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Juan Jacobo Muñoz, un hijo de la Ilustración
Una mirada a la vida de uno de los médicos más importantes del país en el siglo XX.
Juan Jacobo Muñoz, quien ejerció como ministro de las carteras de Salud y Educación, fue un médico y filántropo clave para los avances del país en el siglo pasado. Foto: Foto: Diego Muñoz / Archivo EL TIEMPO
Al cumplirse el centenario del nacimiento de Juan Jacobo Muñoz, su familia quiso rendirle homenaje presentando un libro que recoge el testimonio de una vida polifacética al servicio de las distintas comunidades entre las que transcurrió su existencia, como ejemplo para las nuevas generaciones.
También como fuente para historiadores e investigadores curiosos que en el futuro quieran tener un entendimiento de los eventos y de las personas que marcaron el discurrir de la segunda mitad del siglo XX en los distintos campos en los cuales Muñoz intervino a lo largo de sus días: la medicina, la salud pública, la educación, la cultura, el bienestar familiar y las políticas sociales.
En el ejercicio de recapitular su vida, con el libro Juan Jacobo Muñoz: centenario de un hijo de la Ilustración, resulta sorprendente observar las facetas que desarrolló, su diversidad de intereses y las cosas que alcanzó a hacer. En todo lo que hizo como médico, como educador, como humanista y en las múltiples actividades que emprendió, hay un claro hilo conductor: el propósito concreto de conocer al ser humano, de entenderlo en toda su esencia y complejidad y de buscar cómo mejorar su circunstancia personal, su situación y posicionamiento social.
Edición privada. Tomo I, 273 páginas. Foto:Archivo
Juan Jacobo Muñoz nació en Popayán el 9 de mayo de 1923, en una familia de académicos y servidores públicos y en una de las décadas más prolíficas de la historia reciente de Colombia, donde vieron la luz escritores, científicos, artistas, arquitectos, médicos y políticos –entre ellos tres presidentes de la República–, que le cambiaron para siempre la cara al país y lo incorporaron, cada uno desde sus distintos ámbitos, en una modernidad que no tenía vuelta atrás.
Es justamente en esa década centenaria donde Muñoz ocupa por derecho un lugar ejemplar, digno de sus colegas y amigos, con quienes contribuyó a levantar los cimientos científicos y el desarrollo de la salud y la educación del país, labor a la cual le dedicó largos años y en la que ocupó los cargos de ministro de Salud (1965-1966) y de Educación (1972-1974), embajador ante la Unesco (1974-1978), rector de la Universidad de los Andes (1978-1979) y director del Instituto de Bienestar Familiar (1979-1982), sin olvidar su presidencia en la Academia Nacional de Medicina (1992-1994).
Desde temprana edad tuvo claridad sobre lo que quería hacer en su vida. Por eso no es de extrañar que la medicina haya sido para él una vocación temprana, pero por tradición familiar, la educación, la cultura y su interés por la historia venían de la mano. En 1940, con apenas 16 años, ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, donde se graduó de médico en 1947. En 1948 viajó a Inglaterra a cursar estudios de posgrado en cirugía y oncología y, posteriormente, en 1950, a Nueva York para continuar sus estudios.
Es justamente en esa década centenaria donde Juan Jacobo Muñoz ocupa por derecho propio un lugar ejemplar
Regresó a Colombia en 1952 con un bagaje de conocimiento del primer mundo, ya evolucionado, marcado por la medicina de la posguerra, que le dio un giro fundamental a la profesión y transformó la cirugía y las organizaciones hospitalarias, pues en las circunstancias apremiantes del conflicto tenían que buscar eficiencia en términos de tiempo y rotación de camas.
Es precisamente el conjunto de médicos de esa misma generación, que logra ir a hacer sus residencias y a estudiar en hospitales de primera línea en Europa y Estados Unidos, el que termina trayendo todo ese conocimiento para que se fueran asimilando y diseminando en Colombia. Además, llegan con nuevos conceptos en materia de salud pública, pues la guerra también había dejado lecciones en logística y gestión hospitalaria, que observaban y aprendían los colombianos que salieron a formarse en esos años.
En el obituario de su muerte, el expresidente Alfonso López Michelsen evocó no solamente su condición de amigo personal de Muñoz, sino también ese rol como médico de familia humanista, que iba a “ver pacientes”, pues en esa época los atendían en sus casas. La tesis de López es que entraban a la intimidad del hogar cuando la gente estaba en circunstancias de mayor vulnerabilidad, con alguien enfermo o en riesgo de muerte. Ahí se apreciaba la esencia de los hogares y les permitía entender muy bien las dinámicas sociales y los problemas familiares.
A lo largo de su vida tuvo una acendrada conciencia social, que le imponía promover una mejor calidad de vida de sus conciudadanos
Ese rasgo humanista, más propio de la Ilustración del siglo XVIII en Europa que de mediados del siglo XX en Bogotá, se manifestó desde una edad temprana en su vida. Siempre fue un hombre polifacético e inquieto que sentía una profunda necesidad de comprender el mundo que lo rodeaba: curioso irredento, su sed de conocimiento era insaciable y tenía la habilidad de compartir su cultura con los demás de manera generosa y desprendida.
A lo largo de su vida tuvo una acendrada conciencia social que le imponía promover una mejor calidad de vida de sus conciudadanos. Sus preocupaciones cubrían el arco de la existencia humana. Desde el origen de la vida, donde consideraba determinante que este se diera en hogares bien formados, con familias estructuradas que recibieran los hijos deseados, con buena disposición y en las mejores condiciones.
También se interesaba por la sana nutrición infantil, la formación preescolar y el a una educación primaria y secundaria de calidad, que les imprimiera a los jóvenes un buen conocimiento básico y forjara sólidos valores éticos y del espíritu. Así mismo, creía con firmeza en la facilitación del –en condiciones al alcance de todos– a la educación superior y el funcionamiento ordenado y a los servicios básicos de salud y la promoción de formas preventivas, que garantizaran un medioambiente sano y el bienestar médico de las personas, que proyectaran la expectativa de vida de buena calidad hasta el día de llegar a un buen morir.
Como ministro de Salud, bajo la presidencia de Guillermo León Valencia, tuvo la oportunidad de transformar su visión social en políticas concretas. En esa cartera implementó dos acciones cruciales alineadas con su visión: un decidido impulso al programa de la integración hospitalaria y la creación del Sistema Nacional de Salud, pues hasta entonces, los hospitales operaban de manera aislada y sin considerar una estrategia de prevención en sus comunidades. Muñoz buscaba transformar el sistema en uno que no solo reaccionara ante la enfermedad, sino que además promoviera medidas de salud pública para prevenirlas.
También abordó otro problema de gran envergadura: la malaria, que en ese momento representaba uno de los desafíos más apremiantes en las regiones de clima cálido del país. Había un problema adicional, como lo relata Miguel Ángel Burelli, reconocido político, diplomático y hombre de Estado venezolano: “Los anofeles pasaban la frontera sin visa para reinficionar de paludismo áreas que por años vivieron recuperadas de su insalubridad”. Así las cosas, la campaña en los Santanderes no funcionaría si no existía un plan similar en el país vecino.
Ya al final de su gestión intentó pasar en el Congreso la ley de paternidad responsable. Como ese año era el final del gobierno de Valencia, la ley no logró ser aprobada. Sin embargo, fuera de su cargo ministerial y con Carlos Lleras como nuevo presidente, el doctor Muñoz tomó la iniciativa de abordar este importante tema hasta lograr la aprobación de la conocida Ley Cecilia, que dio origen al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
Aunque dedicó buena parte de su vida a la salud pública, su última misión como médico se centró en la ampliación del marco de la seguridad social. La atención médica se encontraba dividida en clínicas privadas, dirigidas a personas acaudaladas; el Seguro Social, que solo cubría a los trabajadores, y los hospitales de caridad, para los más pobres. La clase media se hallaba en vulnerabilidad: no tenía los recursos para costear una clínica privada, pero tampoco estaba en una situación de pobreza tal como para recurrir a un hospital de beneficencia.
El concepto que él buscaba desarrollar consistía en un seguro que brindara a servicios de salud para la clase media para evitar que ante una enfermedad una familia de estas quedara en la quiebra. Por ese convencimiento fue uno de los grandes promotores de la medicina prepagada y tuvo un gran impacto en su conceptualización, tal y como la conocemos hoy.
Juan Jacobo Muñoz también contribuyó al progreso de la medicina en Colombia desde su perspectiva como educador
Juan Jacobo Muñoz también contribuyó al progreso de la medicina en Colombia desde su perspectiva como educador. No solo fue profesor universitario durante muchos años, sino que desplegó su conocimiento y su experiencia en ese campo como ministro de Educación durante el gobierno de Misael Pastrana y rector de la Universidad de los Andes.
Su vocación por la educación y la academia pareciera haber sido un mandato de la sangre. Provenía de una cadena ininterrumpida de profesores y académicos de, por lo menos, cuatro generaciones. No es fácil encontrar muchas personas con esa tradición, en la que se presente una cadena de tres que fueran designados, de manera independiente, en rectorías de importantes universidades en el término de apenas cuatro generaciones.
En materia universitaria se preocupó por asegurar que, durante su gestión como ministro, se minimizaran las interrupciones de los estudios. Consideraba que uno de los mayores daños que se les había hecho a las clases bajas y medias de Colombia, por cuenta de las confrontaciones políticas y el tiempo que tomaba terminar una carrera en la universidad pública, como consecuencia de las constantes huelgas estudiantiles e interrupciones de los estudios, era el de haberlas obligado a comprometer su capital y sus ahorros en el pago de la educación de sus hijos en universidades privadas, lo que para él era una injusticia inexplicable.
Entendía la educación como un apostolado que requiere un compromiso vital, una vocación definida, una perseverancia ejemplar, una curiosidad voraz, una paciencia monacal y un desprendimiento franciscano, entre otros muchos atributos. Juan Jacobo Muñoz, sin duda, los tenía y pertenecía a ese selecto grupo humano de los filántropos del conocimiento y del espíritu.
Entendía la educación como un apostolado que requiere un compromiso vital (...)
Para lograr sus conocimientos le resultaba necesario descifrar la pregunta que se ha hecho el ser humano desde los comienzos de su presencia en la Tierra: ¿qué es la vida? Como fruto de sus lecturas, de sus reflexiones y de la decantación de sus ideas, fue labrando una concepción de la vida, del universo y del contraste entre la importancia que pudiera llegar a tener una persona, por grande que fuera, y su insignificancia frente a la dimensión del universo.
Su legado puede servir de ejemplo en una coyuntura nacional en la que se ha tratado de promover una narrativa que señala que los últimos 200 años de Colombia son una historia de opresión, de esclavismo y de estructuras feudales, que solo han favorecido a una oligarquía privilegiada. Eso carece de fundamento fáctico. El verdadero legado de la historia de un país no es el que dejan los lideres mesiánicos, que pretenden hacer un barrido de la historia, sino aquel que construyen esos ejércitos de personas que, en forma discreta y silenciosa, con su esfuerzo cotidiano y la perseverancia de los años, buscan salir adelante y lograr un mejor futuro para los suyos.