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‘La memoria es el recuento que nos anima a seguir viviendo’: Ricardo Silva

En 'El libro del duelo', el autor rinde tributo a un padre al que la violencia le arrebató su hijo.

Silva (Bogotá, 1975) ha trabajado la violencia y nuestro conflicto en otros libros.

Silva (Bogotá, 1975) ha trabajado la violencia y nuestro conflicto en otros libros. Foto: Milton Díaz/ EL TIEMPO

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Los últimos años de su vida, el antioqueño Raúl Carvajal los dedicó a viajar en un camioncito, que se convirtió en un símbolo más del conflicto colombiano. En ese vehículo, en el que ‘Don Raúl’ –como se le conocía– atravesó el país, para reivindicar el nombre de su hijo el cabo primero Raúl Antonio Carvajal Londoño y denunciar su triste final: ser asesinado por negarse a cometer un “falso positivo”. ‘Don Raúl’ entregó un héroe y el Estado le devolvió un cadáver. Cuando se lo entregaron, en 2006, le dijeron que su hijo había muerto en combates contra las Farc.
Ponerle rostro a la guerra es la mejor manera de no olvidar el pasado; y la literatura ha sido, sin duda, uno de los “vehículos” apropiados para esta misión. Así dan cuenta relatos memorables, premiados con el Nobel, de plumas como Günter Grass o Svetlana Alexiévich.
Colombia no ha sido la excepción. La guerra, un tema tan potente, capaz de permear –como es natural– todas las artes, también ha encontrado en la ficción literaria una válvula de catarsis a este dolor. Así lo ratifica, entre otros, el escritor Ricardo Silva Romero, que regresa a las librerías con 'El libro del duelo', en el que se decidió a darle rostro y voz a don Raúl Carvajal, no solo para honrar su memoria, sino para dejar registro histórico de su hazaña.
Esta obra se une a otras precedentes del escritor bogotano y columnista de EL TIEMPO, como Érase una vez en Colombia, Historia oficial del amor, Río Muerto, que dan cuenta de esa firme obsesión de Silva para que el país “no olvide”.
El autor cuenta que esa sensibilidad a flor de piel por la realidad nacional la trae, tal vez, desde los siete años, cuando tenía como pasatiempos leer los periódicos. “Mis mayores siempre criticaron lo que estaba pasando acá con toda la gracia y la fuerza del mundo. Y yo creo que, de tanto escuchar y de tanto ver víctimas de esta cultura tan violenta, tengo cierta vocación a reivindicar a la gente que ha lidiado penas imposibles de lidiar. Todo lo que pasa aquí es muy personal para mí. Me siento reconociendo la vida y el drama de mi propia gente”, anota.
'El libro del duelo' es publicado por Editorial Alfaguara.

'El libro del duelo' es publicado por Editorial Alfaguara. Foto:archivo particular

¿El título es una primera pista para el lector?
Yo sí creo. 'El libro del duelo' es una novela, pero, como se puede decir que su género es el “homenaje”, y está bien llamarlo “biografía”, “crónica” o “fábula ejemplar”, me parece que lo más preciso es llamarlo “libro” y sumarle la palabra “duelo”: es un libro que, palabra por palabra, trata de responderle a una pérdida. Hay una tradición de obras tituladas así, desde 'El libro de los espíritus' hasta 'El libro de las preguntas', que investigan los contextos de la vida, y a mí me gustaría hacer parte de ese mundo. Ya hice 'El libro de los ojos' y 'El libro de la envidia'. Y me parece que titular así es ser claro como un amigo y además lanzar una advertencia.
Una imagen es el detonante de esta historia: un señor en un camión en la Avenida Jiménez con la Carrera Séptima. ¿Cuándo se vuelve novela?
Yo supe de don Raúl cuando él cruzó el país desde Montería hasta la Plaza de Bolívar de Bogotá, en su camión, para que todo el mundo se enterara de que le habían devuelto el cadáver de su hijo asesinado. Se sentó con el cuerpo de ese hijo a sus pies. Dijo que se lo habían matado por negarse a cometer “falsos positivos”. Y así consiguió que muchos nos fijáramos y que siguiéramos su historia hasta su muerte. Luego, un par de años después, lo vi en la esquina de la Jiménez con Séptima que se le volvió su oficina. Lo escuché más que todo. Pero cuando murió le escribí una columna aquí en EL TIEMPO. Y, apenas salió publicada, sentí que no era suficiente: que había que hacer el libro de su duelo.
¿Quién fue Raúl Carvajal?
Don Raúl fue un hombre brillante, un lúcido narrador de la guerra, un padre de un coraje que sólo se da acá en Colombia. Nació en las montañas de Antioquia. Se llenó de valor en Montería. Vivió de su camión durante muchos años. Fue el esposo de una mujer muy sabia que se llama Oneida Pinto. Fue el papá de Doris Patricia, de Raúl Antonio, de Israel David, de Richard de Jesús. Y al final, cuando se sintió obligado a contar el asesinato de su hijo, día por día, en el furgón blanco que se volvió parte de su identidad, se convirtió en el llamado “padre de la resistencia”. Su legado es su valor, pero también su comprensión de que hacer justicia acá es contar la historia hasta que no sólo sea escuchada, sino comprendida con el corazón y con el estómago.
¿Por qué decidió “inmortalizarlo” en un libro? El tema de un nuevo libro es una decisión importante.
Cada quien se convence a sí mismo, a su manera, de dedicarle la vida a una historia. La historia de don Raúl es una historia para siempre, claro, como una tragedia griega o un poema épico: la historia de aquel padre que, en un país sin padres, dedica su vejez a ser el evangelista de su hijo. Pero también es la historia de ese colombiano justo que atraviesa Colombia para pararse en el centro de Bogotá a contarnos que la guerra está en pie y nos ha empobrecido hasta los huesos. Y también es la historia de su hijo: un soldado honorable que encarna lo mejor de lo que somos porque en nombre de la familia que ama, en nombre del ejército que adora, se niega a cometer “falsos positivos”. Y, sin embargo, según mi experiencia, uno sólo escribe una novela -que es, repito, vivir toda una vida- si está resolviendo algo muy personal: yo sospecho que, como se lee en Historia oficial del amor o en Río Muerto o en El libro del duelo, me duele especialmente lo que le sucede al corazón de una persona a la que le han asesinado a su hermano, su padre, su hijo. Conozco de primera mano ese dolor que no se acaba nunca porque en mi propia familia sucedió un par de veces. Y yo creo que escribirles novelas a esas penas es al menos hacerles compañía.
Silva es autor también de 'Érase una vez en Colombia', 'Historia oficial del amor', 'Río Muerto' y 'El libro del duelo', entre otros, en los que retrata el horror y la violencia.

Silva es autor también de 'Érase una vez en Colombia', 'Historia oficial del amor', 'Río Muerto' y 'El libro del duelo', entre otros, en los que retrata el horror y la violencia. Foto:Milton Díaz/ EL TIEMPO

¿Por qué no hacer una crónica, sino una novela?
'El libro del duelo' es un libro que homenajea una pena que no tiene solución aparte de contarla. Pero yo la escribí como he escrito las novelas que he escrito, o sea que investigué a fondo, porque quería organizar los hechos y retratar a los personajes y reunir las imágenes de esas vidas para que fueran comprensibles emocionalmente, para que, como debe ser, dejaran sin palabras. Quería meterme en la cabeza de don Raúl. Quería reconstruir las cuatro dimensiones de su rutina. Y la ficción, que no es la mentira, sino la recreación de la realidad, es fundamental si uno quiere que su historia sirva a la catarsis.
¿Con qué se encontrarán los lectores?
Con la vida, la jornada diaria, el humor, la compasión, la rabia, la ternura, la inteligencia, la sabiduría de narrador de don Raúl Carvajal, que repitió el mismo día y la misma historia hasta que lo escucháramos, pero también, al tiempo, se encontrarán con una familia muy bella, con una vocación a la terapia que puede transformar nuestra cultura de la aniquilación y con este país del siglo XXI que trata de desenredar la madeja del siglo XX. Esto es una novela. No es un libro de denuncia ni una investigación periodística. Y los protagonistas son los Carvajal Londoño porque tenemos que ver con nuestros propios ojos los espíritus de los que pierden a su familiares entre esta guerra.
¿Esta es otra cara del conflicto? Se ha contado, por ejemplo, la historia de los “falsos positivos” de los jóvenes de Soacha. Pero esta vez el drama ocurre al interior de las propias Fuerzas Militares.
La JEP ha estado mostrándonos el tamaño del horror: ¡6.402 asesinatos porque sí! Hemos visto a los victimarios reconociéndoles a las víctimas que para ganarse un permiso de fin de semana, y en el colmo de la deshumanización, torturaron, mataron y desaparecieron a los ciudadanos que habían jurado defender. Yo espero que en medio del caso número tres de la JEP –el de los asesinatos presentados como bajas de la guerra– se llegue al relato de los soldados dignos que fueron apartados del Ejército y asesinados por negarse a los “falsos positivos”: nos recuerda que algunos se resistieron a perder el alma. Hay que investigar a los verdugos, a las víctimas, a las familias de las víctimas y a los héroes.
Luego de su travesía épica, ¿don Raúl fue escuchado alguna vez? ¿Hubo justicia y reparación?
El Estado colombiano fue hostil. Las fiscalías, los tribunales, las estaciones militares le cerraron las puertas a don Raúl, pero él siguió adelante una y otra vez. Es un asunto importante de 'El libro del duelo': don Raúl estaba muriendo cuando el expresidente Santos reconoció los “falsos positivos” en la Comisión de la Verdad, pero aquí estamos todos, fotógrafos, artistas, novelistas, periodistas, contando lo que le pasó y la manera como lo contó. Ojalá esté por ahí. Creo que la JEP tiene que llegar a estos casos, pero también creo que esto de narrar tiene algo de justicia y de reparación. Su yerno, Iván, se encontró la novela el otro día en una vitrina, y lo primero que pensó es que eso era lo que quería su suegro.
No es la primera vez que un padre dedica el resto de sus días a contar el caso de su hijo. ¿Qué cree que lleva a un padre a tomar esta decisión? ¿Hay algo de “desesperanza aprendida”?
El libro del duelo es una investigación de esa “desesperanza aprendida”, pero, por supuesto, vivida por la figura tan particular, tan única de don Raúl. Creo que don Raúl llegó a la conclusión de la líder Cristina Bautista: “Si hablamos, nos matan, y si callamos, también, entonces hablamos”. Creo que superó el miedo que superan ciertos colombianos, como la Hipólita de 'Río Muerto', porque se sintió a un paso de la muerte: “Ya qué”. Ya hacer justicia. Ya dedicarse a que la gente que va por la calle se detenga a ver la guerra.
El acuerdo de paz ilusionó al país, pero la realidad parece mostrar otra cosa. El Gobierno le apuesta a la denominada ‘Paz Total’. Pero ¿no está siendo a un precio muy alto?
El acuerdo de paz está en pie. Se acostumbra uno a que más de diez mil hayan dejado las armas, pero es un logro que no se puede olvidar. Sí, el Gobierno pasado fue un hoyo negro en materia de paz y el Gobierno actual ha sido torpe para cerrarle el paso a la guerra. Sí, la “Paz Total” suena más al cielo al que llegaremos un día que a una transformación que nos saque de adentro la manía de aniquilar. Sigue habiendo extorsiones, masacres, asesinatos. Están en pie las bandas que han cogobernado el país durante décadas. Pero, ya que no hay otro modo de salir del infierno que los procesos de paz, no sobra agradecer los avances de los diálogos con el ELN. Y es fundamental recordar que a la gente que vive en las zonas de guerra les sirve más un Gobierno que hable de paz que uno que se pierda en el “conteo de cuerpos” que acabó con el hijo de don Raúl.
“Creo que, de tanto escuchar y de tanto ver víctimas de esta cultura tan violenta, tengo cierta vocación a reivindicar a la gente que ha lidiado penas imposibles de lidiar”, dice el autor.

“Creo que, de tanto escuchar y de tanto ver víctimas de esta cultura tan violenta, tengo cierta vocación a reivindicar a la gente que ha lidiado penas imposibles de lidiar”, dice el autor. Foto:Milton Díaz/ EL TIEMPO

A veces uno llega a la conclusión de que el destino de Colombia es el hueco de la violencia. ¿Usted también lo ha sentido?
¡Por supuesto! Hay días en que esto es un fracaso humano, y quiere uno encerrarse hasta que termine el Apocalipsis. Cada día oímos alguna historia que nos prueba que existe una violencia de aquí y sólo de aquí: ¿en qué otro lugar de qué otra era se han dado los cortes de corbata y los secuestros de dieciséis años y los falsos positivos como atajo a las medallas? Y, sin embargo, tenemos una Comisión de la Verdad y una JEP en la que ponemos en escena las verdades y los corajes. Y, a paso colombiano, vamos siendo menos machistas, menos fanáticos, menos demenciales, y vemos destellos de redención entre tanto fiasco. Créame que sí.
En 'Érase una vez en Colombia', 'Historia oficial del amor', 'Río Muerto' y 'El libro del duelo', entre otros, retrata el horror y la violencia. Hablemos de la memoria. ¿Qué función cumple?
La memoria, como la ficción, recrea lo que nos pasó para que nos remueva, para que nos despierte. Si la nostalgia es el dolor de irse alejando y alejando de lo que vivimos, entonces la memoria es la nostalgia que revitaliza, el recuento que nos anima a seguir viviendo, a ser las personas que somos sobre la base de las personas que hemos sido. La memoria, mejor dicho, es una red de voces dedicadas a rescatar del olvido lo que nos pasa, pero sobre todo es un órgano vital, un motor. Toca tenerla, toca armar su rompecabezas y toca usarla para ser alguien y para ser un país, para recobrar la vida y las ganas de vivir.
CARLOS RESTREPO
REDACCIÓN CULTURA
EL TIEMPO

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