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'Está bien ser pesimistas porque eso significa reconocer los riesgos': Arancha González
La excanciller española hace un balance de la situación geopolítica internacional. Entrevista.
Arancha González ha forjado una carrera exitosa tanto en el sector privado como en el público, al igual que en el multilateral. Ahora, quien fuera ministra de Relaciones Exteriores de España entre 2020 y 2021, también se destaca en la academia. Así lo atestigua su designación como decana hace un año de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, que depende del prestigioso Instituto de Estudios Políticos ubicado en la capital sa.
Dicha posición le permite contar con un punto de vista privilegiado sobre la realidad mundial. Presente en el Foro de Davos, habló con EL TIEMPO.
Arancha González, decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París. Foto:
Aumentan las preocupaciones por los riesgos geopolíticos en el planeta. ¿Son válidas las inquietudes crecientes?
Creo que está bien ser pesimistas, porque eso significa que estamos reconociendo los riesgos que existen. Sería un gran problema minimizarlos o no tenerlos en cuenta, ya sea en la toma de decisiones empresariales o gubernamentales. Es muy importante reconocer que hoy tenemos una especie de conjunción de los astros que requiere que seamos muy cuidadosos en la manera en que vamos a gestionar los asuntos globales. El peligro de resbalar y encontrarnos con un conflicto mucho mayor que los que ahora vemos es muy alto.
A que en 2024 tenemos dos grandes polos: las bombas y los votos. Las bombas por cuenta de los dos grandes enfrentamientos armados que se destacan por su importancia sistémica: Ucrania y Rusia, por una parte, y lo que pasa en el Medio Oriente, que podríamos englobar en Israel e Irán, que es donde está la verdadera enemistad. Ninguna de esas confrontaciones tiene una solución fácil en el corto plazo y debemos vivir con ellas mientras se construye una buena salida. El otro polo lo representan una serie de elecciones clave en países donde vive buena parte de la humanidad.
¿Son situaciones independientes?
No del todo. En el caso de Ucrania y Rusia hay una guerra de desgaste. Está claro que el conflicto en el Medio Oriente le ayuda a Vladimir Putin a desviar la atención. Él quiere ganar tiempo, no tiene prisa, entre otras porque está jugando a que en las elecciones estadounidenses haya un resultado que cree que le conviene: el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Mientras tanto, encabeza un régimen autocrático que le permite mandar a miles de hombres al frente. De otro lado, está Ucrania, cuya suerte es un caso de libro de texto que es fundamental para Europa, porque una derrota permitiría que vuelva a ser válido eso de redefinir las fronteras de un país por la fuerza.
¿Qué factores hicieron eso posible?
Hay sobre todo una degradación del orden internacional, donde la gran rivalidad entre Estados Unidos y China y la falta de un liderazgo claro hace que aparezcan más conflictos. Y hay que prepararse a que eso dure en el tiempo.
Estamos de retorno a algo que creíamos que había desaparecido simplemente porque habíamos decidido obviar la suerte de los palestinos. La única salida allí es un proceso político que obligue a Israel y Palestina a suscribir un pacto de convivencia, algo que tiene grandes limitaciones de liderazgo en ambos lados actualmente. Además, tanto en Tel Aviv como en Teherán, esta circunstancia beneficia a los extremistas que quieren seguir en el poder.
La primera vez nos tomó por sorpresa y no estábamos preparados. Ahora eso no nos puede suceder de nuevo. Debemos buscar blindar, por ejemplo, alianzas que en el caso de la Unión Europea son fundamentales. En eso incluyo también la preocupación por el cambio climático que compartimos europeos y latinoamericanos.
Qué hay de China?
Es clave buscar áreas de entendimiento entre Washington y Pekín, porque la relación no puede ser solamente conflictual, hay que encontrar anclajes. Y eso nos interesa a todos, porque las consecuencias de una mayor volatilidad en esa relación afectan a cualquier persona. Entiendo que existen difíciles como el de la supremacía tecnológica, pero en asuntos como el calentamiento global o la estabilidad financiera internacional ambas potencias podrían trabajar juntas.
En medio de ese panorama, ¿cómo se ve América Latina?
Veo a la región en un momento de efervescencia que a su manera refleja las turbulencias que tenemos en el resto del mundo. Las democracias enfrentan enormes desafíos en legitimidad, tanto desde el punto de vista del funcionamiento como de la eficacia en resolver los problemas de los ciudadanos. Me preocupa mucho el crecimiento de la criminalidad. Y observo que se necesita mayor cooperación regional, más allá de las discrepancias ideológicas que hay en el continente.
RICARDO ÁVILA - ANALISTA SÉNIOR - ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO