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‘Leer significa ponerse en el papel del otro’: Mario Mendoza
El escritor conmovió a más de 300 personas en ‘El cine y yo’, una charla sobre su vida y sus libros.
A Mario Mendoza no le gusta que le digan 'rock star' de la literatura, aunque su público lo siga a todas partes. La semana pasada llenó por completo la sala de cine más grande de Bogotá (la Sala Capital, de la Cinemateca), que tuvo que habilitar un pasillo adicional con una transmisión en video, para que más de 350 personas pudieran escucharlo en vivo.
El escritor es consciente de los peligros del ego y cree que la vida y la salud se han encargado de mantener sus pies en la tierra. De mandarle mensajes. “Yo creo que uno de los grandes problemas que uno tiene en la vida es que uno es como analfabeta para los mensajes –dijo durante su charla ‘El cine y yo’–. La vida manda mensajes y uno no oye, no ve, no entiende, uno es como tarado. Yo siento que el cine, la literatura y el arte lo van entrenando para percibir esos mensajes: puede llegar en un restaurante, en una conversación, en un beso (...) de pronto, en un gesto imperceptible puede aparecer una epifanía y brota nuestra naturaleza en toda su dimensión y en toda su fuerza”.
Las epifanías en la vida de Mendoza se han producido de diversas formas y desde muy temprano. Mucho de esa historia personal está plasmado en 'Leer es resistir', el libro que publicó el año pasado y se convirtió en otro éxito de ventas. Allí relata cómo una grave enfermedad precipitó la llegada de los libros a su vida:
“Yo sufrí una apendicitis que degeneró en peritonitis y en una gangrena que me tuvo siete meses en el hospital. Allí se moría todo el mundo, y yo tenía apenas 7 años. Era una soledad abrumadora viendo cómo enterraban a todo el mundo. Es ahí cuando yo me hago lector, porque me llevan un libro y empiezo a pedir más y más. La vida del hospital es muy tediosa. Se me abrió por completo todo y la sala de cuidados intensivos se transformó en una gran sala de lectura. Cuando me sacan de ahí, yo llevo un morral donde va mi primera biblioteca”.
Mi padre me llevó un domingo a ver 'Pinocho', y a mí me pareció estremecedora. Sobre todo, el momento en el cual la ballena se come a Pinocho y Gepetto, y quedan dentro de ella. Muchísimo tiempo después, mi padre se enfermó de cáncer y yo recordaba esa película en la clínica: mi padre me había salvado cuando yo tenía peritonitis a los 7 años y ahora yo estaba ahí, pero no podía hacer nada por él. Me sentí impotente, frágil, completamente vulnerable.
¿Cómo le fue en su colegio?
El Refous era un colegio raro, muy particular. Era el único colegio que estudiaba los sábados en las horas de la mañana y nosotros teníamos huerta, entonces aprendimos agricultura. Desde muy joven eché azadón, sembré, cultivé. Llegaba a mi casa con mis propios rábanos, sembrados por mí mismo. Tenía lechugas, tenía una cantidad de cosas que yo mismo cultivaba en el colegio.
De hecho, luego aplicó esa experiencia en Israel. ¿Por qué acabó viviendo en Israel?
Yo había terminado una especialización en Literatura hispanoamericana en la Fundación Ortega y Gasset. Me acerqué al director y le dije que no tenía cómo regresar a mi país, no tenía un peso. Lo único que se le ocurrió fue gestionar algo para ir como profesor de español a un kibutz en el sur de Israel. A mí la experiencia me parecía muy importante, era uno de los últimos reductos de un socialismo auténtico, es decir, donde no hay clases sociales. Había gente con maestría, doctorados, posdoctorados, gente muy brillante dentro del kibutz, y sin embargo estaban ahí cosechando, ordeñando, recogiendo huevos; todo el mundo cocinaba, repartía, colaboraba, limpiaba. Ese socialismo auténtico me marcó para siempre.
En 'Leer para resistir' también cuenta que fue actor en la universidad...
Sí, entré al grupo de teatro y con Carmenza González hicimos unos papeles protagónicos en una obra que se llama 'La sal de la tierra'. Lo disfruté profundamente, pero me di cuenta de que no tenía tanto talento. En realidad, me di cuenta de que era capaz de mutar más fácilmente en el lenguaje, escribiendo. Pero lo intenté y pasé momentos increíbles, aprendí muchísimo. Una vez terminé herido porque me cayó algo, estaba sangrando y era porque alguien había dejado caer un fusil de utilería y me rompió la cabeza en la mitad de la representación.
¿Esa atracción por la actuación tuvo que ver con su iración por Meryl Streep?
Yo me enamoré de ella en dos películas, en 'La amante del teniente francés' y en 'La decisión de Sofía'. No recuerdo cuántas veces las vi, y había algo en esa mujer que me parecía cautivante. Me parecía que era un personaje femenino sobrecogedor, muy misteriosa, como atravesada por algo que ella misma no sabía qué era. Uno de mis compañeros de la universidad se enamoró de otra película al punto del delirio y cuando vi que le tocó retirarse de la universidad y terminó en un tratamiento psiquiátrico, me dio miedo y me alejé de las películas de ella por mucho tiempo.
En su juventud, hubo otra figura femenina clave, una profesora. ¿Quién era ella?
Tuve varios profesores que me marcaron en el colegio. Me marcó Carlota Llano, una actriz del Teatro Libre de Bogotá, con una voz tremenda. Montó varias obras, pero yo recuerdo particularmente la primera vez que la vi en escena con El rey Lear, de Shakespeare. Me pareció tremenda y era mi profesora de literatura en el colegio. Entonces yo sentía mucho orgullo de verla ahí. Luego trabajé con otra actriz en el grupo de teatro de la universidad, Olga Lucía Lozano, también del Teatro Libre. Y con Humberto Dorado. Yo recuerdo la mía como una adolescencia muy dura, no encajaba en ninguna parte y no sé qué hubiera sido sin mis maestras, sin esa increíble comprensión, sin esa empatía.
Mario Mendoza reivindicó la importancia de la lectura, tema de su libro 'Leer es resistir'. Foto:Juan David Cuevas. EL TIEMPO
Luego, usted mismo fue profesor, dando clases en una universidad de Estados Unidos. ¿Por qué?
Yo me fui porque nadie me publicaba aquí en Colombia. Me regresaron los textos muchas veces, siempre con cartas muy cordiales, muy amables, pero al final era un no definitivo. Me dije que no podía obligar a mi país a que me publicara y mucho menos a que me leyera. Decidí aceptar un intercambio para ir a dar clase en Virginia. Y entonces, hubo un cambio de editores en Planeta y uno de ellos encontró el manuscrito que yo había dejado ahí. Me buscó en Estados Unidos y yo dejé tirado un doctorado y me regresé a publicar 'Scorpio City'. La primera crítica que recibí fue demoledora. Me cogieron en la revista 'Cromos' y me machacaron. Fue realmente deprimente, pero poco a poco uno se va entrenando en recibir golpes, en ir asimilando eso.
De hecho, también le daban duro en los medios digitales...
Yo fui columnista en EL TIEMPO y en ese momento (a comienzos del siglo XXI) se estrenó el buzón para los lectores en internet. Como no había filtros, se lanzaban a insultar y eso era ‘este hijo de no sé qué, este tipo ni sabe de qué está hablando’. Mi mamá me preguntaba los sábados, que era cuando salía mi columna: ‘¿Cuántas veces me nombraron hoy?’ Y entonces yo contaba los insultos y le decía: 37. Y ella me respondía: ‘Hemos mejorado’.
¿Qué representó el Premio Internacional Biblioteca Breve de Seix Barral, que ganó en el año 2002 por su novela Satanás?
Yo tengo muy buenos recuerdos del premio, pero la gente cree que ese es el momento en el cual yo despego y de ahí en adelante todo es una maravilla. Eso no es cierto. Después del premio yo publiqué un libro de cuentos que fue muy mal recibido. Colombia estaba en ese momento en un viraje hacia la derecha, hacia el uribismo, y luego publiqué 'Cobro de sangre', una novela que pasó por debajo de la mesa. Después del premio, yo tuve cinco años de vacío, de desierto literario.