarazo

Y mientras seguía ganándose la vida en trabajos varios conoció a otro hombre, que le propuso que conformaran un hogar. Pero ella no quiso. “Nunca les he querido imponer un padrastro a mis hijos”, sigue Diana Paola. Y la relación siguió, hasta que descubrió que estaba esperando un nuevo bebé. Vaya sorpresa para ella, pues tras el tercer parto se mandó a operar para evitar un nuevo embarazo.
Resignada pero angustiada, siguió con su vida. Y mientras la criatura crecía en su vientre, ella compró varios termos para vender tintos en una esquina de su barrio, que arrastraba en un carro de supermercado. Pero tuvo que abandonar ese emprendimiento porque los otros vendedores ambulantes le hicieron la vida imposible.
Diana Cañón sostiene a su hija menor en su casa, en el sur de Bogotá.

Diana Cañón sostiene a su hija menor en su casa, en el sur de Bogotá.

Foto:Sergio Acero. EL TIEMPO

La bebé, que nació hace mes y medio, se llama Neith Alisha. Así que ya son cinco bocas para alimentar. Margarita, su madre, tiene un contrato para vender dos almuerzos diarios en el conjunto donde viven, cada uno a diez mil pesos. Y con ese dinero comen todos.
El embarazo reciente ha sido el más duro de todos en cuanto a la alimentación. “Varias noches tuve que decirles a mis hijos: durmamos, para que no sintamos hambre. Siempre hemos pasado necesidades, pero la comida no nos había faltado”, cuenta Diana Paola al recordar que cuando los alimentos escaseaban, se iba para donde una tía, le ayudaba con los oficios de la casa y ella les daba comida. Pero esa tía se murió.
Eso sí, agradece, sus tres hijos mayores gozan de una buena salud, pues desde pequeños estuvieron en guarderías de la Secretaría de Integración Social, donde les daban desayuno, medias nueves, almuerzo y onces. Y en los colegios distritales donde estudian también reciben alimentación.
Durante el último embarazo, el médico identificó que la niña venía baja de peso y le recetó un suplemento que nunca pudo comprar porque cada tarro cuesta 50.000 pesos. La niña nació pesando 2.950 gramos (un poco más de seis libras): un peso considerado medianamente bajo teniendo en cuenta que “un peso alto al nacer significa que el bebé pesa más de 8 libras y 13 onzas”, según cita la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. Pero poco a poco se ha venido recuperando y hoy luce sana, rozagante, aunque debe darle unas gotas para el reflujo que le costaron 80.000 pesos. Una buena vecina, Rubiela Sabogal, le prestó esa plata y le regaló el corral y ropa de su nieta, que tiene más de un año.
Hace unos días, Diana Paola y su mamá recibieron una buena noticia. A Margarita le autorizaron el bono de adulto mayor de la Secretaría de Integración social, por 120.000 pesos. Tiene 72 años. Se lo entregarán cada dos meses. Y a ella, en la misma entidad, le dieron un bono para un mercado de 150.000 pesos. Un alivio mientras la aceptan en el programa de madres gestantes, pues ya se inscribió para recibir algunos beneficios. Consiguió prestado para pagar un taxi, para no cargar las bolsas, y al llegar a la casa se dio cuenta de que se le había quedado el celular.
“Estoy segura de que Dios no me va a dejar sola y que saldremos de esta mala racha. Ojalá consiga un empleo que me permita trabajar en casa, porque la bebé está muy pequeña. Y mi mamá ya no tiene salud para criar niños. Ella ya merece descansar”, sigue.
Y lamenta que, en varias ocasiones, le han dicho que solo vino a este mundo a parir. “A muchas personas les falta empatía. Por mis hijos estoy acá, de pie, en la lucha. Han sido mi salvación. Y sí, son muchos, pero los amo y son mi fuerza para salir adelante”.
Diana Paola ya no sueña ser azafata. Ni bailarina. Solo espera que su pequeña hija cumpla seis meses para conseguir un buen empleo y volver a estudiar en el Sena —siempre ha querido estudiar un técnico en gestión de pensiones y cesantías— para poder darles una buena calidad de vida a sus hijos.
REDACCIÓN EL TIEMPO

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