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Marina Chapman, la niña 'criada' por monos en selvas de Colombia tras secuestro

Durante su vivencia en la jungla, Marina Chapman aprendió a comunicarse con los animales.

Foto familiar de Marina Chapman

Foto familiar de Marina Chapman Foto: Archivo particular

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El mundo está lleno de muchas historias de vida particulares y fantásticas. Al ser humano a veces le cuesta itir o comprender que su construcción como sujeto está atada con su entorno inmediato.
Esos entornos en los que se han construido diferentes percepciones sobre la existencia humana en este plano terrenal han sido narradas desde un punto de vista racional.
Aunque, pese a que el hombre es creación de la naturaleza, le hemos dado poca importancia, a tal punto de que se ha instrumentalizado para satisfacer nuestras necesidades inmediatas, a pesar de las advertencias que ha dado el planeta.
La naturaleza y la vida van de la mano, porque la una necesita de la otra. Es una relación que por cuestiones de supervivencia no puede ser tóxica. Esta tiene que ser una interacción sana e integral para el beneficio mutuo.
Sin embargo, hay seres que han sabido querer al entorno que hace posible su existencia, puesto que este les ha arropado y enseñado una nueva forma de ver la vida, y descubrir nuevos senderos para seguir adelante. La historia de Marina Chapman, nombre que se puso a sí misma, es una de estos casos.
Marina, ciudadana británica de origen colombiano, se encargó de escribir su autobiografía llamada ‘La niña sin nombre’, para inmortalizar sus relatos sobre cómo vivió en las selvas de nuestro país a los cuatro años de edad.

Infancia

La historia empezó en 1957 cuando Marina, con cuatro años de edad, estaba divirtiéndose con sus juguetes. De repente vio algo que ella describió en su libro como una mano negra sujetando un pañuelo con alguna sustancia adormecedora, la cual fue directamente a su rostro.
La pequeña ni siquiera tuvo tiempo para gritar, debido a que la misteriosa persona logró atraparla de manera rápida. Inmediatamente, la menor fue llevada a un carro para luego ser dejada a la deriva en la densa selva del Catatumbo.
Cuando recuperó la conciencia y levantó la mirada, cayó en cuenta sobre el lugar en donde se encontraba: los árboles, los terrenos irregulares, la humedad, el calor y muchos ruidos provenientes de la fauna silvestre. Estaba en la nada misma.
Ante la incertidumbre de donde se encontraba, tomó la decisión de adaptarse a la selva, la cual fue su hogar durante los próximos cinco años. Para saciar el hambre, Marina empezó a imitar la rutina de los monos, los cuales se alimentaban de insectos y frutas silvestres. Rápidamente, la pequeña entró en la manada.
Con el paso del tiempo aprendió a balancearse en los árboles, cazar y huir de los depredadores, e incluso aprendió a comunicarse mediante sonidos con sus nuevos hermanos adoptivos. Así se convirtió de forma íntegra en una habitante integral de la selva.
Más adelante, para saciar su apetito, se comió una fruta venenosa, la cual hizo reacción en su cuerpo, hasta el punto de que convulsionó. Sin embargo, cuando Marina sintió que la luz al final del túnel se estaba acercando, fue rescatada por dos cazadores, quienes se la llevaron y la atendieron. Ese fue su primer o con la civilización en cinco años.
No se trataba de ningún auxilio, pues los cazadores rápidamente vendieron a la menor a un prostíbulo ubicado en Cúcuta. Ahí recibió mucho odio debido a sus malos modales para comer y porque no sabía ir al baño, según relató en su libro. En un punto, la dueña del establecimiento trató de matarla. A pesar de todo, ese lugar fue su techo durante unos años.
Ya sin soportar los constantes maltratos, Marina decidió huir del prostíbulo sin un rumbo fijo, por lo que le tocó vivir en la calle durante varios años. Su cama fue un parque y para comer, le tocó robar. Este hábito la hizo popular en la capital de Norte de Santander, al punto de que otros niños en su misma situación la apodaron ‘Pony Malta’.

Progreso y oportunidades

Ya cansada de vivir en la calle, Marina logró conseguir trabajo como empleada doméstica en la casa de unos mafiosos, quienes la sometieron a constantes maltratos. Esta situación llegó a los oídos de una vecina, quien la ayudó a huir de ahí.
La mujer inmediatamente internó a la joven en un convento durante un tiempo. Más adelante, la señora la llevó a casa de una de sus hijas, María, donde la adoptaron.
Tiempo después, una de las hermanas de María decidió mudarse a Reino Unido. Inmediatamente, esta le propuso a Marina para que la acompañara y fuera la niñera de sus hijas. Sin ningún titubeo, la joven aceptó la propuesta y se fue sin pensar que esa decisión iba ser la mejor de su vida.
Ya establecida en Yorkshire, Inglaterra, Marina conoció a un hombre llamado John Chapman, con quien contrajo matrimonio en 1978. En ese momento, ella por fin pudo tener una vida común y corriente. Según se sabe, actualmente siguen casados y con frutos, puesto que tuvieron dos hijas y tres nietos. Un final feliz.
Para muchas personas, esta historia es poco creíble, ya que aseguran que parece un plagio a una película de Disney. Pero en el país del realismo mágico, repleto de tantos relatos de superación, hambre, maltrato, abandono e insensibilidad, la vida de Marina Chapman tiene un margen de ser creíble.
Esta solo es una de muchas otras historias, protagonizadas por muchos otros seres humanos, quienes no tienen una lejanía dilatada de la realidad del país. Lejanía que tristemente muchos si tenemos y que no nos hemos encargado de cerrar.

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