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Andrea Mejía y sus cuentos nacidos del mundo de los sueños
La bogotana le sigue apostando a este género literario con diez nuevos relatos, en el libro Quietud.
Andrea Mejía es literata de la Universidad de los Andes y tiene un doctorado en Filosofía de la Universidad Nacional. Foto: Cortesía de la autora
Para la bogotana Andrea Mejía, la vida “consciente” es un “pedazo muy pequeño”, “de repente el más aburrido”, y por eso es fiel a sus sueños. Esos de donde han salido en gran parte los diez cuentos que conforman 'Quietud', su nuevo libro, cubierto por una fina niebla del más puro surrealismo latino.
Mejía (Bogotá, 1978) fue una niña de “ciudad”, pero ahora vive a las afueras de la capital en una vereda paramosa, cercana a la población de Choachí. Allí nacieron estos relatos que ahora publica la editorial española La Navaja Suiza.
En ese maravilloso enclave ecológico, Mejía y un grupo de amigos intentan construir una reserva porque se trata de un “sitio bello que parece un lugar de hace 100 años”, una zona campesina que en un tiempo pasado fue muy peligrosa debido a la presencia de las Farc, cuenta Mejía.
“Nacen aquí en dos sentidos, aquí los escribí todos, no recuerdo haberlos escrito en otro lugar; y también se los debo a este lugar porque ocurren aquí donde están esas figuras campesinas, completamente inspiradas en las presencias de acá. No es que se me hayan aparecido, pero es la forma de andar por el mundo, el misterio, la soledad, la vida dura campesina”, explica.
El libro es editado por la española La Navaja Suiza. Foto:Archivo particular
Pero en 'Quietud' hay otros relatos que llegaron a la escritora en forma de sueños que nacieron en ese espacio del mundo donde el “estado del alma” es la quietud, de ahí el título elegido para aunar a los cuentos, que flotan en una suerte de universo traslúcido.
“La vida consciente es un pedazo muy pequeño de la vida y de repente es el más aburrido, pero los sueños son una fuente inagotable, sin dueño, no se limitan a tu vida individual que siempre es pequeña. Estoy convencida y tengo fe en que los sueños son ríos por los que corre una cantidad de sabiduría, de imágenes, de figuras, de historias que no son nuestras, que son más viejas y a veces pueden ser premonitorias, y por eso son fuente de creatividad inagotable que sobrepasa la capacidad creativa”, afirma.
Por eso, Mejía (autora de otros títulos como La carretera será un final terrible (Tusquets) tiende mucho a eso que pasa en la mente cuando creemos estar descansando: “trato de recordarlos y escribo”.
“Es cierto que los sueños no tienen mucho prestigio en la literatura en general, ahora hay como una vuelta racional a la vida doméstica, muy urbana, realista y los sueños quedaron exiliados, pero hay autores que en la literatura europea creen en los sueños, como Cartarescu”, añade.
Este nuevo material creativo llevará al lector a diez historias, algunas de ellas conectadas, en las que conocerá a un niño frágil al que solo le gustan las bolas de arroz de su madre; a un pianista o a Mariana, una niña curiosa y vivaracha. Personajes que transitan por un paraje donde la montaña siempre está presente y donde la niebla matiza la luz del día. Imágenes donde recupera la fuerza del género de cuento, porque Mejía es una gran defensora del relato corto.
Mejía estudió literatura en la U. de los Andes y tienen un doctorado en Filosofía de la U. Nacional. Foto:César Melgarejo/ EL TIEMPO
Escribo novelas, pero escribir cuentos me parece más emocionante y feliz
“Escribo novelas, pero escribir cuentos me parece más emocionante y feliz, lo asocio menos con el trabajo, porque la novela es un trabajo costoso y se necesita aguante. Para mí, escribir cuentos es obedecer a decisiones que en un par de días pueden volverse reales en la página, pero en una novela es más fatigoso. Leer un cuento es un momento de rapto que en cualquier momento te puedes permitir”, afirma.
Amante de la literatura, Mejía confiesa que cuando escribe “solo” piensa en el lector, porque para ella escribir “es un regalo para quien lee”.
“La imaginación no está en la mente de un escritor y tampoco en la mente del lector, es algo que está ocurriendo entre el que lee y el que escribe, y si alguien cree que es el dueño de la imaginación están privando al lector de la posibilidad de participar de su imaginación”, concluye la autora.