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Economía de guerra / Análisis Ricardo Ávila

Un crecimiento mundial menor y presiones inflacionarias, entre consecuencias de la invasión rusa.

La invasión rusa traerá volatilidad. Ambos países son clave en la oferta de bienes primarios.

La invasión rusa traerá volatilidad. Ambos países son clave en la oferta de bienes primarios. Foto: Anatoly Maltsev. EFE

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Los ataques iniciales sucedieron en una decena de ciudades como Sloviansk, Kramatorsk, Járkov o el propio Kiev, pero la onda derivada de las explosiones se sintió en todo el mundo. A pesar de que la invasión rusa a Ucrania estaba anunciada desde hace meses, los mercados de acciones, deuda, monedas y productos básicos reflejaron desde el jueves los interrogantes que surgen ante una ofensiva militar que también compromete la salud de la economía global.
Y es que justo cuando se vislumbraba la luz al final del túnel de la pandemia aparece un nuevo escenario que tendrá impactos de corto, mediano y largo plazo en los cinco continentes. En un planeta en el que existen múltiples vasos comunicantes, sería iluso pensar que es fácil abstraerse de las consecuencias de una guerra que, más allá del desenlace, dejará un extenso balance de daños.
La razón es que los involucrados no son jugadores de segundo orden. Para comenzar, tanto agresor como agredido son claves en la oferta de un buen número de bienes primarios: desde petróleo y gas natural hasta trigo, maíz y fertilizantes, entre otros renglones asociados a minería, agricultura e industria.
Adicionalmente, están las sanciones dirigidas contra el régimen de Vladimir Putin, que pondrán en aprietos a la que hoy ocupa el lugar número once entre las economías mundiales. Dependiendo de lo que suceda en los días y semanas siguientes, estas podrían endurecerse, con eventuales retaliaciones de parte del Kremlin.
Por tal motivo, no hay que dejarse engañar por el aparente mensaje de tranquilidad de las bolsas que el viernes cerraron al alza. La norma hasta nuevo aviso será la volatilidad, caracterizada por altibajos de gran magnitud que reflejarán los vaivenes de lo que pase en la arena diplomática o en el campo de batalla.

Efectos colaterales

Incluso en el escenario menos extremo hay pérdidas irreparables que van mucho más allá de la cancelación de la final de la liga Champions de fútbol –que estaba programada en San Petersburgo y se jugará en París– o del Gran Premio de Fórmula Uno en la ciudad rusa de Sochi. El saldo de muertos y desplazados aumenta a cada hora, junto con la posibilidad de una enorme crisis humanitaria.
De la mano de la inestabilidad vienen repercusiones más profundas. El considerable aumento en el nivel de riesgo se traducirá en decisiones de inversión pospuestas indefinidamente a ambos lados del Atlántico y menores compras de los hogares, debido a la incertidumbre.
Esa falta de claridad sobre el futuro conducirá a una tasa de crecimiento inferior. Tras la expansión del 5,9 por ciento en el producto interno bruto global durante 2021, el Fondo Monetario Internacional había proyectado en enero un alza del 4,4 por ciento este año.
Ahora el número se encuentra en entredicho y dependerá del transcurrir de los acontecimientos. Rusia, para la cual la entidad multilateral había estimado un 2,8 por ciento de incremento en 2022, seguramente entrará en recesión debido a que tendrá que financiar más erogaciones y sentirá el peso de los castigos aplicados por Occidente.
Si bien es cierto que Moscú venía acumulando fondos desde hacía tiempo y ha disminuido su dependencia del dólar mientras se acerca a China, acabará más aislada. Ello implicará un menor a componentes claves como microprocesadores y artículos de alta tecnología, algo que actuará como un lastre sobre la competitividad de su aparato productivo.
El escenario se complicará mucho más si los flujos comerciales se ven interrumpidos por largo rato. En conjunto Rusia y Ucrania representan una tercera parte de las exportaciones de trigo en el mundo, una quinta parte de las de maíz y el 80 por ciento de las de aceite de girasol, bienes cuyo precio se disparó en los últimos días.
Desde la semana pasada el tráfico de navíos está suspendido en el mar de Azov que conecta con el mar Negro, ante lo cual no hay posibilidad de cumplir con los despachos programados. El cierre, en caso de prolongarse, puede convertirse en un dolor de cabeza mayúsculo para Egipto, Libia o Bangladés –entre otros– que dependen de las importaciones de cereales para abastecer a su población.
Basta recordar lo que sucedió hace quince años en el norte de África y en el Medio Oriente cuando el valor de la harina subió a niveles similares a los de ahora, por causas distintas. Las protestas populares pusieron a los gobiernos de la zona contra la pared que, al final y con pocas excepciones, recurrieron a la represión.
Esta vez las cosas pueden ponerse mucho más difíciles. Ya sea si vienen más sanciones o si Putin quiere hacerse sentir, los trastornos llevarán a que Rusia –que es un gran vendedor de minerales como paladio, platino, níquel, aluminio o cobre– se vea en problemas para surtir a los mercados.

Las piezas del ajedrez

Mención aparte merece la producción de más de diez millones de barriles de petróleo al día –12 por ciento del consumo global– o sus suministros de gas natural, que son fundamentales para la generación de energía en Europa y el consumo doméstico e industrial. Incluso un ligero recorte en la oferta dispararía las cotizaciones, ante lo cual hay analistas que hablan de un barril de crudo que alcanzaría los 150 dólares.
Para evitar problemas, el propio Joe Biden señaló que no haría nada orientado a afectar la oferta de combustibles. El lío es que en medio de las tensiones ninguna opción se puede descartar definitivamente y eso lo saben los especialistas.
Aun si un salto adicional en el valor de los hidrocarburos no ocurre, lo sucedido hasta la fecha hace muy complejo el trabajo de las autoridades que a lo largo y ancho del planeta tratan de contener la inflación. El motivo es que la receta de subir los intereses se vuelve más difícil de aplicar, sobre todo si el crecimiento apunta a ser mucho menor de lo que se pensaba.
Por lo tanto, de apretarse demasiado las clavijas para evitar las alzas de precios el riesgo de un estancamiento es real. Pero en caso de no aplicar los frenos, la espiral inflacionaria puede volverse incontrolable.
Salir de la encrucijada no será nada fácil. Para el profesor de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, este choque “reducirá el crecimiento e incrementará más la inflación”, con lo cual se replicaría lo sucedido en 1973 y 1979, cuando los mayores precios del petróleo se tradujeron en crisis profundas y duraderas en decenas de países.
No menos importante será un reacomodamiento que se antoja inevitable a la luz de la geopolítica. En un planeta en el que Estados Unidos y China luchan por la supremacía, mientras naciones como Irán o Corea del Norte pescan en río revuelto y Rusia quiere demostrar que no es simplemente una potencia regional, la globalización dará marcha atrás.
Tal como en su momento la aparición del covid-19 demostró que contar con la capacidad de producir localmente insumos médicos o sanitarios era un asunto de seguridad nacional, ahora la dependencia energética entra en juego. El Viejo Continente, para citar el caso más crítico, tratará de buscar otros proveedores con excedentes de gas, como puede ser Catar, en el Medio Oriente.
En un plazo más largo, el impulso que recibirán las fuentes renovables o los reactores nucleares será más decidido, pues el criterio de la autosuficiencia está de vuelta. El campanazo también se extiende a los alimentos, aunque en este caso resolver la ecuación sea todo un reto.
Y no se pueden pasar por alto los mayores gastos militares previsibles en aquellas áreas que se consideren amenazadas por el expansionismo ruso. Un rearme es factible en las democracias europeas que vuelven a ver con temor el fantasma de la guerra.
Sea como sea, diferentes expertos señalan que la desconfianza entre bloques acabará limitando el modelo de las cadenas globales de valor, pues el sueño de la concordia internacional y el desarrollo de las ventajas comparativas quedó otra vez en veremos. Esa perspectiva pone en una encrucijada a los países que aspiran a mantener al menos cierta ilusión de neutralidad y entenderse con las principales capitales, como puede ser el caso de Colombia.

Más de un desafío

Por tal motivo, el país está obligado a jugar bien sus cartas a sabiendas de que, así no lo quiera, un entorno internacional más desafiante trae implicaciones de fondo. En el campo económico, estas incluyen un mayor valor de ciertas importaciones, como puede suceder con los fertilizantes.
Dicho encarecimiento aumentará el costo de producir alimentos –o de comprarlos en el exterior– y hará más difícil el propósito de poner la inflación en cintura. Para el Banco de la República, criticado desde la Casa de Nariño por sus decisiones recientes respecto a la tasa de interés y en la mira de varios candidatos presidenciales, la credibilidad de las políticas adoptadas se vuelve un asunto crucial.
La otra cara de la moneda es una bonanza de precios de bienes primarios por cuenta de las mayores cotizaciones de petróleo, carbón, oro y níquel, entre otros productos. Dependiendo de la duración del ciclo alcista, la situación de las finanzas públicas puede ser menos desesperada de lo que parecía unos meses atrás, especialmente si el crudo vuelve a generarle grandes recursos al fisco.
Al mismo tiempo, aumenta la probabilidad de que el saldo en rojo en la balanza comercial se reduzca y con este el desequilibrio en las cuentas externas. Si eso pasa, la presión sobre la tasa de cambio será menor, sin desconocer que la expectativa sobre el eventual resultado de las elecciones seguirá pesando mucho sobre el valor del dólar.
Aparte de lo anterior, hay decisiones que no son nada sencillas. El precio interno de la gasolina se encuentra muy desfasado del internacional y eso aumenta el déficit del Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles. Ello le augura una considerable cuenta por pagar a la próxima istración, pues ante la actual coyuntura política y con la inflación interna convertida en un motivo de insatisfacción, el ambiente para cerrar radicalmente esa brecha es nulo.
En un horizonte más amplio habrá que debatir sobre qué puede hacer el país para mantener su estatus de “no alineado”, un término que surgió en la época de la Guerra Fría y que se tradujo en una asociación de países de la que alcanzamos a hacer parte. Cómo conservar buenas relaciones con Washington y Pekín o cómo manejar a Rusia que ha utilizado su cercanía con Venezuela para hacerle guiños inamistosos al Tío Sam desde su patio trasero, son temas que merecen formar parte de una política más de Estado que de gobierno.
Las respuestas que se den a cada interrogante influirán igualmente sobre las oportunidades comerciales y los flujos de inversión que recibirá Colombia, a lo largo de las próximas décadas. De ahí que sea tan importante no perder la perspectiva, entendiendo que aquí está en juego mucho más que un sobresalto temporal causado por lo que puede ser interpretado como un capricho guerrerista de Vladimir Putin.
Por tal razón, es muy importante no equivocarse ni en la interpretación de lo sucedido ni en sus posibles consecuencias. Peor todavía sería creer que lo que sucede en Europa Oriental, a miles de kilómetros del territorio nacional, ni nos va ni nos viene. Una cosa es no tener nada que ver con la vajilla y otra es pensar equivocadamente que no estaremos obligados a pagar algunos de los platos rotos.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO

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