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Mi hija y nieto desaparecieron; a ella la mataron y él fue adoptado
Tras un asalto armado, Julia duró años en la búsqueda de sus familiares. Así fue su lucha.
María y David (imagen difuminada) desaparecieron en 1992. Foto: iStock
Un escuadrón de hombres armados, con capuchas para tapar sus rostros, rompieron la puerta de la casa a bala.
“¿Dónde está Édison?”, preguntaron.
María*, de 23 años, tenía a su bebé David en brazos. Había llegado a esa casa ese mismo día, el 9 de diciembre de 1992, para planear el primer cumpleaños de su niño. Édison era el papá.
Ella atendió el llamado de Edinson para ir a esa vivienda de un barrio de Popayán, luego de que un año antes, cuando estaba en embarazo, él desapareció misteriosamente. Ese encuentro era el primero tras meses sin verse.
María lo conoció cuando él empezó a frecuentar la heladería de su familia que ocasionalmente atendía. Fueron semanas de cortejo y meses de noviazgo hasta que quedó en embarazo.
Édison, un joven de 24 años, era oriundo del Putumayo. Ante la familia de María se presentó como un comerciante de mercancía del Ecuador, motivo con el cual daba explicación de sus ausencias reiteradas.
Saludos de María y David. Suelte lo que tiene o no los volverá a ver
Ese día, nunca llegó a la casa donde citó a María. Quienes la recibieron fueron los tres hermanos de Édinson.
Este joven era el objetivo de los hombres armados que esa noche irrumpieron en la vivienda. Según el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el escuadrón obligó a María, con su bebé, David, y a Jorge, un hermano de Édison, a salir de la casa. Posteriormente, los subieron en una camioneta de color blanco y se los llevaron.
A los otros dos hermanos que estaban en la casa les dejaron una nota dirigida a Édinson: “Saludos de María y David. Suelte lo que tiene o no los volverá a ver”.
Empieza la pesadilla de Julia
Julia, la mamá de María, salió en busca de su hija al día siguiente. Era extraño que no regresara a casa. En el barrio era voz populi el asalto que se hizo en la vivienda de Édison.
Le contaron, con detalle, cómo al menos una docena de hombres armados llegaron a la vivienda y se llevaron a su hija, a su nieto y al hermano de Édison.
Cuando Julia llegó a buscar a los hermanos de Édison no halló a nadie en el hogar, de donde ya se habían sacado la mayoría de los objetos y solo se veía aquel mensaje.
“Ese mismo día hicimos la denuncia. Los tipos que llegaron a la casa lo buscaban a él (Édison). No había razón para que a ella la desaparecieran de esa manera tan fea. Ese hogar estaba desocupado, los otros dos hermanos de él se fueron de Popayán”, detalló Julia.
Imagen de referencia. En Popayán, Cauca, Julia comenzó la búsqueda de su hija y su nieto. Foto:Archivo EL TIEMPO
Y así empezó la amarga navidad de Julia, su esposo Ricardo y el resto de la familia. Su hija María, la menor de cuatro hermanos, y su nieto, de 11 meses, no aparecían por ningún rincón de Popayán. Las autoridades, por su parte, no les entregaban información sobre las investigaciones que cursaban.
Sin embargo, se temía lo peor para fin de año. El 29 de diciembre se halló el cadáver de Jorge con signos de tortura a orillas del río Palacé, en las afueras de Popayán. Julia, con solo malos presentimientos para ese momento, pensó que pronto los cuerpos de María y David podrían aparecer por la misma rivera de esas aguas.
En Popayán no avanzaba la investigación sobre la desaparición de María y el bebé tras meses de que ocurriera el suceso. Tampoco pasó lo que creía que era seguro: hallar el cadáver de su hija.
Julia decidió buscar ayudas en Bogotá, donde a través de la Asociación de familiares de detenidos desaparecidos (Asfaddes) y la defensora de derechos humanos Janeth Bautista, de la Fundación Nydia Erika Bautista, llegó hasta la Fiscalía, donde un alto funcionario tomó la investigación para empezar a escudriñar qué había detrás de lo ocurrido con su hija y su nieto.
A un año de las desapariciones, una llamada a la casa de Julia giró -totalmente- el caso.
Del otro lado de la línea, un hombre de voz gruesa le dijo que le iban a devolver al niño y luego de ocho días también le darían el paradero de su hija. La condición era que suspendiera la denuncia en la Fiscalía.
Ese niño lo encontramos en diciembre del año pasado, estaba abandonado
Julia aceptó la propuesta. El hombre le dijo que el niño estaba en un barrio que colinda con un batallón en Pasto, Nariño.
Al día siguiente, ella viajó a esa ciudad, pero no tenía ninguna señal de cómo le iban a entregar a David. En compañía de su cuñado, Julia empezó a golpear puerta a puerta en las casas para saber si alguien identificaba la foto del bebé con la cual lo buscaba.
El primer día no encontró ninguna razón. Para el segundo, un vigilante reconoció al niño.
“Ese niño lo encontramos en diciembre del año pasado, estaba abandonado, lo recogió el presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, allá lo tuvieron”, contó Julia sobre la razón del vigilante.
Al golpear en la casa donde le indicaron, una pareja abrió la puerta, Julia mostró la imagen de su nieto y ellos empezaron a llorar.
¿Qué pasó con el bebé?
Según los informes del Consejo de Estado y la CIDH, el pequeño David fue abandonado en una calle residencial de Pasto en la madrugada del 17 de diciembre de 1992. Ese día, justamente, el bebé cumplía un año de nacido.
El hombre que recogió al niño abandonado le contó a Julia que encontraron al bebé llorando en la puerta de una casa del barrio, con un tetero en sus manos.
Trasladó el bebé a su casa y avisó al periódico regional ‘Diario del Sur’ sobre el hallazgo del menor. Al día siguiente, el titular fue: “Madre desnaturalizada dejó a niño abandonado”.
Tras la conmoción que causó el hallazgo del bebé, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) tomó en custodia al niño. Un año después de ese suceso, Julia llegó a donde fue entregado el menor, pero la respuesta fue dolorosa.
“¡Esta es la hora que vienen a buscar al bebé después de dejarlo abandonado!
“Me llevaron hasta donde dejaron al niño en el Bienestar Familiar, allí me contestó una funcionaria: “¡Esta es la hora que vienen a buscar al bebé después de dejarlo abandonado! El niño ya no está aquí, ya se fue, se dio en adopción. Vuelva después de 30 años”, contó Julia.
Julia volvió a llorar. No entendía cómo a su nieto lo habían dado en adopción ni mucho menos que pretendieran que se quedara con las manos cruzadas esperando 30 años para conocer el paradero de David.
A través de un abogado comenzó un largo proceso judicial para que esa espera no se prolongara por 30 años.
Tras meses, le manifestaron que el bebé había sido dado en adopción a una pareja en el extranjero. Los alegatos de la tragedia de esta familia obligaron a Bienestar Familiar, por orden judicial, a contar qué había pasado con el menor.
Para entonces, eran finales del año 1994. Los informes del Consejo de Estado y la CIDH señalan que el 4 de junio de 1993 el ICBF dio por terminado el trámite del proceso legal de adopción siendo entregado a una pareja sueca. Salió del país a los 15 días y fue reconocido, luego de un par de semanas, como ciudadano sueco.
Para 1995, Julia y su familia lograron que la justicia ordenara el regreso del niño a Colombia, a su hogar en Popayán
La familia consideró que por fin iba a tener a David en sus brazos, pero el proceso era más difícil de lo que se imaginaban. El bebé, quien ya tenía 4 años, era un ciudadano sueco y sus padres adoptivos tenían todo en regla.
Aún así, con donaciones de la Iglesia Católica, Julia viajó a Suecia para recuperar a su nieto. Mientras tanto, seguía sin noticias de María.
Los padres adoptivos de David la recibieron en Suecia, la llevaron hasta la casa donde vivían con el bebé y su hermano, otro niño adoptado nacido en Colombia.
Aunque estaba feliz de verlo, era triste no poderlo tocar, ni abrazar, simplemente porque era una desconocida para él
Julia pensó que se fundirían en un abrazo inolvidable. La realidad fue que el niño se escondió detrás de sus padres. Era una completa desconocida para él, quien ahora se llamaba Christiansen.
“El momento más feliz fue cuando viajé por primera vez a Suecia y pude ver al niño. Estaba lindo, grande, hermoso. Aunque estaba feliz de verlo, era triste no poderlo tocar, ni abrazar, simplemente porque era una desconocida para él”, dijo Julia.
La pareja le informó que no estaban dispuestos a entregarle al niño, su hijo, de quien tenían todos los papales de adopción. Por lo que también se defenderían con las autoridades suecas.
A esta abuela le tocó retornarse sin el niño, pero logró la felicidad de verlo. “Tener que venirme con las manos vacías, sin él en mis brazos, como lo anhelaba, era frustrante. Todo el trayecto desde Suecia a Bogotá lloré en el avión. Nunca pararon mis lágrimas”, contó la mujer.
Buscando a María
Cuando muchas de las esperanzas de recuperar a David se desvanecían, otra puerta de la investigación se abrió.
El hallazgo del niño, pese a estar en Suecia, agilizó también las investigaciones por parte de la Fiscalía, entidad que empezó a atar cabos sobre lo que ocurrió el 9 de diciembre de 1992.
Es una zozobra muy dura tener un hijo desaparecido y no saber qué pasó con ellos, cuando pude enterrar sus huesitos pude ser feliz
Los informes del Consejo de Estado y la CIDH constatan que se halló evidencia de que fueron agentes vinculados a la Policía Nacional, al DAS y al Ejército, a través de las Unidades Antiextorsión y Secuestro (Unase) – un escuadrón conformado por hombres especializados de estas fuerzas-, quienes asaltaron la vivienda en busca de Édison.
Al no encontrarlo, señaló la sentencia, optaron por retener a María, a David y a Jorge, a quien posteriormente hallaron asesinado.
Édison, señaló Julia, no era un comerciante como les había manifestado. La investigación aclaró que a este hombre lo buscaban por el secuestro de un empresario también en Popayán, en noviembre de 1992, era el líder de una banda dedicada a este delito. El objetivo era la captura del señalado, pero para presionarlo terminaron secuestrando a sus familiares.
Por estos hechos, en un operativo sorpresa de la Fiscalía, 13 agentes fueron capturados y uno de ellos confesó qué pasó con María y cómo fue el abandono del niño.
El agente reveló detalles, según los informes del Consejo de Estado y la CIDH, sobre lo que le hicieron a María.
La joven fue llevada a las instalaciones de Unase en Popayán, donde permaneció amenazada durante unos 6 días. Posteriormente, el 16 de diciembre de 1992, la llevaron cerca de un precipicio en la vía que conduce de Popayán a Pasto, donde le propinaron dos tiros en la cabeza y la arrojaron al vacío.
Al día siguiente, el niño fue abandonado en Pasto. La confesión, por más dura que parezca, le quitó un peso de encima a Julia, quien por fin conoció lo que le pasó a su hija.
Volver a ver a David, ahora Christiansen
Con esta verdad, Julia siguió el proceso para recuperar al niño y llegar a una conciliación con la familia sueca. Parecía que todo estaba perdido, pues la justicia de ese país amparaba la adopción de Christiansen.
La pareja citó en Suecia a Julia y Ricardo, abuelos del niño, para llegar a un acuerdo. En ese país, les dijeron que no había la más mínima posibilidad de que se llevaran al niño de nuevo a Colombia; sin embargo, entendían el dolor que vivieron por la tragedia, así que las puertas de su hogar estarían abiertas para compartir con él.
Además, conciliaron que estuvieran en constante comunicación con Christiansen, por teléfono o a través de cartas.
“El acuerdo fue que el niño iba a saber que era adoptado, que su familia biológica estaba en Colombia y, además, en su momento sabría qué pasó con él para terminar allá”, dijo Julia. Ella sabía que, aunque lejos de su familia en Popayán, él estaba bien en ese país, lejos de la maldad.
Y así fue, con ayuda de fundaciones, Julia logró visitar cada vez que era posible a su nieto en Suecia. “Creció con una niñez bonita, sus padres le dieron todo lo posible. Creció feliz con todo lo que él quería. Luego entendió cómo fue a parar a Suecia. Le contamos”, contó la abuela.
Cuando el proceso con su nieto ya estaba claro, la mujer -por fin- recibió los restos de María, los cuales estaban en una fosa común en un cementerio de Nariño, donde fue reportada como NN.
Julia reconoció el cadáver por los aretes y una cadena con formas de búho que aún conservaba para ese 18 de diciembre de 1996. Sus huesos estaban cubiertos por el mismo saco y pantalón que vestía la última vez que la vieron antes de salir a casa de Édison, de quien nunca se volvió a tener noticias.
“Cuando encontré a mi hija, eso también fue felicidad. Aunque eran sus restos, pude darle cristiana sepultura porque no sabíamos nada de ella. Es una zozobra muy dura tener un hijo desaparecido y no saber qué pasó con ellos, cuando pude enterrar sus huesitos pude ser feliz”, dijo Julia.
Aunque por años ha librado una lucha judicial con sentencias del Consejo de Estado y que incluso está ante la CIDH, esta familia sigue esperando que el Estado colombiano asuma su responsabilidad por los daños que le causó la tragedia.
Christiansen vive en Suecia y cada año visita a su abuela en Popayán. En sus visitas a Colombia va hasta la tumba de María, donde llora recordando esta historia contada por Julia.
“Me siento tranquila, contenta. Logré mi objetivo de encontrar a mi hija y a mi nieto. Hay mucha gente en dramas similares. No sé si conté con suerte para hallarlos, pero lo que siempre tuve fue fe en Dios. Siempre lo invocaba a él”, contó.
(Esta historia se publicó originalmente el 12 de marzo de 2021).