Pese a que la propia Biblia señala las tierras entre los ríos Tigris y Éufrates como el lugar donde existió, en alguna época remota, el legendario jardín del edén o paraíso terrenal, en este territorio donde hoy está Irak no ha habido desde tiempos precristianos y hasta el presente algo parecido a la paz.
La guerra, como los cuentos de Sherezada, que también ocurren en la ensoñadora Bagdad, parece no tener fin.
Ese país surgió sobre las ruinas de una de las civilizaciones más grandes del pasado, los sumerios, que le dieron a la región cultura y esplendor. Allí se desarrolló la antigua Mesopotamia.
La necesidad de obtener alguna materia prima que no poseían hizo que los sumerios establecieran el comercio con pueblos aledaños. A ellos les debemos la escritura cuneiforme, una de las más antiguas en la historia humana. Este imperio desapareció con la llegada de Hammurabi, hacia el 1750 antes de Cristo. Su legado fue utilizado más tarde por acadios, asirios, babilonios y los omeyas.
Bagdad llegó a ser la quinta ciudad más importante del mundo islámico.
Irak surgió propiamente como Estado bajo la férula del Imperio otomano. Más adelante, cuando los Estados participantes en la Primera Guerra Mundial se repartieron Oriente Próximo, Irak quedó bajo la istración del Mandato Británico Mesopotámico, hasta 1932, cuando el país logró su independencia.
El último rey de Irak que conoció el mundo fue el famoso Faisal II, asesinado en el golpe de 1958, insurrección que dio paso a una serie de gobiernos militares de corte populista que culminaron con el de Sadam Huseín.
Huseín fue presidente desde 1979 hasta 2003, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y España invadieron de manera arrasadora Irak, con la presunción de que este escondía armas de destrucción masiva.
Esa acusación resultó montada sobre una maraña de falsas pruebas para hacerse con el control del petróleo iraquí, como lo terminó itiendo más tarde Estados Unidos.
Sin embargo, ya estaba hecho el daño de la destrucción de sus ciudades y sus tesoros históricos y culturales, y de sumir al país en una vorágine de violencia que 15 años después no termina.
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FRANCISCO CELIS ALBÁN