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La 'resurrección' del colombiano que estuvo 8 años preso en cárcel de Tanzania
Fue de vacaciones a África, pero apenas llegó lo encerraron en una de las peores cárceles del mundo.
"Yo solo quería conocer las playas de Tanzania, pero por ser colombiano y estar en el lugar equivocado fui víctima de una injusticia", así recuerda Andrés Felipe Ballesterosque comenzó su infierno de 8 años preso en Tanzania en lacárcel de Keko, una de las peores del mundo, y a 12.172 kilómetros de su país.
Estuvo en el infierno en más de una forma. Vivió torturas, soportó golpizas, comió porquerías y fue tratado –como él dice– peor que una mierda. Pero el 20 de octubre resucitó y lo repatriaron. Y fue gracias al apoyo de miles de colombianos que donaron su dinero para salvar una vida que incluso él daba por perdida en algún momento.
Andrés Felipe es oriundo de Anserma, Caldas. Estudió istración de Empresas y para su cumpleaños número 28, cuando estaba explorando cómo unir su carrera profesional con su pasión por la sociología, decidió irse de viaje solo a Tanzania. Quería conocer, explorar y darse un tiempo a solas.
Para ese 6 de agosto de 2014, cuando se fue, ya tenía una hija de 7 años y justo había nacido 4 meses antes su hijo. "En ese tiempo no era el mejor con mi familia. Era distante y frío. No me importaba preocupar a mi papá y la relación con la madre de mis hijos no era la mejor, aunque yo la amaba con el alma", explica Andrés.
Se fue a estar un tiempo solo, pero llegó al lugar equivocado y en el momento equivocado.
2- A 25 kilómetros de la costa de Tanzania, en África; se encuentra Zanzíbar. Este conglomerado de islas, según Forbes, es uno de los destinos turísticos más económicos. Tomar una embarcación de Tanzania a Zanzíbar, puede costar 35 dólares, mientras que los alojamientos oscilan entre 40 y 50 dólares la noche. Foto:123RF
Con el caso de los presos, las cárceles ganan plata por cada recluso que tienen, entonces capturan e inventan casos de la nada, solo por dinero
Nada más llegar al aeropuerto, unos policías se le acercaron y le comenzaron a hablar en un idioma que él no entendía: suajili. Solo sabía que algo andaba mal porque la forma como lo señalaban y empezaron a agarrarlo denotaba un claro abuso. "Tanzania es un bonito país, hay una democracia estable desde que se independizó en 1964 y tiene una gran riqueza natural, pero la corrupción es extrema en todas las ramas del poder. Además, con el caso de los presos, las cárceles ganan plata por cada recluso que tienen, entonces capturan e inventan casos de la nada, solo por dinero", señala Andrés.
Se lo llevaron a una estación de policía junto con sus pertenencias y lo encerraron en un calabozo. Y él no pudo defenderse ni discutir, porque no sabía nada de lo que ocurría. Al principio estaba muy ofuscado, luego triste y luego cayó en negación y empezó a buscar la forma de comunicarse para salir.
Unas horas después de su captura, un policía se le acercó y le hizo unas señas que logró captar, querían dinero. "El primero que me habló me pidió plata para poder salir. Luego, llegó otro y me dijo que no era necesario pagar, que tranquilo. Entonces llegó otro más y como ya creí que no había que dar nada, dije que no", narra el joven.
Ahora, más confundido, quedó en el limbo. Siete días estuvo en ese calabozo. Era una celda de 25 metros cuadrados máximo para 10 presos, pero había más de 50.
Así se veía Andrés Felipe durante su larga estadía en la cárcel de Keko. Foto:Archivo familiar
Al séptimo día lo trasladaron al infierno. Se llama la cárcel de Keko, catalogada como la peor de Tanzania y una de las peores del mundo por su hacinamiento del 500 por ciento y por el trato desalmado que los guardias tienen con los reclusos.
"Llegué a la celda de huéspedes. Era de unos 10 por 10 metros, y ahí vivíamos más de 90 presos. Cuando llegué me presentaron al jefe de la celda y a su asistente, y me mandaron para un rincón donde conocí a mis amigos: un nigeriano, un griego y un indonesio", dice Andrés, y agrega que ellos se convirtieron casi como hermanos y lo ayudaron a llevar mejor la miseria por la que estaba pasando.
La cárcel de Keko, como explica Ballesteros, está dividida por pasillos. Además del suyo, el de los huéspedes, están el pasillo de los cristianos y el de los musulmanes, donde tienen un templo para que hagan sus rituales religiosos; el de los enfermos, donde arriman a los presos con tuberculosis y los dejaban ahogarse con la sangre de su tos; el de los privilegiados, con celdas más pequeñas, pero con menos gente y al menos el baño tiene cortina; y el peor, el de los niños, donde meten a todos los niños que cometen crímenes, o no, y los tienen incluso en peor situación que a los presos adultos.
Allá, los derechos humanos no existen y solo hay dos reglas: nunca preguntes por qué, porque no hay un porqué; y no confíes en nadie
"Allá, los derechos humanos no existen y solo hay dos reglas: nunca preguntes por qué, porque no hay un porqué; y no confíes en nadie", resalta Andrés, con una tranquilidad que solo lo podría decir alguien como él que lo vivió.
Todas las celdas tenían las mismas condiciones infrahumanas. El calor era insoportable, 40 grados centígrados era fresco ahí dentro. Los olores a orín, heces y sudor se sentían hasta en la lengua cuando se respiraba.
Pero, explica Andrés, la de huéspedes era de las peores para dormir y lo supo desde su primera noche. "A las 9 p. m. apagaban todo y tocaba acostarnos. Dormíamos en cojines de 90 centímetros de ancho por 1,8 metros de largo que eran muy delgados. Debíamos ponernos 5 personas de lado y apoyados sobre un brazo que la mayoría eligiera. Si era derecha, todos sobre el brazo derecho. A medianoche pasaba un guardia y aplaudía 2 veces, era la orden para que nos volteáramos sobre el otro brazo", cuenta Andrés, y agrega que lo peor no era la posición, sino el calor sofocante y los insectos.
En esa celda estaban todos los recién llegados y los que no tenían condena aún, entraban personas heridas que se podían morir ahí de una infección o desangradas y así tocaba dormir con ellos al lado.
La rutina de Andrés, desde ese fatídico 13 de agosto, fue la misma todos los días. A las 6 de la mañana los levantaban y los hacían bajar al patio del penal. Ahí les daban el desayuno: un vaso de 120 mililitros de colada aguada y sin azúcar. Y había que sentirse afortunado cuando solo tenía patas de cucaracha o moscas. Luego tenían 6 horas para que se relajaran en el patio, pero no importaba, porque igual estaban todos apretados ahí también; cabían 300 presos, pero había más de mil.
En ese lapso, Andrés aprovechaba para lavar su ropa, aprender suajili para comunicarse mejor, lavar platos o solo dejar ir la mirada hasta el infinito, al menos su mirada sí podía ser libre de viajar por horas y perderse en el cielo.
Andrés Felipe (der.) y Juan Carlos Ballesteros (izq.) cuando vivían juntos en su casa de Anserma, Caldas. Foto:Archivo familiar
Un día me detuve frente a mi plato de aluminio y me puse a contar cuántos fríjoles nos servían. Eran 20 por plato, que nadaban en casi medio litro de agua sucia
A la una de la tarde tocaba el almuerzo. Era siempre lo mismo: una masa blanca –que todavía no sabe qué era– y fríjoles. Y ahí sí no podían faltar las cucarachas desmembradas. "Un día me detuve frente a mi plato de aluminio y me puse a contar cuántos fríjoles nos servían. Eran 20 por plato, que nadaban en casi medio litro de agua sucia", explica.
Luego de la comida les daban un rato más afuera y a las 4 de la tarde comenzaba el conteo de reclusos. Uno, dos, tres, cuatro… noventa. Finalmente entraban el líder de la celda y sus huéspedes y se cerraba la puerta. Y mientras Andrés buscaba sus 20 centímetros de cama dura, el líder de la celda se acostaba él solo en su colchón, mientras que su asistente compartía cama con alguien más, por lo general alguien que era el encargado de saciar el apetito sexual del jefe.
Durante la noche, Andrés reflexionaba por qué le pasaba eso. Al principio no entendía nada, pero luego concluyó que era un castigo de Dios y así lo mantiene hasta hoy. No había otra explicación para que te encerraran por un delito que no existía.
Así pasaron 946 días, 2 años y 7 meses. En marzo de 2017 pidió una audiencia con el director de Keko. La consiguió y lo que pidió fue que lo trasladaran a una celda de mejores condiciones. El director dijo que no, pero Andrés –en fluido suajili– le dijo que llamara a su embajada. Siete días después lo llevaron al pasillo de privilegiados. Ya no iba a tener que ir al baño en frente de todos ni estar pegado a dos personas, ahora solo sería a una.
En Colombia se registraron algunas protestas pidiendo que el gobierno ayudara en la liberación de Andrés Felipe Ballesteros. Foto:Archivo particular
Una vez se me olvidó la primera regla y pregunté por qué. Un guardia me dio varios golpes con su bolillo en las rodillas y me dejó sin caminar durante un tiempo
"Estas celdas eran de 2,5 por 2,5 metros. Ahí cabían dos personas como máximo, pero éramos once. Pero era mejor que antes, ya solo debía compartir cama con una sola persona, eran estilo literas y el baño de la celda tenía cortina. Además, ahora, si debías ir al baño durante la noche, no te quedabas sin espacio para dormir", explica.
En esa celda estuvo 2 años y 3 meses, para un total de 5. En ese lapso le dio malaria 17 veces y tifoidea 9. Algunas veces tuvo ambas al mismo tiempo. Solo en esos casos le permitían hablar con su familia y que le enviaran dinero de más –porque ya le enviaban cada cierto tiempo para alguna comida y otros gastos– para atender su enfermedad. Si no le mandaban, moría como tantos frente a sus ojos.
Además, una vez lo recluyeron en una celda de castigo. La peor experiencia de su vida. "Una vez se me olvidó la primera regla y pregunté por qué. Un guardia me dio varios golpes con su bolillo en las rodillas y me dejó sin caminar durante un tiempo. Luego me llevaron a la celda. Era casi un casillero y había que compartirlo con dos personas más. Estuve 3 días encerrado", recuerda con dolor Andrés.
Andrés había sido estoico durante su infernal castigo. Nunca lloró, al principio se quejó, pero luego no, tuvo casi cero o con su familia y lo aguantó, solo su hermano lo pudo visitar 2 veces en esos años. Él ya había aceptado su condición y la supuesta ley de Keko: te dejamos preso 5 años por ningún delito y luego te vas.
Justo al quinto año le hicieron el juicio y resultó inocente. Era lo lógico, no existían pruebas de nada.
Cuando lo dejaron libre fue como resucitar. Ahí estaba su hermano Juan Carlos. Se abrazaron y pensaron que todo había pasado. Pero solo era el ojo del huracán.
Pero cuando salimos de la cárcel, a escasos metros de la puerta, llegaron unos policías, me esposaron y me volvieron a capturar
Como anécdota de ese momento, Andrés relata que a su hermano un guardia lo quiso meter preso. Eso lo recuerda entre risas, a su manera, pero lo que pasó después no.
"Yo ya estaba por salir con mi hermano de Keko. En todos esos años yo nunca perdí la esperanza de que quedaría libre. Pero cuando salimos de la cárcel, a escasos metros de la puerta, llegaron unos policías, me esposaron y me volvieron a capturar. Ya yo hablaba suajili, pero ni así entendía lo que pasaba. Y preguntaba que por qué de nuevo, pero bueno… la primera regla es clara", recuerda.
La solidaridad de los colombianos fue la que permitió que Andrés Felipe Ballesteros pudiera recuperar su libertad. Foto:Archivo particular
No sabe si eso fue una pantomima para quebrar su espíritu, el cual se había mantenido infranqueable, pero si era eso, lo habían logrado. Ahora sí que estaba afectado y muy triste. Ese amago de libertad como el de un pájaro que le abren la jaula y se la cierran en la cara justo cuando bate sus alas para volar estaba resultando un golpe letal para su esperanza.
Los siguientes 3 años fueron peores que los anteriores. Su ánimo estaba por el suelo y hubo un punto en el que quiso morir. Además, llegó el covid-19, esa fue la época que peor la pasó.
"Hablé con mi hermano y le decía que me iba a morir, que si ese virus me cogía me mataba, porque estaba muy mal físicamente. Pasé de pesar 85 kilos, lo adecuado para mis 1,81 metros de altura, a pesar 50. Y veía cómo los otros reclusos morían de covid y solo pensaba que mi turno estaba por llegar", dice Andrés, y ahora sí –por un momento– se le borró de su rostro esa sonrisa interesante con la que cuenta toda su tragedia.
Fueron 3 años de lo mismo, pero ya no era el mismo y eso lo fue desgastando. Su turno con el covid-19 no llegó nunca, pero lo que sí llegó fue la ayuda.
La mano solidaria de los colombianos
Este año, el periodista Andrés Felipe Giraldo comenzó una cruzada personal para que se hiciera justicia por su tocayo, como le llama, preso en Tanzania.
Giraldo fue publicando la historia de Ballesteros y movilizó un proceso legal para que se le volviera a hacer un juicio a Andrés Felipe. El juicio llegó y la solución que hallaron fue que Andrés debía declararse culpable para que la justicia de Tanzania fijara una fianza.
El viernes 21 de octubre llegó por fin Andrés Felipe Ballesteros a Colombia. Ahora se reencontró con su familia. Foto:Migración
"El miércoles 5 de octubre fijan el valor de la multa en 25.000 dólares. Pensé que era fácil pedirle al Gobierno esa plata, pero resulta que el Gobierno no puede poner plata para delincuentes y Andrés debió declararse culpable. Si no lo hacía, tenía que seguir en ese proceso que nunca resolvían y pasar 10, 20, 30 años más encerrado", le explicó Giraldo a EL TIEMPO.
Entonces, decidió acudir a la solidaridad de la gente y organizó una ‘donatón’ en Twitter, la cual fue un rotundo éxito. Reunieron 130 millones de pesos, lo que alcanzó para pagar la fianza, que al cambio eran unos 94 millones, para pagarle su viaje de vuelta y para darle apoyo económico para rehacer su vida.
El regreso fue el viernes 21 de octubre. Y fue un bálsamo no solo porque sería libre, sino porque se dio 3 semanas después de que Andrés viviera el más duro golpe de sus ocho años en el infierno. "Hace unas semanas mi hermano me contó que la mamá de mis hijos, la mujer que más he amado, falleció. Cuando me contó lloré, fue la primera vez que lloré en estos 8 años", expresa Andrés, y la forma como baja la mirada y luego mira a diestra y siniestra durante unos segundos denota el dolor que lleva por dentro.
Hace unas semanas mi hermano me contó que la mamá de mis hijos, la mujer que más he amado, falleció. Cuando me contó lloré, fue la primera vez que lloré en estos 8 años
Pero luego se recupera y termina su historia con el mensaje que ahora sueña con llevar por Colombia. Un mensaje de unión y amor.
"Aprendí a valorar hasta lo más mínimo, desde un grano de arroz hasta darle la mano a un policía que te pide documentos. De ese castigo de Dios aprendí a valorar a mi familia, a ser más cálido y, principalmente, a tratar con amor a todos. Con el amor y la unidad las vidas de muchos mejorará. Estoy seguro", concluye Andrés.
Ahora, que solo vienen cosas buenas para su vida –como él asegura–, espera volver a ver a sus hijos y recuperar todo el tiempo perdido con ellos. Con su hija mayor tiene mucho que recuperar y con el menor debe crear un vínculo desde cero, porque solo lo vio los primeros 4 meses de nacido.
"Esos malos momentos que viví me enseñaron que ahora los buenos momentos van a ser más valiosos", finaliza Andrés.