Al maestro
Fernando Botero le gustaba comer y disfrutaba compartir la mesa. En el libro El arte de Fernando Botero, su hijo Juan Carlos describe con detalles las viandas y vinos que pedían en uno de sus planes favoritos: salir con la familia y/o amigos a
restaurantes, luego de las intensas jornadas de trabajo en su estudio.
En una entrevista dijo que su comida preferida era la sa, que los sabores colombianos le parecían abundantes en carbohidratos: papa, yuca, arroz, y que en cada viaje se subía unos kilos, y que aunque le parecían ricos “les faltaba variedad”. Me hubiera fascinado haber tenido la oportunidad de llevarlo de viaje por Colombia, a través de nuestra diversa cultura gastronómica, para que probara y se enamorara de nuestros platos regionales, porque no hay duda de que Botero amaba al país. Sí, es cierto que nos encantan “las harinas” como las llamaba él, pero la riqueza de verduras, frutas, pescados, mariscos y carnes que tenemos la hacen muy variada. En otra vida será.
Se percibe que sus rollizos y atractivos personajes disfrutan la comida. En ellos no se refleja la gula y sí el hedonismo y el placer
Me queda el recuerdo de que en esta, hace más de 20 años, tuve la fortuna de asistir a la inauguración de la plaza de las Esculturas en Medellín, donadas por él, frente al museo que lleva su apellido. Fue un evento generoso y magnífico. El remate no fue un pomposo coctel de alto turmequé. El artista decidió que fuera en un restaurante tradicional de la ciudad, su preferido, para comer frijolada con chicharrón crujiente y de maridaje aguardiente, como buen paisa. Fue una noche sabrosa, memorable y feliz.
Estoy convencida de que los artistas que plasman en su obra el alimento es porque tienen sensibilidad y pasión por comer. En la pintura, desde tiempos remotos, importantes autores han dibujado los platos, los ingredientes y los hábitos y costumbres culinarias de su época. Rembrandt, Van Gogh, Arcimboldo, Dalí, Warhol, Cézanne y, por supuesto, Botero.
Bodegones o retratos de personas disfrutando comilonas como: Canasta de frutas (1973), En la carnicería (1973), Bodegón de naranjas y piña (1988), Naturaleza muerta con helado (1990), Bananos (1990), La cocina (1994), Mujer comiendo una banana (1982), Niña comiendo helado (2011) son algunas obras en las que Botero pinta el alimento. Se percibe que sus rollizos y atractivos personajes disfrutan la comida. En ellos no se refleja la gula y sí el hedonismo y el placer.
Botero no pintaba gordos, él pintaba la redondez y la grandeza en todos los personajes y elementos. Exaltaba el volumen para darles magnificencia y sensualidad a las figuras con las que comunicaba su idea de la belleza. Una de las pruebas más exigentes para un artista, afirmaba el maestro, es la de pintar una naranja en donde cada uno logre plasmar su estilo. Y él hizo lo que parecía imposible, una fruta que es redonda, que es una esfera con volumen, logró pintarla con la personalidad de su obra, al mejor estilo boteriano, “una naranja más naranja que todas las naranjas, el resumen de todas” afirmó. Genial. Gracias maestro, por alimentarnos la mente, el alma y el corazón. Buen viaje y buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
@MargaritaBernal
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