La pizza hawaiana se parece a las actuales elecciones presidenciales: polariza. Pocos platos generan tanta controversia como este, igual que políticos en campaña. Produce pasiones, odios, fanatismos, rechazo, críticas, amores, bloqueos y seguidores. Los puristas y detractores le hacen el feo no solo a la pizza, sino a quienes la aman.
Me fascina y públicamente, sin complejos, lo confieso. Es mi favorita y, por cuenta de esto, me he ganado uno que otro detractor. Aunque también he de decir que me han llegado nuevas amistades que se suman y unen a esta secta: los amantes de la pizza hawaiana. Ellos tampoco sienten pudor en aceptarlo con transparencia y sinceridad, sin oportunismo. Y es que esta pizza no tiene términos medios, no permite estar en el centro, en la indecisión, o te gusta o no. No como los candidatos, que no se atreven a decir cuál es su verdadera posición por miedo a perder votos o seguidores.
Crecí pensando que había sido inventada en Colombia. Un día me dio por investigar su origen y cuál era la versión más creíble, porque con las historias de los platos generalmente hay varias. Fue creada en Canadá, en los años 60, por un griego llamado Sam Panopoulos. No tiene ninguna relación con Hawái, más allá de la marca de la lata de piña en conserva que él usaba. De ahí el nombre.
Luego me enteré de que se consume en varios países, como por ejemplo en Australia. Con el paso del tiempo he venido notando que muchas pizzerías que comenzaron siendo muy italianas y estrictas en los procesos de cocina, preparación e ingredientes han tenido que ceder al antojo colombiano y hoy ya ofrecen su versión de hawaiana. Vamos ganando los que la amamos. Pero yo entiendo a aquellos que no les gusta, en especial a los italianos, quienes se enfurecen y ofenden cuando la ven o se las ofrecen. Es para ellos un golpe bajo a su tradición e historia culinaria.
Uno debe comer y beber lo que lo hace feliz, así como debe elegir al candidato en el que más confíe y le parezca creíble. Hasta donde se pueda.
Si se anima a cambiar de idea, quiere probarla y abrir la mente y el paladar a nuevos sabores. Similar a lo que hacen los políticos que brincan de un partido a otro a conveniencia. Porque se vale. Recordemos las palabras del expresidente: “Solo los imbéciles no cambian de opinión…”. Recomiendo a ciegas pedir la del restaurante Mi Casa en tu Casa, de la chef Leonor Espinosa. Mi favorita en Bogotá. Todo es perfecto: masa de masa madre, horno de leña para rostizar los tomates de la salsa, la piña y para cocinarla. Lleva además panceta, pernil ahumado, jamón curado en casa y queso mozzarella. De rechupete. Acompañada con una cerveza helada, aunque andan escasas por estos días, es el matrimonio perfecto. Dele un chance, quién quita que se enamore. Buen provecho.
De postre: muchos restaurantes en Bogotá siguen sin exigir el carné o certificado de vacunación y, por otro lado, muchos clientes entran en cólera cuando se los piden. ¿Qué carajos les pasa? El virus sigue y hay que cumplir con el decreto. Pilas.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO