Está bien que la Secretaría de Gobierno convoque a los ciudadanos para que opinen sobre unificar o no el horario de rumba en Bogotá. Esto es, extenderlo de 3 a. m. a 5 a. m. Dice el gobierno que ello permitirá mejorar la estrategia de seguridad, garantizar transporte público a los rumberos y controlar ‘amanecederos’ y fiestas clandestinas.
Cuando era joven, no recuerdo medidas similares. Nos íbamos de parranda y regresábamos con el ‘azul reproche’. Y si la fiesta era donde los amigos, allí nos quedábamos. Y si había que salir a la calle en la madrugada, lo hacíamos en grupo, caminando largos trayectos hasta volver a casa.
Seguramente había inseguridad y peligros acechando por ahí. Los buses y las busetas escaseaban. Pero, en general, no recuerdo ningún incidente que lamentar, porque tampoco había celulares ni periodistas mostrando todo lo malo que pasa en la noche.
Hoy las cosas han cambiado. Somos papás. Y obviamente advertimos el peligro en todo lado. Y también es cierto que los peligros de antes no son los de ahora. Antes teníamos al ladrón callejero, hoy está el ‘Tren de Aragua’, calculen. No se advertía este fenómeno de narcotráfico tan tenaz en nuestras ciudades ni había organizaciones criminales del talante de las de hoy.
Mockus impuso la ley zanahoria justamente por eso, porque no era posible garantizar la plena tranquilidad de los rumberos. Ni disminuir la siniestralidad. Ni reducir la ingesta de licor. Fue un ejercicio pedagógico y de autocontrol para garantizar la integridad de las personas. Polémico también, pero dio resultados.
Sucesivos alcaldes, hasta nuestros días, también hicieron ajustes a la norma. La ampliaron, la sectorizaron, propusieron fortalecer la seguridad y combatir el porte de armas, entre otros.
Lo que les quedó grande a todos fue el diseño de una verdadera política de ciudad abierta las 24 horas. Se han dedicado a pensar en la rumba, pero no en los demás atractivos que una ciudad puede ofrecer hasta la madrugada. No hay supermercados, ni restaurantes, ni transporte, ni coliseos ni parques abiertos a la gente.
Miren, yo estoy de acuerdo con extender los horarios de rumba si quieren. Y si eso ayuda a un sector de la economía, mejor. Pero para ello, las autoridades distritales tienen que, primero que todo, garantizar la seguridad y tranquilidad de la gente. Sin eso, olvídense de rumba segura o ciudad de 24 horas. Si mi mamá se preocupaba y mi papá me regañaba por llegar tarde y enfiestado, ¿qué creen que pensamos los papás de hoy? Y no lo digo yo, lo dicen las cifras: el homicidio no cede (aunque el alcalde sostiene lo contrario), el hurto tampoco; el 30 por ciento de muertes violentas en la ciudad se producen por actos de intolerancia.
Los siniestros viales están disparados (650 muertes el año pasado, algunas de ellas atribuidas al consumo de alcohol). El transporte público se cierra antes de la medianoche y se abre a las 5 a. m. ¿Se imaginan un grupo de amigos felices, borrachitos, bebiendo en TransMilenio a esa hora mientras otros van al trabajo? ¿No podría prenderse ahí la chispa de la intolerancia?
Además: ¿cómo y quiénes controlan? ¿La Policía? ¿Y dará abasto? O sea, ¿la Policía va a dedicarse a los rumberos, a controlar el consumo de alcohol, a requisar vehículos, a revisar cientos de establecimientos y atender las denuncias por riñas, agresiones y el exceso de ruido que posiblemente generará muchos lugares? Si no hemos podido con el ruido de motos y bicimotos, ¿podremos con el que se produzca en una tienda?
Puedo parecer un aguafiestas, un papá amargado, un enemigo de la rumba y de la noche. Pero no hay tal. Lo que sucede es que yo sí quisiera que la noche fuera para todos: para la fiesta, para actividades culturales, recreativas, de servicios, de actividad lúdica y deportiva, de ferias nocturnas, de cine a cualquier hora, como sucede en las grandes capitales del mundo. Pero no será así porque eso cuesta. Se necesitan recursos, personal istrativo, policía, normas e infraestructura, como una buena iluminación, buen espacio público, más cámaras de seguridad y el apoyo decidido del sector privado. Pero ellos tienen otras preocupaciones, como el costo que les traerá el recargo nocturno que contempla la reforma laboral.
Está bien que la Secretaría de Gobierno convoque a los ciudadanos para que opinen sobre unificar o no el horario de rumba en Bogotá. Esto es, extenderlo de 3 a. m. a 5 a. m. Dice el gobierno que ello permitirá mejorar la estrategia de seguridad, garantizar transporte público a los rumberos y controlar ‘amanecederos’ y fiestas clandestinas.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General
EL TIEMPO
@ernestocortes28
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