La Tragedia de los Andes, uno de los relatos más impactantes de nuestra época, ha sido fuente de inspiración para numerosos libros y películas.
A pesar de la abundancia de versiones, esta historia sigue revelando nuevos aspectos que enriquecen la experiencia de los 16 sobrevivientes.
La última adaptación de este relato, ocurrido en 1972, es ‘La Sociedad de la Nieve’, dirigida por Juan Antonio Bayona y destacada por su nominación a los Premios Óscar como mejor película internacional.
Entre los relatos de esta nueva versión de la historia, se destacan personajes como Adolfo, Eduardo y Daniel Strauch, quienes, en medio de la adversidad, desempeñaron un papel crucial para la supervivencia del grupo.
Los primos Strauch asumieron la delicada tarea de cortar los cuerpos de los pasajeros fallecidos y distribuir el escaso alimento entre los supervivientes.
Este acto se llevaba a cabo en secreto, ocultando los detalles de la difícil realidad que enfrentaban al resto del grupo. A lo largo de los años, los primos Strauch guardaron silencio sobre sus acciones, respetando el dolor de las familias de los fallecidos y enfrentando el tabú que habían tenido que enfrentar.
La película dirigida por Bayona les brindó la oportunidad de salir a la luz y reclamar su lugar en la historia. Fueron ellos quienes asumieron la difícil tarea de conseguir alimento, asegurando la supervivencia del grupo.
Su papel como proveedores y distribuidores de recursos escasos los situó en una posición de gran importancia dentro del fuselaje siniestrado, constituyéndose en los es de la otra ‘Sociedad de la Nieve’, la que permanecía oculta.
Adolfo Strauch, pionero en enfrentar la difícil decisión de consumir carne humana, en una conversación exclusiva con ‘La Nación’, compartió detalles íntimos sobre su experiencia en aquellos días de angustia y desesperación.
La influencia de Bayona en la historia
“El tema de los Andes en mi casa siempre fue un tema paralelo, que se hablaba internamente. Cuando había algún conflicto con los hijos les sacaba la historia. '¡Mirá lo que pasó en la cordillera y mirá de qué te estás quejando vos, pedazo de pelotudo!', les decía”, comentó Strauch cuando se le preguntó acerca del manejo del tema en su hogar.
Según comenta el sobreviviente, Bayona, el director de la ‘Sociedad de la nieve’ comprendió todo el contexto y las complejas fuerzas que estaban en juego, reconociendo la importancia de los fallecidos en la narrativa.
Demostró una paciencia excepcional al reunirse personalmente con cada uno de los familiares de las víctimas para explicarles su enfoque en el guión.
Además, tuvo el gesto de mostrar la película a los sobrevivientes antes de su estreno y luego organizó una segunda proyección especial para ellos y las familias de los fallecidos.
“Los parientes se recontra emocionaron y cuando salimos al 'hall' nos venían a buscar. La película muestra lo que sufrimos para tomar la decisión de usar los cuerpos. Cómo se pensó hasta última instancia y no hubo más remedio que hacerlo. Entonces los parientes entendieron la verdad, la dimensión de lo que pasó”, añadió Strauch.
La decisión de recurrir al canibalismo no fue tomada de manera repentina. Los sobrevivientes del accidente, inicialmente 33 en número, pero reducidos con cada nueva muerte, se aferraron al escaso alimento encontrado en el equipaje durante unos días.
Al quinto día, Adolfo decidió explorar los alrededores y se enfrentó a la desalentadora realidad: el fuselaje blanco se perdía en la inmensidad de la nieve a pocos metros de distancia, haciéndolo invisible para los aviones de rescate.
Con esta certeza, Adolfo regresó al fuselaje con la firme convicción de que debían buscar la manera de sobrevivir por sus propios medios. Y para lograrlo, necesitaban alimentarse.
La decisión que cambió sus vidas
“Esa noche, cuando vuelvo de la expedición, me empezó a rondar la idea y le digo a Daniel Fernández, mi primo. ‘Estoy pensando que de acá no salimos. Vamos a tener que alimentarnos con los cuerpos porque si no, nos morimos todos’. Me quedé esperando que me dijera que había dicho una animalada, pero mi primo estaba sintiendo lo mismo. Ahí se arrimó Eduardo (Strauch, su otro primo), se arrimó Canessa, que también habían sentido lo mismo que yo. Y empezó una charla muy jodida. Fue rechinante, porque algunos te miraban con cara de ‘qué estás proponiendo, qué están planteando estos anormales sacrílegos’”, comentó en la entrevista.
Según cuenta, le asignaron esa tarea porque consideraban que era quien había madurado más la decisión. Fue junto a Gustavo Zerbino y Canessa, quienes, aunque eran estudiantes de medicina, asumieron el desafío.
“Es que empezás a repasar las tradiciones, lo que viene de tus padres, de tus abuelos, lo que hace la gente que te rodea y no tenés ninguna información de eso. Nada. Entonces lo que tenés que hacer es irte al pensamiento propio, más liberal, más transgresor”, añadió.
Strauch recuerda el primer momento con claridad. Vio un trozo de vidrio verde de una botella de vino que había traído el piloto y lo utilizó para cortar. Luego, para levantar el ánimo de aquellos que lo acompañaban, les dijo: "Es como comer jamón crudo sin sal".
“Ya está, Canessa y Zerbino están sacando pedacitos y los están poniendo arriba del fuselaje para el que quiera”, recordó el sobreviviente.
La película aborda la valentía de este acto, que previamente había sido eclipsado por el enfoque en la hazaña de Parrado y Canessa, quienes caminaron en busca de ayuda, por ende, se había prestado poca atención a cómo obtuvieron alimento.
Sin embargo, muchos de ellos guardaron silencio sobre el tema por la vergüenza que conllevaba. A pesar de ello, fue precisamente esta acción la que les permitió sobrevivir y regresar.
“Es que los primos no hablamos por 15 años. Si mirás los primeros 15 años hay cuatro personas que dominan prácticamente el 80 % de los reportajes, que son los dos que caminaron –Parrado y Canessa– y (Carlos) Páez y (Gustavo) Zerbino. Yo estuve muy callado por respeto a los familiares de los muertos. Ahora se abrió un poco el espectro y nos hicimos visibles”, comentó el sobreviviente respecto al tema.
En un documental español, Adolfo mencionó que se requiere un toque de salvajismo para recurrir al canibalismo, mientras que su primo Eduardo opina que se sintió más humano que nunca al hacerlo.
“Fuimos un poco salvajes. Yo creo que si sos muy humano no podés comerte a otro humano. Tenés que ser un poco transgresor. Tiene que haber un poco de salvajismo”, comentó al respecto.
Cuando se le cuestionó acerca de normalizar el consumo de carne humana en ese tipos de contextos, respondió: “Te hacés un bloqueo mental de que no estás comiendo un humano. Estás sacando proteínas para repartir. Y era algo totalmente discreto que se hacía fuera de la vista de todos”.
Reflexiones después del alud
Dentro de la Tragedia de los Andes se sucedieron eventos que añadieron más sufrimiento al ya horrible destino de los sobrevivientes, como el alud ocurrido el día 17 después del accidente.
A las 6 de la mañana del 29 de octubre, mientras descansaban en el fuselaje, una avalancha los sepultó vivos. Ocho perdieron la vida por asfixia y los 19 que sobrevivieron quedaron atrapados en un reducido espacio, entre los cuerpos sin vida y la nieve.
Como describe en el libro 'La Sociedad de la Nieve', de Pablo Vierci, base de la película de Bayona, su cuerpo se relajó y se dejó llevar, incluso llegando a perder el control de sus funciones corporales. “Yo podría haber elegido morirme y me hubiera ido en ese tránsito sereno”, reflexiona.
“Yo perdí totalmente o con todo mi cuerpo, no existía, era un pensamiento muy fuerte. ¿Eso desaparece? Si yo me moría, ese pensamiento fuertísimo, esas presencias, esa sensación del presente tan intenso, ¿desaparece cuando se muere el cuerpo? Yo creo que pasé a otra dimensión. ¿Por qué volví? Porque me pisaron”, comentó el sobreviviente en la entrevista.
Adolfo Strauch afirmó que haber muerto en ese momento no le parecía una idea tan terrible, sino un privilegio. Además, resalta que salir de esa calma significaba encontrarse atrapado en un fuselaje destrozado, rodeado de amigos fallecidos en medio de una montaña helada.
“Estar encerrado en pocos metros cúbicos de aire, con 16 personas y ocho muertos, es de las cosas más espantosas que me pasaron”, añadió.
Eduardo pasó por una situación similar y mencionó que, en el momento del rescate, pensó que habría sido mejor que lo dejaran morir, que estaría más cómodo muerto que vivo en el fuselaje. Sin embargo, esto es solo un comentario, "ya que Eduardo está feliz de estar vivo, viajando por Europa y ofreciendo conferencias".
La vida sin privilegios materiales
Adolfo Staruch reflexionó sobre la huella filosifica de vivir un momento como ese, en el que la vivencia de 70 días en medio del hielo, sin alimento y a gran altitud, dejó una profunda huella en ellos.
“Esa experiencia nos abrió un canal que se empezó a destapar y yo empecé a entender cosas más espirituales. Vi lo que es una vida de opulencia, de riquezas, y lo que es una vida sin nada”.
En ese contexto, la única fuente de riqueza eran los cuerpos de sus amigos fallecidos lo único que podía asegurar su supervivencia. Afirma que en ese estado de completa desnudez material se experimentan sensaciones que son inaccesibles en la vida cotidiana.
En una ocasión, el sobreviviente habló sobre cierta nostalgia que le producía dejar la montaña, afirmando que nunca fueron tan buenos como lo eran allá arriba.
“Ojalá pudiera volver a sentir esa bonanza, esa esencia buena que tenemos todos. Somos naturalmente buenos, pero la sociedad nos aplana y nos lleva por donde quiere”, agregó.
La última noche
Entre las innumerables narraciones que han surgido en torno a este evento, existe una historia aún por explorar: la última noche que parte de los supervivientes pasaron en el fuselaje.
El 22 de diciembre, seis de ellos fueron evacuados en el primer grupo de helicópteros. Los restantes ocho, entre ellos Adolfo, tuvieron que aguardar una noche más en su improvisado refugio de 72 días.
Sin embargo, esta vez no estuvieron solos, pues Sergio Díaz, uno de los rescatistas, se atrevió a pasar la noche con ellos dentro del avión. Los otros tres rescatistas, presas del temor, prefirieron montar una carpa a una distancia prudente.
“Nosotros nos sentimos tan lindos con tener la visita de una persona normal, Sergio Díaz, un tipo macanudo, con un corazón enorme. Se vino a dormir con nosotros. Sacó una hornalla, armó un mate, nos dio galletitas”, añadió Strauch.
El rescatista les advirtió sobre la controversia que se avecinaba debido a su método de supervivencia, perturbando la burbuja que los sobrevivientes habían creado en su estancia en la montaña.
“Él nos dijo: ‘Muchachos, por favor júntense, tengan cuidado con lo que van a decir porque los van a despedazar, el mundo está crispado con lo que hicieron’. Evidentemente el mundo se enteraría e iban a empezar las preguntas. Es lo primero que le preguntaron a Canessa y Parrado cuando llegaron: '¿De qué se alimentaron?'”.
Como consecuencia, no había más remedio que contar su historia, sin tener la posibilidad de ocultar lo que hicieron para sobrevivir.
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*Esta información fue reescrita con la asistencia de una inteligencia artificial basada en información de La Nación de Argentina (GDA), y contó con la revisión de una periodista y un editor.