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Mikhail Krasnov, la historia del ruso que va a gobernar Tunja

¿Cómo logró vencer las maquinarias de los partidos tradicionales y ganar en la capital boyacense? 

Mikhail Krasnov es el nuevo alcalde elector de Tunja.

Mikhail Krasnov es el nuevo alcalde elector de Tunja. Foto: Cesar Melgarejo. EL TIEMPO

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Son las ocho de la mañana y Mikhail Krasnov —en medias, bluyín desteñido, camisa blanca— atiende por celular a la radio local. Han pasado cinco días desde que “el ruso”, “el profe” —como le dicen— fue elegido alcalde de Tunja, y todavía no para de dar entrevistas. Entre señas, nos pide esperar un poco. Después advertirá que la charla debe ser corta: en un par de horas van a llamarlo de su país. Ya lo han buscado de varios noticieros de televisión rusos, sorprendidos del logro de su compatriota en Colombia (y eso tiene mérito, si se considera lo apretada que estará la agenda de los canales rusos con guerras de por medio).
Lo conseguido por Krasnov dejó a todos con los ojos abiertos: un extranjero —con nacionalidad colombiana desde hace un par de años— que viene de la academia y no tiene ninguna experiencia en el sector público pudo ganarles a los partidos tradicionales y a los candidatos con maquinaria en una ciudad que históricamente no se ha arriesgado a cosas nuevas en las urnas.
—Llegué despacito, por detrás de todos —dice Krasnov, con el acento ruso que mantiene intacto, las erres marcadas casi a la fuerza, aunque de repente se le escapa un sumercé—. Pero yo sabía que iba a ganar. Apliqué los conceptos de las campañas modernas y luego todo fue como una bola de nieve.
Krasnov ha recorrido Tunja a pie desde mucho antes de comenzar su campaña.

Krasnov ha recorrido Tunja a pie desde mucho antes de comenzar su campaña. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

El alcalde electo de Tunja habla con más entusiasmo de las elecciones y de sus planes de gobierno que de los detalles sobre su vida: como si mirar atrás, para él, fuera algo casi innecesario. Mikhail Krasnov nació hace 45 años en Sarátov, al sureste de Moscú, cuando la Unión Soviética no se había desintegrado. De padre ruso, funcionario en un ministerio, y madre tecnóloga nacida en Ucrania. Sus abuelos eran alemanes. “Vengo de una dinastía de profesores. Mis bisabuelos fueron los primeros maestros de mi región”, cuenta. Aunque él quiso tomar otro camino, la predestinación pareció conducirlo a las aulas.
Krasnov era un niño de diez o doce años cuando vinieron los cambios en su país con la perestroika de Gorbachov, con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS. “Era la llegada de algo nuevo. Yo era un niño de la periferia, así que experimentar esos procesos fue muy chévere”. Terminó el colegio con buenas notas y, como no quería ser profesor, pensó que la economía lo llevaría a otros rumbos. Estudió esa carrera con énfasis en istración del sector agroindustrial.
Con 19 años y el sueño de conocer el mundo, se fue a Alemania como pasante a ver qué se encontraba. Y lo que consiguió fue un trabajo en una finca de vacas en el sur del país (después vendrían otros oficios, en una finca de cerdos; incluso como niñero). Manejaba tractores y aprendió todo lo relacionado con ese mundo. “Por eso afirmo que el que sabe de agro aquí soy yo. Del agro como debe ser”, dice, quizás en busca de retomar su discurso de alcalde electo y dejar un poco al lado su historia personal. Entre un trabajo y otro, entre un tiempo en Rusia y otro en Alemania, terminó la carrera. Después se matriculó en la Universidad Humboldt, en Berlín, para hacer una licenciatura en Economía y Español.
—¿Por qué eligió el español?
—Era como abrir un mundo fantástico, desconocido. Yo era joven. Para mí el español significaba Cuba, el Che Guevara. Era algo que quería explorar.
Krasnov se entusiasma cuando recuerda los libros en español que leyó durante la licenciatura y que le dejaron un gusto permanente por nombres como Sor Juana Inés de la Cruz o Calderón de la Barca. “Hipogrifo violento que corriste parejas con el viento, ¿dónde, rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama, y bruto sin instinto natural?”, dice Krasnov, casi declamando, para dejar constancia de su buena memoria y su cariño por obras que lo marcaron, como La vida es sueño. La Universidad Humboldt tenía convenios de intercambio con algunas universidades latinoamericanas y a él se le ocurrió que era buena idea entrenar su español donde se hablara de forma cotidiana.
—¿Pensó en Colombia desde el comienzo?
—La verdad, yo no pensaba venir aquí. No sabía nada de este país. En ese tiempo, cuando entré a la universidad, surgieron las figuras de Hugo Chávez, de Evo Morales. Entre los estudiantes, ellos eran protagonistas. Si hubiera podido elegir, me habría ido a Venezuela. Pero allá no había os. Primero me presenté a la Universidad de La Habana, aunque todo el mundo quería esa. Entonces me dijeron: tenemos Colombia. Pensé: listo, vamos para allá.
Aterrizó en 2008. El intercambio era con la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), en Tunja. Su idea era pasar los seis meses que duraba el programa y devolverse rápido. “Ya había hecho un camino durísimo desde la periferia de Rusia hasta llegar a Berlín… ¡qué me iba a quedar aquí!”. Sin embargo, su conexión con Tunja —Boyacá, en general— fue tan fuerte que a los pocos días de llegar ya les estaba enviando correos a sus amigos diciéndoles que se estaba sintiendo tan bien que le iba a costar regresar. Durante varios años iba y volvía. Hasta que, a partir del 2012, se quedó. Se vinculó como catedrático en la UPTC y, mientras dictaba clases, seguía desarrollando a distancia sus maestrías y especializaciones. El año pasado terminó un doctorado en Economía y Demografía.
“Aquí encontré la juventud que perdí en Rusia en los años noventa —dice Krasnov, al tratar de entender qué lo conectó tanto con la vida colombiana—. Este es el país de Peter Pan. Tunja es una ciudad universitaria, una ciudad joven. Y yo, siendo profesor, voy a ser siempre joven”. Pensó en nacionalizarse y terminó el proceso hace dos años. Tiene cédula de Tunja y con ella votó en las pasadas elecciones presidenciales. “En la primera vuelta voté por Gustavo Petro. En la segunda no pude porque no estaba en el país”, dice.
En un parque de Tunja, Krasnov acepta hacer unas piruetas en la bicicleta de un joven que se acercó a saludarlo.

En un parque de Tunja, Krasnov acepta hacer unas piruetas en la bicicleta de un joven que se acercó a saludarlo. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

Su familia de sangre está entre Rusia y Alemania. Sus dos hijos mayores, de 19 y 17 años, viven en Berlín. Su hija menor, de 4 años, nacida en Colombia, está con su mamá en Rusia. La madre no logró arraigarse en Tunja y decidió regresarse junto a la niña. “Pero mi hija va a volver y será presidenta de Colombia. Ella sí puede porque nació aquí”, dice, con una sonrisa. En Sarátov viven sus padres, que todavía no dimensionan lo conseguido por su hijo en una ciudad lejana del altiplano de Colombia. “Saben lo que pasó porque los medios de allá han sacado la noticia, pero no con todos los detalles porque no entienden el papel de la política en este país. Allá todo es muy distinto”.

'Profe, sonría un poco más'

Krasnov se acomodó rápido a la cultura boyacense. Se hizo casi uno más. Ese fue un punto a favor para su éxito en las urnas, según varias de las personas que lo acompañaron en esta contienda política. Hover Camargo, que lo conocía desde años atrás por su trabajo en la universidad y se vinculó al diseño estratégico de la campaña, tenía claro desde el principio que había que darles fuerza a las características diferenciadoras de Krasnov, a su hoja de vida académica.
“Pero, además, el profe tenía una variable importante: el o con la ciudad. Desde antes de su aspiración a la alcaldía, hacía caminatas con los estudiantes para mostrarles la otra cara de Tunja; los llevaba a barrios marginales que incluso la gente de aquí no conocía. Él es un tipo que recorre la ciudad a pie, que va a los restaurantes populares. Siempre le ha gustado compartir con la gente. Por eso ya lo conocían. Ya era el profe, el ruso. Ese fue un punto a favor”.
Krasnov nació hace 45 en Sarátov, cuando la Unión Soviética no se había disuelto.

Krasnov nació hace 45 en Sarátov, cuando la Unión Soviética no se había disuelto. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

‘Conectemos Tunja con el mundo’. ‘Juntos les ganamos a los de siempre’. ‘Juntos vencemos a los corruptos’. Su campaña no tuvo solo un lema, buscaba ofrecer varios para que los ciudadanos eligieran con cuál se sentían más identificados. La primera intención de Krasnov fue lanzarse por firmas y reunió más de treinta mil. A su lado estaba un grupo de voluntarios —casi todos universitarios— que se paraban en las esquinas en busca del apoyo de la gente. Sin embargo, el monto de la póliza que debía pagar por ser una candidatura independiente lo hizo desistir y pensar en conseguir un aval, que al final le llegó del partido creado por Roy Barreras, La Fuerza de la Paz. A pesar de que eso pudo significar una cercanía con lo convencional de la política colombiana, Krasnov siguió siendo visto como alguien ajeno a lo conocido, incluso como una figura de rebeldía ante los nombres de siempre.
“Lo que sucedió con Mikhail lo defino como una ‘resistencia silenciosa activa’ —dice el economista Olmedo Vargas, exrector de la UPTC y uno de los asesores del alcalde electo—. La gente, cansada pero en voz baja, decía: ‘yo voy por el ruso’, casi con temor de mostrar su apoyo a alguien fuera del establecimiento”. Al final se vio que los votos por él no solo llegaron de los jóvenes, sino de gente de la tercera edad; que no solo lo respaldaron las clases populares, sino las más acomodadas. El resultado: Mikhail Krasnov obtuvo 27.330 votos, casi diez mil más que el segundo lugar, del candidato John Carrero, que iba por la Alianza Verde y hacía equipo con el gobernador Carlos Amaya.
“Mikhail supo ver los problemas de la ciudad, al caminarla desde hace años de esquina a esquina”, agrega Vargas, que destaca, como otros amigos cercanos, la memoria prodigiosa del alcalde electo. “Él te da nombres y direcciones exactas de todo Tunja —dice Camargo—. Te señala la tienda de doña Elsa, el negocio de don Pedro. Así todo, con nombres propios”. “Se fue metiendo en la cotidianidad de la gente. Aprendió a tomar chicha, a hacer guarapo, a ir a las fiestas de los pueblos”, cuenta Vargas.
En las clases que dictaba como parte de la maestría en Derechos Humanos de la UPTC, Krasnov solía analizar con sus estudiantes la realidad de la ciudad, los mecanismos con los que han imperado la corrupción y la politiquería. Hasta que un día pensó: “Yo lo puedo hacer mejor”. Y así le nació el gusanito de lanzar su candidatura.
—Un día mis alumnos me dijeron: ay, deje de quejarse y mejor haga algo. Entonces me decidí —cuenta Krasnov.
Olmedo Vargas lo acompañó en el diseño de su programa de gobierno y recuerda que quedó sorprendido por la forma en que Krasnov comenzó a moverse en las arenas electorales. “Me impresionó cómo analizó a cada candidato contrincante. Uno por uno, sin descanso”, dice. En la campaña (en cuál no) surgieron juegos sucios. Uno de ellos, según sus colaboradores, fue soltar el rumor de que Krasnov era “un ateo ruso, hijo de Putin” que iba a acabar con la religiosidad de Tunja. Esto, en una ciudad llena de fe como la capital boyacense, pudo causar mella. “Pero además no era cierto —dice Vargas—, porque Mikhail es cristiano ortodoxo. Incluso tiene la idea de tomar posesión de su cargo en la iglesia de San Lázaro”.
Mikhail Krasnov el profesor universitario de origen 
Ruso que ganó la alcaldía de Tunja.

Mikhail Krasnov el profesor universitario de origen Ruso que ganó la alcaldía de Tunja. Foto:César Melgarejo/ El Tiempo

Lo cierto es que, juego sucio aparte, su triunfo no tiene contentos a todos. “Lo que nos espera con él es un salto al vacío. No sabe lo que es gobierno. Se viene un tiempo de incertidumbre total”, dice uno de los candidatos que también busco llegar a la alcaldía. “Él ganó porque la gente está hastiada de la corrupción, no por sus virtudes. Ni siquiera sabe qué es trabajar en el sector público —dice un ingeniero tunjano que prefiere no ser citado—. Dios quiera que el señor ruso haga las cosas bien”.
Por lo pronto, Mikhail Krasnov ha comenzado a acomodarse a su nueva condición de futuro alcalde. Desde hace diez meses se retiró de la universidad para dedicar todo su tiempo a la campaña. Los pocos ahorros que tenía desaparecieron y ahora vive en una casa que le prestó un amigo, en un barrio de estrato dos. “El arriendo valía como 150.000 y hasta eso le quedé debiendo”, cuenta . Y sonríe. Parece que la recomendación de sus amigos ha surtido efecto: le han dicho y repetido que tiene que sonreír más, ser más expresivo con la gente. “En sus relaciones es tajante, no da espacio a las chanzas pesadas. Pero también es una persona muy generosa”, dice Vargas.
Por momentos su tono seco lo puede hacer ver un poco distante. Sin embargo, después de terminar la entrevista, cuando salimos a un parque cercano para hacerle unas fotografías, Krasnov aceptó con paciencia y con una sonrisa el saludo de la gente que lo paraba cada metro y le pedía una foto a su lado. Lo que no recibió con agrado fue una llamada a su celular en la que, sin más detalles, le preguntaron si sabía dónde podían mandar reparar un vehículo Lada.
—A la gente se le ocurre cada cosa. Qué voy a saber. A mí pregúntenme de la alcaldía.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO

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