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Malcolm Deas, un inglés que amó a Colombia
El historiador supo siempre que no se podía entender el país desde los modelos preestablecidos.
Malcolm Deas (1941-2023) fue un historiador especializado en estudios de América Latina. Foto: Fernando Ariza. EL TIEMPO
Siendo muy joven, una de las razones por las cuales Malcolm Deas decidió estudiar a Colombia en los años sesenta del siglo pasado fue lo desconocido y misterioso que era nuestro país para los académicos extranjeros, una apreciación que describió acertadamente el profesor norteamericano Charles Bergquist, cuando afirmó hace casi medio siglo que Colombia no se ajustaba a los estereotipos y modelos que usualmente se utilizaban en las discusiones sobre América Latina.
“¿Qué puede un especialista en América Latina hacer con un país donde los dictadores son prácticamente desconocidos, donde la política de izquierda ha sido congénitamente débil y donde la urbanización y la industrialización no engendraron tendencias populistas de largo plazo?,” preguntó Bergquist.
El joven historiador de Oxford, al interesarse y llegar a este país desconocido y misterioso, muy pronto descubriría que era también gigantesco, igual en extensión a Inglaterra, Francia y Alemania combinados, y mayoritariamente cubierto por selvas y bosques y con la masa de la población asentada en ciudades y pueblos en medio de una de las geografías más rugosas del mundo, separados por tres cadenas de montañas y situados sobre diferentes pisos términos sobre el nivel del mar, que precisamente por estar en el trópico, diferencian también a los grupos humanos en su forma de vestir, en su dieta alimentaria, en sus valores y códigos culturales, como en el castellano que hablan, en sus sustratos de creencias, en sus mitos y leyendas, en la adoración a múltiples vírgenes y santos, además de la música que escuchan, cantan y bailan.
Por esa razón, estoy seguro de que Malcolm suscribiría el argumento del científico político norteamericano Rober A. Karl, cuando más recientemente afirmó que las relaciones sociales, políticas y económicas de Colombia son una colcha de retazos que dependen fundamentalmente de la topografía y, por eso, es menester entender cómo las pendientes de los Andes impiden o dificultan el movimiento y la interacción de comunidades y personas.
Y para no dejar dudas agregó: “Si uno quiere ver a Colombia, debe aprender a ver el espacio no en dos, sino en cuatro dimensiones. Debe trazar las alturas y los pliegues de los Andes, y debe tener en cuenta la forma como el espacio dilata la experiencia del tiempo”.
Sin pretender ser un profundo conocedor de su obra, me atrevo a argumentar que Malcolm Deas comenzó a analizar este país tan atípico, lleno de colchas de retazos, variado, complejo y desconocido para los académicos extranjeros y para los mismos colombianos, con una actitud compuesta de tres grandes características.
En primer lugar, Malcolm consideró que llegaba a aprender y que por eso no se podía estudiar a Colombia solo con modelos y metodologías preestablecidas de las ciencias sociales, como las divisiones o clivajes sociales que utiliza la sociología para estudiar la formación de los partidos políticos o el origen de la nacionalidad, o las normas y reglas que aduce el institucionalismo para explicar la constitución de los partidos. Y, menos aún, explicar los fenómenos sociales y políticos con el determinismo economicista de los marxistas o de los economistas ortodoxos.
Así, su obra no se deja encasillar, no pertenece a escuelas, no sigue modelos y metodologías preestablecidas y está llena de descripciones y narraciones nacionales, regionales y locales y abarca todo tipo de temas, como las haciendas cafeteras de Cundinamarca en el siglo XIX, los problemas fiscales, la historia de las artes visuales, la política popular, el proceso de Ricardo Gaitán Obeso y la guerra civil de 1885, y para estudiar todos esos temas acude a archivos de todo tipo, periódicos y panfletos locales, pinturas y fotografías antiguas.
En la terminología del gran historiador de las ideas Isaiah Berlin, Malcolm fue un zorro, una de esas personas que son incapaces de reducir el mundo o la sociedad a una sola idea o a una sola concepción y están constantemente moviéndose entre una inmensa variedad de ideas y de experiencias, al contrario de los erizos, que simplifican la complejidad del mundo y reúnen su diversidad en una sola idea o teoría, categorías que Berlin construyó basándose en un proverbio del poeta griego Arquíloco, quien dijo que “mientras el zorro sabe de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa”.
Así, Isaiah Berlin define como erizos a personajes como Platón, Dante, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Proust o Marx, un grupo en el que habría colocado a García Márquez, mientras que a Malcolm Deas lo habría puesto entre los zorros, en la muy buena compañía de pensadores como Heródoto, Aristóteles, Erasmo, Shakespeare, Montaigne, Goethe o Balzac.
La segunda gran característica del enfoque de Malcolm Deas es haber decidido que, para comprender el país de hoy, era necesario estudiar y entender el siglo XIX, al que le dedicó mucho tiempo y esfuerzo en una variedad de temas.
En un país de una pobreza generalizada, en que circulaban muy poco el dinero y las mercancías, y en el que ningún actor regional o partidista había tenido la fuerza para unificar políticamente la nación, Malcolm Deas demostró cómo, desde los comienzos de la república y durante todo el siglo XIX, la política partidista llegó a prácticamente todo el territorio.
Malcolm Deas, autor de libros hoy clásicos,sobre el país, hizo parte de la Academia Colombiana de Historia. Foto:Fernando Ariza. EL TIEMPO
Y lo que se vio en Colombia fue una gran circulación de ideas, de creencias y de códigos simbólicos y culturales que penetraron en la vida provinciana, pueblerina y rural, que incluyeron las ideas religiosas difundidas por el clero a la par de las ideas políticas de los dos partidos tradicionales y de sus facciones, lo que ayudó a crear conciencia en la gente del común sobre los grandes acontecimientos históricos, sobre los mitos de la independencia, con sus héroes y batallas, así como la conciencia de un marcado antimilitarismo y de un gran apego a una tradición legalista, a formas de gobierno y a procesos electorales con base en reglas preestablecidas y con separación de poderes.
También por esas razones podemos explicar por qué, en lugar de militares, de grandes terratenientes o de personajes acaudalados, en Colombia los hombres de Estado y los dirigentes políticos fueron en su mayoría gramáticos, escritores, profesores de secundaria, filósofos, constitucionalistas y, en general, abogados, como lo ilustró Malcolm en su ensayo sobre Miguel Antonio Caro y sus amigos, en lo que denominó “el poder de la gramática”.
Con un poco de exageración y de sorna, Alberto Lleras habría de afirmar básicamente lo mismo cuando, en sus críticas a los Centenaristas, dijo que “la poesía era el principal escalón de la vida pública y se podía llegar a la presidencia de la república por una escalera de alejandrinos pareados”.
El interés de Malcolm se orientó también a los temas fiscales y mostró cómo durante el siglo XIX el recaudo de impuestos era aterradoramente bajo comparado con la gran mayoría de países de la región. Una estimación realizada en 1871 calculaba que los ingresos del gobierno eran de un peso per cápita, lo que era equivalente a una tercera parte del recaudo de México, una quinta parte el recaudo de Chile y una duodécima parte del de Perú, y veinte años después, a pesar de los esfuerzos de la Regeneración por fortalecer el Estado, el recaudo del Gobierno de Colombia había caído un 20 por ciento. Y, por solo mencionar otro tema del siglo XIX, Malcolm fijó su interés en los tipos y costumbres de la Nueva Granada, como en su trabajo sobre la colección de pinturas de Joseph Brown, realizado con Efraín Sánchez y Aida Martínez.
La obra de Malcolm nos da elementos para argumentar que Colombia es un país en el que las instituciones republicanas y la democracia representativa liberal son sólidas,
La tercera gran característica de la obra de Malcolm Deas fue argumentar que, para entender una sociedad, se hace necesario una comparación transversal con otras sociedades y también una comparación lineal de los hechos a lo largo del tiempo.
Mientras en el resto del continente proliferaron los caudillos, autócratas y dictadores militares, Malcolm y sus alumnos han demostrado que, desde los comienzos de la república, tuvimos gobiernos de civiles, elegidos en procesos electorales y que han hecho un uso limitado del poder, en tanto que los gobiernos de facto y los levantamientos militares han sido la excepción. Por esa razón, en Del poder y la gramática, afirma que “esta república ha sido escenario de más elecciones, bajo más sistemas, central y federal, directo e indirecto, hegemónico y proporcional, y con mayores consecuencias que ninguno de los países americanos o europeos que pretenden disputarle el título”.
Entre tanto, el panorama de muchos países del continente fue marcadamente diferente. En Paraguay, el doctor Francia pasó a la posteridad como uno de los símbolos del poder omnímodo del continente al gobernar como dictador perpetuo; en Venezuela, los grandes caudillos del siglo XIX fueron José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco, conocido como el Autócrata Ilustrado; en Perú fue Ramón Castilla; en Bolivia lo fue Andrés de Santa Cruz; en México, el grupo de los más importantes caudillos estuvo conformado en el siglo XIX por el militar Antonio López de Santa Anna, quien fue presidente de México seis veces, y en 1853 se erigió como dictador vitalicio, con el título de Alteza Serenísima; en Argentina, el gran caudillo del siglo XIX fue el terrateniente Juan Manuel Rosas, y en Ecuador, el venezolano Juan José Flores.
Un buen ejemplo de la importancia de las comparaciones de los hechos a lo largo del tiempo y desde un pasado distante lo hizo en sus estudios de la violencia política, como en su libro con Fernando Gaitán Daza, en el que argumentó que la violencia en Colombia no fue ni tan alta ni tan persistente como habían planteado los llamados violentólogos, razón por la que concluyó que “Colombia ha sido, a veces, un país violento”, causando la ira de varios de ellos.
La obra de Malcolm Deas y de sus alumnos deja muchas enseñanzas para entender el país que tenemos hoy en día, con sus fortalezas y debilidades, con sus activos y sus pasivos.
La obra de Malcolm nos da elementos para argumentar que Colombia es un país en el que las instituciones republicanas y la democracia representativa liberal son sólidas, con todas sus debilidades y problemas, y han sobrevivido a las arremetidas de los grupos violentos, de los proyectos autocráticos y del narcotráfico. Un país en el que su republicanismo liberal ha estado basado en gran medida en un poder difuso, en donde el clivaje regional ha sido y continuará siendo un determinante crítico del ordenamiento político. Un país que siempre ha tenido una gran aversión a los gobiernos caudillistas, autoritarios. Un país que aprecia la libertad y detesta la concentración del poder y la pretendida superioridad moral que aducen algunos dirigentes.
Pero, también, el nuestro es un país cuyo principal pasivo es no contar con un Estado que cumpla con la función esencial de su razón de ser, cual es tener el monopolio de la fuerza en todo el territorio. La inseguridad, la debilidad de la justicia, pero también la baja productividad y la informalidad de la economía son en gran medida consecuencia de esa baja capacidad del Estado para producir esos bienes públicos esenciales. Pese a estos pasivos, el patrimonio que nos ha dejado nuestro pasado es positivo y debemos protegerlo. Por estas razones, todos debemos conocer la historia y, en particular, sería muy saludable que estudien y reflexionen sobre la obra de Malcolm Deas aquellos dirigentes políticos que, consciente o inconscientemente, aspiran a convertirse en las altezas serenísimas o en los autócratas ilustrados del siglo XXI.