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‘Nosotros no sabíamos que él estaba en el accidente’
Raúl Cantillo, de 23 años y padre de una bebé de año y medio, murió en el incendio de Tasajera.
Raúl Cantillo tenía 23 años y era padre de una bebé de año y medio. Foto: Cortesía de la familia Cantillo Cabello
No lo vieron salir, no supieron a qué hora se levantó rápido de su cama, ni quién fue el amigo que le avisó que nuevamente la carretera les daba la oportunidad de ganarse lo del día.
Raúl Cantillo Cabello salió tan velozmente de la casa, construida en una parte con tablas y otra en obra negra, que su hermana Carmen, su melliza, no se enteró que se había ido sino hasta que su tía le tocó la puerta para contarle que un camión se había volcado en la carretera, en el kilómetro 47, un poco más allá del peaje.
Se asomó y no lo vio durmiendo, pensó que tal vez sus tíos o alguno de sus conocidos lo habían llamado antes de que ella se enterara.
No sabía tampoco que la vía se iba a convertir en el mismísimo infierno y que la tragedia se posaría entre su familia y entre los habitantes de Tasajera, haciendo que por un momento el país entero pusiera los ojos en ese corregimiento apartado del Magdalena, marcado por la falta de oportunidades y el hambre.
“Un pueblo humilde”, como la misma Carmen lo describe, un pueblo en donde las “situaciones siempre tienen cara de perro”.
***
Tasajera está anclada en la Troncal del Caribe, la bordea en el sur las aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta y al norte el inmenso Mar Caribe. Está a menos de una hora Barranquilla y de Santa Marta.
Este corregimiento pesquero por historia convive todos los días con las necesidades más básicas. Con la falta de agua potable y de alcantarillado, con problemas en la cobertura de energía y con la pobreza.
En este lugar del municipio de Puebloviejo, como si su nombre fuera en sí mismo la connotación del olvido, vivió siempre Raúl. Nació en Ciénaga hace 23 años, de un embarazo de mellizos, era uno de los 11 hijos que tuvo su mamá y uno de los 9 de su papá.
No le gustó mucho el estudio, así que solo terminó la primaria y se dedicó a trabajar en cualquier cosa que le saliera. Como jornalero en una finca, vendiendo lo que fuera cerca del peaje y ayudando a sus tíos, que cada tanto lo llamaban para que les llevara la gasolina a los pescadores del barrio. En ese rebusque se podía hacer entre 15 o 20 mil pesos al día.
“Con la pandemia se puso aún más dura la situación, todo empeoró, porque con todas las cosas cerradas, los mercados, no había por dónde vender. Los hombres eran los que se movían. Si había un accidente, ellos corrían, porque de igual manera la situación daba para eso”, indica Carmen.
Eso también lo detalla el padre de Raúl, Raúl Cantillo. “Con el coronavirus esto se puso más grave. Todo se volvió más complejo porque no hay nada que comer y si no se puede salir, pues no se trabaja”.
Buscar ingresos se convirtió en una necesidad latente para Raúl. Para él, para su hija Samara María, de año y medio, para tres de sus hermanas, los seis hijos de ellas y el nieto mayor de la familia. Todos, los 12, vivían en una sola casa.
Pero aún cuando los días se ponían pesados y no se sabía de dónde se iba a sacar la plata para el próximo mercado, Raúl siempre sonreía. Raúl cantaba y bailaba. Raúl andaba de un lado al otro haciendo bromas, así lo recuerda Carmen, quien detalla que tenía amigos por montones que lo buscaban para que fueran a jugar un partido de fútbol.
A Raúl le encantaba el fútbol y escuchar la música de Diomedes Díaz y Héctor Lavoe. Foto:Cortesía de la familia Cantillo Cabello
“Era una persona alegre, pachanguera. Le gustaba el fútbol y la música. Todo el tiempo escuchaba a Diomedes y la salsa de Héctor Lavoe”, recuerda su padre.
Carmen explica cómo desde que se levantaba Raúl intentaba estar feliz, como si fuera un compromiso diario. “Y uno le decía: ¿tienes hambre? y él nos decía: ¿hambre? Si estoy alegre, el día que me muera tengo que morir alegre. Tengo que morir así”.
La carretera entre el humo y las llamas
La cadena de sucesos que llevaron a enlutar a Tasajera comenzó cerca de las 7:30 de la mañana del pasado lunes, 6 de julio, cuando el conductor de un camión cisterna cargado de gasolina, el cual iba de Barranquilla a Santa Marta, perdió el control, según él, al intentar esquivar una babilla que estaba en plena vía.
El hombre logró salir ileso del vehículo, el cual quedó a un costado de la carretera. En pocos minutos, los habitantes llegaron al lugar en moto y a pie, cargados de pimpinas y baldes para lograr sacar parte del combustible.
Once de la Policía hicieron presencia en la zona, pero no pudieron evitar que la multitud, que poco a poco se fue formando, se distanciara del camión. Entre ellos estaba Raúl.
Los hombres eran los que se movían. Si había un accidente, ellos corrían, porque de igual manera la situación daba para eso
Carmen narra que en esos momentos su hermano llevaba las mismas bermudas de jean que tenía la noche anterior cuando estaba con ella en la puerta de la casa. Ese es el último recuerdo que tienen juntos. Lo supo por los videos que han circulado en redes sociales en donde se observa cómo en cuestión de segundos las llamas se apoderaron del vehículo y generaron la explosión.
Lo otro poco que sabe de ese momento se lo dijo uno de sus conocidos que vive cerca del peaje, quien también estaba allá y es uno de los heridos.
“Él dice que Raúl estaba en el accidente, pero él solo logró coger al resto de ‘pelados’, a los otros amigos que estaban con él para ayudarlos y echarles tierra. Pero a mi hermano no, porque en ese instante la candela fue muy grande”, señala Carmen.
La noticia de lo que había pasado les llegó de boca de vecinos y conocidos que corrieron a avisarles lo que nunca en la vida, ni en la más terrible pesadilla, esperaron escuchar.
“Todavía es la hora y no soy consciente de lo que pasó. Me hago el perdido, a veces pienso que no es él el que estaba ahí. No me hago consciente de esto”, indica el padre de Raúl.
La familia de Raúl no se dio cuenta en qué momento el joven de 23 años salió hacia la zona del accidente. Foto:Cortesía de la familia Cantillo Cabello
Una carrera por respuestas
Todo fue un mar de confusión, de angustia, de un dolor intenso que devora todo por dentro. Salieron corriendo a buscarlo, a saber qué era lo que había pasado. ¿Estaba vivo?, ¿era uno de los heridos?, ¿a dónde se lo llevaron?, ¿de verdad, Raúl estaba allá?, ¿por qué a él?
Tomaron la decisión de separarse para buscar en cada uno de los lugares en donde los noticieros informaban que habían llevado a los heridos. Unos fueron a Ciénaga, otros a Santa Marta y Carmen y su hermana Luz Marina llegaron hasta Barranquilla.
A la capital del Atlántico arribaron buscando una pista que les había dado un policía, quien les indicó que podía ser una de las personas que estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Atenas. Luz Marina pudo entrar, cruzó todo el piso de la UCI, pero no, no era Raúl.
Solo hasta el segundo día llegó una respuesta. La más devastadora. “Nos dijeron unas personas que él estaba en Medicina Legal de Santa Marta”, afirma el padre.
El siguiente paso era hacerse una prueba de ADN en Ciénaga para lograr una identificación total del cuerpo. Los resultados pueden tardar, según indica Raúl Cantillo, más de 15 días, solo hasta ese momento le podrán entregar a su hijo para enterrarlo.
La agonía los ha acompañado todos estos días y tal vez no los abandone, ni siquiera cuando tengan la certeza total que Raúl es una de las 40 personas que perdió la vida cuando, en ese pequeño corregimiento, la vía se pintó del naranja intenso de las llamas y acabó con todo. Hasta con la esperanza misma.