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Opinión
Mujer y cocina, aprender a emprender / El Condimentario
Detrás de cada arepa, tamal o empanada vendida, hay una historia de lucha, superación y esperanza.
Margarita Bernal / El condimentario Foto: Cortesía
Emprender es una palabra poderosa. Suena a aprender, a comprender, a prender. Todas evocan el impulso de empezar, de arriesgarse, de ser pionero, de forjar. Porque emprender es eso: desafiar lo establecido, tropezar y levantarse, convertir una idea en un sueño tangible. Es resistencia.
Y si alguien sabe de esto, es la mujer. Pilar de muchos hogares, sostén de familias, criadora y cuidadora incansable. La que vive con la desigualdad, la violencia, la incertidumbre, el machismo, el acoso y aun así sigue adelante. La que, cuando todo aprieta, encuentra en la cocina un refugio natural, un medio, una tabla de salvación. Porque recordemos que cocina es además una palabra femenina, ya lo había dicho antes: la mujer inventó la cocina, fue ella quien en tiempos prehistóricos cocinó la primera sopa de la humanidad.
(También puede escuchar esta columna en formato pódcast:)
Colombia es el segundo país más emprendedor, pero no necesariamente es porque seamos más visionarios. Aquí, el emprendimiento es, muchas veces, el resultado del rebusque. No es solo una elección, sino una necesidad. La falta de oportunidades laborales y la urgencia de salir adelante han llevado a miles de personas, especialmente mujeres, a emprender no por pasión, sino por supervivencia. Y aunque es irable la tenacidad con la que lo hacen, no podemos romantizar la precariedad.
Si bien la tasa de informalidad en el país es mayor en hombres (58 %) que en mujeres (53 %), ellas enfrentan mayores barreras en ciertos sectores y condiciones. En zonas rurales, la informalidad femenina alcanza el 84 %, y entre aquellas sin educación básica, la cifra llega al 92,2 %. Lo grave de esto es que la informalidad no solo limita el a seguridad social y estabilidad económica, sino que a la final perpetúa la pobreza y la inequidad.
El camino del emprendimiento gastronómico, que tiene grandes oportunidades de desarrollo y éxito –porque al final, todos comemos–, no debería ser una travesía solitaria ni improvisada. Es fundamental contar con políticas públicas permanentes en todo el país, que respalden a estas mujeres con programas de capacitación en técnicas culinarias, manipulación de alimentos, aprovechamiento de recursos, creatividad y uso de los ingredientes, costos, istración, mercadeo, redes sociales y servicio al cliente.
Aunque existen algunas iniciativas desde el sector privado y el Gobierno, la magnitud del desafío y las cifras dejan claro que no son suficientes. Emprender no es solo cocinar bien, es aprender a vender y gestionar para crecer y obtener estabilidad financiera.
Invertir en la capacitación de mujeres emprendedoras no es solo un acto de justicia social, es una apuesta por el desarrollo económico del país.
Detrás de cada arepa, tamal, empanada o pan de banano vendido, hay una historia de lucha, de superación, de esperanza.Ellas no solo cocinan, están horneando oportunidades, bienestar y un futuro mejor para sus familias. Y, por supuesto, apoyar sus emprendimientos es también creer en un país con más equidad y más posibilidades para todos.