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¿Por qué leer ‘Ulises’, la gloriosa novela de Joyce, en sus 100 años?

¿Quién fue el gran borracho que renovó, sacudió y puso de cabeza la literatura? Claves para leerlo.

Estatua de James Joyce en Dublin.

Estatua de James Joyce en Dublin. Foto: iStock

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Nada arriesgado sería afirmar que 'Ulises', de James Joyce, que celebra su centenario de publicación con una edición conmemorativa de Penguin Random House, es la novela más difícil de leer y de entender a cabalidad, y uno de los libros más complejos de todos los tiempos. Por algo, una escritora de la talla de Edith Warton no la pudo terminar. Es probable que al final uno acabe comprendiendo, poco más o poco menos, la mitad de lo leído, pero hay episodios y capítulos enteros que se disfrutan muchísimo.
En el caso de quien pergeña este artículo, basado en la edición de Lumen de 1995, la predilección es por: 1 -Telémaco, 2 - Néstor, 4 - Calypso, 5 - Los lotófagos, 6 - Hades (el del entierro de Paddy Dignam), 9 - Escila y Caribdis (el que se dedica a Shakespeare), 15 - Circe (el más carnavalesco de todos), 16 - Eumeo, 17 - Ítaca, y 18 - Penélope (monólogo final de Molly).
Como se advertirá, cada capítulo está relacionado con un canto o rapsodia de la 'Odisea'. Aquí huelga decir que el libro de Joyce es un palimpsesto (una obra de arte en la que se advierten huellas de una anterior) del poema épico de Homero. Es decir, Joyce reescribió la obra de Homero, pero adaptándola a la modernidad, tal como hizo García Márquez en su guion de la película 'Edipo alcalde' con respecto a Edipo rey, de Sófocles. Recordemos que la novela consta de las mismas tres partes de su hipotexto (o sea, del texto en el cual se inspira o del cual se desprende). Recordemos que las tres partes que estructuran la Odisea son: la primera, llamada Telemaquiada, rapsodias I a IV; la segunda, Los viajes de Odiseo (el otro nombre de Ulises), rapsodias V a XII, y la tercera, Odiseo en Ítaca, rapsodias XIII a XXIV.
La primera parte equivale en 'Ulises' a los nueve primeros capítulos, que transcurren durante el alba y la mañana; la segunda parte equivale a los capítulos del 10 al 15, que acontecen en la tarde, y la tercera equivale a los capítulos 16, 17 y 18, que tienen lugar en la noche hasta la madrugada. Se puede colegir que no es que sea indispensable haber leído la 'Odisea' para poder leer comprensivamente 'Ulises', pero sí es muy conveniente y recomendable, como lo es también no acometer la lectura en solitario sino en grupo, como fue la experiencia de quien escribe estas líneas.

¿Cuál es el mérito del libro?

Edición conmemorativa del centenario de 'Ulises'.

Edición conmemorativa del centenario de 'Ulises'. Foto:archivo particular

Aparte de que la novela contiene prácticamente todos los géneros y estilos discursivos (narrativa, ensayo, drama, sermón, parodia, filosofía, ciencia y teología, entre otros), el gran hallazgo de 'Ulises' es que nadie, y menos un individuo de hoy día, habitante de cualquier urbe, necesita (como el héroe homérico) de diez ni veinte años para vivir una “odisea”.
Con un día, desde que se sale de casa por la mañana hasta regresar por la noche, puede ser suficiente. Así le ocurre a Leopold Bloom, el héroe de Joyce, habitante de Dublín, aunque este tiene la mala suerte de que Molly, su Penélope, no resistió el asedio de los pretendientes (mejor dicho, de uno solo) y sí le fue infiel durante su ausencia, no de años sino de horas y, entonces, ¿para qué tirar centenares de páginas a lo poco que ocurre entre las ocho de la mañana y las tres de la madrugada del 16 de junio de 1904? Pues porque nuestra experiencia (como la del personaje) está hecha tanto de nuestras acciones y nuestra relación con sucesos exteriores como de nuestros pensamientos, sensaciones y recuerdos, que se manifiestan por medio de nuestro lenguaje interior.
Hablando en castellano viejo, la novela básicamente se trata de lo que pasa por la mente de tres personajes (Bloom o Ulises, Molly o Penélope y Stephen o Telémaco) en un día, lo cual requiere una técnica narrativa llamada monólogo interior o flujo de conciencia (que Joyce lleva al paroxismo al final, con el monólogo de cuarenta mil palabras de Molly, mientras se va quedando dormida), cuya invención, o más bien descubrimiento, unos se lo atribuyen a Virginia Woolf y otros al mismo Joyce, pero que fue en realidad hallazgo de León Tolstói.
Por lo demás, Joyce fue el primer novelista en otorgarle perfil heroico a un tipo del común. Como bien señaló Ellmann: “Aparte de Stephen Dedalus, ¿qué otro héroe de novela hay que tenga piojos?”.
Joyce logró lo que muy pocos escritores. Llevó su literatura a la vida, no solo porque su obra se ha llegado a emplear como guía turística de Dublín, sino porque en dicha ciudad, cada año se conmemora el Bloomsday, es decir, el día en que transcurre su novela, 16 de junio, como ya lo señalamos.
Todos los dublineses y muchos turistas viven esa fecha como si fueran los personajes de la novela: se visten como ellos, hacen los mismos recorridos, visitan los mismos lugares, recogen piedritas en la playa, se compran la pastillita de jabón, van en peregrinación hasta la que supuestamente era la casa de Bloom, etc. Actores profesionales le dan vida a la novela, y la Dublín de Joyce salta de sus páginas y se confunde con la Dublín real.

Una obra polémica

Tal como ocurre con las grandes sinfonías, el comienzo de una novela nos da el tono y nos dice qué se trae. En el caso de 'Ulises', anuncia desde el inicio que no se trata de una novela cualquiera. Veamos:
“Solemne, el rollizo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto, detrás de él, la bata amarilla, desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó:
–Introito ad altare Dei.
Deteniéndose, escudriñó hacia lo hondo de la oscura escalera de caracol y gritó con aspereza:
–¡Sube acá, Kinch! ¡Sube, cobarde jesuita!”.
Fueron muchas las dificultades que tuvieron los editores, sobre todo los norteamericanos, para publicar, inicialmente, mil ejemplares de 'Ulises'.
Al comienzo, el libro fue catalogado de obsceno, inmoral y pornográfico y después, de ininteligible, insoportablemente extenso y aburrido.
La novela, verdadero símbolo de la contracultura, ocasionó un escándalo sin precedentes, pero se sostuvo gracias a la tenacidad de Sylvia Beach (la dueña de la librería Shakespeare and Company) y del director de Random House. El libro, censurado y hasta amputado por los moralistas, llegó a ser un objeto de contrabando que se vendía a cien dólares, cuando su precio real era de diez, y una especie de fetiche con el que muchos posaban de intelectuales aparentando que lo leían y mostrándose con un ejemplar en público; hasta la misma Marilyn Monroe se hizo tomar una fotografía “leyendo” el libro. El hecho de que el agente publicitario Robert Misch haya escrito (exageración aparte) que era “el libro del que más se ha hablado después de la Biblia” es muestra irrefragable del impacto que llegó a tener.
Busto de James Joyce.

Busto de James Joyce. Foto:iStock

‘De tal palo, tal astilla’

Muchas veces la singularidad de una obra se entiende o se explica por la singularidad del artista que la compone (por poner solo dos ejemplos, en pintura, Dalí, y en poesía, José Asunción Silva). Para conocer a Joyce, es más que suficiente leer la monumental biografía del hombre que, en el mundo, más supo sobre su vida, Richard Ellmann. Pero por si estas casi mil páginas nos intimidaran, existe otra biografía, mucho más sucinta: la de Edna O’Brien. De él también se ocuparon escritores como Javier Marías y Simone de Beauvoir, no en formato de gran biografía, sino en el de retrato-ensayo más o menos breve.
De James Joyce no nos llegan las mejores referencias: vivía casi como un indigente; era tan supersticioso y necio que exigía que sus obras debían publicarse solo el 2 de febrero, día de su cumpleaños; les tenía pavor a los perros y a las tormentas; se parecía mucho a su padre, que era patán, borracho y violento; era, además de atormentado, manipulador y mala paga, “las moléculas cambian. Ni yo soy el mismo que le pidió prestado, ni usted es ahora el mismo que me prestó”, solía contestar cuando le cobraban. Cuando Yeats se negó a prestarle diciéndole que no les prestaba a borrachos, Joyce dijo que Yeats utilizaba argumentos superficiales. Entre tantos detalles que lo hacían tan singular, está el hecho, señalado por su biógrafa O’Brien, de que “a Joyce le gustaba la mermelada de moras porque la corona de espinas de Cristo estaba confeccionada con ese arbusto y que llevaba corbatas moradas durante la Cuaresma”.
La relación con Nora Barnacle, su mujer (a quien le escribía cartas pasadas de obscenas), era bastante ambigua, porque si bien ella se fugó con Joyce en 1904, cuando él era un vaciado; compartió penurias y miserias y le supo lidiar sus depresiones, nunca tuvo el detalle de leer 'Ulises' ni ninguno de sus otros libros y alguna vez se refirió a su marido con esta frase lapidaria: “Es un fanático”.
Joyce (quien también fue cuentista y poeta y compuso un amasijo lingüístico, catalogado por Bernard Shaw como “un completo delirio”, Finnegans Wake, según el mismo Joyce, susceptible de ser apreciado solo conociendo al menos diecisiete lenguas) pudo haber sido médico, actor o publicista en vez de escritor, pero la bohemia y la falta de plata se lo impidieron (afortunadamente). La causa de que en todas sus fotografías aparezca con anteojos y parches se debe a que lo operaron de los ojos, por lo menos diez veces.
El gran genio irlandés de la novelística moderna, cuyo segundo nombre era Augusta y su segundo apellido era Murray, murió en un hospital de Zúrich, debido a una úlcera, el 13 de enero de 1941, frisando apenas los cincuenta años. Tenemos todo este año para celebrar (leyéndola y estudiándola) el centenario de una de las obras emblemáticas de la literatura del siglo XX y uno de los más grandes logros del intelecto.

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JORGE IVÁN PARRA*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Crítico literario, autor del blog ‘De libros y autores’ de EL TIEMPO y profesor de las maestrías de Literatura y de Filosofía Latinoamericana de la U. Santo Tomás.

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