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Año nuevo: ¿vida nueva? / Análisis Ricardo Ávila

Las perspectivas del 2023 son oscuras y el Gobierno sigue anteponiendo la ideología al pragmatismo. 

El presidente Gustavo Petro.

El presidente Gustavo Petro. Foto: Presidencia

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No hay analista, durante estos días de balances y reflexiones sobre lo que pasó y lo que puede venir, que hable con nostalgia del año que termina. Si bien a título personal habrá muchos que tengan algo bueno por contar, muy posiblemente 2022 pasará a la historia como un periodo de turbulencia marcado por la guerra, los desequilibrios económicos y los riesgos geopolíticos al alza.
Hay quienes ven en los eventos de los últimos doce meses un verdadero punto de quiebre en un mundo cada vez más dividido en bloques, que se miran con creciente recelo. Tanto que el diplomático estadounidense Richard Haas opina que el término “comunidad internacional” debería archivarse, como lo demuestra la incapacidad global de enfrentar la amenaza del cambio climático de manera concertada.
Con semejante preámbulo, las expectativas en torno al nuevo calendario son modestas, por decir lo menos. En materia de seguridad, nada hace pensar en una solución rápida y pacífica para Ucrania, mientras aumentan los temores sobre las ambiciones de China con respecto a Taiwán. Y en lo que atañe a la economía, los cálculos de las entidades multilaterales hablan de una fuerte desaceleración, más allá de que se logre ponerle un tatequieto al repunte inflacionario de los últimos tiempos.
Por tales motivos, los sobresaltos seguirán a la orden del día. Incluso sin necesidad de considerar escenarios realmente catastróficos –como el uso de armas nucleares por parte de Rusia si su ejército se ve acorralado en el campo de batalla–, las réplicas de los terremotos recientes son inatajables.
Para citar un caso, el alza de las tasas de interés les pone una enorme presión a las economías emergentes que se endeudaron más para mitigar los efectos de la pandemia. El pago de esas acreencias acabará llevándose una tajada mayor de los presupuestos, justo cuando la gente en las más diversas latitudes pide ayuda, pues siente que el dinero que gana no le alcanza con los precios subiendo.
Debido a ello, los expertos aconsejan prudencia y estrategias defensivas, lo cual se aplica tanto a nivel individual como en el ámbito nacional. Puesto de otra manera, se trata de mantener la guardia arriba, cuidar los recursos y no dar pasos en falso, ante la certeza de que el margen de tolerancia respecto a los errores cometidos viene en descenso.

Oídos abiertos

La onición es aplicable a Colombia, que cierra el año con cifras que causan envidia en buena parte de América Latina. Aceptando que las alzas sucesivas en la canasta familiar se convirtieron en un verdadero dolor de cabeza, ningún otro país del área –entre los de mayor tamaño– mostró un avance similar: entre 2019 y 2022 el producto interno bruto subió 11 por ciento en términos reales, ocho puntos más que el promedio regional.
Sin embargo, por acá también soplarán los vientos de la ralentización. Sin ir más lejos, el propio Ministerio de Hacienda habló de un modesto 1,3 por ciento de crecimiento en 2023, cuando dio a conocer el plan financiero del Gobierno central en la tercera semana de diciembre. De confirmarse la previsión mencionada, será casi imposible consolidar las mejoras observadas en las estadísticas de empleo.
A sabiendas de que una pérdida de velocidad es inexorable, hay elementos que hacen la diferencia entre un aterrizaje suave y un barrigazo. En el mejor de los casos, la desaceleración permitiría que la inflación regrese paulatinamente al redil establecido por el Banco de la República, sin que se afecte al clima de los negocios o caiga la demanda interna.
Mucho de ello depende de la confianza del consumidor, cuyo desempeño muestra una evolución preocupante, según el índice que construye Fedesarrollo todos los meses a partir de sondeos realizados en cinco capitales.
De acuerdo con la entidad, el valor registrado en noviembre se ubicó en su punto más negativo desde los días del paro nacional de mayo de 2021, y contrasta con un guarismo positivo al cual se llegó en junio pasado.
Los motivos están relacionados tanto con las condiciones económicas presentes como con las expectativas hacia el futuro cercano. En ambos registros el deterioro frente a las calificaciones de un año atrás es evidente.
Igual de llamativo es que la valoración del país para las personas encuestadas, que tradicionalmente ha mostrado cifras en rojo, refleja una desmejora adicional y significativa en el cuarto trimestre. Junto a ello, la valoración de la situación del hogar –que normalmente registra un saldo neto favorable– también cambió de color, del negro al rojo.
Al respecto, Camilo Herrera, de la firma Raddar, subraya que se trata de percepciones que pueden verse influidas por factores como el comportamiento de la tasa de cambio. Claramente, el nivel del dólar –que llegó a su punto más alto en octubre– impacta el apetito a la hora de comprar cierto tipo de bienes durables, como los electrodomésticos.
Queda planteada la duda sobre si esa menor confianza golpeará el consumo de los hogares, que es el gran motor de la economía colombiana. La misma incógnita aparece en lo que corresponde a la inversión, alrededor de la cual aparecen igualmente señales de alerta.
Así se desprende de la Encuesta de Opinión Empresarial, también de Fedesarrollo. Cada tres meses la entidad agrega un módulo especial que analiza las condiciones económicas y sociopolíticas para la inversión, que en noviembre tuvieron un retroceso grande en ambas categorías frente a la medición de agosto. Y esto sucede, a pesar de que la utilización de la capacidad instalada en el caso de los industriales llegó a su número más alto desde 2011.

Cuestión de señales 

Estabilidad en las reglas de juego surge como un requisito, así haya cierto margen de tolerancia.
Por el contrario, demasiados signos de interrogación hacen que una idea concreta
se congele.
Lo anterior pone de presente el contraste entre las mediciones subjetivas y las objetivas. A primera vista esa dicotomía no es grave, hasta que las primeras comienzan a influir sobre las segundas.
De ahí que en circunstancias de estrechez anunciada sean tan importantes los mensajes orientados a dar tranquilidad. Eso lo entiende el Ministerio de Hacienda al mostrar que mantiene los asuntos de su órbita bajo control, comenzando con las cuentas públicas.
No obstante, el esfuerzo no debe recaer en una cartera, sino en el Gobierno como un todo. En últimas, se trata de transmitir seguridad en medio de la incertidumbre, algo que se logra con mensajes claros y coherentes.
Al respecto, la actual istración necesita enmendar la plana. Al comienzo del mandato presidencial se dieron pasos equivocados, que en su momento fueron explicados como parte del arranque de un equipo relativamente falto de experiencia en asuntos de orden nacional.
Transcurridos algo menos de cinco meses, las salidas en falso persisten. Las declaraciones de Jaime Dussán, presidente de Colpensiones, con respecto al uso que supuestamente se le daría al dinero que tienen los colombianos en el régimen de ahorro individual obligaron a una nueva intervención pública de José Antonio Ocampo para corregirlo.
Sin embargo, el principal elemento de disrupción proviene de la Casa de Nariño. A punta de trinos, declaraciones y discursos Gustavo Petro enrarece el ambiente, ya sea criticando a las concesiones de cuarta generación, respaldando la construcción de un tren que uniría a Buenaventura con Barranquilla o poniendo en entredicho a la bienestarina como un insumo para mejorar la nutrición infantil.
Más allá de la ausencia de méritos de cada afirmación, el peligro consiste en poner en entredicho fuentes de crecimiento irremplazables. Aparte de las sumas y restas sobre el poder adquisitivo de los hogares, está el ánimo de compra de bienes y servicios que implícitamente constituyen una apuesta hacia el futuro. De tal manera, la psicología del consumidor acaba siendo lo que lo lleva a abrir la billetera, y si este mira todo con un lente más oscuro, debido a los mensajes que recibe, será más difícil que suceda.
En principio, los empresarios hacen análisis más fríos y fundamentados en el momento de tomar decisiones de inversión. Estos incluyen, entre muchos elementos, un examen del mercado y la posibilidad de surtirlo de mejor manera que la competencia.
Y el contexto en el que se va a operar es definitivo. Estabilidad en las reglas de juego surge como un requisito, así haya cierto margen de tolerancia. Por el contrario, demasiados signos de interrogación hacen que una idea concreta se congele.
Según la Encuesta de Opinión Industrial Conjunta, que hacen la Andi y varios gremios más, al cierre de septiembre pasado un 9 por ciento de las compañías sondeadas contestaron que habían decidido aplazar proyectos de inversión productiva. El número puede parecer pequeño, pero es el más alto desde 2005, exceptuando 2020, cuando irrumpió la pandemia.
Otra vez aparece un indicio al cual vale la pena prestarle atención. Basta recordar que dentro del marco conceptual de Petro está la visión de una cuarta vía en la cual el Estado define las prioridades y el desarrollo se logra con base en la reindustrialización y el aumento de la producción agrícola, a cargo del sector privado. Pero ese último componente, que es el que cierra el círculo, depende de condiciones propicias que más de uno pone en duda.
Como si lo anterior no fuera suficiente, aparece una nube sobre el sector exportador. Tras haber sido saludado como el esquema de integración profunda más audaz de América Latina, la Alianza del Pacífico –formada por Chile, Perú, Colombia y México– quedó en entredicho tras lo sucedido con Pedro Castillo.
No es ninguna exageración decir que la comunicación oficial entre Bogotá y Lima está casi cortada, mientras Gabriel Boric toma distancia de los acontecimientos y Andrés Manuel López Obrador hace causa común con su colega colombiano. La idea de sentar a los cuatros mandatarios de ahora en un mismo salón no tiene ninguna viabilidad, lo cual complica el desarrollo de lazos económicos.
Todo lo anterior enreda más las perspectivas del año que comienza, entre otras razones, porque nada hace pensar que la Casa de Nariño va a cambiar de partitura y menos porque se anuncia una desaceleración. En otras épocas, el Presidente de la República trataría de alentar al público e invitar a los empresarios a creer en el país y seguir adelante, pero eso no parece que ocurra esta vez.
Tal como sus antecesores, Gustavo Petro alista maletas para viajar –acompañado de sus ministros de Hacienda, Ambiente y Minas– a la cumbre del Foro Económico Mundial que tendrá lugar en la población suiza de Davos a partir del 16 de enero que viene. Sobre el papel, la ocasión es única para promover la llegada de capitales al país y hacer o con los directivos de las principales multinacionales.
Hasta tanto no se demuestre lo contrario, la probabilidad de que algo de ese tenor pase permanece ahí. Pero suena más factible que el mandatario aproveche la oportunidad para denunciar las falencias del capitalismo y reitere la profecía de que la raza humana desaparecerá si no detiene el cambio climático.
Sin embargo, merece el beneficio de la duda. Quién quita que de regreso a Colombia entienda que una economía que salga airosa del chaparrón que viene le ayudaría al éxito de su gobierno, dándole más peso al pragmatismo que a la ideología.
Esa sí que sería una manera única de poner en práctica el conocido dicho de “año nuevo, vida nueva”, alejando de paso el fantasma de una parálisis de la cual nadie saldría ganando. De lo contrario, los colombianos acabaríamos extrañando a ese 2022, de tan ingrata recordación en el resto del mundo.
RICARDO ÁVILA
ANALISTA SÉNIOR

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