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'La vida y el olvido alcanzan su fuerza máxima en el Chocó'

En 'El fin del Océano Pacífico', Tomás González narra el universo íntimo de una familia antioqueña.

Tomás González es autor de la novela ‘Las noches todas’.

Tomás González es autor de la novela ‘Las noches todas’. Foto: Claudia Rubio / EL TIEMPO

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Uno de los protagonistas de El fin del Océano Pacífico es el Chocó. La selva, las playas, el océano, las tonalidades de gris. ¿Qué lo llevó a situar la historia allí?

El poderío de ese mar, la belleza de esa selva. La vida parece alcanzar allá su fuerza máxima, igual que la alcanzan la miseria humana, la violencia, la pobreza, el olvido. Es una de las regiones más bellas del país, si no la más bella, y es la menos apreciada, la menos cuidada, la más despilfarrada. Semejantes contrastes hacían posible que los enredos personales de mis personajes, sus vivencias, sus pasiones, estuvieran siempre dibujados contra aquel telón grandioso, trágico, y alcanzaran también su máxima fuerza.

En esta novela usted vuelve a hacer un retrato de una familia, como lo hizo en La historia de Horacio. De hecho, los personajes de ambos libros parecen de la misma familia. ¿Qué le llama la atención de crear estos universos familiares?

Los seres humanos somos animales de grupo, y el más importante de los grupos, el esencial, es la familia. En literatura las narraciones donde no aparece la familia en primer plano son las menos, y en muchas de ellas, como en las novelas de aventuras, se comienza precisamente con la separación, el alejamiento de la familia por parte del aventurero. Robinson Crusoe, por ejemplo, o Drácula. La familia sigue siendo esencial, aunque ahora por su ausencia o lejanía. Es imposible retratar a los seres humanos sin sus familias, y las familias que más conozco son las antioqueñas, que son grandes y tumultuosas, generalmente alegres. Las de Horacio e Ignacio pertenecen al mismo grupo cultural y geográfico. Las familias grandes paisas se parecen mucho entre ellas.

En la novela se percibe cierta alegría, cierto goce en la elaboración misma del lenguaje, en la creación de los personajes, en especial de Ignacio, el protagonista. ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Fue fácil, tortuoso, rápido?

Fue lento y nada fácil, pero no tortuoso. Tal vez esta sea la novela, junto con La historia de Horacio, que más he disfrutado al escribirla. Aquí tuve la suerte de dar con Ignacio, un médico contento, un personaje que goza y se asombra de la manera como se mueve su mente en el mundo en el que le tocó vivir, ser un primate humano, convivir con el dolor, enfrentarse a él y aceptarlo, un mundo que es tan complejo y volátil como su mente. Ignacio sabe que la vida es siempre cambiante, que las cosas no tienen solidez, que el dolor no dura, ni tampoco el placer, y disfruta inmensamente con todo eso, igual que los músicos gozan con la volatilidad de los sonidos.

Una figura recurrente son las ballenas. Los personajes las ven desde la casa y a algunos se les aparecen en sueños. ¿Por qué cree que las ballenas generan tanta curiosidad?

Por su liviandad y su masa. Porque sabemos que en semejante cantidad de ser hay un espíritu leve que juega, que disfruta de sus saltos, sus chorros y demás cabriolas. Una montaña lúdica de vida.
Christopher Tibble
REVISTA CREDENCIAL

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