Si Primo Rojas se encontrara con Dios hoy, le haría tres preguntas: “¿Voy a ser archimillonario?, ¿voy a ser afortunado en el amor?, ¿voy a tener vida y salud para disfrutar los dos anteriores? Esta, por supuesto, es una mamadera de gallo que se me debe permitir, no quiero pensar en la paz mundial, ni nada de esas cosas”, y se ríe.
Y con ese humor tan suyo, Rojas vuelve con La prueba de la existencia de Dios, la obra que hizo hace varios años y que ahora presenta en Casa E. Borrero, de Bogotá.
La obra está enmarcada en su forma de hacer teatro: con un lenguaje popular para contar una historia, en esta ocasión, la de un loro que toma la decisión de demostrar que Dios existe y, claro, quiere sacar partido de ello.
“Un loro un poco gamín, que es un símbolo por excelencia de lo popular acá, él es el encargado de probar que Dios existe y, por supuesto, su prueba va a ser una tomadura de pelo, porque estamos haciendo humor”, sigue.
El comediante agrega que “cualquier persona que se pregunte sobre Dios ya hace teología, aunque sea de una manera completamente embrionaria, muy primaria, pero es teología. Entonces, para la obra, dije: claro, aquí hay una buena manera de divertirnos, porque sin lugar a dudas los colombianos de a pie podemos tener una manera muy distinta de entenderla y desarrollarla. Nuestra idiosincrasia, además, es la del vivo, la que dice ‘esto es lo mío, esto es lo mío’, ese gamín, ese avispado que se quiere lucrar diciendo que puede comprobar la existencia de Dios”.
Quien va a ver una obra de teatro de Primo Rojas, asiste a un espectáculo para reírse y mucho. Pero también se hace un ejercicio de aprendizaje sobre el significado de un actor en el escenario: él, con su voz, su melena, sus faldas, su maquillaje, una mesa y muy pocos elementos.
Cuenta que de niño hacía reír a sus papás y hermanos en su casa, ese era su plan. Sin embargo, lo dejó pronto porque se le volvió una obligación, “pero aprendí una cosa importante: en determinados momentos el humor en vivo y en directo puede ser más atractivo que el televisor”, se lle en una muy sabrosa autobiografía que tiene en su blog.
Luego, en el colegio, este bogotano nacido en 1959, hacía reír a sus compañeros. “Desde el primer instante fue una vocación absorbente y difícil de sostener. Pero una vocación verdadera, lo decía Santa Teresa de Jesús, es un mandato divino y no se puede desobedecer sin contrariar a Dios y decepcionar al destino. Ser el payaso del curso, en mi época y en mi colegio, tenía un carácter religioso pagano: era un sacerdocio designado por los dioses, único y sagrado. Y no podía haber dos”.
Un loro un poco gamín, que es un símbolo por excelencia de lo popular acá, él es el encargado de probar que Dios existe y, por supuesto, su prueba va a ser una tomadura de pelo
Claro, había vetos: la clase de cálculo, “que impartía un sacerdote alemán, anciano e iracundo, del cual sus alumnos descubrimos que su método de enseñanza era una reliquia del nazismo, cuyo instrumento pedagógico preferido era el terror, de manera tal que, aun habiendo querido habría sido imposible hacer un chiste, no tanto por el temor a caer en manos de la Gestapo, sino por el desconocimiento total de la materia”.
Cuando terminó el colegio tuvo una pausa en el humor: entró a estudiar Derecho por obligación familiar y antropología por decisión personal. Abandonó las dos carreras porque se fue a estudiar teatro y de paso sus papás le dejaron de hablar 10 años. En cuanto a las novias, como cuenta Primo, decían: “Un abogado pasa, un antropólogo, de alguna manera es pasable, ¿pero un payaso?”
Lo cierto es que en el teatro encontró su lugar en el mundo que lo ha llevado a tener montajes como Las botas del tío Manuel, La importancia de llamarse Mozart, El baile de la marcianas, El matrimonio, Judith Perpetua, De como un pobre entierra a la mamá y Recital de poesía de los hinchas del Santa Fe, entre una larga lista.
Su regreso al humor se lo debe a una obra de Darío Fo que vio en el Teatro Colón: Misterio bufo, que para él fue una revelación para empezar a escribir y determinar no solo sus montajes, sino cómo debía ponerse en el escenario.
“Un profesor me invitó a verlo y yo no lo conocía. El maestro me explica que Darío Fo es un pisco muy importante, que es italiano y que en su monólogo se burla del Papa, de Jesucristo, de Raimundo y todo el mundo. Y él lo explica, esto es muy popular, es surgido del público”.
Ahora, en este regreso con La prueba de la existencia de Dios, quienes han visto la obra se sorprenden por la rapidez de los cambios de personajes que hace Rojas, que incluyen, además del loro, a una alemana y a un gay que critica a la selección de mayores de fútbol por no haber clasificado al mundial.
Su personaje del lorito tiene una enorme fe en sí mismo y por eso dice que va a probar que Dios es real. “Y eso es el teatro: un acto de fe por parte de quien lo está haciendo sobre el escenario. Y del público, que cree en lo que está ocurriendo allí”.
Y agrega que, además, siempre exige que sus presentaciones sean en un teatro, “porque en una cantina o un bar, eso es otra cosa, o cuando estamos en Sábados felices es otra cosa, porque eso es recocha y está muy bien”.
Gran lector desde siempre, ahora Primo Rojas está con El doctor Fausto, de Thomas Mann, y El poder las palabras, de Mariano Sigman.
Y en el teatro muestra a su loro, “que es un ser extraordinariamente humilde, no tiene nada, es, de cierta manera, como casi todos los colombianos nos hemos criado: construyéndonos a nosotros mismos. Él tiene que darse todas las mañas, engañar a los amigos, inventarse historias, convencer a la dama alemana, inventar el abismo, hacer hasta que por fin llega y los convence. Luego vendrá su epifanía cuando la mentira se le caiga, porque hay derecho a la redención”.
¿Dónde y cuándo?
La prueba de la existencia de Dios. Viernes y sábado a las 8 p. m. Casa e Borrero, sala Arlequín. Carrera 24 n.° 41-69, Bogotá. Boletas: eticketablanca.com.
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