Hernán Hoyos dejó la casa de sus papás cuando cumplió 38 años, porque necesitaba un lugar donde escribir tranquilamente y recibir gente “de vida airada”. Esa fue la mejor época de su vida. En una mesa tenía cuatro máquinas de escribir, una con una novela policíaca, otra con una erótica y de aventuras y pasaba de una a otra escribiendo a un ritmo olímpico que lo convirtió en uno de los autores más vendidos de la historia de Colombia.
En sólo tres días vendió en Cali mil ejemplares de su primer libro de sexo, 'Crónicas de la vida sexual' (1968), para el que entrevistó a treinta personas sobre su vida sexual para hacer una versión colombiana del Informe Kinsey, en el que el biólogo y psicólogo Alfred C. Kinsey recogió datos sobre el comportamiento y costumbres en la cama de veinte mil estadounidenses en 1948.
En su nueva casa se levantaba a las 7.30 a. m., se arreglaba y escribía antes de que comenzaran a llegar los vendedores de sus libros, que él mismo editaba y distribuía.
—No quería perder mi libertad al editar y escoger a quién le vendía mis obras. Cuando envié algunos libros a editoriales importantes me los devolvían, y muchos otros se perdieron –afirma. Después de empacar pedidos, iba a la editorial Pacífico para ver el
proceso de impresión y encuadernación, subía trotando al cerro de
Cristo Rey al medio día dos o tres veces por semana, escribía hasta las 5 p. m. o 6 p. m. y atendía a más gente, bohemios, borrachos y sus conquistas de turno.
Dice que le gustaban todas las mujeres, morenas, rubias, gordas y flacas. A la visitante que más recuerda es a una muchacha chilena muy bonita, que después de altas dosis de vino la llevó a su cuarto bastante borracha, pero antes de desnudarla ella lo detuvo en seco y le dijo que, en vez de vagina, tenía una bolsa, que no era mujer y que sus papás la habían vestido de muchacho hasta los 17. Le sugirió que lo hicieran anal, pero él le dijo que no era “aficionado” a eso. Ella era estudiante de enfermería y todo el tiempo le decía “tú eres mi dueño”.
Sólo en 1976, Hoyos logró publicar cinco novelas. Dice que el secreto de su gran ritmo de escritura y de su vitalidad sexual se debe a su dieta.
—Hay que tomar baños de sol desnudo al menos media hora por día, no bañarse con agua caliente, endulzar con a y no con azúcar, comer frutas oleaginosas, como el maní y las nueces, y alimentos crudos. Yo como cerdo tres o cuatro veces por semana, así esté prohibido por los médicos. Yo nunca me emborraché en cantinas, nunca me ha gustado la rumba, pero sí tomo vino tinto después de cada comida. La cebolla es muy buena también porque, como dice un dicho costarricense, ‘la cebolla es para la polla’,
además que elimina todas esas toxinas que tiene la comida de los restaurantes. Las semillas de las frutas también hay que comérselas masticándolas muy bien y el queso es un gran fortificador del estómago. Yo tengo una receta personal: partir una libra de queso costeño en tajadas de cinco centímetros de grosor, meterla en agua un día para que pierda la sal que le sobra, se hidrate y salga más grande, casi del doble de peso. El resultado es un queso cremoso riquísimo que desarrollé por razones económicas.
Otra de las razones de su éxito fue el apodo de 'El Pornógrafo', que se lo puso el periodista José Pardo Llada. Sin embargo, Hoyos odia la pornografía. Dice que sólo ha entrado un par de veces a una sala X, pero que al ver a “un sujeto en una cama con un pene enorme que sigue y sigue y sigue”, se aburrió profundamente.
Y eso es, precisamente, lo que evita en sus novelas: la monotonía del desnudo y la vulgaridad. Sus personajes nunca piensan, sólo actúan y no hay juicios de valor. Las mujeres que aparecen nunca son feas o bonitas, sino “rubia pálida que comenzaba a ajarse, de boca diminuta, mentón afilado y ojos grises”, como dice en 'El bruto y las lesbianas', una historia de un loco de clase alta en Cali que les apuntaba con una escopeta a las visitantes de su finca para que tuvieran relaciones lésbicas al frente de los asistentes.
Esta historia es basada en la vida real, como la gran mayoría de las que cuenta en sus novelas. Por eso, puede decirse que nadie ha documentado como él las costumbres sexuales de los colombianos.
En 'La colegiala', por ejemplo, se habla de la iniciación en la prostitución de varias niñas, de los embates de las lesbianas en busca de presas en los baños de las discotecas para convertirlas a su “equipo” y hasta de la forma de las tetas cuando han sido chupadas por los hombres: “los senos que no han sido chupados por lo general son duros y con pezones parados. Los que lo han sido tienen bolsas debajo, la carne floja y otras veces seca”.
También se cuenta la historia de Habib, un árabe que consigue niñas de 13 a 15 años a las afueras de un colegio para llevarlas a su apartamento, donde les da marihuana y observar cómo un grupo de lesbianas veteranas las inician. Días después, el árabe llama a la niña que más le gustó y le paga para entrelazarse con él en un juego de sexo oral mutuo.
Cuando alguien atacaba sus obras, Pardo Llada lo defendía diciendo que él era un escritor costumbrista, y que no tenía la culpa de que las costumbres sexuales de la región fueran tan retorcidas, y extrañamente, la iglesia nunca lo censuró. De hecho, cuando trabajó a sus 19 años en la Biblioteca Departamental de Cali, el sacerdote que la dirigía le dio permiso para escribir su primera novela, 'El retorno de la monja Alférez', que publicó como folletín en el Diario del Pacífico.
Y años después, cuando ya era un autor reconocido, el ex arzobispo de Cali monseñor Uribe Urdaneta le dijo a la prensa, cuando cumplió 25 años de ordenado, que tenía todas las novelas de Hernán Hoyos y que había aprendido muchas cosas de la vida en ellas, pero que no las recomendaba.
Pero hay unos cuantos de sus libros que no lo tienen muy orgulloso, y ha llegado a quemar dos o tres “por exceso de autocrítica”, unos porque sintió que en ellos le daba más importancia a la escritura que a la historia, y otros porque los consideró pornográficos.
—Por ejemplo, el sexo sobra en 'El club del beso negro'. No es necesario, incita a actos sexuales, no tiene ética y le quita libertad sexual al lector.
De sus libros, el que más le gusta es 'Los crímenes de la misa negra', una novela negra de tres tomos, dos de ellos inéditos porque no tuvo presupuesto para editarlos. Este error hizo que varios fans lo abordaran en la calle con rabia, como una indigente que vendía periódicos en una plaza de mercado y que le sorprendió que, cuando descansaba, leía libros como 'Huasipungo' y 'Ivanhoe'.
Un día, ella le pidió $200, un pedazo de queso y un bolígrafo, y él le encimó 'Los crímenes de la misa negra'. Una semana después se la volvió a encontrar y corrió hacia él diciéndole “¡viejo, viejo!, no me dé nada, ni plata, ni pan ni queso, tráigame ya la continuación de Los crímenes”.
Hoyos tiene una memoria prodigiosa. A sus 79 años de edad recuerda algunas frases que su papá le recitaba de memoria de sus libros favoritos, los diversos propietarios de las imprentas en que ha publicado sus libros, los traductores de las obras clásicas que leyó en su niñez y hasta el apellido de un niño, “Mejía, muy muy caballero”, al que le dejó un ojo morado en uno de los diez colegios en que estudió porque su conducta dejaba mucho qué desear. Estudió piano a los diez años en el conservatorio de Popayán, pero no duró mucho.
—La imaginación y la falta de propósitos firmes en un cerebro con vocación literaria que está funcionando todo el tiempo, hace que uno sea muy vulnerable a la vida real –afirma. Sin embargo, en 1984, con 55 años, se compró un piano alemán marca Neumann y recordó todo lo aprendido en el conservatorio.
Su vejez transcurre tocando tres o cuatro noches por semana algunos valses de Chopin, Para Elisa y el primer movimiento de la Sonata Patética, de Beethoven, y otras más de Schubert, Schumann y Dvořák. Se mantiene en forma partiendo leña una hora al día y recorre en las tardes más de sesenta calles vendiendo repuestos eléctricos para vehículos. En esas caminatas por la carrera quince y primera, el barrio Porvenir y el Parque Santa Rosa, se encuentra con lectores de sus obras que le piden que vuelva a publicar sus libros. Él dice que ya cumplió su parte. En 2001 escribió su última novela, 'Los misterios de Cali', de la que lanzó sólo 250 ejemplares que se agotaron en una semana. Tiene además cuatro libros inéditos, los dos tomos de 'Los crímenes de la misa negra' y dos novelas más, 'Las minas de San Ignacio' y 'La herencia de los Molina'.
Una de sus facetas menos conocidas es la de cineasta. En 1966 hizo un cortometraje de quince minutos en 35 mm llamado 'Ojo por ojo', en el que actuó y escribió el guión. Luego hizo 'Competencia de galanes' y 'Mariposas oscuras', basada en su novela 'Ofelia, la voluptuosa', que cuenta la historia de una niña millonaria hija de unos terratenientes a la que se le despierta su instinto lésbico con la hija del mayordomo. No es una película pornográfica, e incluso el canal de televisión Telepacífico tuvo entre sus planes pasarla en su programación.
Desde los 45 años se casó con una estudiante de violín que conoció gracias a un amigo.
—Yo se la quité sin que se ofendiera. Él era un sinvergüenza, andaba en un carro conquistando muchachas. Digamos que ella era algo así como la novia del lunes −recuerda, y dice que dejó la soltería porque sintió por ella una química muy fuerte−. Era delgada, casi flaca y le dio cuatro hijos. Su familia nunca estuvo en desacuerdo con el tema sexual de algunas de sus novelas, e incluso su esposa lloró con 'Nadie conoce mi sexo', la historia de un gay que se suicida por una decepción amorosa.
—Es una novela muy triste. Cuando mi esposa la terminó me reclamó porque le había recomendado algo tan desolador. Muchos gays me felicitaron y lloraron con ella, en especial uno de Caldas, un profesor de literatura gringa. Eso me dio mucha satisfacción, porque el arte es arte cuando toca el corazón –dice.
SIMÓN POSADA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO.COM
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