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El jardín secreto de Piedad Bonnett queda en el Instituto Cervantes

La poeta colombiana dejó en una pequeña caja su legado literario, en la capital española.

Piedad Bonnett, poeta y novelista colombiana.

Piedad Bonnett, poeta y novelista colombiana. Foto: Claudia Rubio/EL TIEMPO

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Piedad Bonnett dejó una pequeña muestra de su mundo en la caja número 1426 de la antigua cámara acorazada del Instituto Cervantes, donde algunos escritores seleccionados depositan legados. En su caso, se trata de cartas, apuntes para sus obras, dibujos suyos y de su hijo y un par de libros.
“Un legado implica memoria, que es a lo que aspira todo escritor”, dijo la poeta colombiana durante el acto de entrega, y confesó que espera que “cuando se abra esta caja” alguien se acuerde de ella. “He querido comunicar un pequeño mundo de afectos porque legar es desprenderse de lo querido, y eso implica dolor”, aseguró.
Bonnett se desprendió de varios objetos relacionados con su hijo Daniel, que se suicidó en 2011. “Cuando murió mi hijo Daniel yo escribí 'Lo que no tiene nombre'; ya está plasmado en la literatura y en un libro de poemas llamado Los habitados”, explicó Bonnet. “Como un duelo tiene tantas maneras de hacerse, una de las cosas que yo hice fue entrar a su habitación cada tantos días —una vez a la semana o incluso más— y, como siempre me gustó dibujar y él fue un dibujante muy bueno y un pintor muy bueno, en un cuaderno suyo yo dibujaba cualquier cosa que le pertenecía: su corbata, sus zapatos, su chaqueta, su piyama…”. Es lo que llamó “una especie de intento de recuperación y de fijar lo más querido”. “Era un acto realmente muy íntimo”, dijo. Ahora las copias de esos dibujos descansan en la Caja de las Letras.
También contó que ella recibió el Premio Casa de América de Poesía Americana pocos días antes del fallecimiento de su hijo. “Se juntaron, como junta a veces la vida, la alegría más grande y la tragedia y el dolor”, aseguró, y explicó que con el dinero del premio publicó un libro con obras de su hijo para el aniversario de su muerte. Lo incluyó en el legado. “Pensé en el deseo de perpetuar la memoria de Daniel dentro mi propia memoria y expandir un poco la imagen suya que doy en Lo que no tiene nombre y en el otro libro”, dijo en el momento de entregarlo.
Sumó al legado otro libro que publicó en 2006 con obras de la artista plástica Luz Ángela Lizarazo: se titula Lección de anatomía y contiene una docena de poemas de Bonnett con dibujos del cuerpo femenino que la escritora calificó como “muy sutiles”. También una libreta con apuntes preparatorios de sus obras y una decena de cartas manuscritas originales que recibió de “escritores amigos, casi todos muertos, con los que he tenido relaciones hermosas”, según explicó.
“He querido comunicar un pequeño mundo de afectos porque legar es desprenderse de lo querido, y eso implica dolor”.
Llegaron a la Caja de las Letras también diez capítulos de una radionovela de la emisora Radio Nederland, cuyos libretos escribió Bonnett a partir de una novela suya. “Cuando los oía me emocionaba mucho porque era como si esa historia ya no me perteneciera”, explicó y agregó que le encantaban “las voces de toda Latinoamérica con sus acentos” que pronunciaban sus diálogos. Contó que ella escuchaba radionovelas desde muy joven y que con la compañía de sus sonidos arrancó su camino de escritora.
Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, señaló a Bonnet como “un punto de referencia fundamental de la poesía colombiana” y “una de las grandes riquezas de la lírica escrita en español”. Además, se refirió a sus obras en prosa, que “forman un mundo propio”, y aseguró que es una “novelista imprescindible”, desde su primer libro, De círculo y ceniza (1989), hasta el más reciente, Qué hacer con estos pedazos (2022).
Desde 2007 la cámara acorazada de la antigua a sede del Banco de España, que ahora alberga al Instituto Cervantes, recibe legados de personas relacionadas con el español. El de Bonnet es el número 118. En las Cajas de las Letras han depositado objetos escritores y representantes de varios ámbitos, como el cantautor Joaquín Sabina y el grupo cómico-musical Les Luthiers.
Otra autora colombiana también depositó su legado este año: Laura Restrepo dejó en marzo la camisa de hilo bordado que le pusieron en su primer día de vida a José Asunción Silva.
EL TIEMPO habló con Bonnet sobre el legado, su obra, sus actividades y sus opiniones.
¿Qué significa para usted haber dejado un legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en Madrid?
Sobre todo un honor, que sin embargo me ha costado asimilar, pues mi “casilla” está rodeada por el legado de muchos personajes importantísimos. Mi vecino más próximo, por ejemplo, es Rabindranath Tagore. Entonces, al lado de la alegría también hay dudas y miedos, pues un legado implica una especie de reto al tiempo. La pregunta que siempre se hace un autor es si su trabajo perdurará. Y por tanto la pregunta que yo me hago, no sin incertidumbre, es si en cincuenta años habrá todavía quién me lea y, por tanto, si mi legado tendrá sentido.
¿Por qué eligió los objetos que dejó como legado?
Porque significan mucho para mí, y por tanto implican desprendimiento. Y es que una deferencia tan grande con un escritor, lo compromete. Por eso dejé allí —de acuerdo con el sentido que el Instituto Cervantes persigue— cosas particulares. Cartas de escritores amigos, muchos de ellos muertos. Una de mis libretas de apuntes, repleta de citas, de reflexiones. Algunas curiosidades. Y el libro que hice después de la muerte de mi hijo Daniel con una selección de sus dibujos y pinturas. No es un libro comercial. Con él trato de perpetuar la belleza de su trabajo, su memoria.
¿Cómo es su relación en general con España?
Maravillosa. Las editoriales en las que publico —Alfaguara, Visor— son españolas. Cuento con muchos lectores, y España me ha dado importantes reconocimientos. Tengo también allí amigos entrañables, personas que quiero mucho y que veo cada vez que voy.
¿Cree que la poesía goza de buena salud en los tiempos que corren?
Eso es difícil de medir. Pero estoy segura de que no es un arte en vía de extinción. La poesía siempre ha tenido y tendrá lectores fervorosos, y escritores que la eligen como una opción de vida. Además, se las ingenia para circular de mil maneras. Los libros de poesía pasan de mano en mano entre la secta de sus amantes, y se oye en festivales en muchas partes del mundo. Y si buscas en internet encuentras mucha, mucha poesía.
A la poesía y la narrativa usted agrega la columna. Algunos escritores no aceptan el compromiso de escribir una columna semanal pues dicen que es una carga que les estorba. Parece que a usted no...
Es una carga pesada, no diré que no. Pero también una especie de vicio, una pasión que permite muchas cosas: afinar la mirada sobre la realidad inmediata, fortalecer el criterio, investigar, defender ideas con argumentos, mostrar la complejidad de lo que para muchos es simple y ejercer el arte de la concisión.
Bonnett dejó varias cartas de escritores ya fallecidos y objetos que rinden tributo a su hijo fallecido.

Bonnett dejó varias cartas de escritores ya fallecidos y objetos que rinden tributo a su hijo fallecido. Foto:Claudia Rubio/EL TIEMPO

Además de escribir, enseña. ¿Ha cambiado mucho el oficio del profesor desde que usted empezó?
Ya no enseño. Pero ya veía venir muchos cambios cuando dejé la docencia. Las universidades se han ido burocratizando mucho, por una parte, y por otra ahora hay que hablar en clase con miedo a herir ciertas susceptibilidades dispuestas a saltar al ataque. Eso coarta el humor, la ironía, la alusión sugerida que le pone picante a la comunicación y al debate. Aun así, pienso que ser maestro universitario es un oficio maravilloso, que da muchas satisfacciones.
¿Nunca la ha tentado escribir para el cine y la televisión, donde su hermano Mauricio tiene un nombre consolidado?
No. Aunque he escrito mucho teatro, cada vez me gusta más la escritura en solitario, la que no espera nada de colaboración otros. Mi hermano ha hecho el camino inverso, y ha escrito tres novelas, muy buenas todas. Sin embargo, como hace tantos años vive fuera de Colombia, no se le conoce mucho.
¿De su última novela puede deducirse que el matrimonio es una máquina peligrosa?
Sí, mucho. Una máquina que nunca puede dejarse en automático porque puede causar estragos o simplemente estropearse para siempre.
¿Cómo son sus días ahora? ¿Qué le gusta hacer, por dónde se mueve, cómo ocupa sus horas?
Mis días, de unos años para acá, están más llenos de compromisos y tareas y viajes de lo que quisiera. Parar no es fácil. Ni siquiera en la pandemia los escritores pudimos parar, porque la virtualidad no nos dio tregua. Leo cuanto puedo, pero me gustaría caminar más, ver más a mis amigos, disfrutar del dolce far niente.
¿Lee con más frecuencia prosa o poesía?
Prosa. Me resulta difícil encontrar poetas nuevos que me apasionen. Y me he aficionado cada vez más a leer ensayo.
Antes era habitual que la gente recordara poemas de memoria. Hoy es raro que alguien lo haga. ¿Sería capaz de citar algunos poemas de memoria?
En la adolescencia me sabía muchos. Por desgracia ahora no. Y envidio mucho a los que lo hacen.
¿Por qué se ha negado a volver a la Academia de la Lengua?
Me exige un tiempo que no tengo. Y en las ocasiones que fui la encontré muy conservadora.
¿En qué sentido?
Lo que yo vi en la Academia fue un apego a unos rituales —rezaban al principio de las sesiones—, que me parecieron anacrónicos. Había mucho envaramiento, mucho apego a las tradiciones. También, evidentemente, estaban muy rendidos al poder político. Asistí a un minuto de silencio por el presidente Turbay. O a un acto donde se esperó al presidente Uribe más de una hora para comenzar. Y sus intereses no me parecieron suficientemente abiertos a las inquietudes sobre la lengua que debemos tener hoy. También trabaja con muy pocos recursos, lo que puede contribuir a dar esa imagen de estar paralizada en el tiempo. Yo soñaba con una institución más independiente y vivaz. Pero yo dejé de ir hace mucho tiempo y puedo ser injusta. Tal vez en los últimos tiempos se haya vuelto más interesante lo que allí pasa.
¿Qué verso viaja siempre en su cabeza?
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, de Pavese.
¿Tiene una próxima obra en mente?
Sí. Una que viene empujando desde la pandemia, de largo aliento, que me llena de entusiasmo y también de incertidumbre como toda obra que empieza. Por eso el año entrante solo quiero leer y escribir, escribir, escribir.
Juanita Samper Ospina
Corresponsal de EL TIEMPO en Madrid

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