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Martha Senn y su silencioso y nostálgico adiós
La cantante lírica se despide con su puño y letra de la música en el libro 'Más allá del canto'.
Senn combinó, a lo largo de su vida profesional, la música con su labor de gestora cultural. Foto: cortesía de la artista
Un día, no sé cómo, supe que el sendero del arte que había empezado a transitar no tenía regreso. Entonces decidí ir tras mi destino de cantante lírica. Con la pasión, el esfuerzo y la disciplina de los artistas rigurosos me fui creando paso a paso. Viajé entre armonías y arpegios rechazando cualquier refugio de llegada. Sobre las “alas de la música” hubiera querido continuar el vuelo. Mas la ruta es breve, como la vida misma. El tiempo se consume de manera implacable y ya no canto, pero para seguir siendo, di un salto vital hacia la escritura.
En mi corazón están vivas las protagonistas que tuve la fortuna de encarnar. Al enriquecer mi comprensión de sus sentimientos, cualidades y defectos, enriquecí también la comprensión de mí misma.
Carmen me habló de la libertad; Dalila, de la manipulación;Juno, de la ira y la gloria; Dulcinea, de lo superficial; Charlotte, del amor romántico; Dorabella, de la infidelidad; Querubino, de la adolescencia, yGiulietta, del poder del mal. Nefertiti lo hizo de la belleza; Isabella, del humor; Sextus, de la obediencia, yRossina, de la complicidad. De tantas otras me abrigué con los tejidos de sus alegres melodías, pero ahora nuestros diálogos se cerraron. Ya no logro convertir sus voces en la mía. Mi canto no puede revelar de nuevo la magia de sus personalidades, ni descubrir, cadencia tras cadencia, sus tragedias y secretos, aunque todas ellas habitan en mis mejores evocaciones.
Busqué entre recitales, óperas y conciertos la manera más sabia de enfrentar el instante en que el agotamiento de tantas horas cantadas me venciera. Por fin me convencí de que, bien por valiente o por cobarde, no sería capaz de ser testigo de ese momento. Preferí ser yo misma quien decidiera dejar mi voz ahí, en el estado en que se encontraba, en una última salida a escena. Sin anunciarlo, sin aspavientos; en coherencia con el verso del poema 'La ronda del adiós', del francés Edmond Haraucourt, que interpreté en varias ocasiones:
El libro de despedida de Martha Seen es publicado por Tragaluz Editores de Medellín. Foto:Archivo particular
Dar ese paso supuso abandonar la curiosidad por nuevas partituras, calmar la sed de viajar a diferentes ciudades del mundo y a sus teatros, dejar el sometimiento creativo de los ensayos, alejarse de las luces del escenario y de los aplausos.
En otras palabras, renunciar a la vida pública de una artista reconocida. Además, la profunda tristeza de alejarme de la interpretación musical, el puente que conduce desde la inspiradora revelación que reciben los compositores hasta su llegada al espíritu de quienes la escuchan. Con razón hay amantes de la música que la consideran la más alta expresión estética del alma humana, el más bello de los sueños y la prueba de que Dios existe.
La decisión definitiva la pude tomar gracias a las dos últimas obras que hice en Colombia, mi país, donde empezó el torbellino de posibilidades.
La primera de estas presentaciones fue escenificada y compartida con la sobresaliente actriz Laura García y dirigida por Pedro Salazar, un joven talento colombiano. El título, '¿Habrá que cantar en los tiempos difíciles?', es una pregunta abierta de Bertolt Brecht, que fue respondida por el dramaturgo Enrique Buenaventura. En esa ocasión recitamos y cantamos el poema con su respuesta, ¡Hay que cantar!, que Buenaventura me había dedicado. Entre sus conmovedoras frases dice:
Senn en el papel de Dulcinea, en ‘Don Quijote’, de Massenet, en el teatro San Carlo, de Nápoles (Italia). Foto:cortesía del artista
La segunda presentación, que fue la despedida final, irreversible e íntima, que le ofrecí a mi voz cantada, resultó distinta a todo lo que había hecho en escena.
Los organizadores de un evento de repercusiones nacionales e internacionales me invitaron a preparar un recital para celebrar los doscientos años del Consejo de Estado, institución de la democracia colombiana que fue creada por Simón Bolívar. Junto con el talentoso pianista ruso Sergei Sichkov diseñamos un espectáculo llamado 'La música y el principio de lo justo', que fue más allá del canto y el piano. Las melodías que ofrecimos, las encadenamos con mi historia de vida.
Dado que en mis orígenes universitarios estuvo la abogacía, con un título en Jurisprudencia, fue aquella la ocasión perfecta para cerrar, con un reto imaginativo, los dos extremos de mi vida profesional: las leyes y el canto.
Entretejiendo melodías y reflexiones, pude revelar a un público aproximado de mil jueces de diferentes países mi convicción sobre el común denominador que existe entre la música y la justicia.
Sostengo que tanto en la interpretación de una partitura, tal como la hacemos los músicos, y de la de la ley, en manos de los jueces, hay una ética compartida: contribuir al derecho a la felicidad y a la esperanza. Tanto los artistas como los jueces, con su espíritu de ejecutantes, se comunican con el público a partir del principio de lo armónico y para el provecho de la comunidad.
Afirmé también que cuando las sentencias conciertan ritmo y sabiduría se logra elevar un himno supremo, porque todo esto implica la vigencia y el restablecimiento de lo justo.
Los invité a componer la sinfonía fantástica de la justicia con una partitura basada en la confianza en sus intérpretes. Los presentes con sus aplausos parecieron estar de acuerdo.
He recorrido un largo trecho de mi vida cantando, casi cincuenta años. Ya no hay retorno posible. Me sentí conmovida y muy agradecida con el destino, por haber podido darle, con esta oportunidad irrepetible, un discreto adiós a la lírica.
Ahora que me encuentro cara a cara con el tiempo que me queda, desciendo de la escena para ir en busca de otros cantos. Lo vital que aún hay en mí quiere atraerlos. Se me escapan, los persigo, me persiguen, los rechazo, voy tras ellos, hasta que los ato como recuerdos salpicados con ficción; fantasías con detalles de verdad.
Una despedida silenciosa con reflejos de amor profundo a las palabras.