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Ofelia Rodríguez, la artista colombiana que renació en la ciudad de Banksy
Spike Island de Bristol presenta una retrospectiva de la obra de la barranquillera.
Ofelia Rodríguez fue una pionera del arte conceptual propio, latinoamericano y caribeño. Foto: Instituto de Visión
En el sur de Inglaterra hay cabezas de caimanes de todos los tamaños, colores y formas. También hay réplicas del hombre caimán, el mismo que espiaba a las
mujeres desnudas en el río Magdalena. Su cabeza no se asoma por el Avon, el perezoso río que atraviesa la ciudad de Bristol, pero su presencia se siente en
Spike Island, el espacio internacional de arte contemporáneo que tiene en sus salas la obra de la barranquillera Ofelia Rodríguez desde el pasado 29 de septiembre
Spike Island está a una hora y cuarenta minutos de Londres; se trata de un edificio de ladrillo de dos plantas que podría pasar desapercibido por un transeúnte apurado o distraído. Solo sus letras doradas con la palabra ‘Spike’ dejan entrever algo más allá de la puerta transparente de entrada. El centro está ubicado en el vecindario industrial homónimo, rodeado de fábricas y museos, envuelto entre la brisa portuaria que caracteriza a la ciudad y el aire contestatario que la convirtió en la capital inglesa del street art (no es una casualidad que Bristol haya sido la cuna de Banksy).
Talking in Dreams, por su parte, es la exposición más exhaustiva y colorida que se le ha hecho a Ofelia Rodríguez, una de las grandes artistas colombianas del siglo XX y XXI. La muestra recoge 70 obas de cinco décadas de su trayectoria y es, sin duda, un pistoletazo genial para revivir y recobrar el poder de su obra.
Spike Island, en Bristol, Inglaterra. Foto:Spike Island
***
La historia de Ofelia empezó en Barranquilla en 1946; tuvo una infancia caribe y una adolescencia bogotana. En 1968, entró a la Universidad de los Andes a estudiar Bellas Artes y el gran Santiago Cárdenas se convirtió en su mentor, pero no fue suficiente para escapar de la polémica. Desde esos primeros años, empezó a recibir una crítica malsana y no de cualquiera: Marta Traba la destrozó después de que recibiera una mención en un Salón Nacional. “En su cabeza, ella sabe que debería devolver ese premio porque no se lo merece. Es muy joven”, decía su comentario.
Ni devolvió el premio ni se rindió; se fue a Yale y encontró su destino. Pero tampoco fue fácil. Al llegar a la universidad, gracias al apoyo de la Fundación Ford, una secretaria de raíces afroamericanas la recibió con una advertencia: “Usted está tomando un puesto de uno de nuestros hermanos negros”. Un profesor también la atacó: “¿Usted qué está haciendo acá? Latinoamérica no ha contribuido al arte mundial. Fuera de Diego Rivera, no hay nada válido”, le dijo en clase. Cada vez que aludía a su cultura colombiana, muchos de sus profesores la frenaban. Tuvo que ser internada por estrés e incluso se enfrentó a una situación de acoso en la que el hombre que tomaba la decisión de renovar su beca le sugirió irse con él a su hotel a cambio de su aprobación.
Pero fue en Yale, en medio de tanto desgaste, donde tomó la decisión de centrar su obra en Colombia y de reencontrarse con sus raíces. Aunque se sentía supremamente barranquillera, nunca encajó con el estereotipo y las costumbres de su ciudad. “Ella odiaba los carnavales. Venía de una madre antioqueña muy católica y un padre académico. No era mujer de parranda”, señala su esposo.
Caja magica con el hombre vuelto caiman (Magic Box with Man Turned into a Caiman) Foto:Spike Island
Rurik Ingram, un economista y asesor de comunicaciones inglés que hoy vive en Lisboa, la conoció en sus primeros días de residencia universitaria en la Universidad de Yale (1971-1972). Eran compañeros de habitación. Ofelia fue la primera mujer en hacer la maestría en Bellas Artes en esa institución. Allí empezó a desarrollar la exploración de sus raíces al estar en un contexto tan ajeno. “Ella no encajaba con el estereotipo de una ‘mujer costeña’. Le encantaba bailar, pero no tomaba, y huía de los carnavales porque le parecían grotescos”, recuerda Ingram.
Sin embargo, a medida que avanzaba su obra y se distanciaba de su natal Barranquilla, más se aferraba a su cultura. En su taller -recuerda su esposo- comenzó a sonar la música de Joe Arroyo. “Le empezó a gustar la espontaneidad del costeño, la palenquera en frente de la casa de sus padres vendiendo bollos y frutas, la cultura en general, hasta que un día nos metimos de ‘marimondas’. Todo lo que ella antes detestaba, la harina, maicena, empezó a gozarlo intensamente”, ríe.
En 1977 viajó a Nueva York a estudiar grabado en el Pratt Graphic Art Center y un año después a París a continuar sus estudios en el Atelier 77, junto a Stanley William Hayter, uno de los profesores de grabado más célebres de París quien trabajó con Picasso, Miró y Kandinsky.
Su centro de trabajo, entre 1984 y 2013, fue Londres, una ciudad en la que consiguió la libertad artística para desarrollar su obra, y donde mejor se conectó con sus recuerdos. Pero la memoria la traicionó.
Tras una gran exposición en el Mambo de Bogotá, en 2008, tuvo dos años de exposiciones regionales por Colombia. Su padre se enfermó y tuvo que atenderlo hasta su muerte y tal vez desencadenó lo que vino después. Un día cualquiera se olvidó el nombre de su hermana y como en la epidemia de la memoria de Cien años de soledad empezó a hacer listas con los nombres de los objetos para no olvidarlos. En 2011 fue diagnosticada con ‘demencia frontal temporal’ y tuvo que ser trasladada a Cartagena desde 2013. No pudo volver a pintar. Los médicos le habían pronosticado cinco años de vida, pero vivió otros diez, hasta la última semana de agosto de este año.
Pie Colgando de dos ángeles / Foot Hanging from Two
Angels, 1997 Foto:Instituto de Visión
La obra de Ofelia llegó a Spike a través del Instituto de Visión, una galería bogotana que busca investigar los discursos artísticos que han quedado fuera de la historia oficial del arte. “En la época, mientras el arte tenía un corte masculino geométrico de colores armonioso, Ofelia hacía abstracción, tenía un cargamento de simbología caribeña popular y una paleta cromática muy distinta”, señala Beatriz López, directora artística del Instituto de Visión.
A través de su programa Visionarios, buscan rescatar artistas que no se ajustaron a lo que la crítica de voces dominantes como la de Marta Traba reconocían como ‘buen arte’, además del sesgo machista.
En 2018 llevaron la obra de Ofelia Rodríguez a la edición de la Feria de Arte de Madrid (ARCO), donde Carmen Juliá, curadora en Spike Island desde hace siete años y antiguo miembro del equipo de la Tate de Londres en la colección de arte latinoamericano,
quedó deslumbrada con su obra. “Y además me interesó mucho que Ofelia hubiera vivido en Londres, porque otro de mis intereses es cómo influyen los movimientos de migración en los artistas”, señala Juliá.
La exposición muestra diversas facetas de Ofelia a través de su obra, pero hay una preocupación evidente que conecta como un hilo todas las salas. “La estética
parece que cambia, pero el hilo es la identidad personal. Es una exposición que te lleva a su mundo”. Ella quiso retratar su mundo interno desde su mirada como migrante y en el intento creó un universo que reinterpretó con ironía los clichés de la identidad costeña colombiana, de la ‘tropicalidad’ que define a los latinos en el exterior y a través
de la emocionalidad moldea en su sentido más visceral, carnal y si se quiere erótico, la intrínseca mirada violenta de nuestra historia.
Colombia siendo atracado con los caimanes lanzandose felices bajo la mirada de Dios. Foto:Spike Island
Esa sensación queda al pasar por Talking in dreams y caminar entre los cuernos de toros, los Niños Jesús colgantes o los caparazones de tortugas. Ofelia habla del amor y su lucha con la muerte. Habla del dolor y la cura con corazones sangrantes, venas abiertas y una sangre desbordada que trata de contenerse con una ‘curita’ dibujada o comprada en un mercado inglés y pegada encima del lienzo o la madera.
Y claro: hay que detenerse en sus ‘Cajas mágicas’ de los años 80. “En realidad son cajas para guardar las llaves”, explica Juliá. “El arrangement de los objetos tiene un poco de construcción de obra surrealista: hay canguros, relojes, peines, picos, texturas en los bordes. Me parece que tienen una riqueza visual, estética y de composición. Aquí hablamos de cultura popular. Tradición, leyendas, de cómo la gente usa los objetos para expresarse o para construir su identidad, y a ella le parecía que la cultura popular es lo que más te acerca a cualquier lugar”.
Estas cajitas de madera pintadas con colores brillantes como reliquias, guardan en su interior figuras compradas por ella en mercados de pulgas en Colombia y México donde coleccionaba máscaras talladas o pintadas, imágenes devocionales, juguetes de plástico baratos, chupos, y hasta uñas de broma. En Spike Island tienen 11 de ellas compuestas en distintos años: una de ellas lleva a un gato en su interior con una tapa de la cerveza águila en su lomo y una cabeza de caimán. Otras guardan bebés de juguete, un ‘indio rojo perdido’, un cazador inglés o calaveras. En ellas, se evidencia el interés de Ofelia en “el espacio de los objetos” y su juego con los colores planos.
Al final, Talking in dreams es una conversación con los sueños de Ofelia, donde lo onírico es una búsqueda del tiempo perdido de sus primeros años. “Tiene algo de un mundo imaginario”, señala Juliá. Rurik, su esposo y, como él dice, “su esclavo de artista y enfermero en los últimos años”, concluye: “Ella quería compartir su amor por Colombia, que el mundo entendiera su belleza, su belleza humana, lo mejor y lo peor”.