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Noticia
El día que Tiffany Hernández obtuvo su diplomado en La Modelo
En medio de denuncias por restricciones excesivas, ella y cinco personas más se graduaron en emprendimiento en Moda y Belleza, una lucha por resocializarse.
Es un día extraordinario en el calendario de las vidas de seis personas recluidas en la cárcel La Modelo de Bogotá. A pesar de haberse puesto sus mejores trajes — descosidos vestidos de lentejuelas o jeans ya desvanecidos por el uso y por el tiempo —, no protestan cuando se les entrega el atuendo que en esta ocasión deben lucir. Entre risas tímidas, sacan las togas de la bolsa y las miden sobre sus cuerpos antes de entrar en ellas. Algunas, por falta de experiencia, se las ponen al revés.
Una reclusa, Tiffany Hernández, una mujer trans venezolana que llegó a Colombia huyendo de la pobreza en Valencia, acomoda su birrete mientras le dice a otra: “Suéltate el pelo”. Las risas, breves y liberadoras, rompen el silencio. Por un día, serán estudiantes recién graduadas, no hombres gays ni mujeres trans recluidas en prisión. Para algunas de ellas, esta es la primera vez que llevan toga y birrete. La ocasión responde a su diplomado en emprendimiento en Moda y Belleza desarrollado por la Fundación Acción Interna, que lidera Johana Bahamón.
No hay música inspiradora que marque el acontecimiento ni vaticine un futuro promisorio, pues es difícil imaginarse un futuro entre barrotes; solo hay un silencio tenso, interrumpido por el murmullo de quienes ajustan sus maquillajes.
Foto:Julián Ríos Monroy. EL TIEMPO
En Colombia, según el más reciente reporte del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), hay 169.034 personas privadas de la libertad. De esta población, el 61,7 por ciento se encuentra en condiciones intramurales, de las cuales solo un 3,4 por ciento ha accedido a educación superior. En una sociedad donde la reintegración parece un horizonte lejano, la formación profesional en las cárceles se ha convertido en una herramienta crucial para romper ciclos de exclusión. A pesar de los retos, varias instituciones se han articulado para fortalecer la oferta educativa en los centros penitenciarios.
Es un día extraordinario en el calendario de las vidas de seis personas recluidas en la cárcel La Modelo de Bogotá. A pesar de haberse puesto sus mejores trajes — descosidos vestidos de lentejuelas o jeans ya desvanecidos por el uso y por el tiempo —, no protestan cuando se les entrega el atuendo que en esta ocasión deben lucir. Entre risas tímidas, sacan las togas de la bolsa y las miden sobre sus cuerpos antes de entrar en ellas. Algunas, por falta de experiencia, se las ponen al revés.
“Ofrecer programas certificados de calidad no solo les brinda conocimientos y oportunidades, sino que también fortalece su camino hacia una exitosa reinserción en la sociedad una vez recuperen su libertad”, dice Bahamón.
Sin embargo, para la población LGBTIQ+, esta realidad es todavía más compleja. Dentro de la población privada de la libertad, quienes pertenecen a esta comunidad enfrentan desafíos específicos: en 2024, el Inpec reportó 37 transexuales, 176 transgénero, y 302 hombres identificados como gays recluidos. Un reciente informe de la Procuraduría reveló que las personas trans enfrentan múltiples barreras, desde la falta de a terapias de reemplazo hormonal hasta la negación de sus nombres identitarios.
Esto se combina con dificultades en denuncias de violencias dentro del sistema penitenciario. Ante este panorama, cualquier logro educativo es, además de una hazaña personal, un acto político. El diplomado desarrollado por la Fundación Acción Interna en alianza con PRIME Business School, de la Universidad Sergio Arboleda, fue un ejemplo de esto.
La educación en las cárceles colombianas enfrenta enormes brechas. El Sena, aliado tradicional del sistema penitenciario, atiende anualmente a 30.000 personas privadas de la libertad.
Resocialización
En este contexto, los cursos en oficios como confección, gastronomía o belleza son, según la entidad, una oportunidad tangible para la resocialización.
“Las deficiencias estructurales convierten la educación no en un derecho garantizado, sino en un privilegio ocasional”, dice a EL TIEMPO Nicolás Martínez, director de comunicaciones y de grupos con enfoque diferencial de Acción Interna.
Respecto a las denuncias sobre las restricciones impuestas, la ministra de Justicia, Ángela María Buitrago, dijo a este diario que el ministerio ha insistido en que se cumplan las normas: “Lo que está prohibido está prohibido y tiene que ser impedido por la guardia del Inpec. “Estamos haciendo el trabajo de controlar un fenómeno de corrupción que está enquistado en el sistema”.
Jesús, de 37 años, acaricia el birrete que le tocó en suerte y lanza una sonrisa tímida. En su discurso no hay triunfalismo, solo un pragmatismo aprendido a la fuerza. “Esto es más que un diploma”, comenta. Para estas fechas estaría en Barranquilla, preparándose para el carnaval. “Desde niño, hacía dibujos y manualidades. Nunca pensé que terminaría aquí, pero el arte ha sido la manera de no perderme a mí mismo”, explica. Sin embargo, su voz se quiebra al recordar la distancia emocional de su familia, a quienes no les ha revelado su orientación sexual.
“Ellos saben que estoy preso, pero no de mi orientación. No quiero cámaras, no quiero entrevistas. Aquí, el arte me da lo que allá fuera no tenía: libertad de ser yo”, comenta.
A su lado, Tiffany se mira al espejo. Es la primera vez que usa toga y birrete. “De niña no soñaba con esto porque no me dejaban soñar. Tuve que sobrevivir”, cuenta mientras relata su paso por la prostitución en Cúcuta y los salones de belleza donde perfeccionó el oficio que ahora proyecta como futuro. “Cuando salga, mis amigas ya me tienen un puesto en un salón. Esto no es un fin, sino un comienzo”, afirma.
La narrativa colectiva de estas personas encuentra raíces comunes: una infancia truncada, el estigma social y la necesidad de aferrarse a proyectos que den sentido a lo cotidiano.
“Creemos firmemente que la educación es una herramienta poderosa de transformación”, cuenta Bahamón. En 2023, su fundación impactó a más de 7.190 personas privadas de la libertad y pospenados mediante programas de formación y acompañamiento. Este diplomado buscó superar las barreras logísticas y culturales. No fue sencillo. Hubo quejas recurrentes por restricciones dentro del centro penitenciario. “Muchas organizaciones no vuelven porque siempre hay un problema con ellos”, lamentó uno de los graduandos, refiriéndose al supuesto trato burocrático hacia los programas educativos.
Pese a ello, la alianza con PRIME Business School y los esfuerzos de profesoras como Lina León y Laura Medina lograron lo impensable: moldear un espacio de aprendizaje digno en un entorno hostil. “En medio de todas las dificultades, sus ganas y entrega merecen ser rescatadas”, destacó León al cierre del curso.
El clímax de la ceremonia llegó con la presentación cultural. Dayana Uriana, una mujer trans indígena, decidió honrar su identidad wayuu bailando la tradicional yonna, sobre la base melódica que evocaba una “libertad sublime” y un “júbilo inmortal”, pues en la desgastada USB que les prestaron solo se permite el registro del Himno Nacional.
“Esta es la cárcel. Es improvisar todo”, sostuvo Martínez. Y agregó: “Creemos que estas iniciativas son necesarias en un contexto donde la violencia contra su orientación sexual e identidad de género ocurre casi a diario”.
Ese detalle no deslució el simbolismo del momento. Con movimientos precisos y pasos ceremoniales, Dayana reclamó un espacio para la diversidad en el corazón de la institución.
“Ustedes tienen la capacidad de inventar el mundo de una manera diferente”, les recordó durante su discurso Camila Restrepo, una de las profesoras invitadas.
La esperanza
Para los seis graduados, este día representa mucho más que un acto protocolario. Es un atisbo de esperanza, según lo manifestaron las docentes del curso.
“Quiero que con esta experiencia recuerden que hay maneras dignas de ganarse la vida. Ustedes son más que esto”, aseguró la profesora Medina al dirigirse al grupo.
Jesús planea formar una academia inclusiva. Tiffany quiere cruzar nuevamente la frontera y aplicar sus aprendizajes. Patricia, Jessica y Daniel se ven, por primera vez en años, reflejados en un futuro que construyen con sus propias manos. De los crímenes que cometieron evitan hablar a toda costa. Puede que los hayan reconocido antes, pero eso no significa reconocerse en ellos. No ahora que le han apostado a estudiar para cambiar su realidad una vez que sean libres.
Cuando los birretes se lanzan al aire al final de la ceremonia, hay aplausos y llanto. Una emoción contenida de quienes parecen haber encontrado una forma de iluminar un poco la oscuridad.
Afuera, las paredes del ala educativa de La Modelo, austeras y mudas, parecen recordar a quienes allí estuvieron que la libertad, aunque física, primero comienza en el acto de imaginar que es posible.