El letrero ‘Aníbal Velásquez y su conjunto’, pequeño, sencillo como un pañuelo de metal fijado al lado de la puerta de una casa en el popular barrio Ciudadela 20 de Julio, de Barranquilla, es lo opuesto a la genialidad creativa del compositor, cantante y acordeonista que la reside, llamado, ‘Rey de la guaracha’, porque creó un estilo único, vehemente, a partir de la guaracha cubana interpretada en formato de conjunto de acordeón.
Aníbal le enseñó a Barranquilla a gozar el Carnaval en las verbenas y a definir su identidad de ciudad alegre desde los años cincuenta del Siglo XX. Su versión de faltan cinco pa las doce el año va a terminar, me voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá, acompañará a Colombia eternamente porque él le imprimió las palabras, el ritmo y el sentimiento a las fiestas de fin de año.
Aníbal Velásquez representa gran parte del folclor musical de la Costa, de Colombia y Latinoamérica escuchado en México, Francia, Alemania, Inglaterra, Grecia, Holanda, donde él se ha presentado por décadas con el sonido rápido, fascinante de su acordeón y la percusión metálica de la guacharaca que irrumpe en los oídos de la gente obligándola a bailar llevando el cuerpo hacia adelante, hacia atrás, paseadito para un lado, para el otro, con los hombros, con la cabeza chiquichá, chiquichá, chiquichá.
Voy conversando con el profesor Arnold Tejeda, reconocido melómano barranquillero, quien me lleva a la casa de su entrañable amigo.
El maestro Velásquez es un artista empírico, genuino, abierto, alegre, generoso, bromista, no entra en reflexiones estériles ni es trascendental en ningún momento ni siquiera ante la muerte porque, cuando ha perdido seres queridos, los llora en la intimidad sin exhibir sus penas, guardándolas corazón adentro.
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Al contarnos, inocentemente, que se sintió halagado cuando un candidato presidencial lo saludó con gran entusiasmo, le manifiesto que el importante es él, no el candidato; con la finura de no autoproclamarse algo, sonríe fácil contestando amablemente, “por supuesto”.
Vive la vida con tranquilidad, como la mayoría de los costeños, pero, no hay que confundirse con eso porque, él, cambia ante situaciones en que la serenidad puede jugarle en contra, entonces, responde según las circunstancias. Como la vez en que por negligencia médica no atendían el infarto de su esposa que, doblada, esperaba ayuda en la sala de urgencias de una EPS; sin miramientos, sin gritos, sacó resuelto el revólver de su cintura reclamando la atención inmediata para ella, a quien nombra en sus canciones.
Esa defensa, Julieta Peinado, se la ganó por los más de cuarenta años de vida al lado del artista amándolo de mil maneras al cuidarle la salud, el orden en la casa, el pago a los músicos, definiendo las cláusulas de los contratos.
Julieta es una mujer inteligente, sencilla, hospitalaria, sin deseos de protagonismo. Ella, cuenta la realidad, él la fantasía. “Julieta, no pide regalos me dice que mejor le dé el dinero y yo se lo doy”, anota el artista. Julieta es bajita, él, grande y fuerte, pero, no la sobrepasa por su condición ni ella se deja.
Con su voz de ama de casa le pone orden a su hombre permitiéndole también las ideas que cada cierto tiempo tiene de quitar una pared para ampliar un estudio de grabación o, crear otro más pequeño para darle paso al comedor o, tomarle un espacio a la alcoba para erigir con sus propias manos un oratorio a la Virgen, a la que siempre le tiene encendida una vela y a la que le reza el Rosario todos los días.
Julieta, no pide regalos me dice que mejor le dé el dinero y yo se lo doy
De su padre aprendió la percusión y le heredó la bohnomía que lo caracteriza. Recordando el origen de su canción más famosa y que el público siempre le pide, Guaracha en España, dice que fue una inspiración, que, en un dos por tres le salió.
No muy convencida de esta respuesta pues, el nombre del tema, el comienzo con la A sostenida y los agudos del acordeón me sugerían algo más profundo que sus otras canciones; se lo volví a preguntar y él repitió que fue por un instante de creación. Sin embargo, cuando conversábamos sobre sus padres manifestó que su madre nació en Barranquilla, que cantaba, que se llamaba Belén, y, al descuido dice que era de ascendencia española; entonces, le hago caer en la cuenta de ese legado materno, incluso por el nombre muy usado en ese país y, que tal vez debido a eso, creó su inmortal guaracha.
Me miró un instante sorprendido ante la evidencia, diciendo, “sí, verdad que sí”.
Observando sus pinturas señaló un cuadro de montañas, pinos y lagos -nórdico-, que le habían regalado. Incómodo por la soledad del paisaje, un día, le pintó una chalupita con dos ocupantes, una garza y tres aves, sin importarle que estaba uniendo lo nórdico con lo tropical; “es que ese cuadro se veía vacío, por eso lo corregí”.
Aprovechando que estaba más comunicativo le indagué por su bigote. No solo contestó eso, sino que le dio sentido a toda su imagen, a su identidad auténticamente varonil en lo físico y en la manera de encarar la vida “es de Luis Aguilar”.
“¿El cantante de la época dorada del cine mexicano?”, le pregunté, me dijo que sí; que cuando trabajaba en el Cine Victoria, del barrio Rebolo, lo veía en las películas que él colocaba en el proyector, le gustó y, así se lo hizo.
Claro, Aníbal es el prototipo de esa época además del bigote, tiene las patillas, el sombrero, las cadenas de oro, los anillos, el reloj grande en su muñeca izquierda, la vitalidad, los amores y, el revólver. Empezó a cantar desde los catorce años acompañado con unos palitos de madera a los que les sacaba sonido.
Personaje multifacético
Aníbal, también toca piano y guitarra. Tiene habilidad como arquitecto, chef, escultor, pintor y es quien le hace los cortes de cabello a su esposa. Sabe soldar y es electricista, lo que le permitió salvar un concierto repleto de público donde la luz se fue en la mitad de su presentación y él, ante el imprevisto, se bajó de su papel de estrella, se subió a donde tenía que subirse a la vista de todos, compuso la luz y continuó con su espectáculo.
En su casa se combina la profesión musical con la vida cotidiana de la manera más natural. El comedor, al lado del estudio de grabación; la sala, es el lugar de las reuniones con los músicos; sus trofeos y fotos profesionales junto a los recuerdos de la familia; Julieta, en medio de las tareas del hogar atiende las llamadas y asuntos del artista; los nietos juegan con los instrumentos del abuelo; el compositor, le pide a su esposa papel y lápiz mientras se ducha. Así, es Aníbal y su conjunto de seres y objetos auténticos.
Afuera el sol, la brisa, el bullicio, las risotadas de la gente de donde le viene la inspiración alegre a este artista que impuso la guacharaca, sin ella, dice, hay un vacío en su acordeón porque, en sus composiciones, es ella la que lleva el chiquichá, chiquichá, chiquichá.
Lucero Martínez Kasab
Psicóloga e investigadora
Especial para EL TIEMPO
Barranquilla