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Viaje al volcán de Sotará, un gigante inexplorado en un rincón de paz en Cauca
Los indígenas del macizo les ganaron la batalla a los armados y la amapola. Su apuesta, el turismo.
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La temperatura está por debajo de los 8 °C y el frío parece verse en esa niebla, pero no se siente: el cuerpo lleva casi 9 horas en movimiento, desde las 4 de la mañana, cuando empezó el recorrido.
En Rioblanco no se ha presentado ningún hecho violento o que obedezca al conflicto en las últimas décadas
David Imbachi, de la agencia de turismo Akuntur
Sotará —homónimo del municipio donde está ubicado, 50 kilómetros al sureste de Popayán, Cauca— es una de las joyas inexploradas del macizo colombiano.

En el resguardo indígena yanacona de Rioblanco, a 50 kilómetros de Popayán, la capital del Cauca, las comunidades le apuestan al turismo.
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Pero las comunidades indígenas del resguardo de Rioblanco, donde queda el volcán, se les rebelaron a las guerrillas hasta hacerlas salir, acabaron con las siembras de uso ilícito, y convirtieron su territorio sagrado en uno de los pocos rincones del Cauca donde la paz es la regla y no la excepción.
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La siguiente será el 16 y 17 de octubre, entre Popayán e Inzá. Una de sus apuestas principales es una travesía por el macizo, que arranca en la capital del Cauca y termina en San Agustín, Huila, pasando por el nacimiento del río Magdalena.
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Los 12 kilómetros que hay que caminar desde Rioblanco arrancan en el bosque alto andino, entre montañas quebradas atestadas de árboles de roble, motilón, cafetillo y helechos. Después de cinco horas de recorrido, cuando comienza a asomar un páramo con frailejones de más de 150 años, es hora del ritual para ‘abrir camino’.
Esos rasgos de la identidad de este pueblo indígena, que perviven aun entre los más jóvenes, estuvieron en riesgo en la época en la que los cultivos de amapola tomaron fuerza en la región.

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El mayor Carlos Maca Palechor trabajó 12 de sus 58 años como inspector de Rioblanco, entre 1992 y 2004. Fueron los años de la bonanza amapolera, que, según cuenta, “generó una crisis social en el proceso de las comunidades indígenas”.
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Las primeras siembras se dieron en 1989 y una década después habían ocupado un porcentaje tan alto de las 2.500 hectáreas productivas del resguardo que hasta la papa y las hortalizas –cultivos tradicionales de la región– llegaban al mercado desde otros departamentos.
Empezó a haber plata y llegaron las cantinas, el trago, los billares. Con frecuencia se formaban peleas que dejaban heridos y hasta muertos
Carlos Maca, mayor yanacona
“Empezó a haber plata y llegaron las cantinas, el trago, los billares. Con frecuencia se formaban peleas que dejaban heridos y hasta muertos, tanto que el hospital de San José, en Popayán, mandó un oficio al cabildo diciendo que no iban a recibir más heridos de Rioblanco”, cuenta Maca, quien fue consejero mayor del Cric.
Con la bonanza también llegaron los grupos guerrilleros y de narcos, que quisieron sustituir la autoridad indígena e imponer su ley en el territorio. Y lo lograron por unos años, hasta que las mujeres se les pararon de frente.

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“Esa noche, las mujeres dijeron que eso no podía continuar, porque esos grupos hacían y deshacían. Eran ellas las que más notaban eso y cómo el licor se estaba poniendo de ruana los valores de la comunidad. Le exigieron al cabildo llamar a la guerrilla, se hizo una asamblea plena en la plaza del pueblo, que ha sido la más grande que se ha hecho, y ahí se les dijo que tenían que respetar el territorio y no volver a patrullar ni asentarse en el resguardo”, cuenta un rioblanqueño de vieja data que participó en la reunión.
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Y agrega: "La economía no está bien, la ganadería y algunos cultivos de hortalizas la mueven, pero no hay muchas opciones para la población acá. Por eso alguna gente está tratando de incentivar el turismo. A algunos les da miedo que vengan extranjeros y se apropien de esto, pero yo lo veo como una oportunidad de mostrar lo que tenemos desde la cultura, identidad y desde el territorio, y de paso traer ingresos”.
Imbachi y sus compañeros de Akuntur están en esa tarea.
La apuesta de Akuntur también se está adelantando a una industria silenciosa que, según sostienen sus fundadores, ha avanzado en el macizo colombiano: la explotación minera.
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“Estamos forjando un proceso que se anticipa a un sector del corazón del macizo donde hay titulos mineros pero no se han materializado. De esa manera también enviamos el mensaje de que podemos aprovechar el territorio de otra manera, sin afectarlo y sin extraerlo. Así prolongamos la vida no solamente en nuestro territorio, sino en el resto de Colombia”, cuenta Imbachi.
Texto, video y fotografía: Julián Ríos Monroy
En redes: @julianrios_m
Redacción Justicia