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Rosario Caicedo busca en su memoria a su hermano Andrés
Hermana del autor de '¡Que viva la música!' publica el libro 'En 'Mil pedazos. Una memoria'.
‘Rosarito’, como la llamaba cariñosamente su hermano Andrés Caicedo, nació en Cali, en 1950. Foto: MILTON DÍAZ. EL TIEMPO
Enmarcado por dos conmovedores y lúcidos textos –una crónica de vida y una carta póstuma a su hermano después de casi medio siglo de su muerte–, 'Mil pedazos. Una memoria', de Rosario Caicedo, discurre por los “pedazos” de vida recogidos a lo largo de cincuenta años a través de poemas y cartas, que nos abren el recorrido de una mujer por el laberinto de la lectura y el amor como caminos hacia la escritura y el descifrar su historia y la de sus afinidades electivas:
La de su familia –su padre, su madre, sus hermanas y sus hermanos, muertos y vivos–, sus amistades profundas, de toda la vida, desde la primera y más perdurable, la de su hermano menor, Andrés Caicedo, hasta la de amigos comunes como Luis Ospina; y la de su vínculo profundo con la creación y con los autores literarios y directores cinematográficos que la acompañaron desde su primera infancia.
“Ella, muerta desde hace décadas, continúa contando y cantando y resucitándose todos los días. Fue así como la historia de mi nacimiento y primeros años de vida, contados por ella, fueron transformados en un cuento con varios capítulos (...). Tantas palabras dichas a una niña, palabras que nunca se debieron decir, pero que, ya dichas, la niña, los niños, hicieron uso de ellas: memorias que siempre he utilizado como los cimientos de lo que soy y sigo siendo. Los cuentos de mi madre. Años más tarde, el hermano escritor compararía sus historias con los monólogos interiores encontrados en James Joyce. ‘Es como oír el sonido de un río al que tú te quieres meter. Suerte tenemos. Como que nos hubieran depositado una cuentista irlandesa en nuestra casa. Hasta Nelli se llama. Rosarito, ella no necesita escribir. Lo que a mí me toca es oír y aprender’ ”.
El libro es publicado por Editorial Planeta. Foto:archivo particular
Y continuando con 'Corazón', los inolvidables cuentos de Edmundo de Amicis, cuyo título podría ser el de este libro, el cual llegó a las manos de su autora como el regalo de un mago en una fiesta infantil, ahora recordada como el inicio de su amor por la literatura, y del estallido de su clarividencia sobre los abismos sociales e interiores donde empezó a fraguar su propia palabra. O con las innumerables películas que vio con su hermano y que siguieron viendo y refiriendo siempre en sus cartas.
Por todo ello, este 'Mil pedazos' se ha construido como un tejido en el cual se alternan los tres géneros literarios propios de la intimidad: la crónica de vida, la poesía y la epístola, todos ideales para expresar la conversación íntima con sus afectos primordiales, y consigo misma, en el tránsito por el paisaje de su corazón: “Mother, mother, landscape of my heart”, en el cual “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”, epígrafes del libro, de Olga Broumas y William Faulkner, respectivamente, con los cuales nos anuncia de qué se trata la tarea de recoger los mil pedazos de sus una y muchas vidas, la vivida sobre la tierra, la sumida en la oscuridad luminosa de las salas de cine, y la leída y abierta al mundo a través de los libros; siempre en el eterno presente del leer y el escribir, es decir, de vivir en esa ruptura con la cotidianidad donde todo convive para siempre, y se atan los extremos del pasado y del futuro con el brillo de las palabras que, escritas y leídas, develan.
Son formas de narrar en las cuales no hay límites entre la vida y la muerte, y al contrario, esos estados se iluminan mutuamente para descifrar conversaciones, afectos, desencuentros, conflictos y destinos, en una espiral inagotable que nos acerca a ese mundo revelador que alguna vez Juan Rulfo abrió para la extraviada generación del medio siglo, dándonos las claves de lectura sobre nuestra dolorosa inauguración a la vida en una sociedad y un momento como la Colombia de los años cincuenta, donde la muerte se recreó de la forma más horrorosa, hasta acendrar espanto y terror en el alma de un niño como el hermano de Rosario, convertidos por su entereza y su precoz genialidad en afinidades que le permitieron sobrevivir hasta los veinticinco años, aferrado al arte gótico de los cuentos de Poe y las películas de Hitchcock, entre muchos otros mundos donde fraguó su libertad, y la de tantos hasta hoy, desde la oscuridad.
“7 de agosto de 1956. Un ruido desde el cielo desde la tierra / desde las rendijas / desde las lámparas / un ruido jamás oído / el terror en la oscuridad / y los pedazos de vidrio / cayendo / sobre la cama de ella / y del hermano / camas de niños / camas con flores / azules y rosadas / en el cuarto / con la ventana destrozada / y el hongo anaranjado y amarillo / subiendo más y más / en el cielo negro / hongo de bomba atómica / once años y un día después / de Hiroshima / nuestra propia bomba / seis camiones de dinamita / cuando mi ciudad dejó de ser ciudad / Y la familia de los dos niños / examinó los huecos los pisos / las paredes cuarteadas / las puertas que fueron y dejaron de ser / qué puede ser por Dios qué puede ser / la madre buscando respuestas / la madre caminando en círculos / Y después en la mañana / con un sol castigador / esto: / el padre y los dos niños / en una camioneta / roja y blanca / el padre en el timón / por calles que no eran calles / el padre con sus hijos / y un camión verde acercándose / más cerca más cerca demasiado cerca / y su grito / no miren no miren / pero miramos miramos miramos / todos miramos / nuestras narices oliendo / el olor de la muerte chamuscada / y los cuerpos del camión al lado nuestro / cuerpo sobre otro cuerpo / y otro y otro y otro / una montaña de muertos / cabezas como bolas de carbón / una redonda con pelo largo / ojos abiertos / manos sueltas / carteras / un medio cuerpo / con un vestido azul celeste/ con estrellas amarillas / en medio / de la muerte sobre muerte / el camión alejándose / y / la pierna / una sola pierna / cayéndose / sobre la calle / una sola pierna de mujer / con un zapato intacto / brillante / rojo / una sola pierna / caída / en la calle cercana / a la Avenida Sexta / de Cali / no miren no miren / siguió implorando el padre / y el niño empezó a gritar / y gritó gritó gritó / por horas y horas / mientras el día / se volvió noche / llanto inconsolable / llanto sin calma / llanto de noche / y de día / llanto sin fin”.
Rosario Caicedo incluye en el libro una emotiva carta a su hermano. Foto:MILTON DÍAZ. EL TIEMPO
La Cali de esos años, atenazada por explosiones, literales y sociales, la experiencia atroz de los desplazados que llegaron allí a refugiarse en medio de las oscuridades de la ciudad excluyente y racista, donde las familias de clase media no encontraron un camino distinto al aferrarse a la repetición de los esquemas de vida dominante, y sufrir y rechazar la rebeldía de algunos como Rosario y Andrés, dos hermanos cuyo tesón y lucidez desbrozaron caminos para todos a través de la escritura de sus obras contra viento y marea, tomados de la mano antes y después de la muerte durante tres cuartos de siglo, hasta lograr despedirse con la venturosa y luminosa carta final de este libro.
No sin hacer en sus páginas una revisión profunda y amorosa de sus vidas y las de su padre, Carlos Alberto Caicedo, y su madre, Nelli Estela, ahora rescatados como seres que acabaron rompiendo la ideología de aquellos esquemas a fuerza de dolor y de amor, escritas por Rosario, una hija cuyo trabajo interior y cuya propia obra, por sus potencias poéticas, se constituye en un testimonio emancipador que alcanza la altura de ser el signo de aquellos movimientos culturales de la postguerra que se gestaron durante los años de su infancia y adolescencia, en tanto sus poemas, cartas y crónicas nos descifran la historia colectiva y nos liberan del peso de aquellas oscuridades, al hacerse arte en la escritura.
Lo dice Rosario en la carta a su hermano, cincuenta años después de aquellos años:
“Mi papá alcanzó a ver cómo el trabajo que promovió con tu obra dio grandes frutos. Hombre íntegro y triste y honesto, nuestro padre. Luchó porque tu obra fuera respetada, con la valentía de esos soldados que tú y yo veíamos en las batallas de las películas, con arma en ristre (...). En una de tus múltiples cartas a mí que sobreviven, hay una en que me dices: ‘Deséame, como ya lo sabes, calma y fuerzas. Ojalá que algún día podamos trabajar juntos’. Tu deseo se cumplió, Andrés. Juntos hemos trabajado y seguiremos. Siempre. Te lo mereces. Aquí, en nuestra casa, tu presencia y tus libros y tus discos y tus cartas y tus objetos están seguros y pronto se irán a una biblioteca pública de Cali, tu ciudad, tu infierno y tu paz. Tu máquina de escribir ya viajó. Esa Remington que ha sobrevivido a todo. Y gracias a ti, Cali está viajando por todo el mundo. En todas las ciudades donde tus palabras se encuentran. Mi querido Andrés, como tú mismo lo pusiste en la carta de suicidio a tu madre, gracias a esos cuentos que ‘yo escribí con tanto esmero’, tus sueños se están haciendo livianitos. Y tus palabras han sido traducidas al alemán, inglés, francés, italiano, portugués y finlandés. Tu rubia, rubísima anda por todo el globo terráqueo. Siempreviva y Siemprelibre. Ella y tú. Que permanezcan por siempre para ti la paz y liviandad en tus sueños y que desde esa nada que es la muerte tus pasos te lleven al mar. Y que mientras te sumerges en sus aguas sientas el viento y el llamado de tus amadas montañas. Gracias por la compañía de tu fantasma durante todos estos años. Gracias por tu fortaleza. Contigo, queriéndote, aquí estoy. Rosarito”.