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‘Colombia me salvó la vida'
Relato del italiano que contrajo leishmaniasis viajando por Suramérica y casi lo matan en su país.
Agostino Petroni con sus amigos en su estancia en la Alta Guajira. Foto: Archivo particular
Le aterraba mirarse al espejo. Su imagen le hacía sentirse atrapado en una pesadilla que parecía no tener final. La oreja derecha, putrefacta, sanguinolenta, era un cuerpo hediondo que resistía las curas. Tenía destrozado el hígado, debido a los medicamentos agresivos, que acentuaban el cansancio y un permanente malestar.
Agostino Petroni, economista de 29 años, había vuelto a la casa de su madre en Andría, población de la hermosa región de Apulia, al sur de Italia, después de convivir un tiempo con pueblos indígenas en Brasil, México y Colombia. Graduado en Economía y Comercio en la Universidad Bocconi de Milán, más tarde se especializó en Ciencias Gastronómicas, el campo por el que finalmente se inclinaría.
En un principio, laboró para una empresa en Nueva York, pero no soportaba trabajar encerrado en una oficina y resolvió abandonar el empleo y cambiar de rumbos. Estudiaría el origen de los alimentos tradicionales que perviven en comunidades nativas, los auténticos ‘guardianes de la tierra’. Lo plasmaría en un libro escrito por él y en un documental que realizaría con su hermano menor, Stefano, cineasta de profesión, dos amigos norteamericanos y un holandés, el grupo con el que viajó a tierras latinoamericanas.
La ranchería Ishashimana, cerca de Manaure, en la Alta Guajira, fue la última parada. “Conocimos la cultura gastronómica wayú, los fríjoles que crecen en el desierto con poca agua, la muerte infantil por desnutrición, la sequía de los ríos acrecentada por el cambio climático”, me contó en entrevista, en Bogotá.
Cuando los compañeros regresaron a sus respectivos países, Agostino alargó su estancia unas semanas en la costa Caribe. “Pude agarrar la leishmaniasis en Colombia, pero parece más probable que fuese en México”, señala.
Vengan a Bogotá, es urgente. No pierdan más tiempo, los médicos colombianos saben más que nadie de leishmaniasis
El oído inflamado en marzo del 2017 fue la primera estación del calvario que viviría. Acudió a un dermatólogo de Andria y le recetó antibióticos durante diez días. Al no bajar la hinchazón, el médico dictaminó que no se trataba de una fuerte infección sino de algo diferente, quizás una leishmaniasis adquirida en su periplo americano.
“No me dio confianza, no seguí con él, fui a un hospital en Fermo, cerca de donde vivimos”, rememora. Allí se alarmaron por su estado y lo internaron de inmediato. “Casi tres meses de antibióticos en vena bajaron las defensas muchísimo. Aún no diagnosticaban la leishmaniasis y, sin saberlo ellos, el parásito empezó a hacer fiesta y se expandió”, explica Agostino. Además de hinchado, el oído empezó a ponerse rojo. Aunque seguía enfermo, le dieron el alta y prescribieron continuar con los medicamentos.
Entretanto, su tía colombiana, Isabel Giovannetti, nacida en La Guajira y afincada en Bogotá, que seguía a distancia los tratamientos, insistía en que viajara a Colombia y desoyera a los médicos europeos.
Antigua alumna del Cidenal (Curso Integral de Seguridad Nacional), destinado a acercar a la sociedad civil al mundo castrense, tuvo entre sus compañeros de curso al general Germán López, director del Hospital Militar.
“En cuanto supe lo que podía tener mi sobrino, me puse en o con el general para consultar qué era lo mejor y me dijo que se viniera a Bogotá a hacer la cura, que en Europa no saben tratar ese tipo de males y puede ser mortal”, recuerda Isabel. “Ahí mismo llamé a Agostino, pero no lo convencí. Su familia decía que en Europa cuentan con todo lo mejor y les preocupaba que en Colombia emplearan medicamentos prohibidos”.
Se refería a las inyecciones de Glucantime, que aplican en Colombia por un máximo de 28 días en casos leishmaniasis mucosa y visceral, la más grave.
Fallos médicos
Aunque no contemplaba abandonar a los médicos italianos, la madre de Agostino, María Giulia, se sentía cada día más angustiada por su hijo. Pensó que debían intentar otra vía y entró en o con el hospital de enfermedades tropicales de Roma. Le dieron cita y, al cabo de una semana, el diagnóstico ya no dejaba lugar a dudas: padecía leishmaniasis.
“Me aplicaron el medicamento que marca el protocolo europeo para los casos de leishmaniasis visceral grave”, recuenta Agostino. “Es muy costoso, 20.000 euros (unos 70 millones de pesos). Son inyecciones en vena, similar a una quimioterapia. Me dio muy duro con los efectos colaterales y debimos interrumpirlo”.
Para ese momento, el oído había adquirido la imagen dantesca que tanto le asustaba. “Yo oía, pero un líquido cerraba todo adentro, llegaba casi al tímpano; es una cosa súper asquerosa”, rememora.
Ante el nuevo fracaso, resolvieron tocar la puerta de un afamado dermatólogo, uno de los mejores de Italia, con consultorio en Milán y experiencia en leishmaniasis. No tuvieron en cuenta que sus pacientes habían contraído la enfermedad en la otra punta del mundo, Irak, Irán e India. Fue un error garrafal. “Me puso un tratamiento más blando que el de Roma, me dijo que cuatro o cinco meses bastarían y con efectos colaterales menores”, anota. “Pero se alargó y fueron dieciséis meses de Fluconazol, un antibiótico con efectos secundarios terribles”.
Permanecía la mayor parte del tiempo en cama, le costaba incorporarse. Para entonces se había trasladado a la casa de su mamá porque no podía valerse por sí mismo y aprovechaba los momentos en que se sentía mejor para escribir el libro para el que ya tenía título: Memoria Nueva.
Aunque su organismo seguía mal y la bacteria había mutilado la parte superior de la oreja, las heridas se cerraban, parecía que por fin la pesadilla quedaba atrás. Comenzó a hacer planes para recobrar su vida. Pero cuando creían que estaba curado, recibió un mazazo: había reaparecido la leishmaniasis. El médico milanés sentenció que solo quedaba amputar el oído; “la bacteria es resistente”, adujo.
Al conocer el diagnóstico, Isabel Giovannetti volvió a la carga. Habló con la coronel Claudia Cruz, la médico que el general López le había recomendado, para conocer su opinión. “Nosotros no haríamos eso, no es necesario y la amputación tampoco garantiza la cura”, le contestó.
–“Vengan a Bogotá. Es urgente, no pierdan más tiempo. Los médicos colombianos saben más que nadie de leishmaniasis”, insistió Isabel por enésima ocasión. Y no le faltaba razón. Mientras en Italia solo ven a unas decenas de pacientes, en Colombia son miles cada año.
Esa vez los Petroni aceptaron seguir su consejo. “Estaban paniqueados, no solo por la amputación sino porque se estaba muriendo por los efectos secundarios que habían comprometido hígado y los riñones”, anota Isabel. Por eso, Agostino había viajado a Alemania para desintoxicar su maltrecho organismo en un centro de medicina naturista.
“Aterrizaron en Bogotá en febrero, con altas dosis de escepticismo. Seguían sin estar muy convencidos”, precisa Isabel. La coronel Cruz, gran especialista, lo remitió a su colega Claudia Arenas, puesto que ella solo puede atender soldados en el Hospital Militar. “Fuimos directo al hospital universitario Centro Dermatológico Federico Lleras Acosta, en el corazón de la capital, con la doctora Arenas, quien lidera el programa de leishmaniasis”.
Experiencia única
Graduada en la Universidad Militar, armenia de nacimiento y bogotana de adopción, es una de las mejores expertas del continente, por no decir del planeta. Comenzó a ver casos en el Hospital Militar, en plena política de seguridad democrática, cuando los soldados no salían de la selva, y hubo picos de catorce mil uniformados aquejados de dicha enfermedad en un solo año.
“¿Por qué no viniste antes?”, le espetó al recibirlo y repasar su historial médico. En ese momento, solo era visible una úlcera recubierta por una costra en el oído. “Aquí las especies que producen son más agresivas, seguro le habríamos aplicado Glucantime como tratamiento de primera línea por 20 días. Lo que no dejamos es que la enfermedad avance tanto y llegue a ese punto. No es habitual ver úlceras en una oreja, el espectro clínico de la enfermedad es muy amplio, pero cuando se hacen diagnósticos tempranos y tratamientos oportunos, por lo general, se cura y no deja cicatriz”.
Al analizar al paciente italiano, pidió hacer una biopsia para tener certeza absoluta del diagnóstico. Mientras aguardaban el resultado, que demoraría entre tres semanas y un mes, le dijo que comenzaría a tratarlo con termoterapia. A Agostino le sorprendió la simpleza del procedimiento: una botella de agua muy caliente en el oído, durante veinte minutos, dos veces al día. “El parásito comienza a morirse con temperaturas de 30 grados”, explica la doctora Arenas. “Lo que se busca es que la lesión cicatrice”.
La doctora Claudia Arenas, una autoridad en leishmaniasis, fue la tabla de salvación de Petroni. Foto:Salud Hernández Mora
Agostino no daba crédito. Tantas vueltas durante dos años con tratamientos tan inútiles como costosos, para acabar con una botella pegada a la oreja en casa de su tía. Y lo más asombroso es que en ocho días estaba curado.
“No se me olvida la cara de mi sobrino, no lo podía creer, estaba impactado”, recuerda Isabel. “La doctora explicaba a sus alumnos que la termoterapia es una gran ayuda, incluso como adyuvante de los tratamientos habituales”.
De nuevo, Arenas curaba pacientes que creían incurables en otros países, si bien ella aclara que no podría haber eludido aplicar al principio de todo el Glucantime. Es una autoridad en la materia y, además, de los estudiantes que la acompañan a diario; con frecuencia, recibe médicos latinoamericanos que quieren aprender lo que hacen en Colombia.
No solo saben más que los europeos de este tipo de enfermedades tropicales, es la calidez con que te tratan lo que te gusta
“No solo saben más que los europeos de este tipo de enfermedades tropicales, es la calidez con que te tratan lo que te gusta”, comenta Agostino, quien acaba de ganar una beca para hacer una maestría de periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York, a partir de septiembre.
“Mientras los médicos italianos no te escuchan, son demasiado soberbios, aquí puedes hablar con ellos”, asevera en su español fluido.