Una vieja casa repleta de historia aún permanece viva en la calle 12B, entre carreras tercera y segunda, a tan solo unos pasos del conocido
Chorro de Quevedo, exactamente en el barrio El Príncipe. Su último dueño, dicen, fue el señor Tito Pedraza Romero, por allá en el año 1987.
Pero, últimamente, sus pisos y paredes empezaron a hablar. Según Sandra Patricia Mendoza, antropóloga y coordinadora del grupo de arqueología de la subdirección de Protección e Intervención del Patrimonio del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, este predio hace parte del pueblo antiguo.
“Aquí hubo comunidades indígenas en el momento en que hubo o con los españoles. En estas casas hay material arqueológico de diferentes épocas”.
Hoy, este lugar es propiedad del
Distrito y en el proceso para desenmarañar sus secretos se encontraron vestigios de una casa colonial en donde, en otra época, se quiso instalar un estilo
art déco más moderno. “Esto rompió la asimetría del área, pero también es una casa que marca la historia de un proceso de transformación de la ciudad”.
En
Colombia, desde hace unos 20 años, además de valorarse la arqueología que considera todo lo prehispánico, es decir, todo lo que existió antes de la conquista, también se preocupa por la arqueología histórica. “Esta se aplica muchísimo en los contextos urbanos, y tiene que ver básicamente con contar procesos de cambio”, contó la experta.
En esta se valoran documentos históricos, artículos de prensa, objetos, entre otros, pero, sobre todo, se busca entender las modificaciones que ha sufrido la ciudad. “Acá, por ejemplo, no fue que llegaron los españoles y se acabaron los indígenas, lo que ocurrió fue una primera globalización en donde ellos compartieron muchos conocimientos, formas de manejar el suelo, de construcción, tecnologías, todo eso hay que rastrearlo”, dijo Mendoza.
Aunque algunas leyes ya contemplaban que las construcciones de más de una hectárea debían tener programas de arqueología, otras fundaciones, como Erigaie, plantearon proyectos de ciudad en los sectores fundacionales para recopilar datos que dieran cuenta de las transformaciones de la ciudad.
“En ese proceso les solicitan a muchas casas de La Candelaria que permitieran hacer excavaciones en sus patios traseros”, explicó Mendoza.
En ese momento, el Instituto de Patrimonio permitió que lo que es su casa sede, que hoy se denomina Genoveva, fuera intervenida en la zona del Palomar del Príncipe, donde está el centro de documentación Casa de Tito, en donde se han encontrado objetos interesantes. La idea era empezar a reconstruir lo que fue
Bogotá y sus habitantes en los siglos XVI, XVII, XVIII, llegando hasta el siglo XX.
Cuando a uno le decían ‘¡aguas, aguas!’, era porque iban a botar los orines
Los hallazgos no se han hecho esperar. Se aprecia cómo se manejaban los lotes, los archivos, testamentos, documentos catastrales. Cómo los mismísimos españoles dividían las cuadriculas de la ciudad y hasta cómo se desechaba la basura.
La zona estaba plagada de fuentes de agua y para ellos tenía que existir ‘el aguatero’, un trabajador encargado de recoger las aguas y llevarlas a las casas. “Al lado del Camarín del Carmen, cuando a uno le decían ‘¡aguas, aguas!’, era porque iban a botar los orines. De ahí viene el término; por eso la gente sale corriendo cuando dicen: ‘¡aguas, aguas!’, porque iban a botar las bacinillas por las ventanas o las puertas”, explicó Mendoza. Toda esa información se entiende gracias a análisis arqueológicos.
En 2011 se hizo un plan de manejo arqueológico con la
Universidad de los Andes y eso permitió que más casas fueran intervenidas, incluida la Casa de Tito, en donde hoy varios arqueólogos rescatan sus tesoros pero también la Basílica del Voto Nacional, la Plazoleta de la Concordia entre otras.
¿Por qué lo solares? Porque allí solían desecharse muchos objetos que hoy terminan develando las costumbres de aquellas épocas.
En la Casa de Tito trabaja un nutrido grupo de arqueólogos entre los que están Felipe Gaitán y dos arqueólogas, Tania León y Daniela Trujillo, así como varios operadores de obra. Ellos detallan vestigios, analizan ladrillos, tipos de suelo y estructuras.
Los hallazgos son interesantes. Por ejemplo, una vieja pizarra donde los niños hacían sus tareas y aprendían a escribir. “Ese, por ejemplo, es un objeto que cuenta la historia de la educación”.
También encontraron un juego de tazas de té, parte de los juegos cotidianos de las niñas, cerámicas con diseños indígenas y mayólicas procedentes de otros países. “En Bogotá fueron muy importantes las fábricas de loza”, dijo Mendoza, quien agregó que se encontró un plato con la marca de la fábrica. “
Bogotá fue muy industrial”.
Toda esa historia tú la puedes reconstruir al encontrar un ladrillo que te dice de qué fábrica era
Todo eso explica transiciones, explica cómo Bogotá terminó por convertirse en una metrópoli. “Toda esa historia tú la puedes reconstruir al encontrar un ladrillo que te dice de qué fábrica era. Empiezas a mirar de dónde provenían las cosas y eso te ayuda a entender procesos”. Incluso han aparecido cepillos de dientes de madera, peinetas de hueso, y detrás de cada uno, una historia diferente.
En este trabajo también es muy importante el proceso de excavación, ahí se han hallado pisos variados y hasta sistemas de acueducto o diferentes tipos de cañuelas por donde se vertía el agua. Luego habrá una clasificación exhaustiva para saber de qué época es cada descubrimiento.
Este proyecto en la Casa de Tito es una muestra más de por qué la arqueología es fundamental para entender el patrimonio. “Es importante saber quiénes somos y de dónde vinimos”, concluyó Mendoza.
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CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá