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'Este nuevo libro es una vuelta a la vida' : Enrique Vila-Matas
El autor español habla de su nueva obra, Montevideo, que escribió luego de un trasplante de riñón.
En su nueva novela, Vila-Matas vuelve a cruzar la frontera entre ficción y realidad. Foto: Antonio Navarro Wijkmark - Seix Barral
Pocas personas pueden decir que un trasplante de riñón les cambió el gusto musical. Una de ellas es el escritor Enrique Vila-Matas. Luego de esta operación en la cual su esposa –a la que le dedica todos sus libros– fue la donante, encontró toda una nueva energía para escribir: “Perdí cualquier miedo y escribí mi novela más abierta y más libre”, dice. A diferencia de su mítico personaje de Bartleby y compañía, que cuando le preguntaban si estaba escribiendo siempre respondía “preferiría no hacerlo”, Vila-Matas solo puede hacerlo.
Los años de la pandemia, el confinamiento y la operación fueron los eventos que acompañaron la escritura de la más reciente novela del escritor catalán, Montevideo. Un libro que al propio Vila-Matas le costó explicar, al principio, sobre qué iba. En él se cuenta la historia de un escritor que está en busca del estilo, aunque diga que ya no escribe. Una búsqueda que comienza en París, como muchas historias vilamatianas, y lleva al narrador a diferentes ciudades, como Cascáis, Reikiavik, Montevideo y Bogotá. Sin embargo, la gran obsesión de esteVila-Matas personaje es encontrar la puerta que separa la ficción de la realidad, de la que supo gracias al cuento La puerta condenada, de Julio Cortázar.
Este libro es un capítulo más en ese gran volumen que es la obra de Enrique Vila-Matas, donde explora qué es escribir o por qué escribimos. Montevideo entra en ese conjunto compuesto por libros como Dublinesca, Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares o Chet Baker piensa en su arte. Sus novelas, que le han valido un sinfín de premios, han llegado a tal punto que muchos ‘académicos’ ya empiezan a hablar de un ‘estilo vilamatas’ o, como sospecha el propio autor, de la existencia de una secta de seguidores de sus libros.
Montevideo es un desafío literario ante el cual se enfrenta su protagonista, que termina convertido en jíbaro, en jurado anticorrupción o encerrado en una habitación que construyeron para él en un museo de París. Este libro es otra clase magistral de literatura, pero también la búsqueda de esa habitación propia de la que habló Virginia Woolf y que en este caso termina llevando al narrador a una especie de infierno para los escritores.
Vamos a Montevideo, el lugar a donde llega el protagonista de la novela para encontrar el punto donde se unen la ficción y la realidad. ¿Qué encontró usted, como autor, en ese viaje al Hotel Cervantes de Montevideo? ¿Qué lo llevó hasta allí?
Su nueva novela está editada por Seix Barral. Foto:Archivo particular
Llegué a esto porque mi amiga y escritora argentina Vlady Kociancich me contó la coincidencia de dos cuentos publicados en 1954, que eran muy parecidos y ocurrían en el Hotel Cervantes de Montevideo. Uno de estos cuentos fue escrito por Adolfo Bioy Casares y el otro por Julio Cortázar. Sobre todo el de Cortázar transcurría íntegramente en el Hotel Cervantes y se convirtió en un lugar del que, en principio, solo recordaba el nombre. Yo nunca había estado en Montevideo y era una ciudad que me llamaba mucho la atención. Cuando recibí una invitación para ir, le pedí a la persona que me había ado acudir al Cervantes.
Quería conocer ese lugar. Que era algo mítico para mí, porque el cuento me gustaba mucho. Y allí empezó un poco mi historia, que no es la misma de la ficción de Montevideo. Visité el hotel y pregunté por la habitación de Cortázar, pero ahí vi mi sueño frustrado. No sabían nada de la habitación del cuento. Al final, me enseñaron una, que no era la que yo quería ver porque según los empleados estaba ocupada. De todos modos sentí que hubo una conducta de conjura por parte de los trabajadores del hotel y esto fue lo que me permitió volar con la imaginación, sugiriendo que había conjurados anti-Cortázar, más favorables a otro visitante ilustre del hotel, y que no querían un nuevo ídolo allí. Desde entonces no he vuelto a Montevideo. No sé si podré volver o no. A este hotel en concreto, no lo tengo muy claro.
¿Lo ha ado alguien de esta ‘secta anti-Cortázar’ o de cortazianos?
No. Pero puede que sí lo hayan hecho porque recibo una cantidad de correos electrónicos extraordinaria y sospecho de todo el mundo. La verdad es que sí puede haber esa secta. Y si no es esa secta, es una muy parecida que intenta convertirme en algo que desconozco.
Pero esta historia del Hotel Cervantes ya la había comenzado a contar usted en sus columnas en El País de España, ¿no?
Sí, esto coincide con que escribí un par de artículos para el periódico en los que contaba que me gustaría visitar Montevideo y que tenía como objetivo conocer el Cervantes y la Torre de los Panoramas, donde se reunían los poetas que tanto cambiaron la poesía latinoamericana y de paso la española. Pero posiblemente el punto exacto en el que empieza mi historia, o el motor de esta, fue una frase de Beatriz Sarlo, la crítica argentina, que posteriormente no he encontrado.
Ella decía que en la puerta de la habitación del hotel del cuento de Cortázar irrumpía lo fantástico en la obra del autor. Y pensé: “Si creo una misión difícil, como situarse frente a la puerta que separa la realidad de la ficción, me gustaría ver qué pasa”. Así que escribí un libro con una voz y un personaje que no coincide conmigo, por más que parezca, e imaginé lo que pasaba. Sin darme cuenta –porque sinceramente cuando escribo no estoy pensando si estoy en un género o en otro– entré de alguna manera en el territorio de lo fantástico.
Montevideo es la novela en la que más ha abierto esta puerta a la ficción. ¿Qué siente ahora al haber cruzado esa frontera?
La respuesta sincera es que no lo sé. Quedé muy impresionado y muy asombrado. Es decir, es algo que sin duda salía de mí mismo y yo le llamo el soplo. A las personas que escriben, el soplo les parece una llamada de la inspiración que está ahí afuera. Mi modo de ver la escritura es que puedo estar en tres ciudades distintas gracias a una aplicación del móvil, como pasa en el libro. Esa capacidad de escribir esta historia desde París sin estar allí, y de estar al mismo tiempo en Suiza, en Uruguay y en Colombia, y escribir realmente desde Barcelona. El libro es muy francés en este sentido, para lo bueno y para lo malo.
Ahora que habla de Francia, este es el otro lugar a donde la historia lleva al protagonista. En especial a París, que por mucho tiempo fue el sitio de peregrinación para todo aquel que quisiera convertirse en escritor. ¿Qué tiene de particular el París de Montevideo frente a los otros París que han aparecido en sus libros?
Vila-Matas tiene unos lectores que lo siguen con fidelidad. Bartleby y compañía es uno de sus libros más leídos. Foto:Antonio Navarro Wijkmark - Seix Barral
La novela se abre como si fuera una página de París no se acaba nunca, una obra bastante conocida. Yo quería dar una imagen muy distanciada entre las dos novelas, para marcar desde el primer momento que estábamos frente a otro narrador. A este narrador no le agrada nada París, le molesta que sea la ciudad de las revoluciones, dice que está cansado de tanta revolución en esa ciudad. También es un París que lo atraviesa una calle oscura que reproduce un mundo que sí conoció el protagonista cuando vivió allí, en este caso un mundo de exiliados españoles y de gente que pertenecía al entorno –muy modesto– de la venta de droga. Esto, de alguna forma, hace que el narrador se convierta en un delincuente menor y no aspire a pertenecer a esa ‘generación Hemingway’, de la que sí quería formar parte el narrador de París no se acaba nunca.
Este París es distinto. Incluso hago una lista de autores ses en la cual ninguno lo es, y al mismo tiempo hay un amor por la cultura sa que es fundamental para mí. Es un retorno a esa cultura que adquirí de forma autodidacta, tanto que mi formación principal es el mundo de los artistas de mi barrio en el París de los años setenta.
Al punto de que llega a decir que todo buen escritor es un escritor francés...
Eso es una provocación. No sé muy bien lo que es. No comparto que el lector siempre sepa lo que digo. A pesar de que hablo mucho de mi libro y contesto preguntas sobre él, en muchas ocasiones no sé lo que es el libro. El autor no sabe explicarlo, porque –como dicen– si explicas algo de tu poema estás hablando de la parte más tonta del poema. La más interesante es la parte misteriosa.
A su manera, Montevideo es un libro de viajes, un recorrido en busca del estilo del escritor o de una habitación propia. Sin embargo, en este viaje el protagonista llega al infierno, un lugar donde sufre una especie de tortura. ¿Cómo cree que sería el infierno de todo escritor?
Creo que en este caso solo hablamos en masculino. Es decir, ese infierno del que hablas sería el de los escritores, no el de las escritoras. En el caso de la novela parece que el protagonista está obligado a oír continuamente las palabras: estás en Bogotá, estás en Bogotá. Ese Bogotá sería el infierno de los escritores, un lugar donde están obligados a escuchar todo lo que han dicho y todo lo que han escrito en su vida. Eso sería insoportable para cualquier persona, aunque no sea escritor.
¿Y por qué Bogotá termina siendo este gran infierno?
Si me preguntas el porqué, puedo decir que pudo haber sido cualquier otro lugar. Pero como estábamos un poco en París y pensando en Montevideo, vi que Bogotá era un lugar adecuado. Mi primer viaje allí, en el siglo pasado, no fue un infierno, pero sí una compleja o complicada experiencia. Algo de eso se cuenta en el libro, que si bien no es autobiográfico, sí muestra parte de mi historia. Recuerdo que ir del antiguo Hotel Hilton a la catedral era complejo, por lo visual sobre todo. Eso no afectaba únicamente a Bogotá en aquella época, podía afectar a Nueva York casi por los mismos días. El terror visual me impactó mucho.
¿Qué fue lo que le causó ese terror?
Lo que influyó fue el hecho de que llegué a Bogotá una noche, sin nada previsto en realidad, y me encontré con el problema de que no nos había ido a recibir nadie y la única opción que nos quedaba era tomar un taxi. Esto era normal, salvo que para movernos por la ciudad necesitábamos un pase o un salvoconducto. En principio entendí que se necesitaba porque estaban en estado de guerra, pero la verdad era porque al día siguiente iban a censar a la población.
Al otro día, en la mañana, salí con algunos amigos y otras personas que se encontraban en el hotel y que estaban convocados en la ciudad para lo mismo: ser jurados del Premio Nacional de Narrativa. En esa ocasión lo que nos encontramos fue una ciudad desierta, algo que me impactó mucho.
Sin embargo, la redención de Bogotá llega gracias a la Biblioteca Nacional. ¿Qué fue lo que más le impactó de este lugar para que fuera una especie de isla en la ciudad?
Me di cuenta de que había visitado esta biblioteca con un cierto desdén inicial porque pensé que era una cortesía de la organización del premio. En cuanto te llevan a algo que tú no has elegido, la primera reacción es de desinterés. Pero una vez dentro del edificio, la arquitectura me llamó la atención. Después, por fortuna, tuve un libro en el que encontré un sinfín de anécdotas fantásticas de la amistad entre Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, y en especial una que ocurrió en la Biblioteca Nacional. Para mí fue magnífico estar ahí en la sala donde estudiaba Gabo y entraba tan potente Álvaro Mutis a escuchar música. Además, era una forma de mostrar que no tenía algo problemático con la ciudad de Bogotá, sino recuerdos de todo tipo.
Uno de esos recuerdos al que usted vuelve es el de la experiencia como jurado del Premio de Narrativa aquí en Colombia...
No sé lo que he contado sobre esto. Lo gracioso no fue lo que ocurrió en Colombia, donde los otros jurados me dijeron quién debía ganar, algo que denuncié y que luego se solucionó. Lo gracioso fue lo que vino después. Cuando regresé a Barcelona recibí una llamada de México que me sorprendió mucho. Me llamaron al cabo de un mes para ser jurado en Monterrey, y en especial que fuera el jurado anticorrupción.
Yo lo he contado porque me pareció una historia fascinante: que por una serie de circunstancias que ocurrieron en Bogotá, alguien se encontró convertido en jurado anticorrupción en varios lugares del mundo. En esa ocasión, de la llamada de México, consulté a mi amigo Vicente Rojo y él quiso saber los nombres de quienes me invitaban. Al ver su reacción comprendí que de nuevo iba a ser un jurado más, de esos que tienen predeterminados en estos premios.
Hay una pregunta o una idea constante que repite el protagonista de Montevideo: dejar de hacerse pasar por escritor y decir que ya no escribe. ¿Qué es lo que lo lleva a escribir entonces?
Últimamente he pensado mucho en esa escena. En una conversación aquí en el barrio, me di cuenta de que la novela tiene un punto de vista o algún parecido con Hitchcock y Psicosis. En la película estamos pendientes de la protagonista, pero la matan al principio de todo. No hay historia, y esto siempre es arriesgado. Creo que ya lo había hecho en El mal de Montano. Había roto la primera historia para decir que no era verdad. En este caso de Montevideo rompe mucho el panorama y se da la casualidad de que este escritor deja de escribir y le empiezan a pasar cosas. Al final se tiene que doblegar y contar un viaje mental, más que un viaje físico.
En estos años de pandemia, Enrique Vila-Matas necesitó un trasplante de riñón. En medio de este proceso, creó su nueva obra. Foto:Antonio Navarro Wijkmark - Seix Barral
Usted es uno de los escritores que más se han acercado al arte contemporáneo desde su escritura. En Montevideo, de hecho, la mayor parte de la historia ocurre en el Beaubourg, el nombre que el protagonista le da al Pompidou. ¿Qué puede aprender la literatura sobre el arte contemporáneo?
Hay muchos lectores que han creído que esta historia de la habitación única, con una llave única para mí, no era cierta. Sin embargo, sorprendentemente, sí lo es. Dominique Gonzalez-Foerster me construyó una habitación en el Pompidou, en la cual yo era la única persona que podía entrar. De esta experiencia, que luego debía documentar, es que nace la escena del libro. Y en parte esto para mí fue muy necesario, porque en España me irritaba la cantidad de gente que desprecia el arte contemporáneo por un simple tópico absurdo. Porque no son ellos los que tienen que decidir eso, sino los espectadores, que son los que juzgan la obra y les puede interesar cualquier cosa. En definitiva, creo que los que escriben libros lo hacen en contra de una idea o de los simples tópicos.
Por ejemplo, Kassel no invita a la lógica lo escribí en contra de esa idea de que el arte contemporáneo era una tomadura de pelo. En mi opinión es al revés, porque este arte –no todo, sino el de los más interesantes– expone una libertad muy superior a la que intentaron los modernistas, como Joyce por ejemplo. Es más alcanzable esa libertad dentro del mundo del arte que dentro del mundo del libro, que se mueve en unas reglas comerciales muy estrictas y que está hecho de un modelo que imita libros que han tenido éxito. Siempre permanezco muy pendiente del arte contemporáneo porque es la puerta abierta a no entender y a la imaginación. Además, es un mundo que no miro con prejuicios, como sí los tengo con el de los libros, donde los juzgo, a veces, por si me cae bien el autor.
¿Qué siente frente a esas afirmaciones que dicen que Vila-Matas ha renacido? Todo esto después de su trasplante de riñón, un hecho que atravesó la escritura de Montevideo.
En el momento de publicar el libro, en conversación con mi mujer –que fue quien me donó el riñón–, decidimos que no era conveniente que yo dijera, otra vez, como había dicho en 2006, que había tenido un colapso físico. Era muy poético, pero en esta ocasión nos parecía una ridiculez. Decidimos llamarlo por su nombre.
Luego de la operación del trasplante pude profundizar mucho en lo que había escrito y volver a sentir una gran emoción por lo que había hecho. Puedo decir que esta versión definitiva del libro la terminé en un estado de bastante emoción con lo que escribía. Con el tiempo, estoy más sereno en este aspecto. Creo que no hay una relación directa con la escritura, pero sí hubo una especie de cierre del tiempo.
Con todo lo que ha suscitado este libro en usted, ¿piensa que hoy todavía necesitamos esa habitación propia para escribir?
No tanto la habitación propia, sino el propio sentido de la curiosidad, de la investigación. La habitación propia es la búsqueda, de ahí que el libro hable solamente de eso, de esa búsqueda. Todos los escritores que iro –como Kafka– se limitaban a decir que buscaban. Con la excusa de buscar esa habitación propia vas encontrando algo que no conocías. No soy un escritor que busca un argumento o una historia que parezca verosímil. Cualquier pretexto me sirve para escribir. Desde lo más mínimo, como una mota de polvo en la ventana. De ahí puede surgir una novela guapísima.
Cito una de las preguntas que le hacen a uno de los protagonistas del libro: “A la hora de escribir, ¿qué puede tentar más a un escritor hoy?”
Escribir. Que escribiendo cada vez lo pase mejor . Sin duda. Yo cada vez lo paso mejor que nunca. Es un viaje continuo. Y con este libro, después de la enfermedad, me parece una vuelta a la vidaque había llevado, pero de otra forma. Fíjate que incluso vi un documental sobre el cantante Raphael, que jamás me había gustado. A él le hicieron un trasplante de hígado, y supe de su vida antes y después de la operación. Se volvió casi un cantante de rock. Yo no sabía nada de eso, así que al final salí irando a Raphael. Me sorprendió mucho.
¿Ya está listo para salir de la habitación de Montevideo?
No me preocupa eso, ya encontraré de qué hablar. Escribo novelas para hallar el agujero que me va a permitir escapar de aquello que me tiene atravesado. Escribo para buscar la salida a esas situaciones. Tendré que dejar pasar un tiempo para empezar a odiarla, que es una manera para encontrar esa salida.
O empezar a odiar, como el personaje de Montevideo, que le pregunten sobre la frase famosa de su novela. Así que... “preferiría no hacerlo”.
Esa frase ya terminó hasta impresa en camisetas. Ahora yo elegiría una que dijo Onetti, que me encanta, cuando accedió a que lo filmaran en la cama de la que no se movía en Madrid: “Por simpatía, me resigno”.