Mateo* creció con su madre, su padrastro, sus abuelos y dos medio hermanos en Montería (Córdoba). “Con mi padre biológico construimos una amistad a los 16 años, así que durante mi infancia no estuvo presente”, contó.
Dice que la relación familiar fue conflictiva. Pensaba que lo de sus papás era un error y que aunque vivieran en una misma casa no había amor. “Mi mamá era agresiva, invalidante, pero a su vez, ha sido la persona que más me ha apoyado en el mundo”.
Su primaria y su bachillerato los cursó sin mayores conflictos, pero cuando llegó la hora de hacerse profesional tuvo que viajar a Bogotá. Solo tenía 16 años cuando comenzó a estudiar Derecho en la Universidad del Rosario. “De mi grupo de amigos de toda la vida solo uno estuvo en la capital, pero no aguantó el ritmo de la ciudad y se devolvió”.
Por esos días del año 2008 solía disfrutar de la soledad, pero ya se incubaba un problema más, por una relación a distancia que en estos tiempos le llamarían ‘tóxica’ y por su dificultad para hacer amigos. “Mi novia era muy celosa, insegura, terminábamos cada rato y eso, de alguna manera, influyó en mi incapacidad para hacer amigos”.
Entonces la soledad se volvió paisaje durante esos seis años de estudio y mientras eso pasaba, esta, de forma silenciosa, causaba estragos en su autoestima. “Si durante ese tiempo salí diez veces, fue mucho. Mi vida trascurría de la casa a la universidad y de la universidad a la casa”.
Al final de su carrera los problemas emergieron. No disfrutaba de sus estudios, no tenía amigos, quiso relacionarse con otras mujeres, pero era un deseo que no trascendía de su pensamiento. “Si no fuera por unas clases de derechos humanos no me hubiera graduado”. Para ese momento una tristeza inexplicable se apoderó de sus días. “En 2011 tuve mi primera ideación suicida y una semana después mi primer intento”.
Ingirió varias medicinas pero no le pasó nada. De eso nadie se enteró. Los fines de semana solía encerrarse en su habitación, dormir, comer lo que hubiera y ver películas románticas como si eso llenara un vacío. La meta era que se acabaran los días de descanso para seguir con la rutina.
En un mes me podía gastar hasta un millón de pesos en mi salud mental. Esa no es una posibilidad de muchos. Son pocos los especialistas que se atreven a tratar mi trastorno o que lo conocen
Luego de graduarse tuvo que devolverse a Sincelejo. “Mi abuelo me consiguió un trabajo en una universidad. Era un cargo pequeño, supuestamente temporal”.
Pero Mateo detestaba ese trabajo. Se obsesionó por hacer algo que sí le gustara profesionalmente. Fueron cuatro años de pesadilla. “Mis relaciones laborales eran pésimas, tenía roces innecesarios, mi ego estaba por las nubes, era soberbio. Nunca fui grosero, pero sí que tenía talento para provocar a las personas y hacerlas explotar”.
Entonces su única salida era irse del país. “Logré que mi universidad me ayudara con mis estudios en Italia con la promesa de volver. Me fui en 2017”. Pero antes un comentario de la rectora de la universidad en Sincelejo desató en él una crisis. “En una reunión en donde aceptaban ayudarme dijo algo como: vamos a perder esa plata”.
Un comentario odioso que muchas personas tolerarían, pero que Mateo sintió como un yunque sobre su pecho. Esa noche se alcoholizó en una tienda de barrio y al día siguiente tuvo un nuevo intento de suicidio. “Me tomé un mundo de pastillas, me dio taquicardia, sensación de sed, me hospitalizaron, pero no pasó nada más”. Mateo no quiso recibir ayuda, dijo que él ya se iba del país y que todo pasaría.
En Italia tuvo un buen comienzo. Estudió Cooperación Internacional y Desarrollo Económico, pero había algo que no era tan normal. Sus relaciones de amistad, que sí logró allá, eran intensas, turbulentas. “Por ejemplo, mi mejor amigo era inglés, y nos íbamos todos los días a tomar en un pub. Empecé a disfrutar de cosas que no había vivido pero hasta el límite. Éramos tan asiduos que ya nos hacían descuentos especiales”. Y otra vez comenzó a tener choques culturales y a entrar en discordia con algunas personas.
Volvió a la universidad en Sincelejo con un sinsabor insoportable. “Yo me había prometido no volver a ese lugar, y ahí estaba, derrotado, regresando. Fue tan frustrante que en agosto renuncié, todo me parecía mediocre, nada me gustaba”. De esa rutina solo lo sacaban su novia y sus amigos, pero para él nada era suficiente, todo era un tormento. Así fue como en julio de 2018 entró en crisis. Mateo se apartaba de un momento a otro de un lugar y se iba a llorar solo. Por primera vez buscó ayuda. “Fui a donde un psiquiatra en Montería. Fue un fiasco. Las medicinas me cayeron muy mal. Vivía drogado, con sueño y hambre”.
Luego, otra psiquiatra lo vio en Barranquilla, pero el sentimiento de abandono no cedía. “Sentía que todos se iban a ir, sobre todo esas personas a las que más quería. Por tercera vez, me hice daño, me lastimé con una cuchilla”.
Pasé por varias etapas. Me comprometí a hacer cosas, mucho ejercicio, a comer bien, a relajarme, a respirar
Hizo cosas tan extrañas como pedirle a su hermana que anunciara en las redes sociales que había muerto. “Sentía que era una buena forma de castigar a mis amigos por abandonarme. Por supuesto, todo salió mal y yo terminé peor”.
En agosto de 2018 fue internado 15 días en cuidados intensivos en una clínica psiquiátrica de Bogotá.
Cuando logró estabilizarse, el psiquiatra de Mateo quiso entrar en o con una psicóloga que podía ayudarlo. “Ella me analizó y en dos días me diagnosticó trastorno límite de la personalidad (TLP), ahora llamado de regulación emocional”. Por primera vez este joven vio la luz. “¡Al fin!, ¡Dios mío!, pensé. Me explicaron que era un trastorno más común de lo que uno se imagina. Para ser diagnosticado uno debe cumplir con cinco de nueve características. También supe que en mi infancia hubo necesidades emocionales no cubiertas”.
Por eso la sensación de abandono, la necesidad de Mateo de esperar mucho de los demás, de ser, inconscientemente, un manipulador.
Paralelo a la terapia dialítico conductual, Mateo se sometió a un tratamiento psiquiátrico. “Pasé por varias etapas. Me comprometí a hacer cosas, mucho ejercicio, a comer bien, a relajarme, a respirar”. Luego, superó una fase para aprender a tolerar el malestar porque los TLP no lo logran. “Para nosotros una frustración es el fin. Hoy me relaciono mejor con las personas”.
Hoy, este abogado ha cumplido con la mayor parte de las fases de su tratamiento y hasta se va a convertir en referente porque es un caso de éxito. “Logré el trabajo que siempre soñé, viajo por el país, trabajo con comunidades. Mi vida cambió. Ahora mi ego no es mi mecanismo de defensa”.
Sabe que salió del hoyo porque pudo costear su tratamiento. “En un mes me podía gastar hasta un millón de pesos en mi salud mental. Esa no es una posibilidad de muchos. Son pocos los especialistas que se atreven a tratar mi trastorno o que lo conocen”.
Lograr un diagnóstico acertado es el primer paso para volver a la vida. Hoy, con 28 años, cuando pasa por su mejor momento, quiere ayudar a otros. “Quise hablar para que la sociedad deje de tratar con tanta ligereza el tema de los trastornos mentales, dejen de anular a las personas, dejen de decir que somos tóxicos. Ninguno de esos términos gaseosos nos define. Las emociones no son malas, son tan naturales como respirar, el error está en cómo reaccionamos a ellas”.
Mateo se para de la silla y se va caminando lentamente sobre la carrera Séptima. Ahora parece disfrutar más del atardecer bogotano.
Logré el trabajo que siempre soñé, viajo por el país, trabajo con comunidades. Mi vida cambió. Ahora mi ego no es mi mecanismo de defensa
‘Del 1 al 2 % de la población mundial está diagnosticada con TLP': Alexandra Ávila, psicóloga
¿Qué es el trastorno del límite de la personalidad?
Es un trastorno en donde hay un patrón de comportamientos que generan un funcionamiento problemático y poco efectivo de diferentes áreas de la vida: afectiva de pareja, de familia, salud, profesional, académica, laboral, etc. Están acompañados de una dificultad para regular y tolerar el malestar emocional, el relacionamiento interpersonal y la forma de percibir el mundo. Empieza en la infancia, se consolida en la adolescencia y muchas veces se manifiesta en la adultez. Hay rasgos que son difíciles de cambiar. En los 70 relacionaron esto con la esquizofrenia, en los 80 se habló de dificultad de regular emociones e impulsos y en los 90 se habló de un desorden en la regulación de emociones.
¿Cuáles son sus características?
Inestabilidad emocional, conductual, cognitiva. Hay un pensamiento muy dicotómico. A nivel interpersonal tienen relaciones muy intensas e inestables; no pueden responderse qué quiero, qué me gusta, quién soy. Tienen conductas que atentan contra su integridad y en otros casos, cuando es más severo, puede haber ideación o conductas suicidas. Hay un esfuerzo grande para evitar el abandono real o imaginario y una impulsividad en gastos, uso de tarjetas de crédito, promiscuidad y consumo de droga o adicciones. Incluso, conducción temeraria. Hay una sensación crónica de vacío. Son personas altamente sensibles y señaladas, por ejemplo, por hacer drama.
¿Cuál es el tratamiento?
La terapia dialéctica comportamental. La hacen personas muy entrenadas. Se hace individual y con talleres de habilidades durante un año. Se trabaja el contexto del paciente. Su lema es aprender a vivir con un propósito.
* Esta historia fue publicada originalmente el 21 de febrero de 2020.
CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá