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'La escritura es para mí una especie de excavación': Sara Mesa
La escritora española habla de La familia, su nueva novela, aplaudida por la crítica y los lectores.
Una de las obras más conocidas de Sara Mesa es Un amor, que en el 2020 fue elegido como el mejor libro del año en su país. Foto: Sonia Fraga
La familia, de Sara Mesa, es un libro de gente angustiada y buena para camuflarse. Hay un padre, una madre, unos hijos y otros más que llegaron sin planearse y todos parecen estar esperando instrucciones.
En esa casa, la línea entre lo correcto y lo decible es difusa y delgada y esto hace que quienes crecieron allí lleven consigo el germen de la dualidad: una vida que se vive y otra vida de la que se habla. Develando los dos caminos de cada personaje transcurre este libro, hecho a partir de capítulos aparentemente dispersos y atomizados, pero finalmente esclarecedores.
Esta es la novela más reciente de la periodista, filóloga y escritora española Sara Mesa y la primera luego de publicar Un amor, considerada la mejor novela del 2020 por el diario El País de España. También llevan su firma novelas como Cuatro por cuatro (2012), con la que fue finalista del Premio Herralde, Cicatriz (2015), Cara de pan (2018) y recopilaciones de poesía o ensayo como Este jilguero agenda (2007) y Silencio istrativo (2019). En la mayoría de sus trabajos aparecen personajes algo desadaptados que llevan al lector a preguntarse sobre cómo se habita el mundo cuando no se camina por el mismo sendero que el resto y qué tanto esa disidencia permite bienvivir.
En La familia, Mesa amplía su colección de personajes insólitos a la vez que profundiza sobre esta forma de organización humana a la que se le pide tanto, pero que resulta ser también –como casi cualquier forma de sociedad– una amalgama imperfecta que, si permanece incuestionable, es susceptible de causar más daño que dicha. Es también una novela sobre el control y lo velado y sobre lo que se siente al ser el portador de una vida invalidada por otros.
Hay cierta sensación en el libro que lleva a pensar en la inevitabilidad de los secretos. ¿Cree que es así, que no hay una vida sin secretos?
En este libro, cuando se habla de secretos, se habla fundamentalmente de partes privadas, íntimas, que los personajes ocultan de sí mismos por miedo a decepcionar, por vergüenza o por temor al rechazo. Los niños de esta familia aprenden desde muy pequeños que obtendrán recompensas (amor, aceptación) si cumplen las expectativas de sus padres. Es una especie de autoridad sutil, de obediencia basada en lazos afectivos, que desemboca en estos secretos internos, e incluso, más adelante, en las dobles vidas. También los padres ocultan cosas, necesitan construirse su papel. No sé si es inevitable, pero a la vista está que sí ocurre. Tampoco sé si es posible una vida sin secretos, pero sé que quienes alardean de no tener secretos con sus hijos, sus padres o sus parejas a menudo se autoengañan.
El personaje del padre es opresor de una forma radical y sutil; exige una mirada flexible para entender la verdadera violencia que imparte. ¿Cómo construyó este personaje?
No pretendía construir un perfil ni un personaje tipo, pero de algún modo creo que representa eso que, en palabras de la escritora Marta Sanz, es la violencia de “lo suave, suavecito”. Es decir, una forma de control social que se disfraza de argumento moral. Él es un irador de Gandhi, por ejemplo, pero es un pacifista que no busca la paz, sino la victoria sobre los que le rodean; quedar por encima. Ni sus hijos ni su mujer, ni el mundo que los rodea, están nunca a su altura.
El poder de este padre es un poco aturdidor. ¿Qué piensa del poder dentro de las familias, y de un poder como este tan censurador?
La novela es publicada por la editorial Anagrama. 232 páginas. Foto:Archivo particular
Es un poder extraño porque lo ejerce alguien que, en realidad, es bastante débil. Por eso es también un poder con fecha de caducidad, lo cual no significa que no genere secuelas. Para los niños sus padres lo son todo y la familia es la representación del mundo. Cuando son muy pequeños, aceptan las reglas sin cuestionarlas porque no conocen otras. Pero al crecer todo se va desmoronando. La idea de representar la historia de esta familia a lo largo de décadas se ajusta precisamente a mi deseo de indagar en estos dos caminos: por un lado, cómo la autoridad familiar se debilita con los años; por otro, cómo su influencia perdura en la personalidad de los adultos, porque lo que nos ocurre de niños nos marca para toda la vida.
También es un padre que no considera útil la ficción...
Esto tiene que ver con una idea equivocada de lo que es la ficción, algo que percibo en algunas personas últimamente, para quienes la ficción, si no resulta educativa o ejemplarizante, es una mera forma de entretenimiento o incluso un modo de expandir ideas perversas. También tiene que ver con la falta de sentido del humor, de ironía, de comprensión lectora. Ocurre en personas que incluso son, o se sienten, muy cultas.
El padre ve la familia como un mapa de personas unidas por lo que son, por donde están y lo que aspiran. Como un proyecto. ¿Qué es para usted la familia?
No puedo contestar a una pregunta así, definir en general lo que es la familia ni qué pienso de la institución, sin entrar en matices. Justo por eso escribo ficciones, para no pontificar. Pero a través de la lectura de este libro, que es la historia de una familia concreta, sí puede deducirse que me generan dudas, muchas dudas, todas esas visiones idealizadoras y románticas de los lazos familiares, que tienen mucho de obligación. Estas visiones hacen daño a quienes, por las razones que sean, quieren o necesitan escapar de sus familias, porque viven como una traición o un fracaso lo que es una mera cuestión de supervivencia.
Hay dos historias en el libro que son de hijos que llegan a casas que no son las suyas porque no pueden ser atendidos por sus padres. ¿Por qué quiso retratar esta realidad?
No solo en La familia, sino también en otros libros míos aparece la idea de la maternidad desplazada o robada, de gente que cría hijos que no son suyos en aras de una supuesta buena intención porque los verdaderos padres no son adecuados. Es un asunto que sin duda me inquieta, pero me he dado cuenta después, precisamente por la recurrencia en lo que escribo, no antes.
Crea unos niños complejos y realistas, curiosos y distintos. ¿Cómo fue narrar en voz de niños? ¿Cómo se metió en universos infantiles?
Esto es muy difícil y, sinceramente, no sé si lo he logrado. Desde luego he tenido que bucear en mi propia memoria infantil, en la niña que fui y que, en algún lugar de mi cerebro reptiliano, todavía sigo siendo. En esta novela hay mucho de mi propia vida, sin duda, aunque los hechos narrados no sean exactamente los mismos. Yo soy un poco todos los niños que aparecen en el libro, distintas caras mías.
En sus libros hay siempre uno o varios desadaptados, alguien a quien le cuesta estar en sociedad. Este libro no es la excepción. ¿Por qué le interesa narrar este tipo de historias?
Puede que yo sea un poco inadaptada también, no sé… Yo cuestiono la noción misma de inadaptación y pertenencia. Me gusta darles la vuelta a las estructuras comunitarias y mostrar sus costuras, cuestionar los beneficios de la integración, que a menudo no es más que una normalización obligada de nuestras conductas. Pero esto es algo más bien intuitivo, no un ideario programático que yo lleve en mente antes de escribir.
¿Qué leyó con especial atención mientras escribía La familia?
Mientras, antes y después, siempre he sentido mucho interés por las historias de vínculos familiares, que abarcan todos los tiempos y estilos. Pienso, por ejemplo, en las novelas de Ivy Compton-Burnett, en las memorias (por así llamarlas) de J. R. Ackerley, en el Proleterka de Fleur Jaeggy.
Cuando los libros son tanto un reflejo humano, más que una historia que se investiga en un archivo, ¿cómo es el trabajo de campo, si lo hay? ¿Cómo se investiga para una novela así?
No tengo conciencia de haber investigado. No investigo, en el sentido de documentarme con un plan previo a la escritura. Sobre los temas de este libro creo que llevo investigando toda la vida, sin darme cuenta. Observando alrededor. Me fijo en la vida corriente, en lo que me rodea, lo que yo experimento y lo que interpreto de lo que otros experimentan.
Ha escrito otros géneros, ¿qué le hizo quedarse en la novela?
Bueno, con la novela y los cuentos. Hablaría más bien de narrativa corta: mis novelas no son largas, esta tiene un poco de libro de cuentos y, en realidad, yo nunca he dejado de escribir cuentos. Creo que no se debe a una decisión del todo libre: es mi lugar natural, donde me siento cómoda, dado que mi respiración narrativa es esa. También tiene que ver con mi interés por las elipsis y las sugerencias y el rechazo a una mirada totalizadora que lo abarque y lo explique todo.
En la novela abre la pregunta de si se cree en la inspiración o en el trabajo. ¿En cuál cree usted?
Es una pregunta capciosa que hace uno de los personajes del libro, el padre, para destacar las virtudes del esfuerzo y atacar las tendencias artísticas. Creo que tienen que existir las dos cosas, aunque no me gusta del todo la palabra inspiración. Pienso más en ciertas capacidades que solo se descubren a través del trabajo. La escritura es para mí una especie de excavación: se llega a un hallazgo (no se construye), pero hay que picar duro para encontrarlo.
En sus libros hay momentos de ambigüedad. ¿Cree que en las relaciones humanas hay siempre ambigüedad?
La ambigüedad tiene que ver con las distintas posibilidades de interpretación. Mis libros pueden resultar ambiguos porque los personajes tienen conductas en apariencia extrañas o cuya justificación no es visible. Entonces se generan distintas lecturas: ¿por qué hacen cosas que incluso van contra sí mismos? ¿Qué buscan? ¿Qué quieren? Pero, como digo, es un problema de interpretación. Las relaciones humanas, en sí, no son ambiguas. Son complejas, están guiadas por numerosos hilos, pueden parecer contradictorias, pero suelen tener un sentido.