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‘En un mundo ideal, solo las máquinas estarían empleadas’: Roger Bartra

Entrevista con uno de los grandes pensadores de habla hispana, quien analiza los retos de hoy.

El exceso de información, guiada por inteligencias robóticas, es algo muy “tóxico”, dice Bartra.

El exceso de información, guiada por inteligencias robóticas, es algo muy “tóxico”, dice Bartra. Foto: Penguin Random House. Efe

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Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) es considerado uno de los grandes pensadores de habla hispana, con una vida tan rica y diversa como su trayectoria intelectual. El editor Tomás Granados Salinas lo definió como una “personalidad híbrida”. Esa definición hacía referencia a sus orígenes catalanes –es hijo de los escritores exiliados españoles Agustí Bartra y Anna Murià– y, sobre todo, a su tránsito continuo por la política, el arte, la filosofía, la antropología, la neurociencia y la historia.
Doctor en Sociología por La Sorbona de París, Bartra se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Es investigador y doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Wikipedia afirma que “es el investigador mexicano dedicado a las ciencias humanas, sociales y políticas más traducido al inglés (diez libros)”. También es profesor en universidades como la Pompeu Fabra (Barcelona), Johns Hopkins (Baltimore), La Jolla (California), la Universidad de Wisconsin-Madison y en instituciones académicas como Paul Getty Center, en Los Ángeles, y el Birbeck College, de la Universidad de Londres. Entrevista con él.
¿Cómo ha vivido o está viviendo la pandemia?
La he aprovechado para escribir un par de libros.
¿La pandemia le ha hecho replantearse algunas de sus reflexiones acerca del ser humano y su futuro?
Los grandes peligros que nos amenazaron en el siglo XX fueron, casi todos, consecuencia de las tensiones de la vida social y política, como las dos inmensamente destructivas y mortíferas guerras mundiales. Cuando parecía que se habían logrado apaciguar un poco los peligros sociales y políticos, y cuando ya apenas nos acordábamos de la gripe que azotó al mundo a comienzos del siglo pasado, llegó la covid-19, lo que nos obliga a pensar en nuestros cuerpos endebles y vulnerables. Se han intensificado las búsquedas por escapar de esta frágil dimensión biológica.
¿De qué forma la experiencia digital diluye, intensifica o sencillamente modifica la distinción entre el ser físico y el ser digital que habita en las redes y se guía por los algoritmos? ¿Qué somos ahora? ¿Qué seremos en el futuro?
Creo que ya éramos parte de los algoritmos que habitan en las redes en forma digital. Esa dimensión algorítmica de la cultura existe desde hace mucho, pero hoy se ha expandido de forma que algunos la ven como amenazadora y otros como una esperanza.
El exceso de información, guiada por inteligencias robóticas, es algo muy “tóxico”, dice Bartra.

El exceso de información, guiada por inteligencias robóticas, es algo muy “tóxico”, dice Bartra. Foto:Penguin Random House. Efe

¿Y usted, cómo lo ve?
Yo veo la gran expansión de las esferas digitales más como una esperanza que como una amenaza. Los humanos somos seres esencialmente artificiales. Incluso los instrumentos materiales que podemos tocar, ver, oír y oler, que contienen información analógica, albergan amenazas y peligros. Con esos viejos instrumentos, los humanos se han matado durante siglos y han provocado inmensas calamidades (…) La tendencia a que las esferas de nuestra conciencia, inscritas en circuitos culturales, sean cada vez más digitales y estén formadas por algoritmos no es en sí misma un peligro. La amenaza está en la forma en que las sociedades usan y abusan de estos recursos digitales (...) La conciencia humana no se dañará si cada vez es más artificial.
Usted se refiere al circuito cultural como un factor determinante para el desarrollo de la conciencia humana. ¿Qué efectos está teniendo el hecho de que nuestro consumo cultural y nuestras relaciones se conformen a partir de unas pautas dirigidas por algoritmos, por máquinas?
Yo sostengo que hay redes exocerebrales conformadas por prótesis simbólicas que prolongan, en las esferas sociales y culturales, funciones cerebrales. Lo he explicado en mi libro Antropología del cerebro. Estas prótesis son estructuras simbólicas como el lenguaje, la música, el arte y las memorias artificiales. Y estas prótesis culturales cada vez están más invadidas por algoritmos, como los que modulan las complejas máquinas que nos rodean, empezando por los teléfonos móviles. Este exocerebro es lo que permite que seamos conscientes de que somos conscientes. Los circuitos exocerebrales no son instancias metafísicas y no se encuentran fuera de la esfera de causas y efectos del mundo físico y biológico. Lo que estamos experimentando cada vez con mayor fuerza es que estas prótesis, cada vez más sofisticadas, nos influyen desde el interior de nuestra conciencia. Nuestra conciencia está cada vez más poblada de algoritmos artificiales.
‘Muchas de las prótesis que extienden la conciencia hacia las esferas sociales están concebidas para complacer, aliviar y dar placer’, afirma en su libro Chamanes y robots. ¿Qué efectos tiene todo eso sobre nosotros, los humanos? ¿Son una especie de dominación de las máquinas sobre nuestra conciencia?
No hay ningún peligro inminente de que las máquinas dominen nuestra conciencia. Muchas de ellas están atrapadas en nuestra conciencia. Desde que los humanos tallaron los primeros cuchillos de piedra, los instrumentos artificiales se integraron en nosotros. Sus versiones más complejas, los robots, están aquí para ayudarnos y complacernos. Son parte de nuestra conciencia, y si hay algún peligro, este no es externo.
Con máquinas que aprenden solas y se comunican entre sí, ¿podemos decir que ya existe una cultura robótica capaz de imponerse a la cultura humana?
No hay todavía una cultura robótica en el sentido de que las máquinas inteligentes sean capaces de construir redes simbólicas que las envuelvan y las conecten a otras máquinas o a los humanos. Eso podrá ocurrir el día en que los ingenieros o las mismas máquinas sean capaces de construir exocerebros robóticos. Las máquinas inteligentes ya pueden interactuar entre ellas, pero siempre y cuando nosotros las conectemos. No lo pueden hacer por sí mismas.
¿Estamos cerca de la singularidad? De ese momento en el que las máquinas pueden ser consideradas más inteligentes que los humanos porque son capaces de procesar más información, a más velocidad y tomar la mejor decisión?
Estamos lejos de la singularidad que serían las máquinas conscientes, que dejarían de ser objetos para convertirse en sujetos. Sí hay máquinas más inteligentes, más rápidas, con más memoria, que aprenden solas con mayor eficiencia y son capaces de decidir el curso de una acción en el futuro mejor que nosotros. Pero estos robots son unidimensionales, solo nos exceden en un terreno delimitado, carecen de una inteligencia general. Nos ganan en juegos, como el ajedrez. A este nivel, se puede esperar que cada vez habrá máquinas mejores que nosotros.
¿Nuestra confianza en la tecnología está justificada? ¿Desaparecerán la desigualdad, el cambio climático, las pandemias…?
La desigualdad, el cambio climático y los virus con potencial pandémico no desaparecerán en un futuro próximo. Son fenómenos de larga duración. La pobreza, acaso, se podrá eliminar en un futuro no demasiado lejano. Los daños provocados por el cambio climático tal vez se puedan atenuar. Pero no está visible un horizonte social donde no haya desigualdad, ni enfermedades, ni trastornos climáticos. Pero sin una tecnología sofisticada, estos problemas podrían llegar a ser extremadamente peligrosos.
¿Es la tecnología un placebo? ¿Cree que vivimos deslumbrados por las compañías tecnológicas y sus creaciones? ¿Son los nuevos chamanes?
Las tecnologías no son inocuas, no son placebos, pero pueden ser usadas como tales (…) El uso de prótesis tecnológicamente muy sofisticadas tiene un valor simbólico que genera en los humanos un efecto placebo. Es el caso de los teléfonos móviles y de los videojuegos. Nos proporcionan placer y su ausencia nos provoca dolor o ansiedad. Las tecnologías modernas manejadas por nuevos chamanes pueden lograr efectos de alivio. Pero también pueden convertirse en nocebos, lo contrario al placebo.
Entre las grandes cuestiones de nuestro tiempo está la preocupación por el desarrollo ético de la inteligencia artificial. ¿Ve justificada esa preocupación?
Lo que más debe preocupar es la conciencia artificial. Desde luego que la inteligencia artificial aplicada a los armamentos genera problemas éticos nuevos, pues estas máquinas destructivas funcionan a veces de manera autónoma y los humanos pierden el control. El posible surgimiento de una conciencia artificial sin duda nos enfrenta a un complicado problema ético. ¿Las máquinas conscientes, los robots, serán formas de una nueva esclavitud?
¿Es la inteligencia artificial el máximo exponente del exocerebro? Y si fuera así, ¿estamos entregando nuestra esencia humana a las máquinas?
El principal componente del exocerebro sigue siendo el habla, el lenguaje. La IA es la expresión más reciente del exocerebro, es decir, de la parte externa de nuestra conciencia. Nuestra conciencia siempre ha estado entregada a instancias externas. Nuestra esencia humana es esa externalidad de la conciencia. Pero la IA basada en máquinas es también una esfera robótica que, en un futuro todavía lejano, podrá independizarse y generar sus propias formas de conciencia. Pero el peligro de que nosotros, los humanos, acabemos siendo el exocerebro biológico de máquinas hiperinteligentes es algo que todavía está en el terreno de la ciencia ficción.
He leído en sus textos referencias a la confusión, la hiperactividad, el cansancio, la hiperinformación, el aburrimiento como amenazas para nuestra propia existencia, nuestro modo de vida, nuestro futuro...
Todo ello está creciendo y conforma una amenaza real. El exceso de información como una masa indiscriminada y caótica que nos llega a través de las redes informáticas, guiadas por inteligencias robóticas, es un fenómeno altamente tóxico. Genera abulia, produce aburrimiento, nos cansa y nos hace sentir superfluos y perdidos en el caos. Hay que agregar otro desafío: la melancolía que invade a las sociedades que experimentan grandes y acelerados cambios, que ven cómo sus formas tradicionales de vida se esfuman.
¿Cuál es su posición frente al transhumanismo?
El transhumanismo es una especie de chamanismo posmoderno, pues parte de la idea de que las prótesis pueden crear extraordinarios efectos biológicos y contribuir a la sanación. Los posthumanistas sustituyen los rituales y los simulacros por prótesis realmente implantadas en el cuerpo de los humanos para aumentar sus capacidades. Las palabras del chamán son sustituidas por artefactos. El objetivo es la creación de una nueva especie posthumana, los cíborgs. El gran gurú del transhumanismo, Ray Kurzweil, está convencido de que mediante implantes intracerebrales los humanos podrán convertirse en seres mucho más inteligentes y sanos. Se quiere incorporar los mecanismos exocerebrales al cuerpo mismo del cerebro mediante implantes tecnológicos hipersofisticados. Muchos transhumanistas piensan que la singularidad tecnológica que producirá unos seres posthumanos no está muy lejana. Creo que están equivocados y que esa singularidad tardará mucho más en llegar y será muy diferente a la que imaginan. Lo que vendrá serán máquinas conscientes que acompañarán a los humanos.
¿Qué nos define como humanos?
Lo que nos hace humanos es la parte no biológica de nuestra conciencia (...) Una singularidad que reúne, en una sola red, la palabra con la sensibilidad.
La automatización, los robots, nos liberan cada vez de más tareas. Pero muchos ven esto como una amenaza para el empleo...
En un mundo ideal, solo las máquinas estarían empleadas. Yo creo, junto con algunos economistas, que es necesario impulsar una nueva forma de libertad: la libertad de no trabajar o de decidir libremente el tipo de trabajo que se desea. Se trata de poner en duda el carácter sagrado del trabajo, santificado tanto por las tradiciones religiosas como por el liberalismo o el marxismo. El trabajo ya no se asocia naturalmente a la libertad por su carácter moral o redentor. Estas ideas se ligan a la propuesta de un ingreso básico universal.
¿El futuro será mejor? ¿Se atreve a describirnos en un tuit el futuro de la humanidad?
¿Todo eso en menos de 280 caracteres? Esta es mi respuesta: el futuro profundo es previsible: nos toparemos con el reto del ocaso del sol. A corto y mediano plazo debemos ser conscientes de esa amenaza cósmica, que ocurrirá dentro de 7.000 millones de años, y construir desde hoy la inteligencia necesaria para sobrevivir a esa catástrofe.
JUAN M. ZAFRA (*)
THE CONVERSATION (**)
MADRID
(*) Profesor asociado en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III. Dirige 'Telos', la revista que edita Fundación Telefónica.
(**) The Conversation es una organización sin ánimo de lucro que busca compartir ideas y conocimientos académicos con el público. Este artículo tuvo que ser editado por razones de espacio. Puede leer la versión completa en: The Conversation.

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