Si Bogotá fuera una empresa privada y tuviera que presentar su balance de fin de año, habría que decir que en términos de P&G la ciudad ganó, según la voz de su principal accionista, es decir, la alcaldesa. Para los gerentes de división de esa empresa llamada Bogotá no hubo las ganancias que se esperaban, pero tampoco fue un mal año.
Quizás a sus respectivas áreas pudo irles mejor, pero no fue así. Hablamos aquí de secretarios, directores y gerentes de entidades públicas. Y para los empleados de esa empresa, que en este caso vendrían a ser los habitantes de Bogotá, hubo más pérdidas que ganancias, no se cumplieron las expectativas. Todos, de una u otra forma, tienen razón.
En efecto, cuando el accionista o el ‘dueño’ de la compañía llega al final del año, ve el panorama general de la gestión de su negocio y solo quiere números negros. Y para el caso que nos ocupa, Bogotá tiene de dónde sacar pecho: la reactivación económica fue un hecho y varios de los indicadores sociales más preocupantes lograron estabilizarse.
La pobreza extrema cedió, el desempleo estuvo a la baja, mucho mejor que el del resto del país, los homicidios decrecieron, las grandes obras arrancaron, miles de jóvenes accedieron a la universidad de forma gratuita, menos niños abandonaron el colegio, más mujeres se sintieron incluidas en los programas del distrito y, para rematar, Bogotá fue la ciudad menos impactada por la inflación. Saldo a favor.
Para los gerentes y directores de departamentos, es decir, las cabezas de cada entidad, el balance seguramente es más agridulce, bien porque no contaron con el presupuesto deseado, porque las metas no se dieron, porque las estrategias no funcionaron o simplemente porque se trata de entidades con mucha burocracia.
Allí pueden incluir a la Defensoría del Espacio Público, encargada no solo de velar por la protección del mismo, el IPES, el Instituto de Patrimonio o el de Participación y Acción Comunal. Y no dejen por fuera a la que se supone debe meter en cintura a los operadores de aseo para que la ciudad se mantenga limpia, los separadores en buen estado y los postes y paredes libres de suciedad, la Uaesp.
En una empresa privada hay otros departamentos que, por más que usted les meta recursos, les diseñe un plan, les ponga gente capaz, no hay cómo conseguir que den los resultados deseados. Si seguimos con el símil de que Bogotá es esa empresa, incluyan ahí a Canal Capital, TransMilenio, buena parte de las alcaldías locales, la Universidad Distrital y los contratistas de las obras públicas.
No hay cómo convencerlos de que hacer un andén no se puede tomar una eternidad y que si rompen una vía, pues hay que volverla a reparar con la misma velocidad con que la abrieron. Pero nada qué hacer, a estas entidades hay que seguirles irradiando recursos ilimitados, porque ajá.
Toda empresa que se respete también tiene sus sorpresas: departamentos que, silenciosamente, aportan mucho con lo poco que reciben para trabajar, bien porque cuentan con un equipo eficaz o una mente brillante a la cabeza.
Nuestra empresa llamada Bogotá tiene varias de este estilo: la Orquesta Filarmónica, el Jardín Botánico, la Secretaría de la Mujer, la Secretaría Jurídica, la Secretaría de Cultura y por acá me soplan que incluya al Instituto de Protección Animal.
Ahora bien, si ponemos a los empleados de la firma a que digan qué fue lo que nos permitió salir a flote, seguramente tendrán una percepción distinta. Dirán que los buenos resultados se debieron al trabajo de ellos, de cada empleado, que se esforzaron a diario por dar lo mejor de sí; de las señoras del aseo y el café, siempre comprometidas y serviciales; de los vigilantes y así por el estilo.
Igual sucede con Bogotá: el ciudadano de a pie siempre dirá que su buen comportamiento fue lo mejor que le pasó a Bogotá y que todos los demás, incluyendo al gerente, lo hicieron mal. Y hay que creerles. Hay bogotanos y bogotanas que se la juegan a diario por esta ciudad y que están dispuestos a seguirlo haciendo en este año que comienza.
Pero no se le puede quitar mérito a lo hecho por las entidades que sacan la cara por Bogotá: la Secretaría de Hacienda, la de Educación, la de la Mujer, la de Integración Social y se me escapará algunas más. Y finalmente están esas dependencias que deben lidiar con los temas álgidos de la compañía. Son algo así como la oficina de recursos humanos o de atención al cliente o la de cobranzas.
En nuestra empresa imaginaria llamada Bogotá se les conoce como las flamantes secretarías de Movilidad y Seguridad. Las que deben capotear los chicharrones más duros. Las que reciben más palo. Las que nada de lo que hagan convence a los ciudadanos. Las de ‘palo porque bogas y palo porque no’. Dios quiera que este sea su año, el año de los números en negro.
Y cómo dejar por fuera al sindicato de esa empresa, el que exige sin ofrecer nada a cambio: el Concejo. Pero eso será tema de otro día.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General de EL TIEMPO
@ernestocortes28