Decía el gastrónomo y escritor francés Jean Anthelme Brillat-Savarin, autor de Fisiología del gusto, que de la manera como las naciones se alimentan depende su destino. Y al parecer, el destino de Colombia no es optimista.
La dieta básica del ciudadano del común ha cambiado radicalmente en los últimos meses. Y no por gusto o decisión, sino por necesidad. Hoy es un auténtico lujo incluir en el mercado carne, lácteos, papas, cebolla, huevos, plátano y otros alimentos de la canasta familiar. El conocido AM (arroz, carne, papa y maduro) ya no se puede servir en la mesa nacional.
Inflación por las nubes, el peso cada vez más devaluado y el dólar altísimo. ¿Y la comida? Impagable, la plata no alcanza. Conversando con Anita, mi mano derecha en la cocina, me contaba que con el dinero que hace un par de meses compraba dos bolsadas de mercado, la semana pasada pudo solo adquirir una. Ella, que viene de tierras boyacenses y creció entre cultivos de papa y cebolla, hoy no puede darle estos ingredientes a su familia. Es que el palo no está para cucharas.
Hace poco, la FAO puso a Colombia en el mapa de los países del mundo que padecerán hambre aguda en el 2022. El Gobierno, indignado, rechazó esta afirmación y exigió que nos sacaran afirmando que no era real. Le hicieron el feo a la FAO. La FAO se retractó, pero no ha debido. La cruda realidad es que si la mayoría de colombianos, especialmente las clases populares, no tienen con qué comprar comida, ¿cuál es el destino del país? Hambre.
La cocina tradicional popular, la campesina, se encuentra en vías de extinción. Sancochos, tamales, arepas, amasijos y más ya no son parte del menú diario del país del ‘Encanto’
La cocina tradicional popular, la campesina, se encuentra en vías de extinción. Sancochos, tamales, arepas, amasijos y más ya no son parte del menú diario del país del ‘Encanto’. Las razones son muchas: altos precios de los insumos, estancamiento de contenedores en China, el paro nacional (que ya basta de echarle la culpa de todo), el covid, demasiados intermediarios, especulación y, sobre todo, falta de control y vigilancia a los precios por parte de las entidades responsables.
Qué desgracia, y pensar que, con tanta riqueza, biodiversidad, tierras fértiles y recursos, paradójicamente pareciera que viviéramos en un árido desierto sin futuro. Importante que los gobernantes entiendan que el hambre no consiste únicamente en no tener qué comer, sino que también influyen la calidad y la cantidad de los alimentos. A barriga llena no siempre hay corazón contento, se trata de nutrir y no solo de saciar.
Quienes padecen hambre terminan con serios problemas de desnutrición, que llevan a enfermedades que o terminan en la muerte o dejan secuelas irreparables, influyendo en el crecimiento, la inteligencia, la motricidad y la salud, en otras palabras, una muerte en vida. El hambre llama a la delincuencia, a la violencia, a la agresividad, a la improductividad y, en conclusión, a la guerra.
Esperemos que el próximo gobierno no se dedique a echarle vainazos al saliente y encuentre oportunas soluciones a la crisis de hambre que tenemos a la vuelta de la esquina, en el país más encantador del mundo. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
PARA EL TIEMPO
@MargaritaBernal