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Enrique Gómez: 'Yo creo que el presidente Petro está mal de la cabeza'
EL delfín del conservadurismo habló en BOCAS sobre Álvaro Gómez, Petro y su aspiración electoral.
Esta es la historia del delfín del conservadurismo clásico colombiano. Foto: Pablo Salgado
En noviembre del 2021, Enrique Gómez Martínez (Bogotá, 1968), hijo de Enrique Gómez Hurtado y nieto del expresidente y emblema del pensamiento conservador colombiano, Laureano Gómez, consiguió la personería jurídica del extinto partido político de su tío Álvaro Gómez, el Movimiento de Salvación Nacional. Álvaro Gómez Hurtado fue asesinado el 2 de noviembre de 1995, y su partido político fue creado por el mismo Gómez Hurtado en 1990 para presentar su candidatura a la Presidencia de Colombia.
El gran editor Benjamín Villegas es portada de la edición #131 Foto:Revista BOCAS
Treinta años después su sobrino Enrique decidió hacer lo mismo para presentarse a la contienda electoral presidencial del 2022. Cuando muchos habían renegado de la etiqueta de conservadores, aparece de repente un abogado que, decidido a afianzarse como heredero político de una de las familias más importantes de Colombia en el siglo XX, enarbola de nuevo con un orgullo que parecía perdido los caminos de la vida y política conservadoras.
Gómez Martínez es heredero de la cultura política del conservadurismo colombiano, que viene con una dialéctica tan sólida como su propia fe católica. Es tan conservador como conversador: sus respuestas son amplias, generosas, y de cerca se comprueba aquello de lo que lo han acusado, que es de tener una lengua afilada y controversial. No le teme al botón rojo de grabación. Por lo menos para las entrevistas a medios como este, Gómez Martínez se muestra transparente: de todo quiere hablar y a nada le pone tapujos. Responde de manera incisiva cuando se siente atacado, pero baja la guardia para que la siguiente pregunta sea un campo abierto. La elocuencia que desarrolló desde sus tempranos dieciocho años como patinador en los estrados del circuito de abogados de Bogotá ahora la emplea para volver a poner en la escena política el movimiento de su tío, Álvaro Gómez Hurtado, que ahora ha hecho propio. Detrás de mí espera otro periodista para la siguiente entrevista.
El Gómez Martínez anterior a la vida política fue director jurídico, árbitro y secretario del Centro de Conciliación y Arbitraje de la Sociedad Colombiana de Ingenieros. Frente al patrimonio empresarial de la familia, fue gerente general de la revista Síntesis Económica y director istrativo del Noticiero 24 Horas. Fue docente universitario en las áreas de Derecho Laboral Colectivo y Derecho Indiano y profesor del CESA. Fue miembro de la Junta Directiva de Adpostal, Sociedad Portuaria de Santa Marta, Avidanti, Bimedco, Informese, Los Tres Elefantes e Indufrial, y también socio fundador de Zurek Gómez Abogados desde el 2007 al 2021. A la par de esto, Gómez Martínez se encargó de los asuntos y trámites de su tío Álvaro Gómez hasta su muerte, y eso incluyó los trámites mortuorios luego de su homicidio, e incluso, la noche de su muerte, cambiarlo de ataúd por solicitud de la familia.
La bienvenida a su vida política fueron los 50.539 votos obtenidos en las pasadas elecciones presidenciales. Pero este resultado no diezmó sus esfuerzos en asentar el camino para que su movimiento político esté de nuevo en la escena política: para las próximas elecciones presentan tres mil candidatos en trescientos municipios del país. Hablamos en BOCAS con quien pretende revivir el ‘laureanismo’ en Colombia.
El abogado Enrique Gómez Martínez es nieto de Laureano Gómez, hijo de Enrique y sobrino del asesinado Álvaro Gómez Foto:Pablo Salgado
¿Por qué decidió rescatar Salvación Nacional y lanzarse como candidato a la Presidencia de la República?
La sentencia derivada de la Corte Constitucional, en el caso de la recuperación de la personería jurídica del nuevo liberalismo, favorecía a partidos que como Salvación Nacional y eventualmente Oxígeno Verde habían sufrido durante la década de 1990 actos terroristas que habían eliminado a sus líderes y afectado su capacidad de continuar el ejercicio político en el tiempo. Entre las razones para pedir la devolución de la personalidad jurídica estaba el descontento personal y de muchos amigos alvaristas con la manera en que se manejaba la política y los partidos en el país, así como evitar que otros antiguos del partido ajenos a los ideales alvaristas tomaran el control y pidieran en su condición de exdiputados o representantes o concejales del partido la personería. Quisimos además hacer un homenaje al legado político de Álvaro Gómez para atender el clamado de muchos que añoran un partido que realmente represente valores conservadores y que tenga una visión de ética y moral en la política. La decisión de lanzarme a la Presidencia de la República tuvo que ver con la necesidad de dar a conocer el nombre del movimiento y de irlo referenciando en el panorama político colombiano y liderar esa construcción de un reconocimiento. Era más viable y posible en el escenario de la Presidencia, que recibe generalmente más atención mediática que las elecciones del Congreso.
¿Cómo fue su relación con Álvaro Gómez?
Álvaro Gómez era el hombre de las grandes teorías políticas. A él se le dificultaba el día a día, pagar los impuestos, discutir con los contadores. Nunca me pareció que fuera un hombre muy práctico porque era muy ocupado, escribía y escribía y hacía política. Yo entré a la vida de Álvaro por lo práctico: él volvió de alguna embajada donde había tenido un lío berraco porque no tenía contador, ni , y al regresar tenía todo muy descuidado. Mi papá le dijo: “¿Por qué se queja por esa huevonada si eso está inventado?”, refiriéndose a mí. Entonces Álvaro me empieza a contar sus problemas y me pasó ahí mismo la chequera, los teléfonos de los contadores, los empleados, los archivos, y empecé a organizar lo que eran las finanzas personales.
Él ve al atacante, gira sobre Álvaro y esa bala blindada atraviesa el corazón de José del Cristo y le pega al corazón de Álvaro. La misma bala los mata a los dos
¿Cómo fue su preparación para llegar a ocuparse de los papeles de su tío?
Yo he sido abogado litigante. Mi papá tenía la teoría que un hombre que no sabe contabilidad no puede entender el mundo. Desde muy chiquito me metió en sus empresas, a ser miembro de junta, así no pudiera legalmente nombrarme, y yo tenía que ir y representarlo con un abogado que votaba lo que yo dijera. Pasé mucho tiempo con la auxiliar contable en la fábrica de mi viejo que se llamaba Italgraf, para saber cómo era la liquidación, cómo hacían las tiras, qué era un libro de ocho columnas, porque en esa época se llevaba la contabilidad manual. Ya cuando entré a la universidad le metí el cariz jurídico a todo esto y lentamente mi papá empezó a delegar en mí la istración de todos sus bienes y nómina.
Usted se encargó de las empresas familiares y luego de otro tipo de patrimonio, como la dirección de la Fundación Álvaro Gómez, y la dirección de la investigación por el asesinato de su tío. ¿Cómo fue ese momento de responsabilidad familiar y política?
Al principio la investigación no me tocó a mí, mi papá no quería. Él le temía mucho a que los que habían matado mataran de nuevo, a un fuego eterno, peligroso. Y él me veía muy contento en mi profesión, así que fue muy respetuoso y no me impuso esa carga. Creamos con Margarita, la viuda de Álvaro, la fundación, con mucho agotamiento porque hacer algo alrededor de la imagen de Álvaro, recién muerto él, era pesado. Entonces editamos las clases de cultura colombiana que dictó Álvaro, las cartas a Margarita, trabajamos en una faceta humana de Álvaro; digitalizamos los populibros, los editoriales, sacamos memes en internet. Hasta que viene mi papá un día frustrado y humillado porque la investigación del crimen de Álvaro Gómez llevaba tres años parada. Entonces me senté, hice el presupuesto de lo que yo creía se necesitaba para entender el caso, nos reunimos toda la familia y todos dijeron: hagámoslo.
Fue ‘patinador’ de juzgados; fue director financiero del Noticiero 24 horas; fue el encargado del patrimonio familiar; fue director ejecutivo de la Fundación Álvaro Gómez Foto:Pablo Salgado
¿Cómo recuerda el día del asesinato de Álvaro Gómez?
Como algo fatal. Estábamos con mi papá en la oficina y Rosa Casares, todavía empleada mía, recibió la llamada. Nos vamos para la clínica, donde estaba todo: el caos, los estudiantes de la Sergio, el carro, que tocó y manipuló todo el mundo, botado en la bahía de la Clínica del Country. Como yo ya tenía un cierto liderazgo en lo práctico bajé a ver el cuerpo que ya estaba en la morgue. Él llegó vivo, pero la misma bala que atravesó el corazón de José del Cristo Huertas… José del Cristo estaba en el lado derecho del vehículo. Él ve al atacante, gira sobre Álvaro y esa bala blindada atraviesa el corazón de José del Cristo y le pega al corazón de Álvaro. La misma bala los mata a los dos. José del Cristo llega ya fallecido a la clínica, Álvaro llega vivo, pero dura muy poco tiempo en cirugía, menos de diez minutos. Le conté a mi papá y mi papá le contó a Margarita que Álvaro había fallecido. Lo mío era lo práctico, los asuntos mortuorios, que asumí naturalmente porque nadie me lo pidió, era mi rol. Escogí el cajón abierto y eso no le gustó a Margarita ni a la familia. Entonces esa noche nos fuimos a escoger otro. Pasé la noche cambiando a Álvaro de cajón. Duro. Recogiendo tal vez más de mil escapularios que la gente había dejado, mensajitos. Eso se perdió. Ya el cuerpo se había inflado, no entraba en el nuevo cajón, una cosa terrible. En las imágenes del día siguiente ya es un cajón diferente, mucho más sencillo, lo que la familia quería, con solo una tapita, que abrieron de todas formas. Ellos querían que nadie viera a Álvaro. Y organizamos lo del Cementerio Central, esperando a que Mauricio, su hijo, llegara de Europa. El cortejo fúnebre de la catedral al Cementerio Central fue tranquilo, había unas cuarenta mil personas. Luego el traumatismo y la desinformación en las empresas familiares, Síntesis Económica, 24 horas, ¿qué hacemos? Mauricio decidió cerrar Síntesis, una cosa muy emocional de no invertir más en el país. Para mí fue un golpe muy duro porque era un proyecto al que yo le había metido mucho con Álvaro.
¿Cómo era una tarde familiar de domingo con su papá y su tío?
En casa de mi padre el ritual de misa era de mediodía. Éramos de la parroquia de Santa Rita, en Bogotá. Y a la salida de misa, empanadas, sentados a la mesa. A mi padre le parecía fundamental la comunidad familiar en la mesa. Y Álvaro era un hombre de visita de tarde, con Margarita, su esposa, y venían mis primos. Vivíamos en un barrio residencial y ellos tenían su espacio de visita, posiblemente uno de los pocos espacios entre Álvaro y mi padre que no se centraba en la política sino en las cosas familiares. Con los años Álvaro mantuvo la misa de siempre, donde fue secuestrado, en la Inmaculada. Mi padre se pasó a la misa del sábado por la noche, y eso en una familia como la mía, de ritual católico y practicante, el horario de la misa era muy, muy importante. Todo lo demás se hacía después de.
¿Qué tipo de alumno fue en el colegio? Imagino que nunca tuvo problema en levantar la mano y preguntar.
Yo estudié en el colegio San Carlos, muy de izquierda. Todos mis profesores eran mamertos. El rector, el cura Francisco, decía con una enorme sabiduría que era mejor desilusionarse temprano del marxismo para luego superarlo. Siempre fui controversial, pero muy malo en matemáticas. Me fui a Francia con mi padre de embajador en 1979 y aprendí francés rápidamente. Mis padres cometieron un grave error porque me saltaron quinto de primaria, me iba tan bien que el mismo colegio lo recomendó. Esto fue en París, en un liceo muy antiguo que se llama Lycée de la Rochefoucauld. Sufrí mucho en matemáticas cuando volví al San Carlos. Fui insurrecto pero respetuoso, dialéctico, en un entorno donde la mayoría estaba seducida por Pablo Milanés, por Mercedes Sosa; era la época del boom latinoamericano, la nueva trova cubana… hasta yo ponía el Unicornio azul de Silvio Rodríguez, porque de lo contrario no levantaba ni una vieja. Había un ambiente muy marxista, muchos profesores con visiones desde el materialismo dialéctico, así que yo entendí desde muy joven el peligro de esa filosofía. Cuando estudié seis semestres de filosofía mi afán era entender la perversidad analítica del materialismo dialéctico, es decir, cómo puede coger y hacer una falsa construcción racional de los sistemas filosóficos. Para mí era una necesidad. Porque evidentemente al final todo es filosofía. La teoría del conocimiento es fundamental en todo.
¿Cómo era su mundo a los dieciocho años?
Yo ya quería ser abogado, ya tenía claro en la vida que el derecho era una cosa que me iba por dentro. Hay gente que se encuentra con las vocaciones y hay gente que las trae desde chiquito; yo he sido siempre dialéctico porque ese era el ambiente en mi casa. La sentada a la mesa en mi casa era a discutir temas desde cualquier perspectiva: económica, política, jurídica, filosófica, literaria, psicológica, psiquiátrica, eso se hablaba de todo. Las sobremesas en mi casa eran eternas. Se pegaba el almuerzo a la comida.
¿Cómo fue su paso por la universidad?
Me gradué de la Sergio Arboleda. Preferí estudiar ahí. Mi padre quería que estudiara en la Universidad Nacional, luchar contra los molinos de viento, para forjar todavía más mi carácter dialéctico. Pero entré a la universidad y me fui al Ejército. Una de las cosas que más me impactaron del Ejército era que había gente de toda Colombia. Guajiros, costeños, vallunos, tolimenses, gente del llano… Cuando me quejaba de la rutina, de la comida o de la disciplina, alguien se volteaba y con sinceridad me decía: “¿De qué se queja si nos dan tres comidas diarias y ropa y botas nuevas? ¿y usted jodiendo?” Eso me aterrizó mucho. Éramos todos bachilleres y nos reíamos igual, mamábamos gallo igual, nos dábamos en la jeta igual. Descubrí que no tengo prejuicios. Y eso impactó en mi ejercicio profesional, porque yo en la universidad empecé a patinar al final del primer semestre, ya tenía doscientos procesos para vigilar. Siempre ejercí como patinador; esa es la idea de estudiar y ejercer, que lo vuelve a uno muy práctico. Yo salía de la universidad al Hernando Morales, donde está el Circuito Civil de Bogotá, y a los penales, y fluía en ese universo. Conocí el centro de Bogotá, con esa cosa de los abogados: dónde se come el marrano, dónde se embolan los zapatos, dónde se caga, dónde se saca la fotocopia más rápido.
Su hijo Nicolás se lanzó recientemente al Concejo de Bogotá dentro de una coalición. Nos queda Gómez para rato en la política.
Pues quedan las ideas, lo conservador, la transparencia, la convicción, a veces ilusa, de que se puede hacer política con militancia, con voluntariado, con programas, con ideas, con denuncia y activar a la ciudadanía. Nuestra propuesta es tener coherencia. El centro es la movilidad política, la transacción, la venta, no tener ideales.
¿Qué sintió al conocer que obtuvo 50.539 votos en las pasadas elecciones presidenciales?
El resultado fue evidentemente escaso. La sensación inicial era que el voto útil en relación con el candidato Federico Gutiérrez le restó mucho potencial a mi candidatura. Además, con 144.000.000 de pesos de presupuesto de la campaña no tenía manera de dar a conocer mi figura en todo el país. Creo que las ideas, el tono, la política de propuestas fueron validadas. Al final del día, el ejercicio, si bien fue escaso electoralmente, me ha entregado un espacio en la agenda política nacional y creo que con base en ese presupuesto ha sido un buen resultado tener ese reconocimiento y ha impulsado, evidentemente, la presencia del partido, que en estas elecciones presenta tres mil candidatos en trescientos municipios del país.
¿Volverá a lanzarse de candidato a la Presidencia de Colombia?
La prioridad para Salvación Nacional a mediano plazo es preservar la personalidad jurídica llegando al Senado de la República. Sin embargo, el proyecto Gómez Presidente se mantiene abierto y vigente, como una opción de poder que puede servirle al partido precisamente en el desarrollo de ese mismo proyecto de preservar la personería y de ampliar la representación en todo el país. La decisión sobre si intentar o no una candidatura depende de la evolución del clima político en los próximos dos años.
En esencia me dedico exclusivamente a atender la agenda del partido, algunas pequeñas asesorías y cuido de los intereses económicos de mi familia. Y eso ocupa la agenda, unas dieciocho horas diarias, siete días a la semana. Esencialmente me dedico al trabajo político, tratando de mantener vigente las redes sociales, el trabajo de oposición política. Y a partir de la terminación de las elecciones de octubre, construyendo nuevos liderazgos en todo el país de cara a obtener el umbral en el Congreso en las elecciones parlamentarias del 2023.
Usted afirmó durante la campaña presidencial en una entrevista a EL TIEMPO que Petro era un “psicópata, mentiroso y enfermo mental.” ¿Esa percepción ha mejorado o ha empeorado?
Me ratifico y está empeorando. Psicópata es una patología psiquiátrica en donde la persona se enajena de la realidad y es incapaz de separarse de esa ficción que ha construido. Yo creo que el presidente está mal de la cabeza. Es evidente, sus ausencias y abandonos temporales del cargo en funciones como jefe de Estado. Son señales de que algo está mal en la salud. Ojalá no sea nada grave, yo no le deseo mal a nadie. Pero existe un problema patológico, ya se trate de un problema de adicciones, como sugieren muchos cercanos a él, o un problema físico o fisiológico. Yo quiero saberlo y estamos presentando los derechos de petición para que nos lo digan. Sobre su capacidad de ser un demagogo mentiroso a través de las redes, como lo fue cuando era alcalde, a nadie le queda duda, no sólo por manipular pequeñas versiones. Tiene un tropiezo en su cuenta de Twitter por semana. La psicopatía se disemina, es una enfermedad contagiosa.