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Economía mundial: riesgos al alza / Análisis de Ricardo Ávila
Esta semana el Fondo Monetario Internacional señaló que los países deben mantener la guardia arriba.
Ministro Ocampo, en el FMI. Foto: Ministerio de Hacienda
Aparte de que hizo mucho más calor que lo normal, los reportes hablaron de una “explosión de polen” que afectó a aquellos que sufren de las alergias propias del cambio de estación. No faltó quien, al ver varios pañuelos en la rueda de prensa convocada para dar a conocer las más recientes proyecciones sobre la situación económica global, hizo bromas con los ojos llorosos de algunos asistentes.
Fuera o no culpa de una primavera que esta vez llegó a Washington más temprano de lo usual, la verdad es que el clima que rodeó a lo largo de la semana que termina las reuniones conjuntas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no fue muy agradable. Y es que más allá de los caprichos del termómetro, el diagnóstico entregado por los expertos de ambas entidades acabó siendo desabrido.
Sobre el papel todo se ve parecido al informe de hace tres meses, el cual mostraba que los temores de una recesión generalizada habían quedado atrás, mientras los esfuerzos de los principales bancos centrales para contener la inflación empezaban a dar frutos. Pero ahora resulta evidente que es demasiado temprano para cantar victoria, pues otros dolores de cabeza han surgido.
“A primera vista, la economía mundial parece apuntar a una recuperación gradual tras los duros golpes de la pandemia y de la guerra que Rusia libra en Ucrania sin mediar provocación”, señaló Pierre-Olivier Gourinchas, economista jefe del FMI. De acuerdo con el especialista “China está repuntando con fuerza tras la reapertura”, al tiempo que los cuellos de botella que afectaron las cadenas de suministro se superaron y “los trastornos en los mercados de la energía y los alimentos causados por la guerra” están bajo control.
No obstante, una mirada a lo que pasa debajo de la superficie muestra que “las turbulencias se están arremolinando y la situación es bastante frágil”, añadió el experto. De ahí que las esperanzas de lo que se conoce como un aterrizaje suave, en el que todo regresa gradualmente a la normalidad, sean menores ahora.
El mensaje sobre la necesidad de mantener la guardia arriba y los ojos bien abiertos se extiende a países emergentes, como Colombia. En medio de la incertidumbre y el nerviosismo de los inversionistas, el consejo es que hay que mantener la confianza de los mercados, así el comportamiento reciente de la tasa de cambio del peso frente al dólar de la impresión de que nos ven mejor.
La bola de cristal
¿Qué dicen las proyecciones más recientes? Para el Fondo Monetario, el Producto Bruto global registrará una expansión de 2,8 por ciento este año y de 3 por ciento en 2024. Dichos guarismos -que entran en la categoría de mediocres- son consecuencia de un lento avance de las naciones desarrolladas (1,3 por ciento en 2023) y de un ritmo menor al que había sido usual en el resto, apenas alrededor del 4 por ciento.
Las causas son múltiples, pero la principal es la política de aumentar tasas de interés con el fin de evitar que los índices de precios se salgan de control en los cinco continentes. En la medida en que el costo del dinero sea mayor, el consumo acaba moderándose y eso permite llegar con más rapidez a un relativo equilibrio entre oferta y demanda de bienes y servicios.
Retornar a lo que se considera aceptable en materia inflacionaria es algo que sucedería solo hasta 2025
Al parecer, la receta aplicada desde hace unos meses está dando sus frutos. De una inflación mundial promedio de 8,7 por ciento en 2022 se pasaría a una de 7 por ciento este año y a 4,9 por ciento el próximo.
Lamentablemente, la corrección apunta a tomar más tiempo del que se pensaba. De ahí que se utilice el término “pegajoso” para describir que hay un movimiento inercial en el reajuste del valor de los diferentes elementos que forman parte de una canasta familiar en esta y otras latitudes. En consecuencia, retornar a lo que se considera aceptable en materia inflacionaria es algo que sucedería solo hasta 2025 en la mayoría del planeta.
Lo anterior quiere decir que el anhelo de que los intereses vuelvan a dar marcha atrás va a demorar en concretarse. Así no vengan grandes apretones adicionales a los ya decididos, pedir un préstamo para unas vacaciones, adquirir una casa o emprender un proyecto seguirá siendo oneroso.
Y el lío es todavía mayor para quienes están endeudados y deben renovar sus obligaciones, sean personas, empresas o países. En el caso de estos últimos, la emergencia ocasionada por el covid-19 hizo obligatorio contratar más acreencias, cuyo servicio se está llevando una tajada mucho más grande de los presupuestos nacionales.
Como si lo anterior no fuera suficiente, aparece otra gran preocupación relacionada con la salud de los bancos. La quiebra de varias instituciones regionales en Estados Unidos durante el mes de marzo puso de presente un verdadero callejón sin salida, que por ahora se maneja con soluciones temporales.
Este consiste en que el costo de obtener fondos viene en incremento, mientras el precio de ciertos activos se desploma, como pasó con los títulos de renta fija de largo plazo adquiridos años atrás. Por ahora las autoridades norteamericanas han proveído liquidez a las instituciones que requieren recursos tomando como base el valor nominal y no el de mercado, pero nadie sabe cómo se va a cerrar una brecha que sobre el papel asciende a cientos de miles de millones de dólares.
El presidente de Suiza (izq.) estuvo en la firma del acuerdo de compra del UBS al Credit Suisse. Foto:Peter Klaunzer. EFE
Mientras tanto, aparece el peligro de los movimientos bruscos. Según explica el FMI “el nerviosismo entre los inversionistas suele llevarlos a buscar el siguiente eslabón más débil, como hicieron con Credit Suisse, un banco europeo de importancia sistémica mundial que atravesaba dificultades” y que acabó siendo absorbido por su rival UBS con el apoyo del gobierno helvético.
De hecho, el organismo multilateral advierte que “el próximo eslabón podrían ser las instituciones financieras con exposición excesiva al apalancamiento, al riesgo de crédito o a las tasas de interés, con demasiada dependencia del financiamiento a corto plazo, o las situadas en jurisdicciones en las que el espacio fiscal es limitado”. Si a eso se le suma la probabilidad de que alguna economía no pueda cumplir con sus obligaciones aparece un escenario de aversión al riesgo que sería muy malo para el mundo emergente.
Por tal motivo, hay una advertencia perentoria. “Estamos entrando en una fase peligrosa en la que el crecimiento económico se mantiene bajo respecto a sus niveles históricos y los riesgos financieros han aumentado, mientras que la inflación todavía no ha logrado dar un giro decisivo”, subraya el Fondo.
Para colmo de males, una mirada de mediano plazo tampoco tranquiliza. Debido a la geopolítica que incluye tensiones al alza entre Washington y Pekín o la incógnita de la guerra en Ucrania y los pasos que daría la Unión Europea, es previsible una mayor fragmentación en el mundo que se traducirá en una dinámica menos vigorosa.
Por acá no escampa
Todo lo anterior plantea interrogantes adicionales para América Latina, que otra vez se asoma al estancamiento con una expansión de apenas 1,6 por ciento prevista para 2023. Sin excepción, las economías de mayor tamaño en la región mostrarán números muy bajos, debido a las menores cotizaciones de las materias primas que exportan y la necesidad de seguir luchando contra la carestía.
Gustavo Adler y Nigel Chalk, quienes le siguen la pista al hemisferio occidental desde el FMI, escribieron que “en vista de que las presiones inflacionarias están resultando ser persistentes, los bancos centrales tendrán que mantenerse firmes en su lucha hasta que no quepa duda de que los precios están en una trayectoria descendente”. Como complemento, ambos técnicos señalan que una política fiscal más restrictiva, que pasa por menores gastos gubernamentales, ayudaría en ese propósito.
Autoridades tendrán que generar ahorros, sin recortar los principales programas sociales
Sin embargo, es dudoso que ese mensaje sea acogido en las diferentes capitales del área. Aparte de que los gobiernos de izquierda son poco amigos de apretarse el cinturón, el propio Fondo Monetario reconoce que “la demanda de gasto social es alta en la región, y hay temas serios de distribución y de equidad social a los que hacer frente”.
En consecuencia, la entidad afirma que “parte de la solución debe consistir en promulgar políticas tributarias que requieran a quienes más tienen que contribuyan con lo que les corresponde”. A renglón seguido se advierte que “las autoridades también tendrán que generar ahorros, sin recortar los principales programas sociales o el gasto en salud, educación e infraestructura pública”, pues “hay mucho margen para reducir ineficiencias en el gasto público, y la gente se hará más a la idea de las finanzas públicas más prudentes si esto conlleva una mayor eficiencia en los servicios del Estado”.
Queda por verse si esas opiniones tendrán o no eco en Colombia. Habituado a estar presente en los escenarios internacionales, el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, envió mensajes tranquilizadores desde Washington la semana pasada, que comenzaron por resaltar el comportamiento de la tasa de cambio del peso frente al dólar y la menor rentabilidad de los bonos gubernamentales.
Aparte de que ambos indicadores sugieren que hay una menor percepción de riesgo afuera frente a la istración Petro, el funcionario también destacó que la inflación -todavía superior al 13 por ciento anual- debería haber llegado a su pico en marzo. Aun así, es claro que 2023 no será fácil pues el Fondo Monetario proyecta un crecimiento de apenas uno por ciento para la economía colombiana, mientras el aumento en el índice de precios al consumidor quedaría en 8,4 por ciento anual al finalizar diciembre.
Debido a ello el clima seguirá siendo desafiante, así la presión externa disminuya un poco. De un lado, el entorno global muestra complejidades mayores. Del otro, hay señales internas que inquietan como la enviada por Gustavo Petro esta semana cuando planteó que los cerca de 300 billones de pesos que vale la restitución a diez millones de personas, víctimas de la violencia, salgan de las arcas del Banco de la República.
Proponer, así sea en borrador, que la emisión monetaria es el camino para saldar varias deudas históricas equivale a jugar con fuego en un país que, al menos en los últimos cien años, siempre ha preferido la línea de la ortodoxia. Basta con recordar que dos naciones latinoamericanas que han usado la opción de imprimir billetes para atender obligaciones muestran elevadísimas tasas de inflación que volverán a estar arriba en 2023: Argentina con 88 por ciento y Venezuela con 250 por ciento anual.
De tal manera, resulta importante recordar el llamado de Pierre-Olivier Gourinchas quien insiste en que “las autoridades tendrán que mantener la mano firme y emitir comunicaciones claras”. Esa es una de las maneras de minimizar los daños derivados de una economía mundial que atraviesa aguas muy agitadas y se enfrenta a un oleaje quizás más tormentoso en el cual se verá más de un naufragio.