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Aura María duró 16 años buscando a su hijo
César Ariel Sepúlveda desapareció el 5 de septiembre de 1994. La entrega del cuerpo fue en el 2010.
Aura María Díaz, coordinadora de Asfaddes. Foto: Héctor Fabio Zamora
Es uno de los cuatro poemas que Aura María Díaz le dedicó a su hijo César Ariel Sepúlveda, a quien buscó por 16 años.
En la mañana del 5 de septiembre de 1994, César, de 23 años, salió de su casa para encontrarse con un amigo en Oiba, Santander. Según testigos, dos hombres –civiles y armados– lo bajaron de un bus que transitaba por la vía Oiba-Socorro. No se volvió a saber nada del joven.
Con el apoyo de Asfaddes, la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Aura emprendió la búsqueda de su hijo y lideró una investigación con ese fin: recopiló una a una las pruebas del caso y recorrió las zonas donde habría estado.
“Cada vez que iba a la Fiscalía me hacían una nueva hoja en el proceso, me visitaban muchos investigadores. El libro era cada vez más grande, pero no veía avance, no se ordenaban capturas y me desesperanzaba cada vez más”, relata.
Pero Aura no desfalleció y, por el contrario, lideró la búsqueda de otros desaparecidos. Dejó su trabajo como profesora y se dedicó a escuchar el drama de mujeres que buscan a sus hijos, sus hermanos o sus esposos. Los desaparecidos, dice, se le volvieron el día, la noche, cada instante.
En ese proceso, un día recibió una llamada de Medicina Legal de San Gil en la que le pedían que se acercara a la sede de Bucaramanga para hacerse una prueba de ADN. Al otro lado de la línea estaba Euclides Díaz, técnico forense de Medicina Legal, que lideró la búsqueda de su hijo.
“Empezó la zozobra de no dormir y esa angustia de saber qué pasó. Pensé que habían encontrado a César, pero no me lo creía y no lo aceptaba”, recuerda.
Cada ocho días, Aura llamaba a Euclides para preguntarle sobre avances. Sin embargo, el asunto no se resolvería en pocas semanas: la muestra de ADN duró casi tres meses en ser procesada, y fue un día de abril del 2010 cuando Aura conoció el resultado. Dio positivo.
Ana María Sepúlveda Foto:Mauricio León / EL TIEMPO
Una deformación en la pierna izquierda de César, que Aura había descrito y la cual resaltó el inspector en el levantamiento de un cuerpo, fue la clave para identificar al joven.
Aura recuerda que Euclides le contó sobre un armario de su oficina, donde tiene varias carpetas con información de personas fallecidas que no han sido identificadas. Narra que, un día, Euclides sacó los documentos de un muchacho que tenía una señal particular en el pie izquierdo y se preguntó: “¿Será que puedo darle un nombre?”.
Enseguida, rememora Aura, el funcionario contrarrestó sus datos con el Sirdec (Sistema de Información – Red de Desaparecidos y Cadáveres) y encontró coincidencias con el relato de la mujer, como la estatura y la mencionada señal de las extremidades.
No obstante, faltaba el análisis genético; así que Euclides se dirigió al cementerio de Palmar, también en Santander, donde, al parecer, habría sido sepultado el hijo de Aura. Allí le dijeron que en su momento se enterraron dos cuerpos. Aunque ya la cruz estaba hundida, se alcanzaba a leer: “NN. Septiembre 19 de 1994”.
En la necropsia se asegura que solo se halló el cuerpo, más no la cara, y se cuenta sobre una pierna doblada. Al parecer, César fue hallado 14 días después de su desaparición.
Soñaba que me abrazaba y no me soltaba. En los sueños yo gritaba una y otra vez, y tenían que buscar cómo calmarme
Aura sostiene que la muerte de su hijo fue planeada debido a las señales de tortura en el cuerpo y a la desaparición de sus dientes, lo que le hace pensar que los asesinos buscaron frustrar la identificación.
Según la investigación, César desapareció en Oiba y fue arrojado al río Suárez. Su cuerpo fue hallado en la vereda El Tablazo, donde fue encontrado por un campesino, quien avisó a las autoridades.
La mujer comenta que, aunque en Asfaddes le han enseñado a hacer seguimientos a las familias de los desaparecidos, considera difícil que se supere la pérdida violenta de un hijo. “Tuve varias crisis. Soñaba que me abrazaba y no me soltaba. En los sueños yo gritaba una y otra vez, y tenían que buscar cómo calmarme”, relata.
César era el mayor de sus hijos. Aura recuerda que él soñaba con mejores condiciones de vida y sacar adelante a su familia. “Estudió Diseño y Construcción en el Sena. Quería que fuera abogado, pero él decía que en las contrataciones de construcción estaba la plata y que era lo que le gustaba hacer”.
El joven ayudó a criar a su hermana, Jenny, quien tenía 16 años cuando ocurrió el crimen. Aura cuenta que, por fortuna, César alcanzó a estar en la fiesta de 15 años de su hermana, un evento que él organizó. Añade que su hijo aportaba económicamente para los alimentos y los útiles escolares.
Tras la desaparición, Jenny y Ferney –su otro hijo, quien para la época tenía tan solo dos años– fueron la motivación de Aura para luchar por la verdad.
Enfrentándose con la muerte
La persona que notificó a Aura sobre la identificación de su hijo fue Diana Ramírez, coordinadora de la Red nacional de cadáveres en condición de no identificados y personas desaparecidas. El encuentro se dio en Bogotá.
"Me desmoroné, me quedé sin fuerzas. Me dijo que había sido muy difícil, pero que lo habían encontrado. Uno se aferra a que están vivos hasta el último momento, y por eso, cuando dicen que está muerto, es tan doloroso. Es un tiempo de dolor", recuerda entre lágrimas.
Cuenta que en ese entonces se despertaba en las noches con varias preguntas: "¿Qué tal que César llegue? ¿será que me va a dar miedo? ¿cómo irá a ser ese encuentro? ¿Y si llega un día con mujer o niños?”.
Aura no quiso que le entregaran el cuerpo de su hijo en una sala de la Fiscalía o de Medicina Legal, sino que pidió que ese acto fuera en San Gil, con el fin de destacar la investigación adelantada por Euclides. Finalmente, la entrega del cadáver se hizo el 8 de mayo del 2010.
César fue despedido por familiares, amigos y sindicalistas, quienes participaron en una misa celebrada en Palmar. La mujer recuerda que como tanta gente asistió, se contrataron cuatro buses. Luego, afirma, se emprendió una caminata.
Ese día, tres fiscales le entregaron a la mujer la carpeta del proceso y otros documentos como el de los restos óseos y el certificado de defunción. “Lo velamos como si fuera el día de su muerte, era la última vez que lo teníamos con nosotros”, anota.
“El encuentro con Euclides fue familiar. Nunca lo vi como un funcionario, lo vi cercano porque se puso a la tarea de darle un nombre”, afirma Aura, quien mantiene comunicación con el investigador, ya que ambos comparten la lucha por encontrar a los desaparecidos.
Para la ceremonia, Aura escribió el poema ‘Triste reencuentro’:
"Has vuelto a nosotros,
no como nos lo esperábamos,
pero igualmente así te amamos y te amaremos por siempre.
Hoy sellaremos tu tumba con la tierra que tanto tocaste,
te devolveremos tu nombre, te bautizaremos de nuevo,
te contemplaremos largamente,
y te traeremos a la mente tal y como eras:
un chico humilde, joven, amable, comprensivo y solidario".
En esos poemas, confiesa, resume el dolor que siente, pero también la fuerza que tiene para sobrellevar este recuerdo. Ahora, como coordinadora de Asfaddes en Bucaramanga, acompaña la larga batalla de cerca de 100 familias que buscan a su ser querido desaparecido.
Dice que, gracias al Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, se podrá encontrar a más desaparecidos.