El control del ruido es una de las herramientas más efectivas para la convivencia ciudadana, el ejemplo que cito a continuación para entender esta norma es simple: ¿hasta dónde llegan mis derechos? Fácil, hasta donde empiezan los del otro.
Entonces, ¿hasta dónde puede llegar mi ruido? Pues hasta donde no afecte a los demás. Pero en Colombia el respeto a la tranquilidad del ciudadano no existe, esa norma de convivencia dejó de aplicarse hace rato. Aquí se viola el límite de tolerancia acústica diariamente, sin que nadie pueda impedirle al ruidoso que pare su zafarrancho.
He publicado varias columnas sobre este tema y he recibido denuncias de muchos afectados que piden que se castigue al ruidoso. Los contaminadores acústicos siguen tranquilos en su bulla porque no hay ningún castigo para esa infracción. Sin embargo, la semana pasada se radicó en la Cámara de Representantes el proyecto de ley contra el ruido.
El líder de esta iniciativa es el representante por Antioquia Daniel Carvalho, y lo acompañan veinte congresistas entre los que se destacan Julia Miranda, Juan Carlos Losada y Jennifer Pedraza. Con el apoyo de estos y otros nombres, este proyecto de ley les da una luz de esperanza a millones de colombianos que anhelan una vida libre de contaminación auditiva. Carvalho menciona que la insatisfacción ciudadana por los niveles de ruido llega al 48 por ciento en todo el Valle de Aburrá, al 61 por ciento en Bogotá y a un asombroso 80 por ciento en Cartagena. Partiendo de esas cifras, es fácil concluir que la mayoría de la población nacional apoya los cambios que propone esta ley.
Pero hay un detallito, mucha de la recreación pública se hace con amplificación masiva, cosa que se debe manejar con cuidado para que esta ley no les dé herramientas a ciudadanos intolerantes que con ella podrán bloquear las ferias y fiestas, tan comunes en nuestro bullicioso terruño. De hecho, muchas ciudades del mundo poseen equipamiento urbano donde se pueden realizar festivales y megaconciertos sin afectar a los vecinos. En zonas residenciales de Barcelona operan discotecas muy bien insonorizadas en los sótanos de edificios de vivienda, y nadie se queja.
En Bogotá ya hubo intentos de los residentes del parque del Country para impedir la realización del festival Jazz al Parque en sus predios. Casos similares se pueden presentar con una ley mal redactada. Honorables representantes: con el silenciamiento urbano, muchos podremos volver a dormir en paz.
ÓSCAR ACEVEDO
Músico y crítico musical
acevemus@ yahoo.com
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