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Este es mi primer Mundial de fútbol (Meluk le cuenta...)
Siempre creí que el fútbol era lo que más me gustaba en la vida. Pero, ahora, entendí que no...
Siempre creí que el fútbol era lo que más me gustaba en la vida. Más que la comida –¡la madre si no!–, como bien diría ‘El Flecha’, de David Sánchez Juliao.
Desde que era un peladito, mi papá me llevó a El Campín y me compraba gaseosa con papitas fritas y una visera plástica azul para que pudiera ver el partido a pesar del sol pegando en oriental. ¡El plan!
Siempre pensé que además me gustaba todo del fútbol: el estadio, los goles, las jugadas, las estrategias, los locutores y sus alaridos de emoción o tragedia, las victorias, las derrotas.
Me encantaban los uniformes, el balón, los guayos. En resumen, la carta al Niño Dios que repetí año tras año en mi niñez.
Cuando, ya bachiller, le dije a mi papá que iba a estudiar periodismo, él, sabio, me dijo: “Mijo: en este país no se necesita estudiar para eso... Pero, bueno, si es lo que quiere, pues solo le voy a decir una cosa: le creeré cuando vaya a un Mundial”.
Primera vez que el mundial se realizará a finales de año. Foto:iStock
De Francia 98 –¡hace 24 años, pucha!–, le traje el afiche oficial de esa Copa Mundo. “Para ti, papi. Lo hicimos: ya fue mi primer Mundial. Gracias”, le escribí encima.
De alguna manera él ya me había ‘entrenado’ mucho antes, en 1982, cuando compró el primer TV a color que tuvimos en la casa y un Betamax enorme que permitía poner nuestras voces en las videocintas que grababa.
En el Mundial de España jugamos a que yo era el narrador y él, el comentarista que enmudeció cuando Italia eliminó a Brasil.
Alguna vez conté que los Mundiales de Fútbol eran para nosotros como un reloj que cada cuatro años marcaba la hora en punto de la vida.
Como en 1990, cuando terminamos, abrazados, encaramados en la cama de su cuarto, brincando por el gol de Freddy Rincón a Alemania hasta que rompimos las tablas y nos fuimos al piso con colchón y todo.
Cuatro años después, cuando yo era el jefe de prensa del Ministerio de Gobierno (para los pelados de ahora, del Interior), me tocó ver el Mundial en Neiva, la base central de operaciones del Gobierno para atender la tragedia por el terremoto de Páez (Cauca), que dejó 800 muertos.
A pesar de la distancia ‘vimos juntos’ el partido que Estados Unidos le ganó a Colombia por teléfono, el día del autogol de Andrés Escobar. No cortamos la llamada ni un segundo, ni después del juego, masticando la derrota.
Antes de cada partido en un estadio mundialista, ya fuera en Sudáfrica o en Rusia, lo llamaba y le agradecía estar ahí para firmar luego las notas en EL TIEMPO.
Siempre creí que el fútbol era lo que más me gustaba en la vida. Pero ahora, con los años, entendí quelo que me realmente me gustaba era este oficio de contar e informar “y con su propio tono, mijo”, como me repetía.
“Esa te quedó buena”, “no me gustó lo que escribiste”, “no te exageres”, “¡muy bien dicho!”...
Siempre pensé que me encantaba el fútbol, pero no... Supe con total certeza, de viejo, que el fútbol no era más que un pretexto para el amor profundo entre mi papá y yo.
Y creo, de verdad, que el fútbol, la pasión por unos colores o los gritos por una Selección son el recuerdo de la infancia, el amor hecho estadio y pelota por los primos, los sinvergüenzas de la ‘U’, los padres...
“Sabes que una de las cosas que me dan pereza de morirme es no saber si esos malos de la Selección van a clasificar”, me dijo mi papá, que se murió el 24 de diciembre del año pasado.
Hoy me importa un bledo que Colombia no juegue en Catar o cuál vaya a ganar. Este es mi primer Mundial sin él y, la verdad, sé que el fútbol ya no me gusta tanto.