Jerónimo Quintero cuenta que los 250.000 pesos que antes le bastaban para el mercado quincenal ya no le alcanzan. “Ahora, con esa suma, lo que compro apenas nos dura algo más de una semana en la casa, y eso que redujimos la carne y reemplazamos la papa por plátano, entre otras maneras de ajustarnos”, dice este trabajador bogotano, que se queja del deterioro en su calidad de vida.
Historias similares son ahora parte de la conversación diaria de todos los colombianos. Y si bien no es raro que las personas hayan afirmado desde siempre que “todo está carísimo”, no hay duda de que las estadísticas oficiales les dan esta vez la razón.
El martes pasado,
el Dane reportó que la inflación en marzo había sido de uno por ciento, con lo cual el dato de los
últimos 12 meses ascendió a 8,53 por ciento. Otra vez, la mayor responsabilidad en el resultado le correspondió al segmento de alimentos y bebidas no alcohólicas, cuya expansión anual va en 25,37 por ciento, algo que afecta especialmente a los ciudadanos más pobres.
La razón es que, según las ponderaciones que hace la entidad, mientras un hogar de estrato alto destina algo más de un 8 por ciento de sus ingresos al renglón de la comida, en el caso de una familia que está en la base de la pirámide la proporción es casi una cuarta parte.
Por tal motivo, vale la pena hacer sonar las alarmas. Un cálculo hecho por Anif muestra que el mayor costo de la canasta familiar llevaría a que la población colombiana en condición de pobreza extrema aumente en más de dos millones de personas, lo cual sería un retroceso enorme en materia de bienestar social.
No resulta exagerado afirmar que ante lo ocurrido las alarmas están encendidas. El Banco de la República ha venido aplicando la receta que señala la ortodoxia, la cual consiste en aumentar la tasa de interés que les cobra a las entidades financieras, algo que eventualmente servirá para enfriar el consumo y llevará a que las aguas vuelvan a su cauce.
Una fórmula similar se viene empleando en los cinco continentes con más o menos intensidad, pues si por acá llueve, por allá no escampa. En cuestión de meses, la inflación se convirtió en la gran preocupación de ministros y de banqueros centrales, presionados para mostrar resultados a la mayor brevedad.
Lo que en un comienzo se interpretó como un fenómeno temporal de corta duración, propio de la salida de la pandemia, apunta a ser un dolor de cabeza duradero. Aquí el gran temor es que se repita la historia de medio siglo atrás, cuando el planeta entró en un círculo vicioso de precios altos y crecimiento bajo que exigió años de duros sacrificios a la hora de romperlo. Tal como aquella vez, hay una confluencia inesperada de eventos que no puede ser tomada a la ligera.
El balance previo
Para decirlo con franqueza, a pesar de que el problema ya venía desde 2021, todo apunta a un empeoramiento. Si hace unos meses los precios comenzaron a subir por cuenta de que la demanda de productos manufacturados y primarios se recuperó con mucha más rapidez que la oferta, una vez disminuyeron las restricciones asociadas al covid-19, la guerra en Europa Oriental vino para complicar mucho las cosas.
Según la FAO, el valor de los alimentos en el mundo llegó a su punto más alto en la historia el mes pasado
Como es bien sabido, Ucrania y Rusia son grandes exportadores de minerales, hidrocarburos y cereales. Mientras la primera enfrenta un bloqueo naval que le impide sacar productos por el mar Negro, además de que buena parte de su infraestructura portuaria ha sido destruida, las sanciones comerciales y financieras que golpean a su agresor lo han sacado, en la práctica, de múltiples mercados.
Ante la escasez forzada, las cosas no han hecho más que subir. Según la FAO, el valor de los alimentos en el mundo llegó a su punto más alto en la historia el mes pasado. El organismo adscrito a Naciones Unidas afirma que el salto es de 34 por ciento frente a los niveles de hace un año, poniendo en riesgo el a la nutrición adecuada de cientos de millones de personas.
A lo anterior se suman petróleo y gas, que siguen fluyendo de los países afectados por el conflicto, pero en menor cantidad. La probabilidad de que Occidente deje de comprarles estos insumos a los rusos aumenta día a día, así le traiga a la Unión Europea grandes dolores de cabeza por ser parte fundamental de su canasta energética.
De hecho, la decisión del bloque comunitario de suspender las adquisiciones de carbón tras constatarse el asesinato de civiles en poblaciones como Bucha por parte de las fuerzas enviadas por Vladimir Putin saca de circulación 48 millones de toneladas del mineral. La cifra, por cierto, casi equivale a lo que Colombia vende de ese combustible en un año.
Y nada hace pensar que la situación vaya a mejorar en el corto plazo. Mientras los analistas señalan que viene una nueva ofensiva en la región ucraniana del Donbás, lo cual ocasiona un éxodo creciente por parte de quienes —con razón— temen la brutalidad de Moscú, el escalamiento parece inevitable.
Para citar un ejemplo concreto, entre los muchos efectos colaterales de esa perspectiva está que la siembra de semillas de trigo —que en otras circunstancias debería pasar ya para que sea cosechado en el otoño— solo suceda de manera muy parcial. Ello hace prever que la estrechez será la norma durante un buen rato, para no hablar de lo que pasa en otras categorías sujetas a numerosos tropiezos.
No menos inquietante es que hay una dificultad mayúscula por cuenta de la ausencia de fertilizantes, pues los castigos que también cobijan a Bielorrusia han hecho más aguda la falta de insumos como la potasa. Bajo esa perspectiva, los rendimientos de múltiples cultivos tenderán a disminuir en aquellos países que no sean autosuficientes en este caso.
Como si la lista anterior no fuera lo suficientemente preocupante, aparece otra dificultad debido al confinamiento que golpea a Shanghái, acorralada por el coronavirus. Todavía no se nota, pero los que saben del asunto temen que el eslabón de los despachos marítimos vuelva a quebrarse, prolongando los tropiezos logísticos del pasado reciente.
En resumen, la mezcla de costos más altos —de transporte, de producción— se combina con cuellos de botella significativos en la oferta de numerosos bienes, que apunta a ser de largo aliento.
Esos trastornos se retroalimentan y llevan a expresiones de descontento que son más la norma que la excepción, como lo atestiguan las manifestaciones de los últimos días en India, el paro de camioneros en España o los disturbios en Perú, cuyo detonante inicial fue la carestía.
Coletazos varios
Así las cosas, un desafío inicialmente económico se convierte en uno social y político. Basta con recordar que la Primavera Árabe de hace quince años tuvo su origen en alzas similares a las actuales, aunque por causas distintas.
Puesto contra la pared por una opinión hostil, agobiada por las alzas, más de un gobierno empieza a dar palos de ciego. En lugar de dejar que los técnicos hagan la tarea que les corresponde, aparecen remedios que en ocasiones empeoran la enfermedad, como un alza extraordinaria del salario mínimo, que fue el intento de Pedro Castillo de aplacar los ánimos desde la sede de la presidencia en Lima.
Otros recurren a los controles de precios, algo que se ha empleado en Argentina más de una vez sin que sirva mucho, como tampoco funcionó en incontables ocasiones a lo largo de la historia de la humanidad. Los estudiosos de la antigua Roma recuerdan lo sucedido en la época de Diocleciano, quien promulgó un edicto en el año 301 que buscaba ponerle topes al valor de varios bienes. En respuesta, los comerciantes ignoraron el mandato imperial y la inflación siguió desbordada.
De ahí que resulte clave desactivar la espiral alcista con la adecuada combinación de herramientas de tipo monetario, manejo de expectativas, buenas comunicaciones y credibilidad de las autoridades económicas.
Pero eso no siempre recibe el respaldo de presidentes y primeros ministros que lamentan los apretones y los mayores intereses, sin entender que un tercero —como un banco central independiente— les hace el favor de tomar decisiones que son impopulares e indispensables para salir del atolladero.
Una mejora, así sea temporal, de los montos que distribuyen los programas de transferencias, protegería a mucha gente del coletazo
Lo anterior no se contrapone con la puesta en marcha de estrategias orientadas a impulsar la oferta de determinados productos, como puede ser estimular ciertas siembras. En el decálogo también se encuentran apoyos puntuales a los grupos de la población más vulnerables a las alzas. En lo que atañe a Colombia, eso es lo que propone el exministro José Antonio Ocampo.
“Una mejora, así sea temporal, de los montos que distribuyen los programas de transferencias, protegería a mucha gente del coletazo”, sostiene el actual profesor de la Universidad de Columbia.
Hay un par de elementos a favor que le sirven al país para hacer más manejable la emergencia. De un lado, la bonanza en las cotizaciones de los principales renglones de exportación le da más dinero al fisco, que a su vez cuenta con un margen de maniobra más alto para adelantar programas de gasto focalizados.
Por otra parte, está la apreciación del peso frente al dólar, que hace menos onerosas las importaciones, simplemente por un efecto de tasa de cambio. Que lo que se trae de afuera se liquide hasta un diez por ciento por debajo de los niveles observados al arrancar enero sirve para hacerles contrapeso a las alzas en el exterior.
Mención aparte merece la disminución de aranceles que hace menos oneroso traer un insumo del exterior. Justo cuando en muchas partes se elevan barreras, este es un paso en el sentido correcto.
Lo más difícil es saber graduar el proceso de alza de intereses por parte del Banco de la República
Tampoco se pueden pasar por alto los consejos de quienes han tenido que domar el mismo potro. Mauricio Cárdenas, quien era ministro de Hacienda en 2016 cuando la inflación se aceleró por cuenta del fenómeno del Niño, entre otros factores, dice que “lo más difícil es saber graduar el proceso de alza de intereses por parte del Banco de la República: no puede quedarse tan corto que no sirva para contener los precios, ni exagerarse para que no frene en seco el crecimiento”.
Sin embargo, es muy probable que el mayor riesgo sea el político. La istración Duque debe cuidarse de no echarle gasolina al fuego de los precios, como cuando reajustó el salario mínimo hasta un millón de pesos mensuales en diciembre. Contribuir a la indexación sería una equivocación mayúscula y más si de lo que se trata es de recibir aplausos de la galería.
A su vez, el presidente que llegue está obligado a manejar el tema con cabeza fría. Al tiempo que aguanta la presión frente a las salidas de corte populista, necesita hacer mucha más pedagogía para que la tendencia de las alzas en 2023 sea hacia la moderación, comenzando con los costos laborales.
En esa estrategia resulta clave un equipo económico sólido y que inspire confianza, mientras el Banco de la República recibe el apoyo para que haga lo suyo.
De lo contrario, el peligro es que el remedio resulte peor que la enfermedad y que el dolor que tantos sienten en el bolsillo crezca. Por eso, aquí no valen los pañitos de agua tibia, sino las medicinas correctas, cuando se trata de mantener la inflación a raya.
RICARDO ÁVILA PNTO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO