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La noche de la fiesta más linda de Colombia
BOCAS presenta una crónica gráfica de las Balsadas Guapireñas, una fiesta que busca ser patrimonio.
Difícilmente el país tiene una imagen festiva más exultante y conmovedora que la danza de las Balsadas Guapireñas. Un espectáculo religioso que se celebra en la noche del 7 de diciembre, día de las velitas en Colombia —con repetición el 24 de diciembre—, sobre las aguas del río Guapi. Una manifestación popular que envuelve a la marimba de chonta, los juegos de luces, el viche, la Virgen y la comunidad, todos en una coreografía acuática no ensayada.
Los pobladores de Guapi (Cauca), en especial las comunidades de las veredas del río homónimo que baña al municipio, se alistan desde el 4 de diciembre para la celebración.
Ese día, los campesinos —guiados por los maestros balseros— se adentran en el monte para conseguir las palmas de corozo y los troncos de los árboles machare, tangare y chanul, que serán los elementos indispensables para la construcción y la decoración de las embarcaciones.
El 5 de diciembre, en un proceso de carpintería artesanal, cortan la madera. El 6, arman la estantería (la carroza), la suben y amarran sobre dos canoas enormes y, de la mano de las mujeres y los niños, la adornan con las palmas en formas de ramos. Algunas balsas son de dos pisos y otras de tres.
El 7, por la mañana, le instalan las luces (un sistema conectado a una planta eléctrica que va dentro de la nave), le atan los globos con los colores de la bandera del municipio (celeste y blanco) y en la parte alta del barco (segundo o tercer piso) coronan la imagen de la Virgen Inmaculada Concepción, “la Purísima”, como le dicen los fieles.
A las 7 de la noche, de ese día 7, las balsas salen de cada vereda, tanto de la parte alta como de la parte baja del río, para encontrarse, una hora después, frente a la Muralla, que es el lugar en el que las escalinatas de Guapi descienden al río.
La danza de las Balsadas Guapireñas es una fiesta religiosa que se celebra en la noche del 7 de diciembre, día de las velitas en Colombia —con repetición el 24 de diciembre—, en Gaupi (Cauca). Foto:Pablo Salgado
Poco antes de llegar a la cita, cada embarcación lanza al agua un promedio de 150 a 200 cocos partidos por la mitad, en los que van unas mechas encendidas. Ese solo espectáculo de cientos de llamas flotantes sobre el espejo del río, y que anuncia la llegada de los navíos, paga la boleta (calma, es gratis).
Entonces aparecen en el horizonte las balsas resplandecientes, al mismo tiempo que empieza a retumbar el eco de los tambores que, a su vez, vienen guiados por la marimba de chonta (el piano del Pacífico colombiano). En cada embarcación vienen algo más de 30 personas. Los cantos, conocidos como “arrullos”, están dedicados a la protagonista de la noche: “la Purísima”, la patrona del pueblo. Los ribereños sueltan coplas a la divinidad de la Virgen, a lo fantástico y a la naturaleza.
Mientras el pueblo entero ya está volcado a la orilla del río, poco a poco las naves se van acercando a Guapi. Los “arrullos” crecen. Los músicos, responsables del acoplamiento, se desbaratan sacándoles lo mejor a la marimba, a la tambora y al guasá. Entonces comienza una danza circular, nocturna y mística de balsas iluminadas. Otras lanchas, también decoradas y “prendidas” en todo sentido, se unen al baile.
De cada una de las embarcaciones empiezan a lanzar voladores y a prender volcanes. El juego de mil luces centellea en el agua. El viche —bebida artesanal y ancestral que se obtiene a partir del destilado del jugo de caña fermentado y de la maceración de yerbas— circula, inagotable, de mano en mano. Todo es éxtasis. Una locura espiritual. De una balsa sale un arrullo y desde la otra le contestan. Si esta tira 10 voladores, la otra responde con 20.
Todas las balsas, lanchas y canoas empiezan a acercarse a la Muralla, que desde temprano es una tribuna con algo más de 5.000 espectadores. Luego de este bailoteo acuático, bajan las vírgenes y, entre la multitud, las llevan a la iglesia del pueblo. Mientras tanto, el cielo se llena de luces, gracias a un espectáculo de juegos pirotécnicos que están anclados en el muelle y que cierran la festividad. Al día siguiente será la celebración litúrgica —el día de “la Purísima”—, pero la fiesta continúa en el parque principal con las presentaciones de los grupos musicales de la región. Más baile, más arrullos y muchísimo más viche.
El más claro registro de esta fiesta data de 1963, cuando un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Bogotá y del Instituto Popular de Cultura de Cali realizaron una expedición conjunta a Guapi y plasmaron en un texto académico su magia: Investigación folclórica, raza y región. Sobre una excursión a Guapi. Sin embargo, los adultos mayores aún narran cómo sus padres y abuelos les hablaron de esta manifestación que, fácilmente, puede tener algo más de 100 años y que hace parte de la memoria colectiva de esta comunidad. Una arraigada expresión de identidad de las anteriores, actuales y futuras generaciones.
Los saberes y las tradiciones asociadas a las Balsadas Guapireñas —el arte de construcción y decoración, así como el mismo acto de balsear y el punto de encuentro de la comunidad— buscan ser, desde hace tres años, reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la nación, gracias a la ponencia de un grupo de gestores culturales de Guapi. Ese sería el más apropiado mecanismo para salvaguardar, revitalizar y promover esta celebración.
Solamente el espectáculo visual daría para recibir el reconocimiento. Pero hay más. Detrás del resplandor habita lo que realmente importa: la reunión de todas las generaciones en torno a una manifestación que es el espíritu y el corazón del pueblo afro del Pacífico colombiano.
La danza de las Balsadas Guapireñas es una fiesta religiosa que se celebra en la noche del 7 de diciembre, día de las velitas en Colombia —con repetición el 24 de diciembre—, en Gaupi (Cauca). Foto:Pablo Salgado
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Desde el 4 de diciembre, las comunidades ribereñas comienzan a construir y a adornar las balsas con palma de corozo e iluminación eléctrica. Foto:Pablo Salgado
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Los saberes y las tradiciones asociadas a las Balsadas Guapireñas —el arte de la construcción y la decoración, así como el mismo acto de balsear y el punto de encuentro de la comunidad— buscan ser reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la nación. Foto:Pablo Salgado
Los saberes y las tradiciones asociadas a las Balsadas Guapireñas —el arte de la construcción y la decoración, así como el mismo acto de balsear y el punto de encuentro de la comunidad— buscan ser reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la nación. Foto:Pablo Salgado
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Los cantos, conocidos como “arrullos”, están dedicados a la protagonista de la fiesta: la Virgen de la Inmaculada Concepción, “la Purísima”, la patrona del pueblo. Foto:Pablo Salgado
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Poco antes de llegar al pueblo, cada embarcación lanza al agua un promedio de 150 a 200 cocos partidos por la mitad, en los que van unas mechas encendidas. Ese acto místico y luminoso anuncia la llegada de las balsas. Foto:Pablo Salgado
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Los primeros que encienden la fiesta son los niños con sus velitas. Foto:Pablo Salgado
Cada balsa lleva un sistema de luces conectado a una planta eléctrica que va dentro de la nave. También les amarran globos con los colores de la bandera del municipio (celeste y blanco). Foto:Pablo Salgado
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El reflejo de las luces sobre el río Guapi es la más certera postal de las Balsadas nocturnas. Foto:Pablo Salgada
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Finalmente, las naves llegan a la orilla de Guapi donde bajan las estatuas de las vírgenes que terminarán su recorrido en la iglesia. Foto:Pablo Salgado
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La marimba de chonta, conocida como el piano del Pacífico, es el centro del sonido de la celebración. Foto:Pablo Salgado
Detrás del resplandor de las Balsadas habita lo que es realmente importante: la reunión de todas las generaciones en torno a una manifestación que es el espíritu y el corazón del pueblo afro del Pacífico colombiano. Foto:Pablo Salgado